Un poema inédito de Heberto
Padilla |
Durante
años he cargado de un sitio a otro con los archivos de Linden Lane
Magazine, y los míos propios, que incluyen la papelería de Heberto
Padilla y las fotos familiares de esas casi tres décadas que estuvimos
casados.
Ahora que se cumplen diez años de su partida (hacia ese punto infinito
que es el cielo espiritual), me han asaltado la tristeza y la nostalgia
por tantos años de amor, vividos y compartidos. Por eso, desempolvando
mis papeles y buscando algo nuevo que pudiera ofrecer a sus lectores, a ésos
que no olvidan sus poemas, no sólo los más polémicos de Fuera del
juego, sino también los de El justo tiempo humano y
El hombre junto al mar, encontré uno inédito, escrito de
su puño y letra.
Los grandes poetas lo son porque sus poemas pueden ser memorizados,
tarareados, convertidos en canciones, como hacían los juglares en el
medioevo. Y les echamos mano cuando queremos susurrar nuestras emociones o
llorar con nuestros fracasos. Y eso está pasando con la poesía de
Heberto, aunque no fuese un hombre de escribir muchos libros. Prefería
vivir, viajar, compartir un trago con los amigos, hablar de política,
leer a su modo los libros que le interesaban y fumar sus habanos. A pesar
de su gran talento, fue un melancólico y depresivo (y ni él mismo lo sabía).
Yo, que estaba acostumbrada a oirlo, presentía que debajo de su sarcasmo
y jocosidad (siempre mezclaba una cosa con la otra), sufría. No dejó
nunca de sentirse fuera del juego en todos los sitios. Detrás de ese ser
bullicioso y alegre, al extremo de que podía parecer superficial y
desafiante -- tono que pareció molestar a Jorge Edwards, según cuenta en
su famoso Persona non grata--, estaba el Heberto tímido. |
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Heberto y Belkis Rutgers Univ 1988 |
*Yo siempre he vivido en Cuba*, dice en
uno de sus famosos poemas. Pero en realidad, era un hombre que prefería
el universo como hogar, y en especial los países escandinavos. Sí, era
contradictorio. Muy, mucho. No voy a hablar aquí de su autocrítica en la UNEAC, la noche del 27 de abril de 1971, ni de lo que sufrió hasta su salida de Cuba, el 16 de marzo de 1980. Quiero sólo recordarlo como el Heberto que fue parte de mi vida y del que aprendí muchas cosas, aunque nunca *a rimar*. Y verán por qué. |
Buscando, como dije antes, entre mis archivos, encontré una vieja agenda
que alguien, creo que un amigo alemán, no recuerdo si fue el poeta Hans
Magnus Enzensberger, o Gunther Mask, le regaló a principio de los
setenta. Allí, a ratos, solía escribir algunos textos que nunca usó.
Hay un pequeño ensayo sobre Paradiso, de José Lezama Lima,
apuntes para su novela En mi jardín pastan los héroes, y
otras notas. Pero hay también un poema, que nunca publicó, que nunca
pulió, y que sin duda fue escrito en la época de El hombre junto
al mar. El tono es lóbrego, duro con él mismo, y sarcástico al
final. Está escrito con tinta roja, al igual que otras cosas que aparecen
allí.
Sus poemas han sido siempre para mí esbozos biográficos. Tres cosas hay
en éste que también lo confirman. En primer lugar, habla de nuestro
pequeño apartamento en La Rampa, donde se produjo nuestra detención. Y
aunque lo describe como *una covacha* (era sólo un pequeño apartamento),
hace referencia a un sofá cama y un aire acondicionado. Sí, eso era
todo, aunque también estaban las paredes llenas de libros y cuadros. Al
menos, se reconoce feliz porque tenía mucho amor en su corazón. |
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Heberto y Belkis en Markam Rd Princeton 1989 - Princeton |
En segundo lugar, se refiere a los poemas de su esposa (es decir, yo) y
dice que eran como imperdibles que herían. Y agrega que yo no sabía rimar.
¿Por qué eran como imperdibles que hincaban? Porque mis poemas de
entonces, los de Juego de damas, una especie de, sin yo
pretenderlo, contrapartida femenina de su Fuera del juego,
hablaba de muchas cosas que a él de seguro le molestaban. Un libro donde
intuía mi juicio crítico sobre su machismo, que yo hacía extensivo a la
mayoria de los hombres. Y sí, es cierto, no sabía ni sé rimar,
no sé hacer cantarín el verso. Y tengo que sonreirme ante su ocurrencia.
Y en tercer lugar, están esas líneas proféticas del final, donde señala
que una vez más nuestra perrita (Titina, una salchicha no pura, que
trajimos de nuestra *prisión* en Cumanayagüa) había defecado en algún
sitio de la casa. Y usa el término honomatopéyico plaf, plaf, para señalar
que de seguro hasta en sus funerales lo haría, como si aplaudiera.
Tres días antes de su fallecimiento (y se lo comenté a él por teléfono
el viernes 22 de septiembre de 2000), mi salchicha Pattern, de súbito,
perdió el control de sus paticas traseras y comenzó a arrastrarse como
un reptil. Este doloroso hecho venía acompañado de diarreas incesantes,
al extremo de que su grave enfermedad me impidió asistir a los funerales
de Heberto. ¿No lo había profetizado en este *Poema póstumo*, que
dejó inédito? El, que parecía avergonzarse de mis dotes de *pitonisa*,
se ha convertido en fuente de información espiritual desde ese cielo en
que ahora habita, y que yo imagino todo azul, como el de Cuba. Les copio el *Poema póstumo*, y les incluyo nuevas fotos, para recordarlo como él merece, como un gran poeta y ser humano, no lo duden. |
Poema póstumo Heberto Padilla fue un gran artista mientras vivió en la covacha sin agua. Allí fue suficiciente el aire acondicionado y el sofá cama porque recién tenía mucho amor en el corazón. Ahora, ¿quién puede leer su poesía? ¿Quién habrá de leerla cuando ya se haya ido? Los poemas de su mujer eran como tragarse imperdibles, todos hincaban. Además, no sabía rimar. La vida fue para él como una herida abierta. La juventud se encargó. En la pared de su cueva aún se incrustaba su casa de madera. Plaf, plaf --sigue cagando la perrita. Plaf, plaf, hasta en sus funerales. Fue como si aplaudiera. |
Heberto Padilla (en La Habana, años setenta) |
por Belkis Cuza Malé
belkisbell@aol.com
Gentileza de http://www.belkiscuzamale.blogspot.com
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