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Vigencia de los indoamericanos para la cultura cubana actual
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

Versión ampliada del homónimo en proceso de publicación por la Unión de Historiadores de Cuba. Julio de 2012-abril de 2013

 
 

Sobre el universo indoamericano prevalece una construcción cultural que nos hemos hecho de aquellos “indios”, más acorde a los que nos llegan por los medios de difusión masiva de otros países, sobre todo de Norte América, y en nuestro imaginario, si un sujeto no está semidesnudo bailando en torno al fuego y con plumas en la cabeza, no es “indio”; si ese mismo “indio” se corta el cabello a la usanza actual, se viste con pitusa, pulóver y tenis y aborda una guagua hablando la misma versión cubana del castellano que todos hablamos… no es indio, sino pardo, moreno, mestizo, trigueño…

No obstante, la vigencia precolombina se patenta prácticamente en todas las manifestaciones de la cultura cubana. En las artes salvo excepciones, suele atarse al imaginario estereotipado y exótico, a falta del sustento científico de cuyas fuentes, pocas veces beben. Se lograría mucho más si las artes, al saber cómo, partieran de los resultados científicos.

Hemos sido más crueles con los indoamericanos en Cuba, que aquellos exterminadores de la conquista, por la torpeza de negarnos a reconocerlos, acomodados al cliché, aun cuando su vigencia se haya evidenciado tanto, y que los estudios que nos devuelven aquellos primeros humanos que poblaron Cuba no son tan recientes, aunque tampoco tan promovidos. No es casual que precisamente mientras se conformaba el sentimiento de nacionalidad cubana, la primera mirada se dirigiera a aquellos antiguos pobladores que subyacían en un universo de mitos y leyendas populares, como los fantasmas sobre los que se erigía y a quienes debía y reverenciaba, la nueva cultura; dedo acusador contra sus genocidas, que aun se mantenían con el poder sobre aquella Cuba colonizada.

Del imaginario a las ciencias sobre los primeros pobladores humanos de Cuba: su evolución.

En 1812, el abogado bayamés Joaquín Infante, miembro del templo masónico de las Virtudes Teologales (1809-1810) con Román de la Luz Sánchez Silveira y Luis F.Basave y autor de la primera Constitución separatista cubana, idea un escudo y una bandera para una Cuba independiente, que incluía “el emblema de la América baxo la figura de una india, y él de la isla en particular baxo la de la planta de tabaco; porque aunque se dé en otras partes en ninguna es de tan excelente calidad”,[1] que Gay-Calbó reinterpreta rodeada de plantas de café; en las manos y sobre el regazo de la indígena, el cuerno de la abundancia deposita frutas y vegetales en el suelo, y al hombro de ella, un arco con un mazo de flechas; ¿espíritu guerrero? No era por cierto, el predominante en los habitantes del archipiélago cubano, como tampoco lo fueron las coronas de plumas, aunque sí lo era el tabaco.

La “india” del escudo propuesto por Infante, simboliza a toda la América de tanta variedad somática, y está representada con facciones y rasgos de semejanza europoide (cráneo corto, estatura media, etc.). Y aunque en Cuba había una incipiente industria textil, los “indocubanos” casi no vestían más que la enagua de algunas mujeres ¿“casadas”? (sabemos que no era su cultura)… pero nada de ello era apenas conocido por los coetáneos de Infante, quien plasmaba su “indígena arwaca, de piel cobriza y cubiertas sus partes pudendas con una enagua de algodón (…) entre plantas de tabaco (…) la india, como era costumbre, puede ir sentada sobre una roca al natural”;[2] pionera al indianismo en toda la América, y concretamente antecedente gráfico al siboneyismo en Cuba.

Infante había vivido en contextos independentistas en México y Caracas, y mantuvo amistad personal con el venezolano precursor de la independencia General Francisco de Miranda, quien en 1800 propuso una bandera tricolor: negro, encarnado y amarillo, esto es: negros, pardos e indios en su Ejército; sobre su versión que se iza en 1806, en otro diseño de 1811 con Lino de Clemente y José de Sata y Bussy, incluye una india con una pica o asta en su diestra; la Gazeta de Caracas # 41, la describía sentada sobre una roca, y en su diestra un asta rematada por un gorro frigio… un caimán, y diversos frutos de la tierra; bandera madre de la que derivarían las de Colombia y Ecuador. A la sazón, los miembros de la Sociedad Patriótica Venezolana organizaron una manifestación con paños o banderas amarillas y plumajes en sus cabezas, “a semejanza de los indios para representar la inocente América sublevándose contra la decadente monarquía española”.[3]

La arqueología era una ciencia relativamente nueva en el mundo: sin pretender su historia, es menester ubicarnos al menos que tras 1755 con su Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, es en 1762 que el alemán Johann Joachim Winckelmann publica su Observaciones sobre la arquitectura de los antiguos, a la que continúan otras que rebasan aquel coleccionismo de los anticuarios desde el Renacimiento y sobre todo, aquel antecedente de Dionisio de Halicarnassos (griego que vivió en Roma en el siglo I a.n.e.) con su Arqueología romana, que llamaríamos hoy, Historia de Roma; a la “nueva arqueología” mundial se vincularía casi excluyente y casi hasta la actualidad, toda referencia a la antigua Cuba.[4]

No por azar, es justo entonces cuando la Sociedad Económica de Amigos del País publica extractos de la obra aún inédita entonces, Historia de las Indias, de Bartolomé de las Casas, lo que origina toda una corriente de pensamiento prehispánico. En boga estaba en el mundo (y en Cuba) el romanticismo, que por definición entre otras tendencias, hurgaba en la grandeza del pasado, y en fecha tan temprana como 1838, José María de la Torre y de la Torre completa el primer mapa de Cuba con sus cacicazgos según los entornos geográficos cubanos;[5] pero de 1836 es el Diccionario provincial de voces cubanas (Matanzas), y de 1849, su Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas (La Habana), ambos de un dominicano en La Habana: Esteban Pichardo (1799-1879; ya en 1822 tenía sus Notas cronológicas sobre la Isla). Se señala al matancero Pedro José Patricio Guiteras y Font (1814-1890), que ya le dedica a nuestros indoamericanos varios capítulos de su Historia de la isla de Cuba (1865-1866),[6]nuestro primer trabajo extenso de arqueología prehispánica que se realizó sobre la base, fundamentalmente, de la información de los cronistas de Indias”.[7] En 1847 el geógrafo, erudito y arqueólogo español Miguel Rodríguez Ferrer inicia la arqueología aborigen en Cuba al descubrir un fragmento de mandíbula humana al sur de la provincia camagüeyana.

El habanero Felipe Poey (1799-1891) estudiaba los cráneos taínos en cuevas orientales, y su hijo Andrés (1853 en Transactions, de la American Ethnological Society) publica nuestro primer estudio comparativo con las semejanzas de algunas piezas aruacas en Cuba y en el resto de las Antillas; Fermín Valdés Domínguez (La Habana, 1852-1910) rastreaba evidencias del pasado en los montes de Baracoa, y poetas como el matancero José Jacinto Milanés (1814-1863) con El Indio Enamorado, y los habaneros, el neoclásico Ignacio Valdés Machuca “Desval” (1792-1851) con sus Villancicos; y el romántico Gabriel de la Concepción Valdés “Plácido” (1809-1844) con Al Yumurí y Al Pan de Matanzas, fueron los precursores para el habanero Joaquín Lorenzo Luaces (1826-1867), el bayamés José Fornaris (1827-1890, figura principal, desde su libro Cantos del Siboney, 1855)[8] y el tunero Juan Cristóbal Nápoles Fajardo “el Cucalambé” (1829-1862, con su libro Rumores del Hórmigo, 1856), quienes usaban voces indoamericanas (o al menos, supuestamente lo eran) para crear-recrear nuestro pasado, en esa corriente literaria cubana reconocida como siboneyismo, “…una manifestación de la tendencia indianista que se desarrollaba en la América española” dentro del segundo romanticismo cubano,[9] que alentaba al nacionalismo revolucionario cubano, como argumentaba Fornaris al introducir Cantos de siboney (edición de 1888), reconociendo la ascendencia hispana, pero hermanado con “los antiguos habitantes de Cuba” por compartir entorno natural y maltratos, creyéndolos entonces nativos americanos, sin saberlos inmigrantes también (aunque milenios antes); y así, “protestar contra el modo injusto e insolente de regir…”[10]

Como todo lo genuinamente revolucionario, y a partir del juicio adverso del crítico santanderino Marcelino Menéndez y Pelayo, el siboneyismo sufrió la incomprensión y hasta la intolerancia racista de antaño, y no sólo por los sectores más reaccionarios y pro-colonialistas de aquella sociedad, sino también por algunos abolicionistas que confundieron tan loables inquietudes, con un intento de desviar la atención y apoyo a las luchas a favor de la gran masa esclava del momento, de raíz africana, e incluso consideraban que Hatuey como primer libertador cubano, no era sino un mito.[11] Obsérvese que recientemente (1844… y no por casualidad, en la que es ejecutado Plácido, entre otros) había sido cruelmente reprimida la llamada Conspiración de la Escalera, con tanto desestímulo al abolicionismo; pero ya en 1856 La Piragua es el órgano siboneyista: otra manera de continuar la lucha por los oprimidos, que a la sazón se podían entender (y aun con un rasero muy estrecho): negros esclavos hoy… ¿indios, ayer? De alguna manera, aquellos mártires enarbolados entonces, eran un grito contra la esclavitud de todos los tiempos.

