Aki Kaurismäki, un cineasta contemporáneo 
por Jesús María Dapena Botero

Definitivamente, Aki Kaurismäki hace parte del cine contemporáneo, tanto si se lo considera como un realizador de cine de autor como si se lo considera simplemente un diseñador de la pantalla, un esteticista vacío, quien antepone la belleza formal a los contenidos intelectuales, filosóficos, morales o sociales, con la frialdad de la postmodernidad, siempre a la busca de cierto perfeccionismo, crítica que me parece absolutamente injusta. El cineasta mismo se considera un autor, lo que, para él, significa ser su propio director, su propio productor, lo cual implica tener plenos poderes y decidir con plana libertad, gracias a la financiación de un comerciante chino, residente en Manhattan.

 

Sin embargo, tal vez, hay en él un estilo bastante personal, sin duda, con implicaciones éticas y políticas, a medio camino entre el marxismo, el existencialismo puro y duro y cierto gusto por el arte pop estadounidense, en el mejor estilo de Edward Hopper; de hecho una escena muy parecida a ésta se da en alguna de sus cintas, en la que casi se acentúa la línea de separación entre los protagonistas, cuyas miradas no se cruzan, en una habitación con una perspectiva recortada, desde donde el hombre mira desde la ventana, mientras la mujer ocupa un lugar marginal contra la pared.  

Esta escena aparece la filmografía de Kaurismäki, con una iluminación casi nijvistiana, en el que una pareja está dentro de una habitación, mientras el protagonista masculino fuma a la vez que mira por la ventana, deja una botella sobre el nochero y se sienta en la cama, donde se acuesta y se duerme mientras sostiene la colilla de cigarrillo entre los dedos de una mano, donde crece la ceniza. La mujer marginal se acerca entonces, le quita el pucho de la mano, para continuarlo fumando, a la vez que cubre el hombre con una colcha, para enseguida también ella acostarse, sin palabras, una de las características del cine del autor finlandés, con lo que se produce en el espectador una suerte de emoción estética, como si estuviéramos en la presencia de un mensaje secreto, donde su silencio fundamental es elocuente, como elemento irónico, de pronto, inexpresivo y despreocupado, que nos habla de gentes que viven en la marginalidad, de la que los personajes ni se quejan ni protestan, siempre a la espera de un billete que los dé alguna salida, que les permita a acceder a un lugar para vivir.  

Pero el arte pop estadounidense no sólo aparece en los elementos más plásticos del estilo de Hopper sino también en la música con versiones hasta de tango finlandés, como el que escuchamos en la siguiente escena, que nos recuerda tanto al pintor estadounidense, con sus miradas evasivas, que no se entrecruzan,  como a Carlitos Gardel de un cine, quizás bastante ecléctico pero a su vez bastante singular:  

http://www.youtube.com/watch?v=tKgOhbBIKu4&translated=1  

Pero, pese a ese tono agringado de sus filmes, no podemos dejar de pensar que Kaurismäki es un realizador muy europeo, al hablarnos como suelen hacerlo los directores de su continente de la cotidianidad, de las relaciones intersubjetivas, con cierta lentitud, con tiempos muertos, que transmiten su taedium vitae, en escenas en las que vemos preparar un café, fumar un cigarrillo, oír la radio, entre otras muchas actividades de la vida diaria, como podemos constatarlo en la siguiente secuencia en el que el protagonista se libera de una madre opresora:

http://www.youtube.com/watch?v=GOCtq2FXm9o&feature=fvw

para lanzarse a un mundo de aventuras, cercano al movie road, en un cine minimalista y taciturno, sin maniqueísmos, sin buenos ni malos.

Pero si Kaurismäki ama a su Europa natal, la quisiera sin fronteras, sin esa actitud imperialista de Occidente, en la que para mantenerse enhiesto, con un gran nivel de vida, mata al otro medio mundo, un tema que trabaja con particular intensidad en Agarra tu bufanda, Tatiana siempre a la busca de una Europa más auténtica, que no se instale sobre el subdesarrollo de otros pueblos, ya que todos vivimos en un mismo mundo, en el que, en realidad, no se comparte un espacio común pues la mitad de la población del planeta muere de hambre mientras la otra progresa.

Para Kaurismäki, quien verdaderamente podría contarnos qué es Europa, sería Jimmy Hendrix, el guitarrista y cantautor estadounidense, a quien se considera el más grande guitarrista de la historia del rock, quien decía que cuando el poder del amor sobrepase al amor del poder, el mundo conocerá la paz, la cual deseaba a todos tanto como el amor y la felicidad.

El cine de Kaurismäki se distribuye en toda Europa, la cual quizás no lo entienda al no captar sus mensajes más crípticos, los referidos a su patria, Finlandia, quien además piensa que la Europa de la globalización nació muerta, de la misma manera que Hollywood ha muerto, ya que no es lo mismo el cine arte del español Luis Buñuel, del egipcio Youseff Chahine y de japonés Akira Kurosawa que el comercial de Robert Parrish.

