Milán Kundera y la insostenible ligereza del ser

por Julio Gabriel Dann

Con acertada perspicacia Carlos Fuentes ha dicho, invocando al desdichado héroe de La Metamorfosis, que los personajes de Milán Kundera no necesitan amanecer convertidos en insectos porque la historia de la Europa central se ha encargado de demostrarles que un hombre no necesita ser un insecto para ser tratado como un insecto. La frase es atinada no sólo porque contiene el elemento simbólico de una tragedia real de nuestros días sino porque alude a los dos polos de atracción en la obra del escritor checo. Para Kundera, como para Balzac, el hombre sólo adquiere su peso y su consistencia humana verdaderos en la medida en que se le inserta y se le identifica en su tiempo y, simultáneamente, el suceso solo es discernible en la medida en que se explora en lo más profundo del ser de su protagonista: euritmia de la historia y el individuo. Las novelas de Kundera están muy lejos de ser catalogadas como históricas. Pero, a la vez, se trata de estructuras verbales previas que enseguida se liberan pero solamente para aprehender, creando un nuevo orden del lenguaje, una temporalidad específica. Son obras inseparables de la historia de la Europa central durante las últimas décadas.

En el fondo, Kundera muestra la paradoja de la identidad esencial e individual que describe un mundo insufrible en el que los seres humanos son despojados de un entorno adecuado a su naturaleza. En La Insostenible Ligereza del Ser (Gallimard, 1984), la última novela de Kundera, Tomas escribe una carta a un periódico para agregar su opinión a un debate público. El hecho transcurre durante la primavera de 1968, cuando Alexander Dubcek trataba de crear una democracia socialista en la que las iniciativas del Estado nacional eran comentadas, complementadas y criticadas por la información de los grupos sociales y en la que se pretendía trasladar esa misma multiplicación de poderes al parlamento. Sin embargo, tiempo después, los rusos invaden Praga, Dubcek es destituido, el debate público se interrumpe y las autoridades le piden a Tomas que firme un documento retractándose de las ideas que sostenía en su carta. Pero éste sabe que una vez que firme, su retractación podrá ser utilizada por el gobierno como medio de presión. Por ello rehúsa, y su negativa provoca que las autoridades le exijan que exprese por escrito su inclinación prosoviética, opción tan comprometedora que Tomas se ve obligado a abandonar la medicina y dedicarse a lavar ventanas. Tereza, su esposa, incapaz de vivir en el exilio regresa a enfrentar su ruinoso destino en Checoslovaquia. Sabina, una pintora checa que sale de Praga con destino a Ginebra en la época de la invasión rusa, sólo había montado una exposición apoyada por una organización alemana. Al abrir el catálogo se topó con una biografía en la que parecía contarse la vida de un mártir: había sufrido, había luchado en contra de la injusticia, había arriesgado su vida y había sido obligada a abandonar su patria. A partir de entonces, Sabina comenzó a introducir adulteraciones en la historia de su vida y, con el tiempo, incluso llegó a ocultar su nacionalidad checa. Así los destinos de cada uno de los personajes se van entrelazando, tornándose ligeros o pesados bajo el signo de la paradoja: cada vez que la vida parece increíblemente ligera, exenta de responsabilidades reales, esa misma ligereza se vuelve intolerable. ¿Qué escoger entonces: la ligereza o la pesadez? "Una sola cosa es segura —nos dice Kundera— la contradicción pesado-ligera es la más misteriosa y la más ambigua de todas las contradicciones”.

Pero, la ligereza es también, en este caso, sinónimo de debilidad, de rotura y es el blanco de una amenaza que apunta más allá de los límites del individuo. Se trata de la susceptible fractura interna de toda una cultura, específicamente la de la Europa central, que habiendo sido núcleo vital de la civilización europea, se ha convertido en rémora maltrecha de la prepotencia rusa.

