Laberinto
Alicia Cruceira

A veces  sueño que corro. Pero corro de una manera rara. Parece que floto en el aire y doy pasos largos, largos, largos.

Lo más extraño es que no me canso, no me agito, no me salta el corazón por la boca.

Puedo correr y correr por horas, largos tramos de carretera. Y, ¿sabe doctor? Me da la sensación de que estoy muy cerca del suelo y puedo ver en detalle la rugosidad del asfalto. Me gusta soñar que corro, generalmente hacia ninguna parte.

Ojalá usted pudiera darme la interpretación de ese sueño. Tal vez encontráramos la llave que abra mi mente confundida y en tinieblas.

Otras veces sueños que robo zapatos de las tiendas. Me los pruebo y salgo con ellos, porque estaba descalza. ¡Y nadie sale a perseguirme o castigarme! ¡Robar zapatos! ¿Qué cosa no, doctor?

Y aún no le he contado lo más llamativo de mis sueños. Veo la vieja puerta de la casa de mi abuela, al final del zaguán, con su doble cancel y los postigos de vidrio esmerilado. Y camino lentamente por el pasillo, directo al buzón que hay debajo del postigo y con ansia feroz abro la portezuela porque siento que estoy esperando una carta que no llega. Nunca está lo que espero encontrar y el buzón está lleno de cosas viejas, boletas de impuestos, lanas enredadas, trapos rotos y un sinnúmero de cosas que no deberían estar en un buzón.

¡Qué incoherencia! ¿Verdad doctor? Pero ¡qué pretendo de los sueños! Además, la puerta de la abuela, no tenía buzón.

¡Ay, doctor! ¡Si usted pudiera descifrar los jeroglíficos que hay en mi mente! ¡Si pudiese  ayudarme a encontrar la salida a este laberinto que me atrapa desde...! ¿Cuánto tiempo llevo así? Ya no puedo recordarlo. Me parece que fue ayer, que entré en la casa aquella noche y los vi juntos, burlándose de mí. Riéndose de mi tonta ingenuidad, de mi confianza, de mi amor y mis anhelos.

Riéndose, riéndose, riéndose. ¿Por qué no puedo sacarme  de la mente aquélla risa? ¡Por qué, doctor? ¿Por qué vuelve a mis manos el reflejo involuntario de tomar  el revólver y apretar el gatillo una y otra vez? ¿Por qué, doctor, me quedé sin embargo, estática y fría mientras los veía derramar nafta por la sala y encendían fuego para quemar mis recuerdos y mi vida entera?

¿Por qué , doctor, cuando vi  a mis hijos  muertos, sobre la alfombra bañada en sangre, no pude reaccionar?

Ellos se reían, se reían, se reían. ¿Estaban acaso, bajo el influjo del alcohol, de las drogas o el demonio?

¿Por qué la muchacha que cuidaba a mis hijos y el hombre que me había sacado de la soledad, se reían  y se burlaban de mí? ¿Por qué habían asesinado a mis pequeños?

¿Por qué me vuelvo loca cada día? ¿Por qué aparecí  fuera de la casa en llamas? ¿Por qué la policía creyó que yo había sido la culpable de tamaña aberración? ¿Por qué no atraparon y condenaron a los verdaderos asesinos?

¡Me siento tan impotente a veces! ¡Si al menos me dedicara usted,  más de cinco minutos cada día que pasa por la sala!  ¡ Si no se detuviera sólo a mirar mi planilla y preguntarle a la enfermera si me han dado los electrochoques y la doble dosis de Diazepan!

¡Ojalá pudiera lograr que mi cerebro le diera las órdenes exactas a mi cuerpo, y pudiera mover los ojos y los labios! Si lograra articular palabra o al menos un mero movimiento que les hiciese saber que aún estoy viva.

Pero, yo entiendo doctor, soy sólo un ente babeante sentado en un viejo sillón de ruedas. Un ente sin dignidad, que parece haber perdido su condición de ser humano. Casi un vegetal rastrero.

Yo no pude defenderme, no pude decirles que la sangre que había en mis vestidos era por haber abrazado los cuerpos sin vida de mis hijos; que tomé con mis manos el puñal para matarme, pero las llamas me lo impidieron y, que los malditos asesinos que reían y reían, se escaparon por la puerta del jardín con el dinero de la venta de los campos de mi madre. ¡Y yo no pude hacerles nada! Me quedé estúpida, doctor.

Usted ya ni me mira. Bueno, a veces cuando viene con los  estudiantes residentes y les comenta el caso de “la asesina del puñal”.

En fin, así es mi vida, o lo que  queda de ella en mi propio infierno...

¿Sabe, doctor? A veces sueños que corro. Pero corro de una manera rara. Parece que floto en el aire y doy pasos largos, largos, largos...

Alicia Cruceira

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