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La 'mala fama' de Heberto Padilla 
Belkis Cuza Malé
belkisbell@aol.com
 

Han pasado dos años desde aquel 24 de septiembre de 2000, cuando Heberto Padilla fue hallado muerto en su apartamento de la Universidad de Auburn, en Alabama. Desde entonces se ha escrito mucho sobre su obra y su persona. Más sobre su persona. Y eso se debe, seguramente, a esa ''mala fama'' que Fidel Castro se encargó de endilgarle al autor de Fuera del juego, como se cuelga una medalla de oprobio en el corazón de un poeta, de modo que fuese una mancha o ''un nudo en la madera de mis contemporáneos'', como diría el propio Heberto de sí mismo en uno de sus más conocidos versos.

Nuestros escritores y artistas, en apariencia auspiciados al principio por la revolución castrista, se convirtieron pronto en sus víctimas más sutiles al ir perdiendo no sólo las ilusiones, sino incluso la vida, en circunstancias que ahora vemos cada día más claras. Como en las extrañas muertes o suicidios de ciertos políticos y personajes liquidados por el gobierno, habría que preguntarse quiénes fueron los verdaderos culpables de la desaparición física de José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Enrique Labrador Ruiz, Guillermo Rosales, René Ariza, Reinaldo Arenas y hasta el poeta Eliseo Diego, así como la de tantos otros artistas que han perecido a lo largo de estos años, dentro o fuera de Cuba, la mayoría silenciados, expulsados de los círculos de creación, encarcelados, o negados en su condición de intelectuales.

En la foto, Belkis, Heberto y Francisco García Císneros


Víctimas también lo son los que se convierten en burócratas de la cultura oficial, en defensores de la dictadura, por la ambición de ver su nombre impreso, por un viajecito, un premio o un libro en una editorial extranjera. Porque, ¿de qué se nutre un verdadero escritor, un artista, sino de la libertad que necesita para expresarse, de ese flujo y reflujo del pensamiento que no yace en cárcel oprobiosa, sino en la dimensión sin fronteras de la imaginación?

En el caso de Heberto, nadie puede impugnarle errores que no cometió. La mayoría ignora qué sucedió realmente con él, por qué saltó a la fama (''la mala fama'', diría él) en un abrir y cerrar de ojos, cuando las cárceles del país estaban llenas y se fusilaba a diario. ¿Qué importancia tenía que un poeta fuera a dar a la cárcel? En 1971, en las celdas de la Seguridad del Estado de Villa Marista, las paredes guardaban la última señal, la última marca de algún recién fusilado. Entonces, no todos los que eran puestos a disposición del Tribunal Revolucionario Número Uno de la Cabaña salían con vida o sin largos años de condena. Y ése era el Tribunal que se encargaría de juzgarnos a Heberto y a mí.

En uno de sus más temibles discursos, el que pronunció en marzo de 1971, Castro señaló que en los próximos días se harían ''revelaciones trascendentales'' sobre una nueva conspiración de la CIA. Y es que entre los planes del tirano estaba el encausar a Heberto como agente de la CIA, cosa que impidió la reacción mundial de los intelectuales del mundo, muchos de ellos defensores a ciegas de la revolución. En lugar de condenarnos a cadena perpetua, Castro escogió con mucho sadismo la destrucción de Heberto Padilla.

Pero la autocrítica de Heberto Padilla, de la que participaron por voluntad propia Pablo Armando Fernández, César López, Manuel Díaz Martínez y yo, pone de relieve la naturaleza estúpida del sistema comunista, la mentalidad siniestra de sus jueces. ¿A quién se le ocurrió la autocrítica de un grupo de escritores, rodeados de policías vestidos de paisanos? A Castro no le importaba que la gente creyese o no en nuestra autocrítica. Sólo pedía --en lugar de la cabeza de Padilla--, la humillación, la retractación. No se trataba de un castigo, sino de algo peor, una muerte silenciosa, el deshonor eterno.

Hace unos días, el poeta y crítico cubano Cintio Vitier, a quien no se cansan de hacerle homenajes en el exilio, y encontrar excusas para su triste papel de abogado del diablo (él, tan católico), concedió una entrevista al periódico Reforma de México donde dice que a Heberto Padilla nunca lo torturaron en Villa Marista, como si la definición moderna de tortura siguiese siendo la que vemos en el cuadro del Bosco, la de aquel hombre al que le están perforando el cráneo.

Yo, que fui la única persona que lo vio en la cárcel, a los catorce días de permanecer incomunicado, puedo asegurar que Heberto fue torturado por la Seguridad del Estado, que se le inyectaron drogas en las venas para que hablara (o escribiera con su puño y letra una declaración de autodegradación que le fue presentada), y que lo golpearon y maltrataron, al extremo de que enfermó de los riñones, y tuvo que ser ingresado en el hospital militar, y permanecer allí durante el resto del tiempo que estuvo detenido.

Alrededor de la figura de Heberto Padilla se ha movido siempre la controversia: por un lado los admiradores de su poesía, de su gran talento creador, de los que entienden verdaderamente ''su caso'', la opresión del sistema comunista; y por otro los enemigos políticos, sus detractores más feroces, esa izquierda abominable que le puso siempre zancadillas en las universidades y en muchos otros sitios.

A pesar de lo que decía, Heberto no supo o no pudo arrancarse de una vez por todas esa segunda piel en que se había convertido su ''mala fama''. Vivía con una depresión crónica, producto de todo lo sufrido, de la desilusión y el dolor de haber escrito una poesía profética, tras haber permanecido un año en la antigua Unión Soviética.

La oficilidad de la Unión de Escritores quisiera, sin embargo, que todos padeciéramos de ''mala memoria'' y olvidásemos los hechos que condujeron a esa odiosa autocrítica. Que se borrase para siempre ''el caso Padilla''. No los vamos a complacer, no vamos a borrar nada. Lo que hoy pretende ser llamado un ''error'' de la revolución es una muestra inolvidable de que la opresión intelectual, el escarnio y la falta de libertades no han dejado de existir desde que se produjo ''el caso Padilla''. En cambio, la poesía de Heberto es cada día más trasparente, más útil, más hermosa. Y los que lo recuerdan, que son muchos, saben que ''sí fue un poeta del porvenir''. Un gran poeta. Floreciendo como las palmas.

por Belkis Cuza Malé  
belkisbell@aol.com
 
El Nuevo Herald, septiembre 27, 2002

Gentileza de Arturo Alvarez d´Armas 

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