Mas la semilla sembrada de interés por aquellos indoamericanos en Cuba, ramificó según cada contexto, fuera y dentro de Cuba: se ha señalado el origen indocubano del término “guaracha”, canción jocosa bailable que identificó al teatro bufo (o vernáculo) cubano (y mucho más allá) desde su origen, en mayo de 1868;[12] ejemplo cimero de “lo criollo” en época tan definitoria para la identidad nacional, entre otras evidencias en el teatro de entonces: en La gallina ciega, de Luis Cruz (1868, bufo) Ricardo se declara a Margarita: “Tú eres la indiana Beatriz, y yo soy el Dante Siboney”;[13] “El negro bueno”, guaracha con la que Jacinto Valdés dio viva a Céspedes en los históricos sucesos del teatro Villanueva (enero de 1869), dio título a un periódico tan rebelde que aconsejaba, por ejemplo, “Come casabe (…) usa sombrero de yarey”,[14] símbolos cubanos por su raíz indoamericana, y en la misma obra Perro huevero se canta a “la antigua provincia de Maniabón (…) la indiana gente…” (décima que se repetirá en el sainete En tierra extraña, de Antonio Valdés, 1876) y el héroe era “el Indiano”, llamado por demás… Céspedes;[15] en el teatro mambí, además de Martí, El Moctezuma (1877, del colombiano Joaquín María Pérez, en el Teatro francés de New York, según los sucesos del vapor correo Moctezuma)[16]; El Grito de Yara (Luis García Pérez, 1832-1883; publicada en 1874 en New York, casi una lección de historia patria);[17] y luego con otros significados, la guaracha La Guabina, que sonrojaba a las damitas (Mellado, 1879)[18]; La esquina de la biajaca (Laverón, 1880);[19] hasta incluso, el teatro pro-colonialista.[20]

De Olallo Díaz González, en El buen camino, Cuba al despertar salta de su hamaca,[21] y en su De la muerte a la vida (1894) Cuba aparece vestida de india;[22] su Los efectos del bloqueo (1899) se muestra falsa y oportunista si se compara con La emigración al Caney, del santiaguero Desiderio Fajardo Ortiz “El cautivo” (m. 1905 en Cuabitas, nombre aborigen al sur oriental) estrenada a fines de 1898 en el teatro santiaguero Oriente, aunque sin más alusión indígena que el título: muestra los últimos momentos de la lucha independentista, tanto en la manigua como en las ciudades;[23] Mellado cambiaría su Buchito en Guanabacoa (1880) por Güevito en Guanabacoa (1881);[24] la zarzuela Cuba Libre, de Federico Jacques y Aguado (1887), refiere el curujey, el bohío, el cocuyo...[25] El indiano es una comedia de Eva Infanzón (firmaba como Eva Canel) de 1894;[26] En el parque de la India (1892) de José Guillermo Nuza y Francisco Valdés Ramírez,[27] y La Guavinita, es obra de Joaquín Robreño.[28] En 1891, se publica de Ramón Meza, en la Revista Cubana, tomo XIII p.289-305 y 481-495 del tomo XIV, y prólogo a la edición de Mitjans de 1963, p.1-51: “…la planta del flamenquismo más exótica en nuestra tierra que el siboneísmo…”[29]

 

A la puerta de mi bohío, fue representada por el grupo de Robreño en 1898.[30] En 1899 Joaquín Robreño estrena en Cuba El alcalde de la Güira, parodia de El alcalde de Estrasburgo, cuya ausencia se haría sentir al iniciar la República;[31] Una excursión a Matanzas (1901) de Manolo Saladrigas, con música de Anckermann, culmina con “un sabroso anaquillé que resucita a los muertos”.[32] La herencia de Canuto, décadas después sería publicada por Samuel Feijóo en su Teatro bufo.[33] Y es interesarte comparar en 1898 la ópera Yumurí del autonomista Rafael Hernández de Castro, con música de Eduardo Sánchez de Fuentes, que muestra el amor entre una indígena y un conquistador; ya años antes había escrito su libreto para zarzuela El abra del Yumurí, pero sin la música de Sánchez de Fuentes, no trascendió: una india reniega de los suyos para entregarse  a un español y los dioses furiosos, con un terremoto, crean el abra del Yumurí, en franca desaprobación;[34] no obstante en 1904 (plena República) se da una pieza pro-colonialista, para lo que igualmente, usaban a nuestros indoamericanos: Asamblea de descubridores, de Ángel Clarens (“Acacia”): Colón, Velázquez, Rodrigo de Triana y Ocampo se codean con Hatuey, Anacaona, Guamá, Guarina, Guamani, bateyes con tenis y otros adelantos; Enoch Crowder logra la paz entre Hatuey y Ocampo que se disputaban el amor de Guamaní, quien finalmente cae rendida en los brazos del español mientras Hatuey se conforma con Guamá.[35]

 

Del agrimensor Tranquilino Sandalio de Noda (Cafetal en Guanajay, entonces Pinar del Río, 1808-San Antonio de los Baños, Habana, 1866) quedó inédito su diccionario siboney y su novela El Cacique de Guajaba; en 1878 se publica Cuba primitiva (Antonio Bachiller y Morales; La Habana, 1812-1889); el habanero Luis Victoriano Betancourt (1843-1885) aporta su relato La luz de Yara sobre la quema de Hatuey, que aun durante la Revolución se ha publicado como texto escolar.

Y casi nunca se tiene en cuenta en estos estudios, al más universal de los cubanos: el habanero José Julián Martí y Pérez (1853-1895) quien en 1877 en Guatemala, al descubrir las culturas indígenas existentes y detectar en ellas unidad continental, inicia con Patria y Libertad (escrita en cinco días para ser representada por sus alumnos en saludo al 15 de septiembre, Día de la Independencia) un “nuevo teatro” que se independice de los moldes europeos (para lo que enarbola su concepto de lo indígena, “de lo propio americano deslumbra y quema”) “drama indígena” que no pretende ser histórico, no busca el exotismo o la antropología, sino el despertar de la conciencia del indio y del criollo; Gonzalo de Quesada sostiene que el nombre de su héroe indio Martino, es una variante de su mismo apellido, “Martí”, toda vez que Martí sentenciaba “¡Manto admirable echó Naturaleza sobre los hombros de la América!” (1884), mientras comentaba la literatura aborigen;[36] no es esta una recreación indigenista que trata de reproducir areitos, sino que une a los humildes (indios, negros, criollos), contra la metrópoli colonialista, en la que expone las dudas y vacilaciones de muchos criollos frente al indio: Martino era un apasionado independentista;[37] recurre a nuestro “…Hatuey como símbolo inicial de la reconquista; a Bolívar, Hidalgo al frente de sus indios, Moctezuma y Anacaona, Cuauhtémoc, y unir América entre el Bravo y la Patagonia”.[38]

Ya con esta obra, el indio deviene héroe dramático que supera al criollo indeciso;[39] cuando se marchan los colonizadores sustituidos por la entrada de los indios, termina la fábula de la libertad de América, y en el acto II escena 4 concluye Coana: “Y, así termina, indiana/la epopeya de América”.[40] Martí, que veía al indio entre los oprimidos, pilar de la resurrección americana, en este su drama indio, resalta el papel del indígena.[41] No en balde, una autoridad al estudiar la escena cubana como Rine Leal, le reconoce que por primera vez, aparece el pueblo en el teatro cubano; pero más allá de esta pieza teatral, a Anacaona,[42] que al igual que Hatuey, flota legendaria entre Cuba y las restantes islas antillanas (sobre todo la actual Haití-República Dominicana), la vuelve a citar en su discurso Gestación de América[43] en contraposición con los conquistadores españoles. Criticando los clichés, Martí se cuestiona si es real la cubana de La corte de los milagros, del español José Picón, “…acostumbrados ya a imaginar que no hay mujer americana sin hamaca…”[44]

Luego, en el poema dramático en cinco actos Hatuey (publicada en New York, 1891), parábola política del santiaguero Francisco Sellén,[45] acto V, dice Hatuey: “La muerte es para mí la bienvenida: más que la muerte el español me espanta”, exaltando el pasado precolombino, sus areitos, el cacique predicando por la unión contra el invasor, la traición por ignorancia de una india, la derrota de Hatuey quemado significativamente en los campos de Yara, con la presencia benévola del padre Las Casas;[46] y todo ello fue criticado por otro grande de los intelectuales cubanos de antaño, Enrique José Varona, por ser “indios que hablan y sienten a la europea, a pesar de (…) exóticas que abundan… Hatuey prosternado a los pies de Las Casas nos desconcertó completamente (…) Hatuey perdía su valor simbólico (…) desde el punto de vista artístico los españoles son lo más interesante del poema, viven realmente”. Pero Martí, que compartía el duro exilio con Sellén, dijo que “con singular lucidez y fuerza dramática intensa, escribió su poema Hatuey[47] y “…de Hatuey, con el poema de Sellén en la mano, ¡qué no se podrá decir, hasta que resucita por la “Luz de Yara”! Y la conferencia de la “Luz de Yara” puede ser muy hermosa, con la pintura de los pocos grandes…”[48]

Según Leal,[49] Sellén, con esta obra, asumió la historia cubana como el capítulo inconcluso de la historia americana, y apunta que en el prólogo, Sellén explicaba que su héroe indígena encerraba la idea continental de los hombres que llegaron de todos los rincones de América para nuestra independencia; desde el exilio no necesitaba de parábolas ni artificios literarios, y abiertamente proclamaba a Hatuey como “el primero de nuestros mártires”, siguiendo la idea martiana sobre el destino común americano y el despertar del indio por su libertad. Leal incluye esta obra como parte de la preocupación constante de lo más revolucionario de aquella Cuba, por hallar una escena nacional e histórica que reintegrase a nuestro pueblo su historia, no la extranjera.[50] No faltaron en Martí alusiones como esas a los indoamericanos en Cuba, aunque dadas sus preocupaciones por toda la América del momento, son aquellos los indígenas que principalmente evidencia, para enfocarlo en la actualidad de entonces, y no como historia antigua.

Quizás el ejemplo cumbre de lo analizado hasta aquí de Martí en cuanto a nuestras culturas indoamericanas, sea su drama Chac Mool,[51] “tragedia simbólica de los tiempos presentes”. A la estatua en cuestión la describe “soberbia y vengadora”: mostraba (entre otros componentes de nuestra identidad continental más raigal) una gran figura de un indoamericano. Martí incluye “las diversas tribus de América, consejos de indios, donde cada uno cuenta”; la propia estatua se levanta al llegar al otro país, e incluye también para la gesta libertaria, contar con “el blanco bueno”.

Autorretrato” de Martí como Chac Mool

Los indios jubilosos al ver la estatua, despiertan.[52] Interesado en la expresión teatral de los precolombinos, Martí siempre confiere “actualidad” a la cultura indígena[53] y busca “el despertar final del indio” como “el canto de América (…) y los niños van cantando a la escuela”. Para Leal, Chac Mool es el punto máximo de la expresión escénica en Martí que unifica su concepto del anticolonialismo cultural,[54] y ve que Martí enarbola “la fuerza de lo autóctono frente a lo importado, con Chac Mool, nutrido de la savia del suelo indígena, en su posición que recuerda el origen” (véase imagen anexa, “autorretrato” de Martí como Chac Mool, antecedente a la auto-caricatura cubana)[55]

El aporte de Martí no está en descubrir estas culturas indoamericanas (toma como referencia la obra de Daniel G. Brinton[56]) sino en valorarlas y la importancia que les confiere: se duele porque los conquistadores echaron abajo las piedras del arte indoamericano para levantar sus iglesias y cabildos y así quemaron las culturas aborígenes, que llega a comparar con la griega en los “bailes de teatro, forma natural de este en pueblo nuevo, que solían ser coreados como entre los griegos del Tragos y de Thespis”; llama a esas culturas indoamericanas, “nuestra Grecia”, y la prefiere a aquella, que no por ello subvalora. Se pregunta, “… en poesía, ¿qué versos de la colonia vale lo que la única oda, u odas, que se conocen de Netzahualcóyotl. En arquitectura, ¿qué pared de iglesia, o celebrado frontispicio, ni aun el del churrigueresco Sagrario de México, vale lo que una pared de Mitla, o de la Casa del Gobernador?” Cita los bailes cantados (areitos) de Nicaragua y los de México con su pantomima que debió “subir a comedia”, y del Gregüence, donde encuentra, entre el castellano burdo y el náhuatl corrompido, las “ingeniosidades, invenciones y astucias” de la trama, que lo convierten en una “como zarzuela india”.  Habla de los autores dramáticos y de ese pasmoso teatro que debía surgir de los héroes destruidos por la colonización; compara la Ilíada griega con la americana, con sus Atreos y Tiestes, con sus comedias como el Ollantay, el Rabinal Achí y el Gregüence, con discretos y donaires de espíritu “que parecen salidas del mismísimo corral de la Pacheca”.[57] Gracias al cuidado de su albacea literario Gonzalo de Quesada,  se han conservado de los viajes de Martí escenas teatrales como un areito con su ambiente indígena.[58] Todo lo anterior, que resume el pensamiento y obra de Martí para con los indoamericanos, sería base para su cardinal ensayo Nuestra América (1891), que ya anuncia.