Pues lo que más interesa a Kaurismäki es cómo la gente busca sobrevivir en el mundo en el que nació, ya que la lucha por la supervivencia es siempre la misma, en todas partes; para hacerlo el ser humano ha procurado comer, inventó el fuego, se vistió y busca un sentido dentro de lo absurdo de la existencia, un mundo en la que las mujeres suelen bandearse mejor mientras Hollywood, esa fábrica de sueños, lo que hace es vomitar historias sin sentido.

Si el director finés ha ido a los Estados Unidos es para rodar pero sin asomarse a California, cosa que espera no hacer nunca, lo que para él no implica que allí no se haya hecho cine con el corazón, un cine que lo haya conmovido.

No deja de ser interesante la entrevista documental que Guy Girard ha hecho sobre el director, a quien nos muestra de entrada, mientras escribe a máquina, en tanto guionista, ya que Kaurismäki, más que un simple director de cine, es una especie de hombre-orquesta, quien verdaderamente hace cine de autor, al realizar sus propios guiones, al realizar sus obras por fuera de las presiones de productores, ya que es su propio productor, lo que le otorga una gran libertad para darnos su singularísima visión de la vida y del mundo en el que le ha tocado vivir, con una mirada crítica, que nos invita a la reflexión, de donde pasa a hablarnos de su admiración por ese otro autor escandinavo, el noruego Knut Hamsun, premio Nobel de literatura en 1920, quien ejerciera varios oficios en su vida errante y aventurera, de la que da testimonio en una obra literaria que habla de la condición humana, de quien pretendía adaptar su novela Soñadores, un drama romántico de corte realista.

Pero allí, el director finlandés nos cuenta que él se considera un redactor de guiones muy impulsivo, que utiliza lo que el llama diálogos-revólver, en los que las palabras funcionan como balas, para quien emplear el cine en blanco y negro, en la actualidad, el cual admira profundamente, especialmente el realizado en las décadas de 1910 y 1920, dado el bello uso que se hacía de estos colores, en un mundo en el que no había otra alternativa que hacerse experto en sus matices, puede resultarle bastante costoso, ya que como productor, tiene que pensar en detalles muy insignificantes para economizar dinero, cosa que el público y la crítica, muchas veces, ignoran y se creen que esas medidas ahorrativas son acciones con claras pretensiones estéticas, lo cual, para nada es cierto.

Él bien sabe que ni en la producción ni el montaje puede permitirse tomas inútiles, ya que, muchas veces cuenta con un exiguo presupuesto; por ello, le parece que no tiene sentido rodar larguísimos metrajes y esperar que algo salga de ello, pues ante todo, lo más necesario es saber filmar.

Por ello, entre la historia que teje y los personajes que la protagonizan, él tiene que imaginarse la película.

Eso lo ha convertido en un experto que hace un buen uso de la utilería; de ahí que lo veamos rodeado de objetos, de herramientas o sombreros, que conserva aún después de sus rodajes y  prefiere el contacto con ellos al acercamiento humano, el cual le resulta difícil de soportar, por lo que se esconde en un universo de cosas relativamente inertes, aunque la desesperación espiritual de personajes como los de su Hamlet va de negocios, su anacrónica versión de la tragedia shakesperiana, puede llegar a conmoverlo muchísimo; en ella, Kaurismäki mata dos pájaros de un tiro, al enfrentarnos con un existencialismo al estilo del de Søren Kierkegaard y una mirada anticapitalista de la economía, ya que en esta historia, no se da en el castillo de Elsinor ni en el reino de Dinamarca, sino en una empresa contemporánea, que Hamlet hereda de su padre pero que el tío desea controlarla, ésta es. Quizás, una de las adaptaciones del trágico inglés más singulares que se hayan hecho, dado el vértice existencialista con el que Kaurismäki enfrenta la traición, el dolor, la venganza y la ira, con una buena dosis de humor, de ironía y de parodia, en la que se pone en tela de juicio la economía de mercado y la libre empresa pero con un tratamiento en el que el director finés conserva el respeto por el poeta inglés, sin sacralizarlo, con unos personajes fríos e insensibles hasta el absurdo, entre silencios y diálogos, donde Ofelia se suicida con somníferos para luego sumergirse en una bañera, sin grandes dramatismos, sin dilemas ontológicos sino más como la acción de personajes cargados de vacío.

