Euclides Da Cunha (1866-1909)

El coraje de un testigo

Publicado a principios de siglo, el libro Los sertones, de Euclides Da Cunha, es una especie de monumento profético y genial de la cultura latinoamericana. En él un intelectual con ideas preconcebidas cambia por entero cuando enfrenta la realidad de una rebelión de miserables en Canudos (estado de Bahía) conducidos por un líder mesiánico, Antonio Consejero. La influencia de Los sertones llega a la obra de Guimaraes Rosa, al cinema novo (en especial Glauber Rocha) y a Mario Vargas Llosa, que narró la misma contienda en La guerra del fin del mundo. Esta investigación se basa en un ensayo inédito, más extenso, del profesor Roberto Paría, de la Universidad de San Pablo.

"El libro, por tantos títulos notable, del señor Euclides da Cunha, es al mismo tiempo el libro de un hombre de ciencia, un geógrafo, un geólogo, un etnógrafo; de un hombre de pensamiento, un filósofo, un sociólogo, un historiador; y de un hombre de sentimiento, un poeta, un novelista, un artista, que sabe ver y describir, que vibra y siente tanto frente a los aspectos de la naturaleza como frente al contacto con el hombre, y se estremece tocado hasta el fondo del alma, conmovido hasta las lágrimas frente al dolor humano, venga él de las condiciones fatales del mundo físico, las "sequías" que desolan los sertones del norte brasileño, venga de la estupidez o maldad de los hombres, como la campaña de Canudos".

Con estas palabras, José Verissimo inició el artículo con el cual saludó, en el Correio da Manha del 3 de diciembre de 1902, la aparición de Los Sertones. El entusiasmo del crítico, uno de los más sensibles e inteligentes que tuvo el Brasil, prefiguró el éxito fulminante del libro: en dos meses la primera edición, de mil ejemplares, financiada por el propio autor, estaba agotada. En la prensa los juicios críticos se multiplicaron de tal manera que la editora Laemmert se apresuró a reunirlos en un volumen de cien páginas.
Euclides, a los 36 años, era un escritor consagrado. Una obra fundadora como Los Sertones estaba, en efecto, como destinada a la celebridad. Primero, por la instigante clasificación genérica de la obra, que pasa por el ensayo geográfico y antropológico antes de abordar la Guerra de Canudos.
Los Sertones es la propia historia de un discurso que se va como preparando para la narración, que discurre sobre la tierra y el hombre nordestinos, munido por la ideología de su época, y que poco a poco se asume como narración, una narración solidaria con el pueblo que será exterminado.
No sorprende, entonces, que la obra haya proyectado a su autor en el medio intelectual de la época, que le haya abierto las puertas de la Academia Brasileña de Letras, y más que todo esto, que nunca más haya dejado de ser leída en las más de cuarenta ediciones que se sucedieron en lengua portuguesa, y en las traducciones a todas las lenguas modernas.

UN NIÑO TRISTE. Este libro, escrito en estilo elevado, con una precisión de lenguaje que impresiona, tiene raíces hondas en la biografía del escritor. Es preciso seguirlo de cerca en su trayectoria de niño del interior, de adolescente apasionado por la poesía y por las ciencias positivas, de militar republicano, de ingeniero interesado en los aspectos más variados de la geografía brasileña, y finalmente, de periodista que fue corresponsal de guerra en Canudos, en el serrón bahiano. Después se podrá comprender mejor por qué dividió Los Sertones en tres partes —La Tierra; El Hombre; La Lucha— e imprimió en sus páginas un amargo sabor de denuncia, historiando la campaña de Canudos como una bárbara masacre, un crimen contra "el cierne de la nacionalidad brasileña".
Euclides nació el 20 de enero de 1866, en una pequeña hacienda del municipio de Cantagalo, en la entonces Provincia de Río de Janeiro. Huérfano de madre a los tres años, vivió hasta los doce en compañía de sus tíos en ciudades de las montañas del interior de Río y del valle del río Paraíba. Sus biógrafos lo describen como un niño triste, reacio a fiestas pero amigo de la naturaleza, característica que será permanente en su personalidad. Ya adulto, en varias ocasiones, principalmente en cartas a amigos, recordará los paisajes acogedores y exuberantes de Teresópolis, Nova Friburgo, Sao Fidélis, que permanecieron para siempre grabados en su memoria.
En 1879, Euclides se muda para Río de Janeiro, después de haber pasado algún tiempo con sus abuelos paternos en Salvador, Bahía. Adolescente, escribe poemas que dejan traslucir sus preferencias literarias (Víctor Hugo, Gonçalves Dias, Musset) y sus primeras preocupaciones filosóficas y sociales. En esta época, influyó decisivamente en su formación intelectual el profesor brasileño Benjamín Constant, discípulo de Augusto Comte y ardiente republicano, en sus clases del Colegio Aquino,enl883 y 1884.
Como la mayoría de los jóvenes de su generación, oriundos de la clase media, Euclides sufrió el impacto de lo que Silvio Romero definió como "un bando de ideas nuevas". Se refiere a las teorías cientificistas, al positivismo, al anticlericalismo, a la lucha por la abolición de la esclavitud (que en Brasil sólo acabaría en 1888, poco antes del fin del Imperio y consiguiente proclamación de la República, en 1889), al liberalismo, al naturalismo literario, en fin, a las nuevas maneras de ver e interpretar el mundo que sedujeron a la juventud ilustrada de las décadas de 1870 y 1880.