La vida mambisa en la manigua (vocablo precolombino) asumía inevitablemente formas de vidas precolombinas: bohíos, hamacas, en la culinaria, en la medicina verde, etc. como también habían asumido campesinos[59] y cimarrones al entregarse al mismo entorno ambiental.

Mientras, una de las tres óperas del profesor, compositor y pianista holandés Hubert de Blanck (1856-1932) que tanta escuela musical sentó para Cuba, incursiona en el ámbito indoamericano en Cuba: Icaona. En 1891 Luis Montané y Dardé, formado médico y antropólogo en la Universidad de la Sorbona en París por figuras mundiales como Paul Broca, Ernest T. Hamy y Armand de Quatefages, despega un camino independiente para la arqueología cubana (hasta entonces del brazo de la antropología) muy orientado por la escuela francesa hasta 1918 con Montané y Arístides Mestre Hevia, y luego por la escuela de Estados Unidos de América (EUA) hasta 1942; se destacaba el Dr. Carlos de la Torre y Huerta, y en 1901-1904, S.Culin (Universidad de Pennsylvania) y el Dr. J.W.Fewkes (EUA) publican Las culturas prehistóricas de Cuba. En 1903 se funda el Museo Antropológico Montané, que propicia colecciones como la de Rasco; surgirá Eduardo García Feria (Holguín) y las colecciones para el actual Museo Bani: Tibaldo Herrera, Raúl Rojas, Guillermo Zanoletti y Manuel Pérez Pérez, con su colección en Morón y el Grupo Arqueológico Caonao: no por azar, nombre precolombino.

En 1913 el profesor Juan Antonio Cosculluela descubre el sitio de Guayabo Blanco en la Ciénaga de Zapata, residuario que estudia Montané; Cuba before Columbus (1921, Mark R. Harrington, EUA, desde 1917) establece la división en dos culturas: ciboneyes y taínos, y ya en 1922 emplea el término subtaíno; desde 1930 hasta su fallecimiento en 1953, se destaca en Pinar del Río la obra arqueológica del profesor Dr. Pedro García Valdés, mientras en Cienfuegos el Dr. Antonio González Muñoz, del Grupo Guamá (no en balde el nombre, explícitamente precolombino), gestaba su colección; de 1935 es Origins of the tainan culture (Sven Loven) y en septiembre de 1937 en el Museo Antropológico Montané, se constituye la Comisión Nacional de Arqueología, luego Junta Nacional de Arqueología y Etnología, que controló, organizó y divulgó la arqueología cubana hasta diciembre de 1962 y durante 23 años, publicó los 20 números de la Revista de Arqueología y Etnología; en 1941 C.Osgood e I.Rouse (Universidad de Yale, EUA) agregan el sitio de Cayo Redondo y la hipótesis de migraciones desde el norte, y en 1942 se publica Cultura de las Dagas y las Bolas, del Dr. Herrera Fritot.

Paralelamente a tal sendero científico, aun hoy nuestra cultura popular llama “cacique” a quien en cada comunidad se pretende líder absoluto, y las artes han enarbolado a los indoamericanos en Cuba: el compositor, guitarrista y cantante santiaguero Sindo Garay (1867-1968);[60] su obra el compositor y pianista guanabacoense Ernesto Lecuona (1896-1963);[61] la cantata Anacaona, del compositor habanero Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944); el son Guagüina yirabo, del bongosero y guitarrista habanero Alfredo Boloña (1890-1964), interpretado por varias agrupaciones soneras de antaño; entre las zarzuelas cubanas, Guamá;[62] Los Caciques se llamaba la orquesta en que cantó el tabaquero matancero Pablo Quevedo (1908-La Habana, 1936). Esculturas de entonces son de la habanera Amelie Zell de Sánchez Araújo, Luz de Yara (1939) y El Cemí (1941); Escultor primitivo (piedra artificial, 1944, del escultor y profesor holguinero Mario Santi García, 1911-1988); El Cacique (1934), del arquitecto y escultor Félix Cabarrocas Ayala (n.1895); Madre india (terracota, 1950) de la pinareña Lilia Jilma Madera Valiente (1915-2000); La hamaca (1950, bronce) del escultor, dibujante y profesor habanero Alfredo Lozano Peiruga (n.1913-Puerto Rico, 1997); Figura indoafrocubana (1.50 x 0,28 x 0,19 metros; 1967) del escultor, grabador y dibujante habanero Eugenio Rodríguez Rodríguez (1917-1968); en 1927-1928, Atuei era una publicación rebosante de ilustres firmas, pero perseguida por el Machadato; Cemí será apellido clave en la novelística del habanero José Lezama Lima (1910-1976), mientras se oía el Septeto Abagama y la orquesta Cubaney de Pilderó, que integró el pianista, compositor y director matancero Dámaso Pérez Prado (n.1916).[63]

Despuntaban los intentos de escuela cubana de arqueología entre 1942 y 1952: en 1940 se funda la Sociedad Espeleológica de Cuba, que tuvo su sección de arqueología, cuyo exponente más destacado es el Dr. Antonio Núñez Jiménez; en Oriente se gesta el Grupo Humboldt, y allí el Dr. Felipe Martínez Arango con su Museo de Arqueología; y en la ciudad de La Habana el Grupo Etnológico Guamá, con los referidos Fritot, Cosculluela, Robiou, así como Felipe Pichardo Moya, Royo Guardia y Morales Patiño. En sus Cuatro Culturas Indias de Cuba (1943; del mismo año es Las culturas indias de Cuba, y de 1948, La música y los areitos de los indios de Cuba), el habanero Fernando Ortiz (1881-1969; ya en 1922 había aportado Historia de la Arqueología Indocubana y en 1923, Un catauro de Cubanismos) reconoce la de Guayabo Blanco o Aunabey, como la primera o aborigen; segunda, la de Cayo Redondo o Guanajatabey; tercera, la de Bani y otros, o Ciboney, y cuarta, la de Pueblo Nuevo o Taíno.

En 1945 el camagüeyano Dr. Felipe Pichardo Moya (1892-1957; ya desde 1934 aportaba El Camagüey precolombino) en Los Indios de Cuba en sus tiempos históricos, pero sobre todo en Caverna, costa y meseta, pretende una visión general de las culturas precolombinas en Cuba desde los arcaicos (guanahatabey) al occidente; las costas; y las mesetas (aruacos); y en 1956 con Los aborígenes de las Antillas, logra una visión que trasciende a Cuba, como en efecto, eran aquellas culturas, de una isla a otra. En 1950, en la Mesa Redonda de Arqueología del Caribe, en La Habana, el Dr. René Herrera Fritot elude las denominaciones por números en complejos I, II y III, que no se emplearían, vencidas por la costumbre. Casi todos los trabajos de campo o de laboratorio en Cuba entre 1940 y 1958, se guiaban por el curso de Antropología de América en la Universidad de La Habana, del Dr. Carlos García Robiou, formado en La Sorbona (Francia) y en las universidades estadounidenses, sobre todo el Peabody Museum, máximo exponente pre-revolucionario de la arqueología en Cuba.[64]

Bastaba para que apenas que triunfara la Revolución, cuajaran proyectos más allá de las investigaciones,  y en 1960 se crea en La Habana el Taller Guamá para realizar obras de cerámica y escultura a integrar al centro turístico Laguna del Tesoro (de la que surgió como dependencia) y a su Aldea Taína, y cuya dirección se le encomendó a la escultora y profesora habanera Rita Longa Aróstegui (1912-2000),[65] quien expone en 1966 en dicho Taller, considerado iniciativa de Celia Sánchez Manduley y cuyo 20 aniversario festeja en marzo de 1980 en la Galería de La Habana, con palabras al catálogo de Rosario Novoa y un artículo en el diario Trabajadores de Erena Hernández Guerra; entre 1961 y 1964 Rita realiza el conjunto de 25 esculturas en piedra fundida –polvo de mármol, arena, cemento- que fue la Aldea Taína inaugurada como museo al aire libre en 1964 para “retomar los valores de las culturas autóctonas del país”[66] con el escultor, grabador y músico habanero Pedro Nolasco Vega Francia,[67] los realizadores Rudosvaldo González y Amador Machado, y el arquitecto Mario Girona Fernández, en el Centro Turístico Guamá, en la Ciénaga de Zapata.[68]

Paralelamente continuaba el proceso científico: en 1962, el Dr. Antonio Núñez Jiménez funda el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba (A.C.C.), que entre otros objetivos, además de hacer arqueología, formaría arqueólogos, y la nueva orientación de la arqueología cubana se enrola al campo socialista; aun se recuerda la reproducción del ambiente precolombino en su exposición permanente en nuestro Capitolio Nacional. De 1962-1966 Prehistoria de Cuba, de los Drs. Ernesto Tabío Palma (miembro del grupo Guamá y colaborador de Fritot) y Estrella Rey Betancourt, es el más importante recuento arqueológico en Cuba desde aquel de 1945, del citado Felipe Pichardo. En 1974 se publica Preceramic Cultures in the Caribbean, en Varsovia, Polonia, por el Dr. Janusz K.Kozlowski, profesor de la Universidad Jagiellonskiego (Cracovia, Polonia) a partir de sus investigaciones en Cuba entre 1972 y 1973; y en 1975 Cuba: dibujos rupestres, del Dr. Antonio Núñez Jiménez, con resultados desde 1939 en Mayarí. En 1979, en la IV Jornada Nacional de Arqueología (Trinidad, Sancti Spiritus) el Dr. Ernesto Tabío y Palma presenta un proyecto para una nueva periodización en tres etapas: preagroalfarera, protoagrícola y agroalfarera.