Sin embargo en sus películas hay una particular ternura hacia los seres humanos marginados por la sociedad europea, de ahí que haga cintas como Los cowboys de Leningrado, cintas salpicada de un humor acre, en las que se nos cuenta como, en la tundra, vive el peor conjunto de rock del mundo, el cual decide viajar a los Estados Unidos para parar en México, para luego decidir volver a su tierra, en unas obras que implicarían, para Kaurismäki, un trabajo duro, tal vez, sin sentido, sin la ambición de convertirla en obras maestras sino de hacer  pequeños buenos filmes, con lo que logra una especie de documental del espectáculo, un concierto inimaginable, cintas un tanto locas, poco serias, que no le exigen grandes esfuerzos pero que lo divierten.

Sin embargo, si de algo se enorgullece Kaurismäki es de conocer el mundo que filma pues no le ha faltado calle.

Su película Yuha se considera una película silente, porque en ella nadie habla, la cual se podría pensar como el último filme mudo del siglo XX, lo cual no hace que la cinta carezca de emoción, ya que es una hermosa y melancólica historia de amor, basada en la última novela de Juhani Aho [1] obra escrita en 1911; veamos algunas de sus escenas finales:

http://www.youtube.com/watch?v=_z_0QEKINDY

Si Kaurismäki acude al cine mudo para hacer esta película, lo hace más para acercarnos a la esencia del melodrama en su forma más simple, con una acentuación de los rasgos positivos y negativos de sus personajes, para enfrentar la tradición con la modernidad, en la que se instala la lucha dialéctica entre el bien y el mal, el campo y la ciudad, la fidelidad y la infidelidad, lo arcaico y lo contemporáneo.

Pero, la película que se considera más bella de su filmografía, sería La chica de la fábrica de cerillas, otra película casi muda, en la que los personajes no dicen más de veinte frases.  

A Kaurismäki le atrae el tema del autismo infantil, de esos niños a los que él considera que no se los deja hablar, de cuyos rasgos, él mismo participaría, ya que sólo vino a comunicarse a los cinco años y tenía su propio idiolecto, su propio lenguaje, que es el que recrea en la producción de sus imágenes cinematográficas pero él entiende que esos niños se nieguen a hablar, ya que si un niño puede ver y oír, lo primero que descubre es que lo mejor es huir lo más lejos posible de la relación con los otros pues, para el director finlandés, el silencio es la única vía posible para el ser humano y, es por eso que admira tanto al realizador francés Robert  Bresson, quien eligiera un discurso tendiente a un casi total y absoluto ascetismo, con el fin de captar lo esencial, que escapa a la mirada, que es invisible para los ojos.  

Kaurismäki se embelesa con ese director frrancés, quien pretendía que la gente sintiera sus filmes más que comprenderlos, al realizarlo con rigor, con valentía e imaginación, para descubrir que hacer cine no requiere de grandes presupuestos, de grandes estrellas ni de efectos especiales, ya que con la cámara se puede contar cualquier tipo de historia, provocar cualquier clase de emoción, siempre y cuando el director se abra a sus temas y  observe la interioridad del psiquismo humano; con un estilo minimalista, los directores pueden acercarse al sufrimiento humano en sus dimensiones existenciales y espirituales, a la soledad, a la dificultad para comunicarse, sin grandes dramatizaciones, sin tramas intrincadas, con una gran simplicidad, con ausencia de manipulaciones, de tal forma que se logre acercarse a los dilemas con los que nos enfrentamos los seres de carne y sangre y hueso, como diría don Miguel de Unamuno, con lo cual logra crearse un cine que nos sacude, al adentrarnos en la vida interior de los personajes.  

Para Kaurismäki, Bresson era un ser inteligente que nunca decía nada, cuyas películas no se pueden explicar, ya que si las cosas son buenas, malas o mediocres, es inútil explicarlas y si cita a Ingmar Bergman, también dice que le hubiera gustado imitar a Alfred Hitchcock, aunque de hacerlo seguramente habría fracasado.  

Más que el compromiso, lo que interesa a Kaurismäki es la forma artística.  

Y sus actores lo disfrutan como director por su humor fantástico, por su minimalismo, del estilo de Robert Bresson y Edward Hopper, que hace a un lado todo aquello que considera que no es importante, para adentrarse en un mundo de formas y profundidades, más allá de tanta cosa inútil.  

Dicen que su mundo, que de él sólo destaca lo que es esencial, gracias a sus vértices visuales, ya que lo que le gusta es la pureza de la forma un poco a la manera del pintor ruso Kazimir Malevich, quien reduce los elementos pictóricos al mínimo extremo, al plano puro, al cuadrado, al círculo o la cruz, en un intento de recodificar el mundo, como sucede con su Cuadrado Negro, obra con la que dio un giro capital tanto a su obra como a toda la pintura moderna.  