UN GESTO DE CORAJE. El futuro autor de Los Sertones, por sus veinte años, ya era un republicano cabal. Alumno de la Escuela Militar de la Praia Vermelha, luego de un rápido pasaje por la Escuela Politécnica de Río de Janeiro, vivió intensamente las agitaciones políticas y sociales que culminarían con la caída de la monarquía.
Su firme convicción lo llevó a cometer un gesto audaz de indisciplina y propaganda republicana: el 4 de noviembre de 1888, frente al ministro de la Guerra del Imperio, que revistaba la tropa, tiró su sable al piso, en lugar de erguirlo en respeto a la autoridad. La afrenta, ampliameme comentada en la prensa, dio notoriedad al atrevido Euclides, quien permaneció preso por algunos días y acabó por ser expulsado de la escuela.
Poco después de un mes del incidente, era recibido en fiesta por los republicanos paulistas y continuaba su prédica política en las páginas del diario A Província de Sao Paulo (actualmente, O Estado de S. Paulo), para el cual escribió una serie de artículos candentes.
La República se instauró sin grandes confrontaciones, un tanto inesperadamente para la mayoría de los brasileños y para el propio Euclides, quien no había participado directamente de la conspiración republicana de noviembre de 1889. La incipiente industrialización, el desarrollo de una cierta clase media, los problemas del Emperador Pedro II con la Iglesia, la campaña por la abolición de la esclavitud que había conmovido el país, el desarrollo de la cultura del café que creó nuevos grupos sociales ansiosos por participación política, la propia campaña del Partido Republicano fundado en 1870, todo esto se conjugó para que la cuartelada del mariscal Deodoro da Fonseca desbaratase al Imperio.
Reintegrado de inmediato al ejército, Euclides fue promovido a alumno-oficial, se casó y dio continuidad a sus estudios en la Escuela Superior de Guerra, donde concluyó el curso de ingeniería militar en 1891.
No obstante, los primeros gobiernos republicanos lo decepcionaron. El ideal positivista de orden y progreso, estampado desde entonces en la bandera del país, no se cumplió, denotado por el caos económico, por la especulación desenfrenada, por el despotismo y por la miseria social. Euclides se alejó entonces de la militancia política y abandonó la carrera militar, pero por cierto no cesó de preocuparse con los destinos de la República.

EL MALENTENDIDO MONARQUISTA. A principios de marzo de 1897, la situación política se agravó con las noticias que venían del interior de Bahía, donde los hombres de un cierto Antonio Conselheiro, el "Consejero", había desbaratado un ejército de 1.300 hombres comandados por el coronel Moreira César, un militar truculento, muerto en combate.
Canudos, que hasta entonces había sido visto como un poblado de insubordinados civiles, cobró, con la proporción de los acontecimientos, una característica singular en aquellos parajes desiertos se preparaba el ejército de la monarquía, para luego marchar sobre el sur del país.
Esa visión distorsionada de los acontecimientos conquisto a la opinión pública, en la medida en que la prensa la divulgaba como verdad. El propio Euclides, sin prever que aquella guerra cambiaría ei curso de su vida, escribió dos artículos para O Estado de S. Paulo titulándolos "Nuestra Vendée". Relacionaba Canudos con la región de Francia que había resistido a la caída de la monarquía en aquel país, endosando pues la opinión corriente entre los republicanos.