Para polacos, húngaros y checos, la palabra Europa está lejos de tener un significado geográfico. Antes bien, Europa posee un sentido espiritual que encuentra su arraigo en la cristianidad romana y que designa la especificidad cultural de las naciones centro-europeas. Esto es: una misma memoria, una misma experiencia, una misma comunidad de tradición. Polonia, Hungría y Checoslovaquia son pequeñas naciones. ¿Qué es una pequeña nación? Kundera nos propone una definición: "la pequeña nación es aquella cuya existencia puede ser puesta en cualquier momento entre paréntesis, la que puede desaparecer ahora mismo y lo sabe”. Kundera prosigue: "Un francés, un ruso, un inglés no tienen la costumbre de plantearse cuestiones sobre la sobrevivencia de su nación. Sus himnos sólo hablan de grandeza y eternidad. En cambio, el himno polaco comienza con estos versos: Polonia aún no ha muerto..

El expansionismo del Este llevó consigo la devastación de la identidad de las naciones centroeuropeas con el fin de que pudiese ser fácilmente velada por la civilización rusa, dando así violentamente fin a un tiempo en el que la cultura constituía la aseveración de los valores últimos. A partir de entonces, la Europa central se siente secuestrada a sus raíces más hondas y más allá de su propio destino, más allá de su propia historia. Es la pérdida de la esencia misma de su ser.

"Mi enemigo es el kitsch, ¡no el comunismo!" —nos dice Sabina en alguna página. En efecto, como en las novelas anteriores del escritor checo, en La Insostenible Ligereza del Ser, el drama general de la historia de las Naciones centroeuropeas, el totalitarismo burocrático, y en este caso la ocupación de Praga por las fuerzas rusas en 1968, se concentran sobre sus personajes. Cuando Sabina tenía veinte años y era estudiante en Bellas Artes, el profesor de marxismo les explicaba a ella y a sus compañeros: la sociedad comunista soviética había alcanzado tal grado en el progreso social que el conflicto fundamental ya no era el conflicto entre el bien y el mal sino el conflicto entre lo bueno y lo mejor. Como en Sabina, el combate de Milán Kundera se dirige hacia el reino del kitsch idílico totalitario en donde toda manifestación del ser individual, toda disidencia íntima, toda ironía y toda sospecha están vedadas, están excluidas y desterradas de por vida. Los personajes de Kundera encarnan la disyuntiva de la existencia en el sistema de la supuesta felicidad, del bienestar pretendido, y que no admite nada ni nadie que ponga en duda la apariencia de su figura robusta y lozana. Tereza sueña: ella, junto con otras mujeres, desfila desnuda alrededor de un estanque en el que flotan cadáveres; las mujeres entonan alegres canciones; un hombre apunta y dispara sobre las que se resisten o dejan de cantar; Tereza está obligada también a cantar, no puede ni conversar ni formular una sola pregunta, el hombre le dispararía inevitablemente. "El sueño de Tereza —nos dice Kundera— demuestra la verdadera función del kitsch: el kitsch es como una mampara que encubre a la muerte”.

A la muerte sí, pero no sólo la del individuo sino la del tiempo mismo. El totalitarismo comunista debe establecerse en la evidencia del presente. Así, el kitsch excluye de su campo de visión todo aquello que le resulta esencialmente inaceptable, incluida la memoria de los pueblos: Tomas y Tereza, al regresar después de algunos años a un pequeño poblado de provincia, encuentran que los nombres de todas las calles han sido cambiados. ¿Se pretenderá acaso subyugar al tiempo y hacer que la marcha de los relojes sea aceptada sólo a partir de un presente impuesto? Es lo más probable, pero la historia felizmente nos ha mostrado que el intento ha sido fallido. En este sentido, la revuelta húngara, en 1956, la Primavera de Praga, en 1968, y las revueltas polacas de 1956, 1968, 1970 y la de los últimos años, deben ser entendidas no solamente como hechos que reivindicaban cambios políticos y sociales, sino como manifestaciones que expresaban el derecho de reestablecer lazos con un pasado propio, expresaban el legítimo derecho a) recuerdo.

