Concepto del último hombre en Nietzsche |
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Un riesgo del ser humano, ese que no se trasciende a sí mismo, como el superhombre, es el de caer en el conformismo, dentro de la mayor superficialidad, que llega a ser verdaderamente despreciable, masificado, sin tener para nada un espíritu aristocrático, en el mejor sentido de la palabra.
Para Nietzsche es importante que el ser humano se proponga metas, que siembre las semillas de sus más preciosas esperanzas, cuando todavía el suelo sea suficientemente rico para poder crecer y desarrollarse, ante la amenaza de que llegue un día en que la tierra se convierta en yerma y miserable, sin que ningún árbol elevado pueda crecer en ella.
Si no hay algún caos interno no podrán brillar estrellas danzarinas, no surgirá ni el deseo, ni el amor ni la creación, porque el planeta puede empequeñecerse tanto que no haya un trabajo que, a su vez, devenga distracción inocente, que no haga daño.
A pesar del ideal de equidad, ningún ser humano es idéntico a otro, por eso la disidencia no debería condenar ni a la tortura, los malos tratos, ni a la cárcel, ni al manicomio, como tampoco contentarnos con las pequeñas felicidades que nos otorgan los pequeños placeres.
Para Nietzsche, el último hombre es más despreciable; a diferencia de su superhombre, es un sujeto incapaz dee generar su propio sistema de valores, que convierte en bueno, todo aquello que procede de su auténtica voluntad de poder; estos últimos hombre, pequeños, demasiado pequeños, en su debilidad se someten a una esclavitud, resignados e inmersos en el más alienado conformismo, sin reblearse contra los valores que se les imponen, ante lo cual, no tienen un propio sentido de la vida y se dejan envenenar por aquellos que desprecian la vida, de ahí, que el gran anhelo nietzscheano es que estos hombres desaparezcan, para que advengan superhombres que sólo crean en lo real, en lo que pueden ver, que razonen, sin que se conviertan en ningunos insesibles; el superhombre es consciente de sus pasiones y sus sentimientos, pero su voluntad de poder le permite dominarse a sí mismo, sin dejarse arrastrar totalmente por ellos.
La filosofía del último hombre es el nihilismo, para él todo es vano, de tal manera, que nunca aspira a los más altos valores, ya que estos no existen y sólo vive en un mundo de apariencias, sin convicciones algunas.
Por eso, es tarea de cada uno superar el último hombre que habita en cada uno de nosotros, al ir hacia una transvaloración de los principios e ideales, para convertirnos en creadores, así no seamos necesariamente geniales, para comprender mejor la realidad del mundo, el cual, es inseparable de la vida y de la tragedia, a la vez, en el cual hemos de conocer el profundo foso de lo dionisíaco y superar el miedo a la vida que reina en ese caos.
Sólo el superhombre asume no sólo su voluntad de poder sino también el eterno retorno y la transmutación de los valores. De ahí que el último hombre representado por el camello, humilde y sumiso, siempre dispuesto a obedecer y soportar las cargas pesadas que le imponga su amo, para terminar convertido, sometido a las normas que Otros le imponen, debe transformarse en un león, con un espítiru ilustrado que se rebele y emancipe, mediante la enunciación:
- Yo (je) deseo. Sin embargo, para liberarse totalmente de morales que van en contra de la vida y eliminan la libertad, ha de transformarse en niño, que es el verdadero superhombre, con su toda la capacidad de fantasear, crear, inventar y jugar; de ahí la hermosa frase del Zaratustra, quien habla de que:
Dentro de todo hombre auténtico, hay un niño que quiere jugar.
Para el filósofo alemán, la inocencia es el niño y también olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se muerve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí, el que se requiere para alcanzar la voluntad de cada uno, para retirarse del mundo y conquistar uno propio.
El niño es cuerpo y es alma, su verdad es revoltosa y si se tapa la boca, para que no la diga, grita a voz en cuello, de tal forma que encarna al hombre nuevo.
Ese niño, en cada hombre, asume la vida con toda su fuerza, en la medida en que la ama, movido por un puro empuje pulsional, cuando una civilización utópica, por venir, se haga real, y su búsqueda es la misión del último hombre, como ser humano que se trasciende más allá del mismo género humano, de tal modo que sea él el que domine la vida.
Como vemos, el pensamiento de Nietzsche apunta a un intenso vitalismo, a una afirmación de la vida, por encima de cualquier otro valor, en contraposición con los grandes idealismos, herederos de Platón, para recuperar al mundo sensible. No se trata pues de seguir la consigna platónica de aprender a morir; para Nietzsche, la metafísica desprecia la vida, con toda su creativa fuerza biológica, que el filósofo alemán proyecta al plano del espíritu pues más que nada, la vida es voluntad de poder, la voluntad de dominio, que no es otra cosa que amor a la vida misma, mediante el desarrollo de existencias afirmadoras y creativas, que permitan a cada uno el desarrollo de todas sus potencialidades, a la manera que lo hace el artista, ya que la vida se explica a sí misma y tiene un sentido en sí, sin requerir de instancias sobrenaturales, cosa que Nietzsche consideraba que la humanidad no había valorado para adscribirse a lo opuesto a la vida; de ahí su rechazo a la moral tradicional, como una ética decadente, que en vez de disfrutar de esta vida, se consuela con una que vendrá en ultratumba, sin reconocer el humano derecho a la plenitud vital.
Así, el último hombre en su decadencia antivital tendría que dirigirse a la creación de una nueva humanidad, como propuesta de un nuevo estilo de vida, con una nueva moral que invierta los valores tradicionales. Sólo así podrá superarse una moral servil del idiota, incapaz de tener un pensamiento propio, que se reduce a una rutinaria obediencia, con el espíritu gregario de la oveja adocenada.
Vigo, 8 de julio del 2012
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Jesús
María Dapena Botero
jesusdapena50@hotmail.com
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