CORRESPONSAL DE GUERRA. Convidado por Julio de Mesquita, Euclides partió para Canudos como corresponsal del diario O Estado de S. Paulo. Permaneció casi un mes en el frente de batalla y presenció, horrorizado, la destrucción completa del poblado y de su gente. Anotó todo lo que vio y oyó en un diario personal —después largamente aprovechado para la elaboración de Los Sertones— y tomó conciencia, en el contacto con prisioneros y con la propia realidad de la guerra, de que no había allí ningún foco de restauración monárquica. Lo dirá en Los Sertones: "(El Consejero) predicaba contra la República; es cierto. El antagonismo era inevitable. Era un derivativo a la exacerbación mística, una variante forzada al delirio religioso. Pero no traducía la más pálida intención política".
En los artículos periodísticos, sin embargo, Euclides no explícito su visión del conflicto, limitándose a relatar los hechos y a hacer llamadas humanitarias en favor de aquellos "rudos compatriotas". No habría servido de nada ir contra la opinión general, cuando los ánimos estaban todavía exaltados. Su voz habría sido sofocada por el barullo de la fiesta cívica que tomó cuenta del país en ocasión de la victoria del ejército republicano.
De retorno a San Pablo, Euclides reasumió el trabajo de ingeniero a comienzos de 1898, mudándose enseguida para Sao José do Rio Pardo, en el interior paulista, para la obra de reconstrucción de un puente. Permaneció allí por más de tres años durante los cuales escribió y dio su forma final a Los Sertones, valiéndose de la ayuda de varios amigos, especialmente de Francisco Escobar quien lo munió del material bibliográfico que precisaba.

LAS TRES PARTES DE LOS SERTONES. Las líneas generales de Los Sertones, esto es, su división en tres partes —La Tierra; El Hombre; La Lucha— fueron esbozadas inmediatamente después de su regreso de Canudos. En julio de 1898, comentando para O Estado de S. Paulo el libro El Brasil mental, del portugués José Pereira de Sampaio Bruno, Euclides observó que un tema tan amplio "exigía la preliminar definición de nuestra psicología en función del medio y de los componentes étnicos, así como de las características más vivas de nuestra formación histórica".
Estaba, evidentemente, pensando en su propio libro, estructurado en base al determinismo de Taine y Bukle. Raza, medio y momento son los instrumentos que consideró ideales para investigar las causas profundas de la guerra de Canudos. En otras palabras, Euclides buscó dar una base científica a su esquema explicativo, ayudado también por las teorías evolucionistas de Spencer y el darwinismo racial.
LA TIERRA. La primera parte de Los Sertones, La Tierra, tiene pues una importancia fundamental para el resto del libro. No están desprovistas de significación aquellas descripciones exhaustivas del paisaje del sertón, encarado en sus aspectos geológicos, geomorfológicos, hidrográficos, climáticos, botánicos y zoo-geográficos.
Al contrario, el medio físico estará siempre presente, como factor explicativo, a lo largo del libro. La lectura de esta primera parte, sin duda ardua, cobra un interés especial en los momentos en que el autor se desvía de la mera exposición científica. (Hay pasajes bellísimos —los capítulos II y V, por ejemplo— en que la objetividad es dejada de lado y el escritor se complace maravillado con el espectáculo de la naturaleza).

