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El cuento de Héctor
(2003-2009)

Jesús María Dapena Botero

¡Ay, país, país, país!

 

(Piero)

 

 

 

…las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen

una segunda oportunidad sobre la tierra.

(Gabriel García Márquez)

 

NACIONALIDAD: Colombo/Española 
  
GÉNERO: Entrevista documental 
  
DIRECCIÓN: Marta Hincapié y Marisol Soto     
  
PRODUCCIÓN: Bandavisual Producciones[1]  
  
PROTAGONISTAS: Héctor 

                          Iván Torres 

MONTAJE: Anastasi Rinos

                Marc Andrés 
  
MÚSICA:  César López   
              Sandra Parra   
              Marta Andrés 
              Joan Gil   

MEZCLA DE SONIDOS: Antonio Prió 
  
                                 Maratón Estudio  
  
DURACIÓN: 40 minutos

 

Aquí no se cumple el dicho de que hijo de tigre sale pintado; más bien, yo diría que hija de oveja sale lanuda, porque pareciera ser que Marta Hincapié, sale al mundo mediático con un legado, dejado por su madre, la dulce María Teresa Uribe, una de las grandes maestras de la sociedad colombiana, para la gran investigadora en malaria e historiadora, Silvia Blair, la mujer más inteligente que haya conocido. [2]

 

Por ello, que me perdone un poco, Marisol Soto, la co-directora del documental, que la haga un poco de lado, aunque no se lo mereciera, pero quisiera ubicar un poco la cinta en el contexto intergeneracional de la familia Hincapié Uribe.

 

Ya que El cuento de Héctor me impone, la presencia de esa otra persona, quien permanece en la trasescena: María Teresa Uribe, profesora de la Universidad de Antioquia, una mujer tan suave como un copo de algodón, pero a la vez de valor civil imponderable de quien no se ha arredrado para profundizar en el dolor sostenido que causa la violencia en Colombia, como testigo de un país que no se cansa de guerras,  como si lo hiciera la Tereza Batista de Jorge Amado, sino estas que cruzan al país en la diacronía del tiempo, como si fuese un reptil apocalíptico,  que se arrastra a lo largo y ancho de nuestra geografía; en ese macrocontexto, María Teresa, esta mujer maravillosa, se ha dedicado a rastrear y descubrir qué diablos nos pasa y cómo se soltaron esos demonios para marcar, casi con tinta indeleble, nuestra historia colombiana; de tal manera que ella se ve obligada a hacer el quite al relato de una Historia Oficial, la tradicional, para tratar de descubrir ese otro país, el de las montañas y las selvas, donde uno corre el riesgo, como el Arturo Cova de José Eustasio Rivera, de que antes de que uno se apasione por mujer alguna, juegue su corazón al azar y lo gane la Violencia o el miedo, en un país de desplazados y de muertos sin sepultura, con una sobrecarga de sufrimiento.  [3]  [4]  [5]  

 

Y pareciera ser que como una herencia no fortuita, Marta Hincapié, asume la desazón de su madre, su inquietud, en la misma línea de siempre cuestionar lo aceptado e indagar en lo que, por sabido, se calla, y, tal vez sin proponérselo, contradecir a nuestro premio Nobel de literatura, quien en Estocolmo aseverara que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, desmentida con la que siempre me he identificado, desde que, a partir, del año 1987, me dedicara a estudiar las relaciones entre violencia social y psicoanálisis, como consta en mi artículo Folie à deux o Folie á Tous? [6]

 

Pero su optimismo, tiene eco en grandes personajes como el sociólogo francés Alain Tourraine, premio Príncipe de Asturias en Humanidades y Comunicación del año 2009, quien en una visita que hizo a Medellín, decía a Jorge Alberto Naranjo, entonces, decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades de EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas y Tecnología), con sede en la capital de la montaña, que se había quedado sorprendido de nuestra ciudad, donde al lado de tanta violencia, había tanto movimiento de la sociedad civil, lo que para él era un signo de buen pronóstico para esta urbe. [7]