Continúan al mismo tiempo, las representaciones artísticas: en 1977 se instala Elementos aborígenes en la Casa del Cucalambé (¿qué mejor homenaje?), en El Cornito, en Las Tunas;[69] del verano de 1981 son las obras de la escultora, dibujante, instalacionista y artista de performances, la habanera Ana María Mendieta Oti (1948-1985, residente en EUA desde 1961) en la Cueva del Águila en las Escaleras de Jaruco, a donde había venido ya en 1980, cuando prepara este viaje guiada por Ricardo Rodríguez Brey (quien enseñaba en la Casa de Cultura) y otros artistas cubanos, a los bosques de Jaruco donde utilizando la piedra calcárea de las paredes de la cueva, esculpe su serie en piedra de Esculturas rupestres (Rupestrian Sculptures): Maroya, Iyaré, Guanaroca, Albohoa, Bacayu, Guacar, Atabey, Guabancex, Itiba Cahubaba.[70]

Mientras tanto, en el otro extremo del país, en el valle de Damayajabo en el parque Baconao, Santiago de Cuba, se gesta el Parque de la Prehistoria entre 1982 y 1992;[71] a propósito del pintor, instalacionista, escultor, grabador, dibujante y profesor habanero Juan Francisco Elso Padilla (1956-1988), el crítico Gerardo Mosquera comenta: “Elso no se conforma con buscar nuestras raíces pintando más cabezas de indios (…) se esfuerza en una investigación artística sobre un elemento ancestral de la economía de América…”[72] y el 3 de noviembre de 1985 Sergio Colina Socorro publica en el diario Juventud Rebelde (con ilustraciones) “Indios en el Zoológico de Piedra”, sobre el Zoológico de Piedra del escultor guantanamero Ángel Íñigo Blanco (n.1935) en su natal Yateras, algo más al norte de Baconao, que hacia 1989 recibe el Premio Guamo (nombre del instrumento musical indoamericano en Cuba) que a la sazón otorgaba la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Hacia un nuevo conocimiento científico de los indoamericanos en Cuba.

Dacal y Mouré (1984), junto con los cursos de Técnico Medio en Arqueología que impartía el Departamento de Antropología de la A.C.C. con Aida Martínez Gavino, Rivero de la Calle y otras de las cumbres antes citadas (1985); Isaac Barreal; experiencias en La Habana (1983-1986) con grupos arqueológicos como los de la familia Arrascaeta en Batabanó; la monografía sobre la fundación sureña de la primitiva villa de San Cristóbal de La Habana (Couceiro, 1985; luego solicitada por Leandro Romero, de la Oficina del Historiador de la Ciudad), y más tarde, los textos y postgrados impartidos por la Dra. Lourdes Domínguez, el Dr. Jesús Guanche y la Antropología Lingüística por el Dr. Sergio Valdés Bernal, entre otros intelectuales de primera línea, sobre todo (aunque no solo) en la Maestría en Antropología en la Facultad de Filosofía e Historia organizada por la Dra. Rosa María de Lahaye (1996-2001); la obra de Feijoo (1986) que daría a conocer la rica mitología heredada por aquellos indoamericanos en Cuba, así como la confluencia en eventos especializados y sobre todo en la década finisecular con los aportes de otros expertos como José Antonio García Molina (Biblioteca Nacional José Martí) y del M.Sc. Racso Fernández Ortega, el proyecto de expediciones al Caribe (Lohania Aruca); los empeños de Jorge Garcell desde San José de las Lajas, y del Instituto Cubano de Antropología, entre otros, han sido el detonante para una línea investigativa que conduce a estas cuartillas;[73] y de donde se puede extraer una primera y rotunda conclusión: la motivación de ciencias, artes, etc. por nuestras raíces precolombinas, ha constituido una incesante y saludable tradición cubana por más de dos siglos, cada vez con mayor rigor científico y tendientes a ir demostrando cada vez más, que no somos tan ajenos a ellos como en un inicio, se sentía, casi como un lamento antiguo.

La continuidad de esas mismas investigaciones en un nivel más profundo y a tenor de la óptica que revoluciona desde los años 90´s del siglo XX y hasta la actualidad, permite incorporar a aquellos indoamericanos como una raíz esencial para la etnogénesis y la cultura cubana: primero nos reconocimos hispanos; luego, y desde los aportes de don Fernando Ortiz (que vemos que también apuntó a estas raíces precolombinas, entre otras muchas), las raíces africanas; más recientemente, los chinos, y ahora los indoamericanos en Cuba, sin que con ello se cierre el universo de fuentes imprescindibles para “lo cubano”.[74]

Por no salir de la Antropología Física y a pesar del resultado dogmatizado de los nobles esfuerzos del padre Las Casas, siempre hemos convivido con muchos descendientes de aquellos precolombinos: al profundizar los estudios, se destaca por ejemplo, el santiaguero Miguel Velázquez, que ya a principios del siglo XVI, se considera el primer músico notable nacido en la Isla, hijo de india y de un castellano familiar del Adelantado Diego Velázquez; estudió en Sevilla y Alcalá de Henares mientras hacía la carrera eclesiástica.[75] Pero el vasto proceso transculturativo le antecede y ya de 1493-1494 se cita lo que se considera el ejemplo más antiguo de arte cristiano indígena del Nuevo Mundo, que se presume fabricaron indoamericanos en el oriente cubano, sobre todo en torno al actual Santiago de Cuba donde antes de 1510 ya se refugiaban algunos grupos taínos: un facistol o atril para misa, en madera tallada en forma de concha con incrustaciones de hueso de pescado y caparazón de carey, usado por fray Bartolomé de Las Heras (capellán de Colón que permaneció en Cuba durante un año para evangelizar a las tribus indígenas caribeñas) en su segundo viaje a América.[76]

Prácticamente, ningún territorio cubano está exento de alguna huella de aquellas culturas precolombinas; no es casual que entre “los tres Juanes” a los que se apareció la Virgen de la Caridad (Santa Patrona de Cuba) en 1612, muchos citen un indio que completa, con el blanco y el negro, la identidad racial cubana,[77] y que tampoco falta en su coetáneo, el monumento literario Espejo de Paciencia. En España se llamaba “indiano” a quienes regresaban del “Nuevo Mundo” enriquecidos, personaje popular en “la Madre Patria” durante estos siglos en su literatura, música, zarzuela (Los Gavilanes, por ejemplo), el imaginario, etc.

En La Habana, aun avanzado el siglo XVIII, se explicita Guanabacoa como asentamiento indígena, y el novelista pinareño Cirilo Villaverde (1812-1894) en La Cueva de Taganana, cita entre la historia y la leyenda, un descendiente de aquellos precolombinos que allí (donde hoy se ubica el Hotel Nacional) vivía durante la toma de La Habana por los ingleses (1762). Aun en pleno siglo XX, el compositor, guitarrista y cantante Lorenzo Hierrezuelo (n.1907) reconoce su abuela siboney; nació en El Caney (nótese el topónimo precolombino), Oriente, y hereda una tradición trovadoresca familiar: sus padres cantaban apoyados en el tres, a fines del siglo XIX.[78] Estas figuras nos trascienden por su obra, y al profundizar se develan sus raíces precolombinas, aun avanzado el siglo XX; pero no son más que un reflejo de todos aquellos otros que no han tenido tal tipo de trascendencia, o sí la han tenido, pero se ignoran sus raíces, y volvemos al campo de la Antropología Física. Más allá, se han reconocido otros que llegan a ser lo más relativamente “puros” posible, como toda etnia en contexto tan mezclado, y todavía de 1972, Dacal y Moure (1984) recrean fotos de descendientes “puros” en La Escondida, en el municipio guantanamero de Yateras; mucho más allá, en Baracoa y diversas comunidades cercanas (y no tan cercanas, incluida la capital cubana, lógico por las migraciones) se evidencian características muy similares, bien sean “puras” o por mezclas con blancos, con negros, con chinos y con otros mestizos, desigualmente reconocidas por el imaginario dogmatizado.

Sin embargo… trascendiendo de la Antropología Física a la Antropología Cultural, es cuando más se percibe la vigencia de aquellos pueblos, dado que fue de sus 10-12 milenios de experiencias en nuestro contexto ecológico, que aquí han aprendido a vivir durante el medio milenio que tienen, las restantes etnias del planeta, indispensables todas para el cubano actual, más allá de las características generales que se dice, identifican a las insularidades, tales como tozudez, tendencias nacionalistas, vivacidad, menor estatura física y menor tasa de natalidad, para muy ricos aunque vulnerables ecosistemas.[79]

Conviviendo con los precolombinos en Cuba… hasta hoy.

Los primeros de ellos en llegar, fueron los protoarcaicos (ya en Paleolítico Superior, hacia el año 10,000 u 8,000 a.n.e.), desde La Florida por las costas norte-occidentales cubanas atrás de su ente protectora, la foca tropical y otras especies halladas en Cuba, como los Megalocnus rodens; no deben confundirse con los que luego los Cronistas de Indias llamarían guanahatabeyes, pues este grupo no llegó hasta entonces, pero sí llegó la foca tropical y ya incorporaban a Cuba su cultura ambiental, su talla de piedras, las primeras formas de religiosidad (fetiches y amuletos, totemismo, formas del animismo) y sus artes navieras, vasta tradición absolutamente vigente y que fueron más desarrolladas aun en sus sucesores, los preagroalfareros que ya estaban en Mesolítico y llegarían en al menos, tres oleadas, desde puntos diversos de la América Central desde el año 4,500 a.n.e. y hasta el siglo XVII sobre todo por el sur occidental y central cubano, que heredan y continúan su transculturación en el entorno cubano desde los anteriores: ya estos conforman los llamados siboneyes o ciboneyes, y también el subgrupo que se clasificaría como guanahatabeyes; comenzaron el culto de las cuevas para sus complejos y significativos ritos funerarios en que consideraban las dagas como rayos lanzados por las deidades (como el Shangó de raíz africana ulterior); su mitología señalaba el origen del mundo y de la vida en las cuevas; estimaban el fuego como al astro mismo, especialmente el sol y la luna, muy venerados en las Antillas en asociación con la fecundidad, y reflejaban toda afectación de la naturaleza como podía ser la tromba marina o el huracán, que destruía sus bienes… elementos todos que heredarán los grupos hispanos y africanos al transculturar sus ritos y cultos a nuestro entorno ecológico, aprendiendo su vínculo a dicho entorno y retomando muchas de tales creencias y costumbres, que incluían sus formas tempranas de religión para la ulterior cultura cubana.  

Desde el siglo VIII d.n.e. y aun en el siglo XV, ya en Neolítico, comenzaron a llegar desde Oriente hacia Occidente (en consecuencia, con desigual desarrollo a lo largo de toda Cuba) en oleadas sucesivas a través del hoy Santo Domingo y las restantes islas antillanas desde el norte de la América del Sur, los agroalfareros (antes llamados taínos), unidos por un tronco lingüístico común arwaco (según otros, aruaco) cuya cultura importan a transculturar con los precedentes antes referidos; por su contemporaneidad con los colonizadores españoles y su mayor desarrollo, son los que más trascienden. Muchos de los preagroalfareros que convivieron con ellos, se les aliaban en un incipiente sistema de vasallaje beneficioso para ambas partes, que distaba mucho todavía de una sociedad esclavista[80] y mucho menos, de su violencia;[81] con sus piedras y dagas líticas y sus más diversas formas de hachas (petaloides, amigdaloides, dobles, bifurcas, con figuras antropomorfas, zoomorfas y antropozoomorfas) heredan la “piedra del rayo”, hachas que los yorubas asimilaron para Shangó, pues las suyas no pudieron traerlas de África; concepciones que irán asimilando los descendientes hispanos, sobre todo a partir de las condiciones meteorológicas halladas en Cuba. 