EL HOMBRE. En la segunda parte de Los Sertones, Euclides realiza uno de los objetivos expuestos en la "Nota preliminar": el de "esbozar, aunque sea pálidamente, ante la mirada de futuros historiadores, las características actuales más expresivas de las subrazas del sertón brasileño".
A pesar de la modestia, la verdad es que el autor hace un esfuerzo monumental de interpretación, basándose siempre en la ideología de la ciencia de su tiempo. Para comenzar, fiel al determinismo, defendió la idea de que el medio físico actúa en la formación de las razas. Después, se decidió por la inexistencia de la unidad de raza entre los brasileños, atribuyendo las causas al medio físico amplio y variado, al mestizaje y a las particularidades históricas de la colonización.
Dentro de este cuadro situó la formación del mestizo del sertón, generalmente resultado de la fusión del blanco con el indio, y la del mestizo del litoral atlántico, el mulato.
La ciencia de que se valió enseñaba que la raza blanca era superior: los negros y los indios pertenecían a razas inferiores. El mestizaje, forzosamente, llevaba a la degeneración. Euclides observó, siempre equivocado con la ciencia de su época, que la regla se aplicaba al mestizo del litoral, que le parecía un inadaptado, un infeliz sin identidad, perdido en una civilización para la cual no estaba preparado.
Pero los mestizos del sertón, a quienes vio de cerca, desmentían las leyes generales de la ciencia. Ellos formaban una especie de subraza fuerte —la paradoja es admirable— porque estaban desde hacía 300 años aislados del resto del país, moldeados sólo por el medio físico y por su cultura propia, protegidos de las influencias de la civilización y del mestizaje degenerador. Constituían un agrupamiento humano homogéneo, física y mentalmente, una "subcategoría étnica".
La interpretación de Euclides chocaba con las teorías antropológicas europeas sobre el mestizaje. Pero él se justifica, después de exponerlas en un sintomático "paréntesis irritante", afirmando que nadie había previsto un caso de aislamiento tan completo como el que se diera en el sertón brasileño.
A esa altura, percibiendo que la ciencia no tenía respuestas para todo, decide proseguir "considerando directamente la figura original de nuestros compatriotas retardatarios. Esto, sin método, sin pretensiones, evitando los garbosos neologismos etnológicos".
Las páginas que siguen son antológicas. Sin el rigor y la objetividad del científico, Euclides se transfigura en artista puro, logrando el más bello e inquietante retrato del hombre nordestino: "El hombre del sertón es, antes de todo, un fuerte". Así comienza el capítulo III, una larga digresión apoyada en antítesis poderosísimas, de la cual emerge una figura casi mítica: el hombre del sertón como "Hércules-Quasimodo". Intuitivamente o no, Euclides resolvió en el plano literario las contradicciones que la ciencia de su tiempo, falaz, no podía resolver.