Hoy pienso que sabiéndolo o no, nuestro pueblo le hace el quite a las curvas de Tánatos y bajo el mandato de Eros, pudiera esperar como el Freud, sobreviviente de la Primera Guerra Mundial, que una vez superados los duelos, nuestra capacidad de estima de los bienes culturales, sin menoscabo alguno, vuelva a construir todo lo que la guerra ha destruido, quizás sobre un terreno más firme y con mayor perennidad. [8]

Y ese es el propósito de Rayuela, cuyo director, Iván Torres, es uno de los protagonistas del filme de Marta Hincapié y Marisol Soto, quien no tiene empacho en expresar su alegría, si algún día pudiera robarle un pelao – un muchacho – a la guerra pues esa es la razón de ser de esa Fundación, nacida del dolor por la muerte violenta de un compañero, reconocido bailarín de Break Dance en Soacha, Cundinamarca, tras la cual, después de llorar de rabia por la muerte del parche, abandonaron la idea de vengarse y cambiar los sonidos de las balas por sonidos armónicos, como bien lo vemos al final de El cuento de Héctor, cuando en una clase de música, transforman el valor de uso de un fusil por un instrumento de cuerdas, de tal forma, que se encuentre una salida más sublimatoria y reparatoria para los jóvenes colombianos.

 

Desde entonces en Rayuela, sin duda, de una inspiración cortazariana, se dan talleres de música, de confección de máscaras, de expresión corporal y teatro callejero, mediante un trabajo de un conocimiento personal y a fondo de sus estudiantes para desarrollar el sentido de tolerancia ante las diferencias, con el fin de promover cambios en el entorno y denunciar las muertes de multitud de jóvenes asesinados por las Autodefensas colombianas, tal vez, conscientes del poema atribuido a Bertolt Brecht:

 

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde. [9]

 

Mentalidad que expresan con su teatro efímero, que pretende inculcar la resistencia civil no violenta contra el autoritarismo.

 

Iván Torres será quien nos sirva como narrador de la entrevista documental, en la que a los espectadores, se nos dará cuenta del proceso pedagógico de un jovencito de la guerra colombiana, casi un chico, una suerte de niño salvaje, porque literalmente viene de la misma selva, salpicada de horror y de sangre por la bestialidad humana; un pelaíto, al que casi hay que enseñarle una lectura silábica, a la manera que lo hiciera Itard con Víctor de Aveyron, aunque para nada, se trata de una educación para niños psicóticos, sino para criaturas que han tenido que sobrevivir a los terribles problemas que deja la guerra, el conflicto permanente en Colombia, entre los seres humanos que la habitan, quienes gracias a una formación deformante se vuelven máquinas de matar, unos del lado de la guerrilla, otros al lado del paramilitarismo.  

 

Sin duda, el cambio de entorno, a estos adolescentes les causa extrañeza; ellos han estado acostumbrados y han sido adiestrados para ser protagonistas de una estúpida guerra, como nos lo cuenta Héctor, al relatarnos su llegada al alto, cercano de un pueblo, lleno de aparente alegría antes de su arribo para después, desde el mismo montículo, no ver sino humo y no oír otras voces que no fueran las del silencio.  

 

 

Pero, a pesar de la escucha paciente del profe, de la actitud comprensiva y didáctica de uno de esos maestros con vocación, de los que lamentablemente quedan muy pocos en el mundo, Iván siente que el vínculo con Héctor es frágil e inestable, algo le dice que su alumno está más del otro lado, el de la guerra, que del suyo el de una propuesta de construcción de paz, así el pedagogo quisiera transmitirle su mensaje de exigir el derecho a la verdad.

 

Pero Héctor siente nostalgia del mundo guerrillero; expresa que en la ciudad, pese a la compañía de Iván, es donde ha venido a saber qué es la soledad; allá, en el monte, están los amigos, que son como una verdadera familia, porque la carnal, pareciera ya olvidada.