Pero desde el punto de vista político, Kaurismäki comprende que el cine no tiene poder, que ello quedó demostrado, cuando Jean Renoir, a pesar de sus buenas intenciones; el hijo del pintor impresionista, con La gran ilusión (1937), no pudo prevenir la Segunda Guerra Mundial, a pesar de todas sus buenas intenciones,  pues la cinta fue censurada en la Italia de preguerra, en Bélgica ni siquiera llegó a estrenarse y fue considerada perniciosa por Goebbels en la Alemania nazi, ya que en esa época y, como siempre, en el capitalismo, lo que tiene poder es el dinero, ya que lo que reflexiona Kaurismäki es que la única forma de evitar la guerra es la educación y la búsqueda de acabar con las injusticias, aún las más pequeñas pues, para él, una sociedad justa no es una ilusión, ni siquiera hoy en día, aunque tal vez la justicia sólo sea posible sin la existencia de seres humanos;  las hormigas la consiguen en los hormigueros pero la humanidad no ha sido capaz de acceder a ella, dada su terrible pulsión cazadora.  

Él agradece que su vida tuviera lo que necesitaba además de libros para leer, aunque tuvo que realizar muchos trabajos distintos, como almacenista en un puerto, como calderero y técnico de mantenimiento o lavador de platos, lo que hizo también para poder sobrevivir en momentos dados; pero, todo ello le permitiría conocer gente muy variada, que luego le serviría de inspiración para los personajes de sus películas, aunque al empezar a hacer cine se alejó de esa realidad, asunto arriesgado para un director de cine pues puede ser de una gran gravedad perder el contacto con ella.  

Archivo:Malevich.black-square.jpg

Kaurismäki considera que no ha tenido el toque Lubitsch, con su refinamiento, con esa especie de bouquet, como un suave aroma; su cinematografía ha tenido más bien el toque de la realidad, la cual más que el cine mismo es la que es tan apasionante como la vida, donde lo ideal es que no nos hiciéramos daño los unos a los otros, en la lucha de individuos y especies, en la lucha por la supervivencia.

Sería necesario que los peces grandes no se coman a los chicos; pero, la diferencia entre los animales y los seres humanos es que nosotros contamos con el arte y la literatura; lo que sí que sería de anhelar sería que pudiéramos crear un sistema que no fuera tan canibalístico, aunque no parece haber habido señal de ello a lo largo de la historia.

Sin embargo, para Kaurismäki, la naturaleza sigue siendo preciosa, sólo que los seres humanos somos los que entorpecemos su evolución, por lo que el director finés, lo que propone es que nos retiremos de la escena, del gran teatro del mundo, como lo hace el mismo, al final de documental de Guy Girard.

Si sus filmes pudieran verse como pesimistas y optimistas a la vez, ello hace parte de la manera de ser del cineasta finés, de suyo, bastante pesimista pero con un pizca de optimismo; le ocurre que decide dar un final triste a una de sus cintas pero, en el transcurso de la realización, llega a sentir piedad por sus personajes y al final les concede un final feliz.

Si se dice que sus producciones son sombrías, crueles y realistas, con cierta dosis de humor, el no acuerda con que sean en sí mismas crueles, tal vez conceda que sean realistas y añade con sorna:

- Lo que viene a ser lo mismo.

Pero si lo piensa mejor tampoco las tildaría de realistas, más bien diría que sus cintas son melodramas, con una crueldad y un humor, que las hace tragicómicas. Dice comenzar siempre con realidades y situaciones de la vida cotidiana pero que al iniciar el proceso de realización se le tornan cada vez más negras, de tal forma que la luz va evolucionando de la normalidad del comienzo del filme a un final bastante umbrío.

A sus personajes más que considerarlos proletarios propiamente dichos, los experimenta como perdedores, que no tienen una conciencia de clase en su mente, que ni siquiera saben que podrían sindicalizarse; son gente que quisieran suicidarse pero no tienen el valor para hacerlo.

Sin embargo, no se considera un cineasta comprometido políticamente, aunque advierte que, en todo caso, no es un hombre de derechas.

Él arma sus historias en su cabeza y las escribe en dos o tres días pero acude mucho a la improvisación. Eso lo hizo, en especial, en La chica de la fábrica de cerillas, la cual fue desarrollando cronológica de principio a fin pero nunca acude a grandes estrellas, simplemente aspira a contar con buenos actores, ya que las primeras están fuera de sus alcances económicos, aunque si tuviera dinero tampoco acudiría, por lo menos,  a los grandes actores de Hollywood, de los que habla con una mueca de desprecio.  

Nota:

[1] Juhani Aho (1862-1921) fue un poeta, novelista y periodista finlandés, perteneciente al realismo pero que luego retomaría el romanticismo, con una amplia temática que va de la descripción de la vida cotidiana a la alegoría política, en los que habla de tópicos como los efectos de la modernidad en el diario vivir de gentes campesinas.

 

Jesús María Dapena Botero
Vigo, 18 de diciembre del 2010

 

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