LA TENSIÓN DEL ESTILO. Esta tensión dentro de la propia ideología de la obra, y más aún con la carga emocional del objeto relatado, llevó a Euclides a practicar un estilo original donde las antítesis y el oxímoron predominan largamente. "Paraíso tenebroso", "sol oscuro", "tumulto sin ruido", "profecía retrospectiva", "constructores de ruinas" son algunos pocos ejemplos de los tantos que atraviesan una obra en la que la "Troya de barro" "se rendía para vencer" dejando documentos que "valían todo porque nada valían". Tal vez la gran modernidad de Los Sertones resida en esta tensión dentro del propio texto, para la cual también colaboraron las circunstancias de su creación.
El republicano Euclides da Cunha fue a Canudos seguro de encontrarse con un bando de monarquistas, lo que se reveló falso: encontró un pueblo luchando hasta el agotamiento contra la ferocidad de las tropas gubernamentales.
El ateo positivista Euclides tuvo que vérselas con el "dirigente" de este movimiento de resistencia contra el acoso, Antonio Consejero, que era un beato apocalíptico y mesiánico.
El republicano Euclides da Cunha tuvo que enfrentarse con una República que masacraba sin piedad a un pueblo desvalido y miserable:
"Aquello no era una campaña, era una charqueada. No era la acción severa de las leyes, era la venganza. (...) La represión tenía dos polos: el incendio y el cuchillo".
Euclides, un hombre de formación militar, tuvo que ver su ejército cumpliendo con ferocidad una "tarea" que él no podía sino deplorar. "Teníamos valientes que ansiaban por esas cobardías repugnantes, tácita y explícitamente sancionadas por los jefes militares (...) Porque había, de hecho, algo de dolorosamente insolente e irritante en el afán, en la inquietud, en el ansia descontrolada, con que aquellos bravos militares —robustos, bien uniformados, bien nutridos, bien armados, bien dispuestos— buscaban explotar la organización desfibrada de adversarios que desvivían desde hacía tres meses, hambrientos, baleados, quemados, de sangrados gota a gota, y las fuerzas perdidas, y los ánimos flojos, y las esperanzas muertas, sucumbiendo día a día en un agotamiento absoluto. Darían la última puntada de bayoneta en el pecho del agonizante; el tiro de misericordia en el oído del fusilado. Y cobrarían, cierto, poca fama con la hazaña (...) Repugnaba aquel triunfo. Avergonzaba".
El juego impresionante de contradicciones con y sobre el cual Euclides escribe, lo lleva a ese arsenal retórico magistralmente usado: la ironía, la antítesis, las interrupciones violentas del relato ("No prosigamos") seguidas de retomadas que contribuyen a la conmoción del texto (y del lector).
En definitiva la obra de Euclides se emparenta con el Modernismo, en el sentido hispanoamericano de la palabra. No vacila en usar la retórica parnasiana y simbolista, pero ya no hueca ni vagamente estetizante. En Euclides la retórica se adecúa a la materia descrita y narrada como si fuera la única posible. Hasta cuando llega a la exasperación de recursos, cuando llega al mismo expresionismo: "Una fiera asustadora, bruja repelente y flaca —la vieja más hedionda tal vez de estos sertones— la única que levantaba la cabeza echando sobre los espectadores, como centellas, miradas amenazadoras; y nerviosa y agitada, ágil a pesar de la edad, teniendo sobre las espaldas totalmente desnudas, enmarañados los cabellos blancos y llenos de tierra —irrumpía en andar sacudido por los grupos miserables, atrayendo la atención general. Tenía en los brazos finos a una niña, nieta, bisnieta, tataranieta tal vez. Y esa niña horrorizaba. Su faz izquierda había sido arrancada hacía tiempo, por una explosión de granada; de suerte que los huesos de los maxilares se destacaban albísimos, entre los bordes rojos de la herida ya cicatrizada... La faz derecha sonreía. Y era pavorosa aquella risa incompleta y dolorosísima hermoseando una faz y extinguiéndose repentinamente en la otra, en el vacío de una cicatriz. Aquella vieja cargaba la creación más monstruosa de la campaña".
La aludida tensión del texto —que es tensión entre el creador y el objeto que se va creando frente a sí y frente a los lectores- deslumhra a estos últimos, pero también a quien se interesa en el acto de la escritura, esa especie de lector profesional que es todo escritor. No es casualidad que Vargas Llosa, ochenta años después, haya vuelto a este tema en La Guerra del Fin del Mundo. Euclides será siempre, en cierto sentido, un escritor puesto al desnudo y su obra tendrá siempre la fuerza de la modernidad del idioma. Un idioma portugués que ya nunca más sera el mismo después de Euclides.
Si la obra euclidiana podó la hojarasca finisecular, estaba también preparando el terreno para todo el ciclo regionalista, en particular de la seca y el cangaço nordestinos, de los años treinta (Lins do Regó, Graciliano Ramos).

EL MÍSTICO FEROZ. La segunda parte de Los Sertones presenta también un retrato de Antonio Consejero, el jefe místico de los hombres del sertón de Canudos.
Siguiendo la lógica de su razonamiento, Euclides lo ve como un resultado natural de aquella sociedad aislada en el sertón, apegada aún a formas primitivas de vida. El Consejero "acabó en la historia como podría haber acabado en un manicomio (...) Todas las creencias ingenuas, del fetichismo bárbaro a las aberraciones católicas, todas las tendencias impulsivas de las razas inferiores, libremente ejercitadas en la indisciplina de la vida del sertón, se condensaron en su misticismo feroz y extravagante".
Si el Consejero acabó en la historia fue porque resumió en sí la búsqueda mística y religiosa de aquellos "compatriotas retardatarios". El aislamiento había provocado el surgimiento de una sociedad extranjera en su propia tierra.
"... Y surgía en Bahía el anacoreta sombrío, cabellos crecidos hasta los hombros, barba inculta y larga; faz cadavérica; mirada fulgurante; monstruoso, dentro de un hábito azul de brin americano; afirmado en el clásico bastón en que se apoya el paso tardo de los peregrinos...
Aquel viejo singular, de poco más de treinta años hipnotizaba con su insania formidable.
Era truhanesco y era pavoroso.
Imagínese un bufón arrebatado en una visión del Apocalipsis
".
El divorcio secular entre el litoral atlántico y el sertón junto al "anacronismo étnico" de los hombres del sertón, son para Euclides las causas profundas de la guerra de Canudos, que él historia minuciosamente en la tercera parte del libro.
Descrito el paisaje nordestino y caracterizado el hombre que lo habita, la tragedia que se consuma en el paso siguiente parece ser un hecho inevitable. El determinismo cierra el círculo en esa síntesis que es "La Lucha".