 

Héctor siente que la guerrilla no es mala; no nos lo dice pero nos deja entrever que no hay que satanizarla porque es producto de una superestructura mayor: la de la injusticia y la guerra; sabe que hay que tener otra conciencia, como lo ha captado de su maestro, pero por más que trabajen y hablan docente y discípulo, el atractivo de la manigua es grande.

 

No sin dolor, el profesor comprende. Y algún día le dice:

 

- Si se vuelve Héctor para allá; al menos, sea un buen revolucionario… antes usted no sabía que atropellaba, que desplazaba pero ahora ya lo sabe.

 

¿Qué otra salida queda?

 

Héctor recuerda situaciones terribles, como cuando un día, los guerrilleros mataron una familia de nueve miembros por esconder a unos desertores, a los que capturaron y llevaron al campamento, para tenerlos una o dos semanas, amarrados, como prisioneros, mientras el guerrillerito les hacía la guardia. Los tipos se fueron enloqueciendo, hablaban un mundo de bobadas, “desvariaban”, se tiraban los alimentos el uno al otro, pues ¿para qué se la comían si estaban condenados a la muerte? Hablaban de un posible encuentro en los infiernos satánicos, como si ignoraran que en esta tierra vivían en su propio infierno.

 

Los jóvenes guerrilleros cavaron el hueco que les serviría tumba; el segundo vio matar a su compañero y enterrarlo y le pidió a Héctor, que, por caridad, le diera un solo tiro bien dado, para acabar de una vez, pero el otro guardián se adelantó con un disparo fracasado, de tal suerte que Héctor recurrió a un remate certero.

 

El profe sospechaba que si Héctor volviera al grupo insurgente, sería hombre muerto, pero no pudo detenerle y un día se marchó, sin despedidas. Por allá en el año 2003 para volver a Rayuela cinco años después, cuando la guerrilla asediada por el ejército, casi autorizó la huida.

 

El chico vuelve al altiplano cundiboyacense, con un profundo sentimiento de culpa, como si se tratase del retorno de un hijo pródigo, que hubiese hecho daño al padre, esos son los efectos de un buen vínculo transferencial, que no sólo suele darse con los psicoanalistas, sino también con otros adultos significativos, como los maestros, un sentimiento de culpa que puede ponerse al servicio de procesos reparatorios, afortunadamente.

 

Pero, como al joven, de la parábola evangélica, Iván lo recibe con un fuerte, sólido y acogedor abrazo, como si supiera aquello que decía Octavio Paz:

 

- Para volver hay que arriesgarse a partir; sólo el hijo pródigo regresa. – frase que leí en alguna parte. [10]  

El profe le dice que dejaron una conversa pendiente, en la que se contaban cuentos, el relato de la propia historia para comprenderla. Ahora el proyecto era retomarla.

 

La narración de la historia de una familia desplazada, que hace el maestro, tiene ecos en el interior del muchacho, quien recuerda que su propia familia fue víctima del desplazamiento forzado, por allá, en los años de 1985.  

 

El joven comprende que hay una historia que se repite transgeneracionalmente y se pregunta entonces, ¿cómo aprender de la historia? Como si de repente se hiciera consciente de la famosa frase de George de Santayana cuando nos advierte que los que no llegan a conocer el pasado están condenados a repetirlo.[11]  