Cultivaban la yuca amarga, desigualmente susceptible en las diversas regiones cubanas entonces menos cálidas, más difícil de cultivarse en el occidente pues la semilla se perdía al bajar la temperatura a 15º C. Se dispersaron aun más con la conquista y colonización, pero sus huellas han quedado indelebles para la cultura cubana actual, con los poblados que llegan a mantener en distintos puntos del país;[82] su cultivo intensivo de la yuca, que desde otras islas antillanas lograron cultivar en grandes espacios desde el norte oriental cubano, hizo que a esta región le llamaran “cuba”, esto es: “tierra cultivada”, para iniciar una larga lista de topónimos que nos identifican sin la menor duda, hasta la actualidad: el nombre propio del país, como otros tantos de nuestros topónimos, demuestran la vigencia precolombina en nuestra cultura, a valorar lo que en textos previos he llamado “la trascendencia de lo cotidiano”, comúnmente subvalorado cuando es lo que más nos define, incluso hasta el subconsciente.

Grandes navegantes y pescadores, dominaban la alfarería (otros elementos del nuevo medio en el que tendrían que aprender a vivir las nuevas etnias en Cuba) con un animismo muy relacionado con la magia, si bien en Cuba no separaban el cuerpo material del alma, y hacían aparecer los espíritus materializados y la existencia de ultratumba del alma acompañada de su cobertura material; la incorporación animista de los grandes espíritus cosmogónicos, se advierte mejor en su mitología:[83] explicaban su propio origen y el de los astros, la sucesión de los días y las noches, estaciones como la seca y la lluvia, en función directa de su agricultura, amenazada también por los fenómenos ambientales como los huracanes (palabra de origen maya); heredaron de los pre-agroalfareros una mitología según la cual, de una cueva salieron los hombres, el sol y la luna, cueva imaginada como un gran claustro materno o vientre mágico de donde brotaba la vida, todo lo cual impresionó hasta legárnoslo el considerado primer Cronista de América, Pedro Mártir de Anglería.

Por ello, a esas cuevas llevaban sus cemíes, que transculturarían entre otros artefactos ceremoniales de aquellos indoamericanos, los africanos en Cuba, que las convertían en santuarios, decoraban sus paredes y techos con figuras estilizadas reflejando a menudo la caza y la pesca que aun persistía, y se señala que las brillantes estalactitas y las abultadas estalagmitas les sugerían ánimas o espíritus que concretaban en su arte.[84] A través de los cemíes se comunicaban con el espíritu mediante determinados ritos o amuletos, avance en las creencias animistas que llegaban a dar el poder del espíritu directamente al cemí, originando encubrir algunos a los que se les atribuía grandes poderes, como el cemí tribal o familiar. Los cemíes representaban las fuerzas del bien y se desconoce si también las fuerzas del mal, aunque algunas referencias plantean que sí les rendían culto con la finalidad de mantenerlos satisfechos; no obstante, para ellos cualquier cemí podía hacerles daño, si no se les atendía correctamente.[85]

La alfarería es especialmente importante en la estructura de las comunidades precolombinas en Cuba, dada la inmensa riqueza y variabilidad de cada una de estas variantes, lo que exige cuidadosos estudios comparativos; casi siempre era obra de sus mujeres, destinada para confeccionar recipientes y una pequeña parte, para sus imágenes y otros elementos superestructurales, tras una larga cadena de producción desde que extraían el silicato de albúmina (arcilla) de las orillas de los ríos efectuando un hueco en ellas, material que tras varias fases devenía materia prima y luego, producto con valor de uso, arcilla que tras eliminarle lo más posible los cuerpos extraños y grandes fragmentos de roca, lo ponían a secar al sol y lo desmenuzaban con un madero hasta obtener un polvo fino mientras molían con un gran martillo de piedra el material aditivo, previamente escogido entre las rocas adecuadas u otros materiales muy diversos que forman parte de cada tradición alfarera singular.[86] Al igual que en otras comunidades antillanas, la forma para confeccionar las vasijas se basó en el enrollado o cuerdas de arcilla, con las que se iban levantando las paredes de los ceramios a partir de una inicial plancha de barro que conformaba el fondo.

Con las manos húmedas se alisaban las paredes eliminando las huellas de los rolletes, y golpeaban las paredes de los ceramios para obtener mayor resistencia al expulsar el agua de la manufactura, sirviendo la propia mano por el interior de soporte al golpe externo, que podía darse también con una paleta de madera. Se pulían las superficies y se incidían o aplicaban las decoraciones, incluidas las asas; finalmente se ponían en un lugar sombreado para que se secaran durante dos días y después, se sometían al fuego en sencillos hornos consistentes en una hoguera alrededor de la cual se situaban los ceramios, mejorando a veces el sistema, utilizando una pequeña hondonada para aprovechar mejor el calor, que nunca debió sobrepasar los 1,000º C. Algunas vasijas, antes de ser quemadas, eran introducidas en un baño de barro líquido a modo de pintura espesa con colorantes, que no sólo servía como elemento decorativo sino también como impermeabilizante. El grueso de las paredes de los ceramios tiende a ser de mediano a grueso (4 a 6 mm), especialmente la variante Maisí cuyas paredes tiende a ser hasta 8 mm de espesor; vasijas por lo regular de tamaño mediano, entre 200 y 300 mm; más pequeñas son escasas. La textura de los exteriores es sensiblemente pulida, aunque sólo pocas veces reflejan la luz, excepto la variante Maisí, donde este efecto es más abundante. Varían mucho los matices dentro del pardo, sobre todo pardo oscuro y rojizo; suelen presentar una dicotomía cromática entre sus caras exterior e interior (más oscuras en uno u otro) por el mal proceso de cocción en hornos abiertos sin control calórico, y llegan a observarse las “huellas del flambé” donde las llamas contactaron el ceramio y queda más oscuro.[87]

Las decoraciones en paneles fueron muy comunes, como las incisas, los diseños muy variados, generalmente en los respaldos de las vasijas;[88] entre los burenes, algunos son los llamados “burenes marcados”: artefactos que el diseño de una de sus caras puede ser una estilización zoomorfa o un dibujo geométrico de cierta complejidad.

Su ser supremo era Yucahu-bagua-maorocoti, espíritu o ser inmortal e invisible de las yucas, que los proveía de yuca, su alimento básico, así como espíritu del mar al que llamaban igual, y que tenía madre pero no principio; veneraban como ente totémica a las caguamas, de las que se consideraban descendientes (para volver a ella, se alargaban sus cráneos a su semejanza, produciendo esos cráneos deformes que los identifican en los hallazgos arqueológicos y en el imaginario, por sus representaciones visuales) y recordando su propio y constante arribo por mar, donde situaban los misterios del origen de la vida. También le llamaban Yucahuguamá o “Gran Señor”, que desde el cielo generaba y gobernaba las fuerzas marinas y terrestres lo cual incluso, se dice fue percibido por Cristóbal Colón según sus propias palabras, ya en 1496.[89]

La madre de este Ser Supremo era Atabex o Attabina o Atabey, Madre de las Aguas, asociada con las mareas, la luna y la fecundidad, y luego en el sincretismo (que obviamente, no se limita a lo español-africano) a Yemayá-Virgen de Regla, y a Obbatalá-Virgen de las Mercedes. Guabancex era otra deidad femenina muy colérica y vinculada también a la identidad ambiental cubana, en general benévola y fructífera para el ser humano, pero a veces imprevisible y devastadora como el clima en Cuba es, hasta arrancar árboles y mover vientos y aguas en estado iracundo,[90] igual que los huracanes caribeños les destruían casas y cosechas: luego lo hará Shangó-Santa Bárbara con su doble hacha, “piedra del rayo”, de origen amerindio. Para Guabancex, colocaban dos cemíes: Guataubá y Coatrisquie, para poder controlar todos esos poderes.

Maquetaure Guayaba era el Señor de la Región de los Muertos; los difuntos podían aparecer igual que los vivos, sólo reconocibles por la falta de ombligo, asociados a la fuerza y a la vitalidad, recluidos por el día cuando comían guayaba –de ahí su nombre-, pues creían que había un lugar cercano a sus islas llamado Coaybay “casa y habitación de los muertos”, donde el primer habitante fue Maquetaure Guayaba, y por la noche se convertían en la fruta guayaba, “fruta de los muertos”, hacían fiestas y podían aparecerse a los vivos, planta que desde los indoamericanos, protagoniza en la cultura cubana. No es casual que precisamente sea con una rama del guayabo con la que los africanos en Cuba invocan a sus antepasados, sobre todo en la Regla Kimbisa de origen congo en Cuba; los tambores sagrados Iyesá (de la cultura yoruba) se tocan con palos de ramas de guayabo o de la madera llamada hueso. Son demostraciones vigentes de aquel culto, más allá de la impronta de la guayaba en tanto identidad ambiental y culinaria cubana: en la toponimia, a la guayaba se le llama (hasta hoy) “timba” (más fácil de pronunciar por los no hispanoparlantes), por la marca Timber de los trenes ingleses que la traían procesada, y así el barrio capitalino Pan con Timba o “Timba” (luego “Timbita”) desde fines del siglo XIX cuando comenzó a venderla en Zapata y A camino al recién inaugurado Cementerio de Colón (1871); y el género bailable popular así llamado (timba), además de otros topónimos: Guayabo Blanco, El Guayabal, etc. y en otras manifestaciones de la cultura cubana.[91]

Dominan Caracaracol –el sarnoso, sincretizado con el San Lázaro bíblico de Betania y con el Babalú Ayé de ascendencia arará en los yoruba- y Guahayona (del universo mágico-mítico arwaco) eran gemelos traviesos y juguetones –a diferencia de los Ibbeyes yorubas- e hijos de la Madre Tierra –Itiba Coahubaba-, muerta del parto, por lo que Dominan Caracaracol participa en la creación como intermediario entre el Ser Supremo y los seres humanos, y se representa tratando de arrancar el secreto del fuego –cuyo espíritu era Baya Manabo- a sus antepasados, y elaborar el casabe para la desvalida Humanidad, por lo que se le golpea salvajemente y se le ocasiona un tumor del que, al picársele, sale de la hinchazón una tortuga hembra mítica procreadora de la raza humana. Dominan Caracaracol dejó caer también una güira[92] con huesos de un joven muerto por su propio padre, y que al caer originó el mar (otras leyendas son la de Jagua para Cienfuegos, y la de la Laguna de la Leche), y los restos humanos devinieron peces de los que comen los gemelos; recuérdense (al menos por Antropología Comparada) en el rito carabalí los gemelos albinos Aberiñan y Aberisum, con la güira donde estaba Tanze, el pez mágico sagrado. El güiro o guayo suele acompañar al órgano oriental en danzones, sones, polkas y guarachas, e integra además, el conjunto instrumental que acompaña al punto guajiro; en la tradición vigente de sus tocadores, se han destacado cimas de la música cubana.[93]