LA LUCHA. Pero si es la ciencia la que da las coordenadas explicativas, lo que verdaderamente llama la atención del lector es el aliento épico de Euclides.
Su relato impresiona porque, estéticamente articulado, da una sensación de grandeza. Aquella guerra comprometió a millares de personas. Y el escritor moviliza multitudes con su estilo vibrante, describiendo batallas, golpes de heroísmo, ataques y retiradas en masa, y todo con un dominio narrativo perfecto.
Las imágenes saltan de las páginas, vivas, en las metáforas precisas, en el juego de antítesis, en la adjetivación vigorosa, en el superlativo palpitante, en la forma literaria, en fin, que hace de Los Sertones una poderosa obra de arte.

EL CRIMEN. No se puede, sinembargo, olvidar el segundo objetivo del libro, expuesto en la "Nota preliminar": describir la campaña de Canudos para revelar hasta qué punto ésta fue criminal:
"Y fue, en la significación integral de la palabra, un crimen. Denunciémoslo".
Euclides atribuye la responsabilidad de la empresa bárbara a la parcela más adelantada de la sociedad brasileña, que distorsionó el significado de la resistencia de los hombres del sertón, imputándoles una conveniente pero nada verídica motivación política.
Los Sertones, que el propio autor definió cierta vez como un "libro vengador", es por lo tanto una denuncia del crimen perpetrado por los representantes de la civilización del litoral atlántico. Denuncia vigorosa, por estar hecha en tono indignado, en lenguaje crispado y tenso, pronta para revelar, por detrás del científico y del historiador, al humanista conmovido con el destino trágico de sus hermanos brasileños del interior.

UN ADELANTADO. Después de la publicación de Los Sertones, Euclides decidió ampliar su obra de intérprete de la realidad brasileña.
En Río, publica dos libros en 1907: Perú versus Bolivia, sobre el litigio entre esos dos países y Contrastes y Confrontaciones, reunión de textos sobre temas brasileños, política internacional, cultura, entre otros asuntos variados.
Su prestigio intelectual, a esa altura, era inmenso. En su último año de vida, 1909, fue nombrado Profesor de Lógica en el Colegio Pedro II, un cargo disputadísimo, y reunió algunos bellos estudios sobre aspectos de la realidad brasileña en el volumen Al Margen de la Historia.
Pero sus actividades y sus planes fueron bruscamente interrumpidos cuando, el 15 de agosto, murió baleado en duelo por el joven amante de su esposa. Fue una tragedia que enlutó al país y que tendría secuelas todavía más tristes. En 1916, el hijo homónimo de Euclides, aspirante de la Marina, murió del mismo modo, en la tentativa de vengar la honra de su padre. Contrariando la famosa frase de Marx, la tragedia, esta vez, no se repitió como farsa.