Sabe que  la suya ha sido dura, una historia muy verraca, como cuando a su segunda noviecita la mataron en un combate guerrillero con los paramilitares, para pasar a ser uno de tantos muertos sin sepultura como los que hay en nuestro país, aunque él, como Antígona hubiera querido enterrarla de una forma humana, para que no se la comieran los gallinazos, pero son recuerdos, que, como defensa contra el dolor, él ha tratado de olvidar; los psicoanalistas diríamos de reprimir, para no tener preseentes esas verriondas imágenes,  significante que le ha prestado Iván, con una didáctica muy clara, que hace de los conceptos abstractos, palabras concretas y explicativas, al decirle que su mente está llenas de imágenes, como de fotografías, que se tienen archivadas en un álbum de fotos, dentro de su cabeza, pero ello sirve para que el muchacho se comprometa en una lucha distinta a la de la insurgencia armada, la lucha por reconstruir la memoria histórica de esos muertos sin sepultura, para que no pasen de ser N.N.’s, de esos seres, que pudieran engrosar la lista de un monumento al soldado desconocido, para reconstruir historias con minúscula que hacen a nuestra Historia con mayúscula, ya que son muchas las víctimas de esa guerra sin fin, que ha vivido Colombia casi por doscientos años, con millones de víctimas, como aquél estudiante de medicina que por atender a un guerrillero en Jardín, Antioquia lo desaparecieron y al abogado que defendía su causa, los paramilitares entraron a su  hogar para matarlo o como Carlos Pizarro Leongómez, quien, para Iván había sido un guerrero honesto, quien había firmado un pacto de paz y, sin embargo, lo asesinaron, por haber estado vinculado a la guerrilla del M-19, la que se tomara el Palacio de Justicia en 1985, en el mismo año en el que la familia de Héctor fuera desplazada.   

Definitivamente, la guerra no es sino un zaperoco, un caos, un desorden, un revoltijo, dice Iván, y yo le añadiría el adjetivo infernal, frente a cuyos destrozos hay que reclamar paz y justicia, ya que de ellas somos responsables todos, los violentos, el Estado y la sociedad, en general, pero tal vez lo que tengamos es mucho miedo a la libertad, porque su ejercicio exige responsabilidad, como bien nos lo mostrara George Bernard Shaw cuando nos decía: La libertad significa responsabilidad; por eso, la mayoría de los hombres le tienen tanto miedo.[12]

Con este filme, nos queda bien claro que por la vida y la libertad es necesario hablar con la verdad ; yo añadiría con la psicoanalista Hanna Segal, quien cita a la escritora rusa Nadezhda Mandelstam: el silencio es el auténtico crimen contra la humanidad, en especial, en lo referente a la política y la guerra, que pueden conducirnos a una pesadilla insoportable, y más en particular cuando conflictos y tensiones internas se convierten en un poderoso incentivo para ella e incrementan la belicosidad,  y esos son los que no acaban de resolverse ni en Colombia ni en el mundo. 
  
La guerra y sus perspectivas nos hacen más paranoides, así el miedo esté justificado; nos aseguran que el infierno son los otros, esos que consideramos nuestros enemigos, de tal forma que el odio engendra el miedo y éste al odio de nuevo, en un círculo vicioso, que es el que los miembros de Rayuela, como muchos otros, pretendemos romper, al acudir a la disuasión, a lo que Jürgen Habermas llamaría la razón dialogada, la cual si operara cinco minutos antes del estallido de una megabomba, podría salvar al mundo de la catástrofe final.[13] [14]
  
Bien sabemos, tanto como Héctor, que la guerra destruye todos los valores, de un lado y del otro de las partes en conflictos, por lo que no habría que satanizarlas para engendrar más odio aunque no se puede fragmentar la responsabilidad, que colocamos en el enemigo, todos tenemos que tramitar de alguna manera nuestra pulsión de muerte; por ello, como los de Rayuela debemos de buscar los medios para movilizar las fuerzas de la pulsión de vida contra la insensatez de los violentos, eso sí, sin negar la realidad de la violencia misma, al confiar en la posibilidad de una toma de conciencia, que es a lo que asistimos en el filme de Marta Hincapié y Marisol Soto, para hacerla operar en el mundo real, de una manera trascendente.   