En cuanto a Guahayona, “el sifilítico”, usaba yerbas para sus lavatorios, que según Fernando Ortiz era tabaco mezclado con ceniza, luego sincretizado con Babalú Ayé y con paralelismo en el Job bíblico. Guabonito, curandero mítico, se había curado con la hierba guayo, lo que demuestra los antecedentes para la medicina verde en Cuba, a la que tuvieron que recurrir las restantes etnias que luego inmigrarían, en sus momentos más difíciles. Herencia precolombina, no se puede obviar esta cultura del tabaco (sistema de valores-antivalores que es la cultura), universalizada con total vigencia desde la toponimia (Santiago de las Vegas, San Antonio de las Vegas, Veguitas, etc.), la rebelión de los vegueros al iniciar el siglo XVIII (símbolo de rebelión antaño; mientras los indoamericanos fundaban Jiguaní al otro extremo del país, como para prolongar sus herencias desde antaño por toda Cuba) y los grabados y marquillas promotoras en el siglo XIX, toda la cultura consecuente en paisajes rurales con las vegas y casas de tabaco, tradiciones laborales como las lecturas en tabaquerías y su trascendencia como origen al movimiento obrero cubano; personaje en el teatro vernáculo, vinculado a “lo cubano” aun cuando fuera pro-colonialista, y cada vez eran más los cubanos independentistas (el actor Jacinto Valdés en New York; en las comunidades cubanas en el exilio, como “el Cayo”; la labor de Martí con los tabaqueros al fundar el Partido Revolucionario Cubano; etc.) que asumían el oficio, transculturado desde el inicio a los españoles (sobre todo canarios en los campos cubanos) y sus descendientes, de aquellos precolombinos; en el comercio, en los hábitos cotidianos (vinculado a veces a la culinaria y/o a la sexualidad-sensualidad, descansos, etc., como colofón) e incluso, en las afectaciones a la salud y al entorno ambiental.

Así por ejemplo, en 1877 se critica en el teatro Cervantes, que “se fuma en las localidades”, y en 1875 “la fumadera en los teatros, que en ocasiones queman a inocentes mujeres”),[94] y las ciencias en lucha consecuente contra el tabaquismo y sus resultados, y hasta la censura política (en 1865 se llegaron a controlar las marquillas de tabaco, prohibiendo alegorías contra “la moral y las buenas costumbres”, y “la crítica de personas o asunto determinado”)[95] aunque las marquillas y marcas de tabaco al promoverse, continuaban recogiendo los temas teatrales, como Romeo y Julieta.[96]

Los primeros personajes trabajadores que aparecen en el teatro cubano son artesanos tabacaleros, no por razones clasistas sino raciales, porque eran blancos, en tanto los del corte de caña eran negros. También su diario obrero (eminentemente tabaquero, con quienes nacía la clase obrera cubana) La Aurora (1864) criticó justamente la obra Amor y pobreza, melodrama de Eugenio Sue (1864) que ya mostraba los tabaqueros, lo que continúa hasta 1906 con Almas rebeldes, de José Antonio Ramos, en la que ya se aprecian los ecos de la primera huelga tabaquera contra el primer Presidente cubano, don Tomás Estrada Palma,[97] mientras la producción dramatúrgica evidenciaba la importancia cada vez mayor de esta herencia indoamericana: El triunfo de un tabaquero (1881), pretensión de melodrama de Manuel Mellado y Montaña que Rine Leal la hipotetiza de Joaquín Robreño;[98] en Los misterios de la noche (A.Caccia, 1893) un viejo abusa de una joven cigarrera.[99] En Los riffeños de levita (Alhambra, 1894, del español Francisco Sancho) el importador se enriquece con su fábrica de tabacos explotando a sus obreros.[100] Los tabaqueros (1897) del gallego José R. Barreiro con música de Palau, se pronuncia a favor de los artesanos frente al poder del dinero para triunfar el amor.[101] Es Regino López, de familia tabaquera, quien dirige y conducirá al éxito la nueva compañía de 1891: el Alhambra, que tanta historia y patrimonio cosecharía para el teatro cubano,[102] y en 1902 fueron célebres los pequeños tabacos que fumaba Teresa Mariani, primera figura del conjunto italiano de Víctor Sampieri.[103]

La cultura del tabaco se extiende en las artes visuales: el Friso del Tabaco en el edificio habanero La Tabacalera (Rita Longa, 1948); del pintor, escultor, dibujante, ilustrador, grabador, ceramista y diseñador gráfico español (Valencia, 1905-Varadero, Matanzas, 1969) Domingo Pío Joaquín María Pascual Ana Ravenet Esquerdo (Domingo Ravenet) su Monumento a los vegueros (acero inoxidable y mármol; Santiago de las Vegas, La Habana) el 19 de enero de 1958, publicitado ese día y el 24 por Rafael Marquina en Información y en Mañana; y en mayo de 1997 se destaca la exposición personal Habanos Libres y yo, instalaciones y dibujos con palabras de Alberto Santos, en la Galería de Arte de Centro Habana (Galeano y Concordia), del escultor, pintor, curador y profesor santiaguero José Esterio Segura Mora (n.Baire, 1970); pero también en la música.[104]

Otros dos cemíes gemelos de piedra, opuestos con las manos atadas, conservados en las cuevas de donde habían salido el sol y la luna –caso de Punta del Este en la hoy Isla de la Juventud, altamente valorada por ellos y que pintaron como ente dotada de actividad vital, según su animismo-, representaban la composición seca-lluvia: Boinayel y Marohu, el primero hijo de Berna, la serpiente parda asociada a la lluvia –Señor de la Lluvia- y el segundo “sin nubes” o “tiempo despejado”; ambos “sudaban”, quizás por la baja temperatura alterada por los visitantes a rogarles y traerles ofrendas, pues sus rostros se concebían para que por sus mejillas corrieran esas gotas condensadas, cual lágrimas, al igual que en otros lugares de las Antillas de igual clima tropical, donde comúnmente se les llama los “llora-lluvias”.[105]

Construían sus bohíos con troncos y hojas del entonces abundante arbolado cubano y que aun usan los campesinos, bien fuera circulares con cónica techumbre, o rectangulares, con techo a dos o a cuatro aguas; siempre utilizaban para su construcción cañas o cujes entrelazados con bejucos, enrejillado sobre el que fijaban yaguas de palma real cuyas hojas empleaban para el techo, cuando no usaban las de palma-cana o guano, materiales que han variado en alguna medida a lo largo de estos últimos siglos, pero siempre sobre aquella base que nos identifica según cada entorno ecológico cubano; había algunos apartados para los cemíes, labrados y tallados en piedra, barro, madera, concha o madrépora, para lo que también usaban las cuevas.

Con el rito de la cahoba o cohíba (nombre de un hotel de fines del siglo XX en El Vedado), absorbían el humo del tabaco mezclado con ciertas plantas alucinógenas para buscar una semiinconsciencia, lo que hacía el behique con los nitaíno (especie de Consejo de Tribu) para cualquier decisión importante a tomar por la comunidad, y el dujo de dura madera sobre el que se sentaba el mismo behique para tal rito, se decoraba con figuras antropomorfas, zoomorfas o antropozoomorfas; rito para el cual debía previamente introducirse una espátula vómica en su garganta, algún tipo de purgante con huesos o piedras que luego escupiría. Asimismo, dicho behique curaba con ciertas yerbas y ritos mágicos, y los cemíes podían ser de madera, de piedra o de algodón.[106] Continúan el culto a las cuevas –de donde nace y a donde regresa la vida- que heredarán los africanos, e incluso se dice que en la llamada Cueva # 1 en Punta del Este, computaron el mes lunar con sus 28 días y noches –círculos rojos y negros- con una gran flecha hacia la boca anunciando el Sol naciente y, como en otras culturas, el sol se interpreta como vida, rojo, sangre, y en su ocaso, como muerte, negro, oscuridad, por Etnología Comparada.[107]  

En las exhumaciones del Chorro de Maitía en Holguín, se encontró una pieza de barro cocida en forma de cáliz –hallada por primera vez en Cuba- con restos de indoamericanos y de un europoide, además de artefactos amerindios con adornos hechos con textiles y cobres, fragmentos de mayólica española y huesos de cerdo doméstico y de jabalí –aportes europeos a nuestra fauna-, lo cual es harto elocuente del proceso transculturativo en nuestro país, sobre la base de las culturas precolombinas.

Estudiosos del folklore en la Ciénaga de Zapata y otras localidades cubanas, informan que aun restan supersticiones de nuestros campesinos con respecto a las cuevas, donde no se atreven a entrar al considerar que allí viven espíritus de indios que las protegen, y cabezas, imágenes y plumas se integran a las liturgias cubanas desde aquellos amerindios, como imágenes de algodón tejido y relleno por dentro para semejar espectros nocturnos. El jigüe o güije aparecía y desaparecía de los ritos; su totemismo, en el que profundiza Herrera Fritot, se evidencia en numerosas piezas arqueológicas y pictográficas no sólo antropomorfas, sino también zoomorfas e incluso, fitomorfas, de sus cemíes, y se evidencia en el arte cubano actual.[108] El murciélago se vinculaba con el alma de los muertos, así como la lechuza (tema recurrente en nuestros sonajeros, macramé, etc., y en las supersticiones) y otros “bichos” (así llamados muchos, popularmente), y el pájaro y la paloma guanara que aparecen en sus mitos; tortugas, ranas y sapos –a todos los cuales ven salir de las aguas- los asocian a mitos de origen del Universo y del hombre, e incluso podían llegar a considerarse origen protector de alguna gens en particular, vinculados los muertos como protectores ancestrales. Toa, la rana, era el origen de los niños, así como Yahubabo (pájaro) implicaba el castigo, pues fueron los castigados por el sol al no haber regresado a las cuevas; el guatano tocororo era “la flor que vuela”, y Yayad, hijo de Yaya como sumo principio vital, representaba el mar y los peces.

En sus ritos sobre la formación del mar, ya los peces no son un totemismo puro, sino más complejizado al devenir forma temprana de religión, por un mayor desarrollo de la comunidad gentilicia, en estrecha relación con el animismo. Por el manjuarí sentían especial respeto dada su rara configuración y porque los demás peces lo seguían, y según sus leyendas, la pesca con redes lo ofendió y por ello, se alejó. Refieren árboles que hablan con las personas, dotados de espíritus o entes sobrenaturales para comunicarse: el jobo, árbol venerado, había sido castigado por haber ayudado a los hombres a salir de las cuevas, descendiente del Sol y de la Luna y ya por lo tanto, de Mautiatihual, “Hijo del Alba”.

