Nada que perder
Alicia Cruceira

Cuando vio la luz verde del semáforo, pedaleó con fuerza para cruzar la avenida en medio de los autos y los colectivos. Al llegar a la mitad del cruce de las calles, una camioneta que esperaba el paso para su mano aceleró de golpe y la embistió con violencia. La mujer de la bicicleta amarilla salió volando por el impacto y aterrizó metros más allá. Cayó sobre el asfalto ante la mirada atónita de los transeúntes y de los choferes de los otros vehículos que maniobraron para no ser embestidos también por el alocado conductor de la camioneta asesina, quien inmediatamente se dio a la fuga.

Sintió como la sangre le fluía copiosa y cálidamente por las mejillas. Tenía un brazo doblado de una extraña forma y el dolor le cegaba la visión. No podía mover las piernas y ninguna orden que le daba a su cerebro le era obedecida por este. La vida se le pasó por la mente como una película en blanco y negro, de atrás para adelante y lo último que grabaron de ese instante sus ojos amoratados fue la imagen de la gente amontonándose a su alrededor gritando “la mató”.

Cuando su hijo se fue a vivir con el padre a Canadá, supo que se había quedado indefectiblemente sola. Pero no se lamentó por esta situación. Se trazó un plan de vida y se esmeró en seguirlo al pie de la letra. Hacía varios años no ejercía la docencia, así que se animó y se fue a la Secretaría de inspección una mañana a buscar trabajo como maestra de escuela.

No tenía mucho puntaje porque había salido del sistema por muchos años, como le habían explicado, así que no estaba en condiciones de pretender trabajar en una escuela del centro o con una buena ubicación. Cuando hubieron pasado los pedidos más aventajados, quedaron los de las escuelas que nadie quería por lo lejanas o por lo peligrosos de sus alumnos. Como ella ya no tenía nada que perder cuando le llegó el turno de elegir, eligió lo que quedaba. Una escuela periférica de muy mala reputación. Tomó el cargo por dos semanas, pero pronto comprobó que la suplencia se le extendería por todo el año.

Apenas comenzaba el mes de mayo y el invierno se estaba haciendo notar. Si bien faltaba casi un mes para su llegada, el frío había montado campamento en ese lugar. El barrio era un complejo de viviendas con más de mil familias habitándolo. La mayoría con cinco o seis hijos como promedio lo que daba una matrícula amplia a la escuela primaria.

Le tocó sexto año. Veintiocho chicos y chicas entre 12 y 14 años. Muchos repitentes, otros escolarizados tardíos.

Tenían un vocabulario desastroso y eran sumamente violentos entre sí y con los docentes se mostraban irrespetuosos e insolentes.

Algunos consumían drogas, alcohol, o traficaban . Las jovencitas en su mayoría ya tenían amplios conocimientos de la vida y del sexo y una  había perdido un embarazo semanas antes.

Mercedes los miró con asombro cuando le dijeron  que la harían llorar y huir antes de la semana de estar allí. La primera hora de clase fue  caótica , nadie prestaba atención se insultaban y se agredían todo el tiempo. Al fin del día  Mercedes se preguntaba si valía la pena seguir en un lugar en donde no era respetada.

Llegó a su casa y se refugió en una taza de café y una galletitas. Encendió el televisor y miró un rato las noticias. Después se dio un baño y fue allí donde tomó la decisión. Se miró su torso mutilado y pensó que podía ser peor que la sentencia silenciosa de muerte que pesaba sobre ella. Una bomba  de tiempo que podría hacer explosión en cualquier momento y sin aviso previo.

Sí, ¿qué podría ser peor? Y si lograba domar a esas fierecillas indomables? Y si al menos lograse que uno, uno solo de ellos se transformase en una persona de bien?

No soy Dios, se dijo. NO voy a poder. Mañana renuncio, sentenció para sí misma.

Al día siguiente fue en su bicicleta amarilla como siempre, y trató de dar su clase. Iba a hablar con la directora, pero había presentado licencia por el resto de la semana. Así que decidió esperar hasta el fin de semana y tomarse con soda el mal comportamiento de sus discípulos. Mañana renuncio, se dijo. Pero llegó al viernes.

Necesitaba el dinero. Las drogas para el cáncer se le hacían costosas y no siempre la obra social se las reconocía a tiempo. Había ganado una semana de sueldo, pero no le alcanzaba. Decidió renunciar a la semana siguiente, si los chicos no cedían en su actitud agresiva.

Pero las cosas fueron cambiando de a poco y la firmeza y el cariño que Mercedes les brindaba rompieron varias fortalezas y se ganó más de uno en la clase.

Los días y las semanas fueron pasando y ella se decía: ”si la cosa se pone fea, mañana renuncio”. Pero lejos de renunciar se comprometía más y más con los chicos, con las familias con el barrio. Se puso en pie de guerra con los traficantes y los vendedores de alcohol a menores, con los que buscaban a las pibitas para prostituírlas o para usarlas en pornografía infantil

En el transcurso del tiempo conoció a un hombre del que se hizo amiga y que la ayudó en su lucha contra la perversión en ese barrio.

