El colegial (1927) Buster Keaton |
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Guión: Carl Harbaugh Brian Foy Fotografía: Dev Jennings Bert Haines Montaje: Sherm Kell Intérpretes: Buster Keaton Anne Cornwall Harold Woodwin Snitz Edwards Florence Turner Distribuidora: Filmax |
No deja de ser enigmático que Buster Keaton haya trascendido el tiempo para no sucumbir como a lo mejor lo hicieron muchos de los cómicos que acudían al slapstick, al cachiporrazo para hacer gags, que hicieran reír a la gente; de seguro, cuenta su entrenamiento muy precoz entre sus padres malabaristas, quien se había ganado el alias de Buster, palabra que en inglés nos remite a los famosos golpes que se daban en los teatros de variedades para hacer carcajear al público y que Roscoe Arbuckle llevara al mundo del cine, para realizar algunos cortos de humor, por allá en 1917, hasta llegar a ser codirector de sus películas, que rodaría por espacio de unos nueve años, la mayoría cortometrajes, que abrirían el camino a actores como Stan y Laurel, el gordo y el flaco, los hermanos Marx y aún Peter Sellers, quienes llevaron los gags hasta el absurdo.
El colegial, como vemos en los créditos, no fue dirigido por el actor sino por James W. Horne, donde Buster Keaton representa a un muchacho con formación universitaria, que decide dedicarse a la vida deportiva, para lograr los favores de una chica de la que estaba enamorado pero su enorme torpeza, será la causa de nuestra diversión; como bien lo señalara Henry Bergson en su ensayo sobre la risa, al establecer el vínculo entre la falta de destreza, los movimientos maquinales y el humor, un arte en el que tanto Buster Keaton como Charles Chaplin llegarían a ser paradigmáticos.
Es de anotar que Buster Keaton no usaba dobles para sus rodajes, a pesar de exponerse a terribles dolores, cada vez que se daba un golpetón en medio de su falta de agilidad, pero frente a la cual siempre estaba el rostro del americano impasible, de quien seguía serio perdido frente al dolor. Ello haría que el público le pusiera el mote de “cara de palo”, por la inexpresividad por antonomasia que lo caracterizaba.
La cinta realizada con un buen ritmo en el que el muchacho pasa de un deporte a otro, de fracaso en fracaso, culmina con una escena en la que se mete de timonel de una embarcación de remo en la que entra en una loca competencia, donde ahí sí desplegará toda su torpeza, como para cerrar toda una serie de gags muy memorables, como cuando se le encoge un vestido de baño que, para nada, era sanforizado, o como cuando se mete en líos con un paraguas que no sabe ni abrir ni cerrar para, al final, para convertirse en el héroe de su chica, tiene que saltar sobre canguros, como si fuera un avestruz, usar pértigas como todo un profesional y lanzar todo tipo de objetos, para al fin tener un final feliz, en un filme cargado de poesía y acción para conseguir el triunfo del amor. |
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Jesús
María Dapena Botero
Vigo, 17 de marzo del 2011
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