Entre sus ritos para la agricultura y la fertilidad, en el caney –casa del cacique- agradecen a los cemíes los beneficios recibidos por la cosecha. La casa del ídolo tenían que limpiarla, pues de lo contrario Vaybrama les traería enfermedades, lo que demuestra una cultura de higiene superior a la que predominaba entonces en la “civilizada” Europa, traumada por los dogmatismos religiosos y moralistas incluso contra la higiene, por ello atacada por la peste y otros pésimos resultados; sería otro de los choques culturales, entre los que luego se impondrían los antiguos valores precolombinos hasta universalizarse, como también irían en declive cada vez más, las imposiciones de limitantes frustrantes en la sexualidad, incomprensibles para aquellos indoamericanos en Cuba, y hoy para muchos más. Las pelotas para el juego de batos se hacían con ciertas raíces de árboles, hierbas y resinas que cocían y quedaba esponjosa, juego al que se atribuía el fin mágico de favorecer la fertilidad de la tierra con movimientos siderales de los jugadores que producirían las estaciones y las lluvias e incluso, ambos bandos podían significar sequía y lluvia, para predecir el tiempo según el vencedor. Su concepción de nuestras estaciones en seca y lluvia, ha ido ganando adeptos con el tiempo, en contra de la tradicional importada de Europa, y al margen de toda otra polémica.

Bailaban el areito en el batey,[109] ceremonial durante el cual ofrendaban a sus cemíes casabe de la yuca amarga y jugo de yuca a los que atribuían poderes especiales y con los que se untaban, pues según sus leyendas, a uno de sus cemíes quemado en una guerra, le volvieron a salir brazos, piernas y ojos al sentarse sobre tal jugo. Entre sus instrumentos musicales, la flautilla aborigen (cuyo único ejemplo antillano había sido hallado en el Oriente cubano) se hacía de canuto, o preferentemente, de hueso de aves o de otros animales, y el fotuto o guamo era un gran caracol marino en forma de tubo con la espiral rota para soplar; el mayohuacán (nombre escogido por un grupo musical actual) era un tambor xilofónico construido de tronco de árbol ahuecado y sin cuero que tocaban los behiques en sus areitos, durante los que también tocaban la maraca formada por dos talles adheridos de magüey (planta también llamada pita) con piedrecillas en su interior que evolucionaría a la maraca cubana, protagonista de nuestros conjuntos instrumentales. El clásico trío tradicional cubano surgido durante la segunda década del siglo XX, para interpretar canciones, boleros, sones y guarachas, se acompaña de guitarras y maracas, aunque también puede ser solo tres guitarras; el holguinero Alberto Caisse (n.1908) autor e intérprete de guarachas con guitarra y maracas, entre otras obras, tiene El sijú; el compositor, pianista y director de orquesta habanero Eliseo Grenet (1893-1950) entre otras canciones, compone Curujey, y una pieza coral llamada Maracas y bongó.[110]

De la convivencia de antaño, multiplicándose las herencias actuales.

Según Rine Leal, en 1512 el nuevo poder colonizador prohibió los areitos, por lo que se fueron extinguiendo hasta desaparecer;[111] sin embargo, estudiosos más recientes no coinciden con que hayan desaparecido. Aquellos areitos, según tesis de José Antonio García Molina al iniciar la década del 90, constituyen el antecedente del que evolucionaría hasta la actualidad, el espiritismo de cordón cubano (sin negar en la transculturación, las raíces europeas y otros componentes para el espiritismo cubano), a lo que se agrega lo común del espíritu de algún “indio” (aún más similar al clásico de los filmes estadounidenses, con plumas en la cabeza y demás) a invocar también en los cuadros (y bóvedas) espirituales; o en la toponimia, la culinaria y en nuestro mismo fenotipo, sobre todo transculturado.

Las olivas sonoras eran sonajeros en forma de collar usados en ceremonias, cantos y danzas;[112] según el padre Las Casas, bebían un “vino de maíz” típico de Mesoamérica pero también existente en Cuba, muy fuerte, que los embriagaba, lo que tendrían que purificar luego de todo un día y una noche con el vómito ritual. En el fetichismo veneraban instrumentos y artefactos que construían y a los que conferían poderes sobrenaturales;[113] igualmente, en sus atuendos, maquillajes, collares, formas de peinarse y recogerse los cabellos, vestimentas, y todo tipo de aparejo, el entorno ecológico y su cultura ambiental consecuente les era inherentes a aquellos indoamericanos como a todos los demás pueblos en similar estado de desarrollo social: de ellos heredarían a vivir en el mismo entorno las restantes etnias desde 1492 hasta hoy: de guano son los abebé para refrescar a los orishas, el santiaguero Salvador Adams (1894-1971) canta a la palma, e Inocente Iznaga (1930-1912) es llamado El Jilguero de Cienfuegos; Félix B.Caignet (San Luis, 1892-La Habana, 1976) compone el pregón Frutas del Caney; la guaracha Jícara, del compositor, cantante y guitarrista remediano René Márquez (n.1914); de Gonzalo Roig Polvos de Carey, y del compositor, violinista y director de orquesta remediano Alejandro García Caturla (1906-1940) la canción (vocaliso) En el batey (1929); de 1950 es Hombre murciélago (bronce) de la pintora, escultora, grabadora, dibujante y profesora pinareña Dolores (Loló) Soldevilla Nieto (1901-1971) y de 1955 El descubrimiento de América (granito, Biblioteca santiaguera Elvira Cape) de Teresa Sagaró con el escultor, grabador, pintor y profesor santiaguero Jaime Soteras González (n.1922) quien también en 1963 aportó Nativa (madera y estaño).

Se continúan trabajando el carey de costa y el jiquí (por la escultora habanera Elia Mateu Pérez, n.1943, que comenzó sus esculturas en 1970); gubias, trinchas y escofinas (el escultor, grabador, dibujante y profesor pinareño Julio Omar Morales Candelaria, n.1953); carey de costa y piedra (el escultor y orfebre habanero Manuel Morán Mendoza, n.1950); sabicú (el escultor, grabador, dibujante y profesor matancero que vivía en Nuevo Vedado, José Felipe Núñez de Villavicencio Booth, 1919-1993; y el escultor, pintor, dibujante y grabador habanero Joaquín Sagués Llorens, 1907-198?); henequén (la escultora y ceramista pinareña Reina María Valdés González, n.1938); guayacán (el escultor, dibujante y profesor habanero residente en Santa Clara, Alcides Miguel Rivera Hernández, n.Santiago de las Vegas, 1952); guayacancillo (el escultor, grabador e instructor habanero Humberto Catalino O´Farrill Torriente, n.1917); gubias (el escultor habanero Fernando Ortega Martínez, n. 1959); entre otros ejemplos explícitos en las artes visuales.[114]

Estatua de un indocubano da la bienvenida al aeropuerto de Baracoa

Sobre dicha cultura ambiental (interrelacionada de manera indisoluble con todas las restantes formas culturales: las artes, la ética, la estética, su religiosidad incipiente, su conciencia social en general) se levanta una rica toponimia (primer elemento de identidad) indoamericana a ríos como Toa y poblaciones de explícita relación con las aguas (Guanabacoa, Guanabo, Baracoa…)[115]; Camagüey, Habana (de donde se aporta el vocablo sabana a la lengua castellana), Jibacoa, Bacuranao, Bacunayagua, Yumurí, Baconao, Damayajabo, Uyao, Cumanayagua,  Maisí, Guane, Güines, Güira, Los Indios.… o con respecto a su fauna y flora (Manatí, en Las Tunas; Jicotea, en Las Villas, etc.); sobre todo lo cual

hispanos, africanos y otros muchos, construyeron desde 1492 y sobre todo, al alumbrarse el siglo XIX, la nacionalidad cubana, en la que aquellos precolombinos, luego indoamericanos en Cuba, mantienen un protagonismo evidente aunque obviado durante siglos a partir de un exterminio absolutizado, y que por fortuna no ha sido tan tal, contra un imaginario pese al cual, han sabido legarnos sus herencias para la etnogénesis cubana y para toda nuestra cultura actual.

Hatuey ha sido una constante que rebosa con creces los ejemplos citados: recuérdese la célebre marca de cerveza Hatuey (se sigue produciendo en La Florida como marca registrada por la empresa Bacardí), con su imagen gráfica del indio arwaco. Ya del primer tercio del siglo XX, la clásica pintura No quiero ir al cielo, de Augusto Menocal, hijo del relevante Armando, de la Academia, representa su martirio; pero también del escultor y profesor villareño Osneldo García Díaz (n.1931) que además trabaja materiales como el júcaro, el Hatuey (1956) en caoba, igual que el del escultor y pintor habanero José Ramón Abeya Vergara (1905-1975); en madera el de 1964 del escultor, pintor y grabador habanero Antonio Argudín Chon (n.1910); Hatuey a la hoguera, en ácana (1990), talla directa del escultor habanero Raimundo González Ruiz, “Mundo” (n.1924), quien también trabaja el jiquí; entre otras obras que retoman a Hatuey, incluso, en otros países.[116] Es el nombre tradicional de un pueblo en la provincia camagüeyana, de algunos centros (por ejemplo, la cafetería de 41 y 24, Playa) e Indio Hatuey se llama el primer centro de investigaciones agropecuarias creado por la Revolución (Matanzas, 1962)

Pero también el siboney rebosa a la tradición referida en estas cuartillas: Siboney (1955), es obra del escultor y profesor matancero residente en La Habana, Julio Manuel Fuentes Pino (1916-1986), y Siboney se llama una importante carretera en Santiago de Cuba, y la histórica granjita donde se hospedaron los asaltantes al Cuartel Moncada, en julio de 1953, además de orquestas;[117] así como los jigües o güijes: en los años 70 se abre el cine Jigüe con tecnologías muy actualizadas entonces, al lado del cine América, en Centro Habana; época asimismo de la publicación Jigüe. Los güijes o jigües han devenido personajes populares en el teatro de títeres cubanos, la televisión, la radio, etc. Entre sus cultivadores se destaca el escultor, pintor y dibujante pinareño que reside en La Habana, Ramón Haití (n.1932), que en 1980 dejó emplazada en el Parque de las Esculturas en Nagyatad, Hungría, su obra La Mujer del Güije; otras de sus obras son El gran güije (madera, talla directa, 1978); El jigüe en el monte (carey de costa, talla directa, 49 x 54 cm, 1982); y La sombra del güije (caoba, talla directa, 94 x 24 x 24 cm, 1983) y motivó su exposición personal El güije y el ajedrez, en la Galería Plaza Vieja del Fondo Cubano de Bienes Culturales, en La Habana, en enero de 1983, con palabras de Rafael Queneditt Morales; entre otros.[118]