Milán Kundera fue profesor de la Escuela de Estudios Cinematográficos de Praga. Tras la invasión rusa de 1968 perdió su puesto, sus obras fueron retiradas de las bibliotecas y su nombre borrado de los manuales de historia literaria. Partió de Checoslovaquia en 1975, después de haber sido expulsado por segunda vez del partido comunista. Desde entonces vive en París y trabaja en lo que acaso constituye el grado más profundo e íntimo de su disidencia: la novela. Desde La Broma hasta La Insostenible Ligereza del Ser sus novelas son tan impronosticables y móviles como el mundo mismo que describe: sabemos que la excepción confirma la regla; pero, en Kundera, tal parece que la regla es la excepción.

La primera revuelta interior de Sabina en contra del sistema, antes de tener un significado ético (que no se excluye), tenía un significado estético. En este sentido, la insistencia de Kundera en experimentar con la forma de la novela puede ser identificada también como un combate personal contra la trivialidad de lo que se ha convenido en llamar "el realismo socialista". Sin embargo, la obra del escritor checo indica un propósito más profundo, indica la mira de considerar a la novela, ante todo, como una intención. la intención de "descubrir lo que sólo una novela puede descubrir”. La cita es de Hermann Broch pero registra el sentido que Kundera le otorga al género: el conocimiento es su única moral.

Para Kundera, el nacimiento de la novela en Europa coincide con el de la Era Moderna, tiempo en el que, por una parte, la ciencia y la filosofía habían puesto al mundo de la vida concreta del hombre más allá de sus límites, y que, por otra, se desenvolvía a través de una crisis de fe. "La verdad divina única —dice Kundera— se descompuso en miles de verdades relativas que compartían los hombres. De este modo nació el mundo de la Era Moderna y, con él, la novela —la imagen y el modelo de ese mundo brotó a la vida”. A partir de entonces, la novela, a todo lo largo de su historia, no ha hecho más que solidificar esa ambigüedad, esa sabiduría de la relatividad, que es substancia de su continuidad misma. En este sentido, La Insostenible Ligereza del Ser cumple enteramente con su cometido, pues, en verdad, es una invariable negación de la existencia de lo categórico y lo definitivo. Así, Tomas, quien regresa de Zurich a Praga para encontrarse con su esposa incitado por "un deber supremo’’, al cruzar la frontera de su patria sitiada por el ejército ruso se pregunta si realmente era necesario volver, poniendo de esa manera en duda su amor por Tereza; más tarde, ya perseguido por el régimen, no logrará identificarse con el periodista disidente que lo instiga a sacrificarse por "la causa”. Reparemos en la contradicción evidente: la verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda y la pregunta, que son el material de construcción de una novela: fundada en la indeterminación y la ambigüedad de la vida del hombre, la novela es incompatible con el mundo totalitario.

Hay que considerar valiente y necesaria la lucha de Kundera por no ser identificado como un escritor del exilio o como un delator impulsivo del totalitarismo comunista. A pesar de que estas son las condiciones a las que se enfrenta la historia de la Europa central cualquier dictamen de tal carácter sería de una parcialidad imperdonable. Y, en el fondo, la única disidencia de Kundera es la que lo define más indivisamente: Milán Kundera es disidente porque es el novelista de un mundo que ya no tolera las preguntas sin respuestas definitivas.

 

por Julio Gabriel Dann

 

Publicado, originalmente, en: Cuadernos Americanos Año XLIII Nº 6 Noviembre - Diciembre 1994

Cuadernos Americanos es editado por la Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe
Link del texto: http://www.cialc.unam.mx/ca/CuadernosAmericanos.1984.6/CuadernosAmericanos.1984.6.pdf 

 

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