Un día , uno hombres se le presentaron a la salida del colegio. Manejaban una camioneta cuatro por cuatro muy costosa y la apariencia de estos era muy fea y agresiva. La amenazaron si seguía metiéndose en los negocios del “jefe” del Barrio, un tal Guevara, conocido delincuente que extrañamente la policía nunca metía preso.

Mercedes no le hacía caso a las amenazas, más cuando veía que los chicos iban tomando por el camino de la vida limpios de la basura de lo peor de la sociedad. Y cuando temía por su vida, se mira el pecho mutilado y sonreía. ¿Qué más puedo perder? Si no tengo nada que perder...

Sabía que tenía los días contados. Si no la ,mataba el cáncer lo harían los mafiosos del barrio. De las dos muertes, la dignificaba más la segunda, ya que si moría lo hacía por una causa justa. De la otra forma, se consumiría como un vegetal y terminaría perdiendo hasta su dignidad de ser humano. Siguió adelante con sus denuncias. Hasta en los medios salió con sus acusaciones y muchos fueron involucrados, desde malvivientes hasta  políticos y funcionarios de la seguridad.

Una tarde los hombres de la camioneta volvieron y le arrojaron a sus pies el cadaver de una gata recién parida con sus gatitos muertos también. Era una clara advertencia de que a ella y sus alumnos les harían algún daño.

Su amigo la conectó con gente honesta dentro de las fuerzas de seguridad del estado y logró protección para sus chicos y la escuela.

Parecía que todo había terminado. Diciembre llegaba reventando de calor por todas partes. Los chicos habían preparado una hermosa fiesta de despedida del año y también de su maestra que tal vez no lograra proseguir con la suplencia el año siguiente. La habían entrado a querer mucho a su Seño Mecha, como le decían cariñosamente. Muchas madres le habían hecho humildes presentes para demostrarle su gratitud y afecto. Su amigo la colmaba de  elogios pero le advertía del peligro que correría si se quedaba en el lugar. Pero ella le contestaba sonriendo, “Yo no tengo nada que perder y si la cosa se pone fea, mañana renuncio”

 Muchos delincuentes habían sido procesados y Guevara había tenido que huir del lugar ya que los que lo protegían habían ido a para a la cárcel también. Pero alguien le había jurado a la maestra que no se la iba a llevar de arriba y la esperó cuando salió de la escuela en su bicicleta amarilla.

Cuando vio la luz verde del semáforo, pedaleó con fuerza para cruzar la avenida en medio de los autos y los colectivos. Al llegar a la mitad del cruce de las calles, una camioneta que esperaba el paso para su mano aceleró de golpe y la embistió con violencia. La mujer de la bicicleta amarilla salió volando por el impacto y aterrizó metros más allá. Cayó sobre el asfalto ante la mirada atónita de los transeúntes y de los choferes de los otros vehículos que maniobraron para no ser embestidos también por el alocado conductor de la camioneta asesina, quien inmediatamente se dio a la fuga.

Sintió como la sangre le fluía copiosa y cálidamente por las mejillas. Tenía un brazo doblado de una extraña forma y el dolor le cegaba la visión. No podía mover las piernas y ninguna orden que le daba a su cerebro le era obedecida por este. La vida se le pasó por la mente como una película en blanco y negro, de atrás para adelante y lo último que grabaron de ese instante sus ojos amoratados fue la imagen de la gente amontonándose a su alrededor gritando “la mató”.

La cargaron en la ambulancia y la llevaron de inmediato al hospital de la zona.

Una semana después la velaban a cajón cerrado en  el salón de actos de la escuela. Un cortejo inmenso de alumnos y padres y vecinos del barrio la despidieron para siempre en el cementerio y le prometieron a viva voz que su muerte no habría sido en vano, que lucharían a brazo partido contra la violencia y los corruptos que buscaban corromper a sus hijos, la única riqueza que esa pobre gente poseía.

La policía descubrió a los asesinos y fueron procesados por un juez inflexible.

Un año después, una mujer sentada en un sillón, observaba un periódico escrito en español, de una capital latinoamericana. Se recuperaba  de una delicada operación  en la que se le había extraído el tumor maligno que la asolaba en su totalidad y esperaba una franca recuperación.

Extrañaba los días en que peleaba contra los narcos y los delincuentes que querían destruir la vida de esos chicos que no tendrían ningún futuro si alguien como ella, dispuesta a perderlo todo , no les mostraba lo contrario.

Sonrió, de no haber sido por su amigo de la Inteligencia que buscaba a esos delincuentes que ella desenmascaró mientras estuvo como docente en la escuela, y que la había hecho pasar por muerta para que no volvieran a terminar con lo que no les había resultado bien, ella no estaría tomando sol en la casa de su ex esposo en Canadá, y recuperándose de su enfermedad.

Mercedes le dio gracias a la vida, porque ella que esperaba perderla de una manera o de otra había recibido el don más preciado por haberse entregado a la ayuda de los que nada tenían. Ella que pensaba que nada tenía que perder hoy lo tenía todo.

Miró el cielo azul y extrañó el otro cielo, el cielo de la villa. Pero estaba en paz, porque otros habían tomado la posta que les había dejado, y no se dejarían humillar nunca más.

 Rogó que así fuera y disfrutó del merecido descanso que se había ganado.

Alicia Cruceira

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