La rebelión mística

DURANTE LOS primeros años de la República (proclamada en Brasil en 1889) la situación de las masas populares era de miseria, especialmente en el nordeste del país donde se aunaba la estructura latifundista a la sequía. En la gran sequía de 1877 a 1879 habían muerto 300.000 nordestinos, cifra aún más escandalosa si se considera la proporción demográfica de la época.
Algunos de estos expulsados de los latifundios se organizaban en grupos que pillaban y asaltaban, perpetuando la cadena del terror en el Nordeste: eran los cangaceiros (el último de los cuales, Lampiáo, moriría en una emboscada en 1938). Otros seguían algún beato de los tantos que deambulaban por los sertones, haciendo "milagros", anunciando y a veces prometiendo el advenimiento de un mundo mejor donde la "ley del diablo" (esto es, el gobierno) ya no existiría.
Es en esta línea mesiánica que se inscriben los tres movimientos contestatarios más importantes de aquellos años: la rebelión de Canudos, con Antonio Consejero (1897), el movimiento luego coartado y bien controlado por las oligarquías locales del Padre Cícero en Ceará (desde fines de la década de 1880 hasta la muerte de este beato en 1934) y la Guerra del Contestado, en los confines de Santa Catarina y Paraná, territorio "contestado" por ambos estados, con su "monje" José María, de 1912 a 1916.
Antonio Vicente Mendes Maciel —el futuro Antonio "Conselheiro", por sus "consejos" de predicaciones apocalípticas— pertenecía a una familia de pequeños propietarios cearenses.
Perseguido por las sequías, por los grandes terratenientes y por una serie de desgracias (muertes, abandonos) personales y familiares, apareció predicando en el sertón bahiano hacia fines de la década de 1860. Pronto se rodeó de fieles, gente sin tierra que veía en él a un mesías.
En 1893 tuvo su primer choque con la policía, por la renuencia del grupo a pagar impuestos municipales. Perseguidos, Antonio Consejero y su grupo se establecieron en Canudos, aldea al Norte de Bahía, bien protegida por montañas. Desde 1893 hasta la guerra final, de 1897, vivieron en Canudos 30.000 personas. Vivían, en régimen comunitario, de la agricultura y la pequeña ganadería, sin patrones, oyendo los sermones del Consejero y esperando: "En 1900 se apagarán las luces"...
Antonio Consejero era un hombre carismático y Canudos, aquella "Troya de barro", se tomaba peligrosa para el gobierno. Este aprovechó, para reprimirlo, el convencimiento general, hartamente divulgado en la prensa de la época, de que se trataba de un grupo de revoltosos monarquistas. El gobierno era republicano desde 1889, el Consejero iba contra el gobierno. Era, pues, un monarquista, falacia siniestra que está en la base de la masacre terrible que sucedería.
Desde fines de 1896 hasta setiembre de 1897 el gobierno mandó cuatro expediciones militares contra Canudos, del Estado de Bahía las dos primeras y del gobierno federal las dos últimas. Toda la población acabó exterminada y de los 12.000 soldados enviados murieron 5.000.
Canudos no se rindió. Prefirió el aniquilamiento. El último día, el 5 de octubre de 1897, había en Canudos cuatro civiles vivos: un viejo, dos hombres y un niño "frente a quienes rugían rabiosamente cinco mil soldados", dirá Euclides. Si la "Troya de barro" resistió tanto tiempo, no fue sólo por su privilegiada posición geográfica. Las prédicas del Consejero, la convicción de que el Apocalipsis se avecinaba y que morir en la lucha era el modo de llegar al reino de Cristo, los años de prosperidad que en Canudos conocieron tantos hombres y mujeres que en su mayoría habían sido expulsados de las grandes haciendas por falta de trabajo, todo esto contribuyó a su heroísmo.
Canudos, por la barbarie de la masacre fratricida, permanece hasta hoy como una llaga en la historia oficial brasileña. Casualidad o no, hoy la región no existe: Canudos fue cubierta por las aguas de una represa. Es casi como si se hubiera cumplido una de las profecías del Consejero: "el sertón se tornará playa y la playa se tornará sertón". Testimonios testarudos, quedaron las crónicas periodísticas de la época (que estaban sujetas a censura) y algunas fotos, junto a dos objetos que no paran de crecer: un mito y el libro Los Sertones.


Los Sertones en español

EXISTEN EN castellano varias traducciones de Los Sertones. Editadas en Buenos Aires, y en dos volúmenes están la de Mercatali (1938) y la de Jackson (1945). También existe una edición en un solo volumen de Casa de las Américas (La Habana, Cuba) que puede encontrarse en librerías de viejo. La Biblioteca Ayacucho (Caracas, Venezuela) publicó en 1980 una versión anotada, en traducción de Walnice Nogueira Galvao. En librerías de plaza puede encontrarse, en un solo tomo, la edición española de Fundamentos (Madrid, 1981)
Alfredo Fressía 
Joao Roberto Faria
El País Cultural Nº 280
17 de marzo de 1995

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