Para ello, hemos de mirar hacia el interior de nosotros mismos, como lo hace Héctor y dejar de hacernos los desentendidos; no podemos escondernos en la coraza de una supuesta neutralidad ni del conformismo, como si no debiéramos participar en la política, aunque por definición somos animales de tal naturaleza, según Aristóteles lo dijo; somos ciudadanos y deberíamos tener el valor suficiente para decir lo que nos compete, cada uno desde su situación específica y levantar nuestras voces contra la guerra de una manera clara y contundente; no podemos dudar del poder de la palabra ni de las imágenes, lo que nos obligaría a no permanecer callados, como no se han callado ni Héctor ni Iván, a quienes vemos en escena, ni tampoco lo hacen los que permanecen invisibles en la trasescena, Marta Hincapié, Marisol Soto y, tal vez, más allá, en la penumbra, María Teresa Uribe de Hincapié, quien dio las bases morales a una de las directores de este importante filme. Tal vez, a Iván y los personajes ocultos que cito, como a mí y a Georges Brassens, la música militar nunca nos supo levantar.

Notas:

[1] Bandavisual Proyecciones es una asociación cultural registrada en el 2002, cuya sede está en Barcelona, la cual se dedica a la promoción y producción de obras audiovisuales para el debate, la reflexión y la acción social tanto como en educación para la comunicación, con la aspiración, por utópica que sea de querer cambiar el mundo, a partir del gran potencial que tiene el lenguaje audiovisual, al tratar de hacer visible lo que suele estar oculto y olvidado, al decir su propia verdad pero que otros digan la suya, dentro del macrocontexto actual del monopolio mediático, siente que urge la alfabetización audiovisual de la ciudadanía y el acceso de todos a los medios. Así, con una cámara y un ordenador piensan que pueden decir y hacer muchas cosas para exigir y crear espacios de expresión. De lo que se trata es de plantear nuevos modelos comunicativos de autoexpresión individual y colectiva, con una fuerte participación social y un compromiso con el desarrollo comunitario y del entorno, como ejes centrales, para lo cual es necesarios cambiar de una forma decidida en busca de esos modelos que rompan con la unidireccionalidad de las emisiones, de una manera más eficaz para engranarse en un proceso de democracia participativa, de interactividad, donde un tercer sector emergente, ni público, ni privado, pero sí asociativos, profundamente enraizado en la sociedad civil, tenga una singular relevancia en el mundo del conocimiento, de acuerdo con el Manifiesto por la Educación en Comunicación, presentado por el Colegio de Periodistas de Catalunya, en el año 2004.

[2] Comunicación personal.

[3] Amado, J. Tereza Batista, cansada de guerra. 2ª. ed., Alianza Tres, Madrid, 1995,   400 pp.

[4]  Rivera, J. E. La vorágine. 2ª. ed., Editorial Losada, Buenos Aires, 1959, p. 11.

[5]  Sartre, J- P. Muertos sin sepultura/El diablo y Dios. Editorial Losada, Madrid, 2006, 382

[6] Dapena, J. ¿Folie à deux ò folie à tous? En: Revista Colombiana de Psiquiatría 30 (3): 185-200, 1991

[7] Comunicación personal de Jorge Alberto Naranjo Mesa

[8]  Freud, S. Lo perecedero en Obras Completas (t. III). Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, p.175.

[9] http://probablementeseayo.skyrock.com/2895556387-BERTOLT-BRECHT-LO-DIJO-si-pensaramos-antes-de-votar-otra-seria-la.html

[10] Paz, Octavio: Obras completas. Dominio hispánico. Edición del autor. Volumen 3, México,  Fondo de Cultura Económica, 1994.  p.46

[11]  Cif. Noyes, A. P. y L. C. Kolb. Psiquiatría clínica moderna. La prensa médica mexicana, México, 1966, p.1

[12] http://www.sabidurias.com/cita/es/44943/george-bernard-shaw/la-libertad-significa-responsabilidad-por-eso-la-mayoria-de-los-

hombres-le-tiene-tanto-miedo

[13] Segal, H. El silencio es el auténtico crimen (De N. Mandelstam, en “Hope against hope”. Revista de Psicoanálisis 42:1323-1335, 1985.

[14] Freitag, B. Teoría crítica: Ontem e Hoje. Barsiliense, São Paulo, 1987, p. 59.  

Jesús María Dapena Botero
Vigo, 10 de marzo del 2011

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