Caribes se llaman los tradicionales Juegos Deportivos de la Universidad de La Habana, que tenían su pulóver distintivo también con su gráfica del indio arwaco, y en el complejo turístico que es Varadero, las últimas décadas se han llenado con alusiones a nuestros indoamericanos,[119] mientras surge Caguayo, fundación para la promoción cultural con topónimo de 22 Km al norte de la ciudad de Santiago de Cuba, cerca del barrio Uyao; en La Habana, las ediciones Caujerí, y con los emigrantes, han viajado también por todo el mundo, los nombres y símbolos de los indoamericanos en Cuba.[120]

En 1968, el cine Radiocentro recibió el nombre precolombino Yara en conmemoración al centenario del Grito de Yara, aun en detrimento de las raíces e identidad local rampera, como entre siglos XX-XXI se impostó “Mi Conuco” donde en realidad fueron los Baños del Vedado;[121] y las artes visuales continúan alusivas, incentivadas con exposiciones que marcan nuevos rumbos: Pintura Fresca (1979) y sobre todo, Volumen I (1981): José Bedia y José Manuel Fors se destacan por sus instalaciones ambientalistas precolombinas; otras obras son Cabeza india (madera, 1975) del escultor, pintor, fotógrafo y grabador habanero Jorge René Gómez Manzano (n.1932); Indio de Hantua (talla en madera, 1982) del escultor, pintor, dibujante y profesor matancero Antonio Mederos Carballé; Bohío Cretense (fibra vegetal y madera, 2 x 0,75 x 0,75 metros, 1990) del escultor, dibujante y pintor camagüeyano que reside en La Habana, José Antonio Hechavarría Rivas (n.1967); exposición personal Aruacos, cubanos y mitos, del escultor, instalacionista, pintor, dibujante y fotógrafo matancero Saidel Brito Lorenzo (n. 1973, luego en Ecuador), en la galería de la Escuela Nacional de Arte, en La Habana, en junio de 1992; entre otras obras.[122]

La llamada “generación Y” (nacidos sobre todo en los años 70, cuando tantos padres nombraron a sus hijos con uso y abuso de la letra Y; quizás Yara sea uno de los más tradicionales y genuinos, del que derivan Yaris, Yarisbel, etc.) sus padres coqueteaban con los nombres indoamericanos que hoy vuelven a ser comunes, si bien para ello no era exclusiva la letra Y, y también había mucha seudocultura con nombres inventados y a menudo retorcidos, sin significado alguno; valores y antivalores que apuntan a coyunturas de cada momento.

En 1995, en el antiguo reparto Rebollo del Carmelo en el municipio capitalino Plaza de la Revolución, se concibe el proyecto Tiafuaco, nombre de la isla canaria Lanzarote, pues por su fuerte impronta comunitaria, inicialmente iban a dedicarse a la cerámica canaria,[123] hasta que en una fiesta sincrética de iniciación, Valdés Ovide se interesó por una curiosa manilla cuyo dueño le explicó que era reproducción de un pulso precolombino del mesolítico occidental, por lo que visitaron con el dueño de la prenda, el Centro de Antropología de la A.C.C., donde entre otros, les asesoró Pedro Pablo Godo, quien los introdujo en las técnicas del Carbono 14 (método para detectar la antigüedad), literatura especializada y ceramios precolombinos; estudian cursos en el Museo de Bellas Artes y en el Gabinete de Arqueología, donde hacen su primera exposición colectiva de ceramios con impronta precolombina: “Artes aborígenes en Cuba”. Luego en el Museo Antropológico Montané, Armando Rangel los contacta con la más completa colección de arte indoamericano en Cuba y profundizan en las técnicas de confección y decoración de los ceramios; en 1996 Tiafuaco se une a su vecino “Banco de Ideas Zeta” (calle 19 esquina a 26) que interrelacionaba todos los dispuestos a enriquecer espiritualmente al barrio, ahora rescatando las técnicas precolombinas con fuerte aroma indocubano.

En su hogar (calle 28 entre 17 y 19) López y Valdés confeccionaron su horno: los niños eran escogidos por su actitud hacia la cerámica, y tres veces por semana diseñaban, moldeaban y cuidaban las obras, que aprendieron a hacer igual a los precolombinos, aunque sin sus imperfecciones por ser un mejor horno. El mito de la tortuga es muy recurrente (aunque no el único) en el 80 % de las cerámicas de estos niños que recrean mitos, tal vez por la escasa literatura con que cuentan a pesar de los estudios de López y Valdés, pero los niños aun sin conocer suficientemente otros aspectos indoamericanos, además del proceso lógico de transculturación en su contexto actual cotidiano, por el que muchos de sus temas se entrelazaban con culturas subsaharanas y europeas, más empleadas para la necesaria comercialización que mantendría al proyecto con sus propios materiales e implementos sin fines lucrativos, y dedicaba su cerámica indoamericana para los amigos y su propia realización, con mayor nivel técnico y estético y menos del 30 % del total de su producción; y en segundo lugar, el mito de la rana.[124] Otros grupos de ceramistas se sumaron a esta corriente en el mismo municipio Plaza de la Revolución, y se suponían otros grupos similares en Maisí y Banes, respectivamente en las orientales provincias Guantánamo y Holguín.

Con el mismo “Banco de Ideas Zeta” (iniciativa del artista de la plástica Eugenio Blanco “Ludovico” desde 1992) en la misma comunidad se vinculaba el Proyecto Los Ruandy´s, dirigido por Jesús Jorge Fernández Neda, que en octubre de 1999 obtuvo el 1er. Premio del Festival de la Identidad capitalina con su puesta en escena de “Una Gota de Río”, sobre la historia del río Almendares desde los pueblos precolombinos[125] (véase foto anexa)

Representación teatral "Una gota de agua"

 

Tony Piñera publicó sendos artículos: el 2 de julio de 1998, “¿Guardián de los secretos aborígenes?” sobre Roberto Fernández Martínez, y el 8 de junio del 2000, sobre Juan Narciso Quintanilla Álvarez, que “Si se piensa en los polos que definen la escultura de Quintanilla, el rigor plástico y la imaginación que transfigura el objeto, se advierte un acercamiento al arte indoamericano. Ante todo: una relación puramente plástica”;[126] y aún más reciente, El Indio (entre otros afines) se llama algún que otro centro cuentapropista (A entre 23 y 25, Vedado; nombre con que tradicional y popularmente se refieren al sol en Cuba, cuando calienta en exceso, y al que trabaja arduo) y el sábado 3 de diciembre del 2011, se estrena “Los Mares y los Peces” en el espacio televisivo Tren de Maravillas, primer capítulo de una serie de dibujos animados para niños, a propósito de la mitología indoamericana en Cuba, tema y ambientación televisado mucho antes, por ejemplo en Aventuras.

Estas cuartillas aún distan mucho de ser la monografía completa que se merece; no obstante, todo lo referido explica las raíces indoamericanas que con absoluta vigencia, como una de nuestras más auténticas tradiciones y en todas las esferas, han decidido también, imprescindibles hasta hoy, a la cultura y pueblo cubanos.


 

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40. Gay-Calbó, Enrique. Las banderas, el escudo y el himno de Cuba. Sociedad Colombista Panamericana. La Habana, 1956.

 

41. Gleitz Clifford: La Interpretación de las Culturas. Editorial Gedisa, México, 1992.

 

42. Guarch Delmonte, José M.: El Taíno de Cuba. Ensayo y reconstrucción etnohistórico. Academia de Ciencias de Cuba, Instituto de Ciencias Sociales, La Habana, 1978.

 

43.          ---: Leyenda del Taguabo y Macaibo. Revista Diéresis, año II # 1, enero de 1980:109-116.

 

44.          Hernández Godoy, Silvia Teresita. Los estudios arqueológicos y la historiografía aborigen de Cuba (1847-1922) Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello”, Ciudad de La Habana, 2010.

 

45.          Instituto de Literatura y Lingüística. Diccionario de la Literatura Cubana. Editorial Letras Cubanas, Instituto Cubano del Libro, 1984.

 

46.          Leal, Rine: La Selva Oscura: de los Bufos a la Neocolonia. Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1982.

 

47.          López Hernández, Rubén Jesús; y María de los Ángeles Valdés Ovide: Vigencia de algunos mitos aborígenes cubanos en la cerámica del Grupo Tiafuaco. Asociación Cubana de Artesanos Artistas. V Simposio Territorial de Estudios Culturales Plaza de la Revolución y Puentes Grandes, 1997.

 

48.          Markarian, Prof. Eduard: Teoría de la Cultura. Redacción Ciencias Sociales Contemporáneas, Academia de Ciencias de la U.R.S.S., Moscú, 1987.

 

49.          Martí y Pérez, José Julián. Obras Completas. Editorial Lex, La Habana, 1946.

 

50.          Martínez Gavino, Aida: Presencia aborigen en cuevas de la costa norte del este de La Habana. Anuario de Arqueología, Editorial Academias, La Habana, 1988.

 

51.          Navarro Betancourt, Ernesto. Motivos de arte en la cerámica indocubana. Museo Antropológico Montané, La Habana, 1973.

 

52.          Núñez Jiménez, Antonio: Cuba: dibujos rupestres, s/edit. 1975.

 

53.          Orovio, Helio: Diccionario de la Música Cubana, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1981.

 

54.          Orta y Pardo, Raúl. Manual Básico de Vexilología, Caracas. Venezuela, 2002.

 

55.          Ortiz, Fernando. Las cuatro culturas indias de Cuba. Editorial Avellano y Cía., La Habana, 1943.

56.          Pérez de la Riva, Juan: Sobre la conquista del espacio cubano (conversatorio, entrevista de Ramón de Armas). Revista Universidad de La Habana # 207, Departamento de Actividades Culturales, Imprenta Universitaria André Voisin. Enero-marzo 1988.

57.          Pichardo Moya, Felipe. Los Indios de Cuba en sus tiempos históricos. Academia de Historia de Cuba. Editorial Siglo XX, A.Muñiz y Hno. La Habana, 1945. Recepción pública la noche del 28 de septiembre de 1945.

 

58.          Rappaport, Roy A. “Naturaleza y Antropología Ecológica”, en Hombre, Cultura y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1975:261-290.

 

59.          Roig de Leuchsenring, Emilio: La Habana: apuntes históricos. Municipio de La Habana, 1939.

 

60.          Savranski, I. La Cultura y sus funciones. Editorial Progreso, Moscú, 1983.

 

61.          Tokarev, S.A. Historia de las Religiones. Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 1975.

 

62.          Veigas, José: Escultura en Cuba: Siglo XX. Fundación Caguayo, Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 2005.

 

63.          Waibel, Leo, y Ricardo Herrera: La toponimia en el paisaje cubano. Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 1984.

 

64.          Zaldívar Fernández, María del Pilar. Interpretación de las figurinas del Museo Antropológico Montané. Museo Antropológico Montané, 1990 (inédito)

 

65.        Zamora, Dr. Rolando: Métodos para la investigación social de la cultura. Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, 1995.


Notas:

 

[1] Artículo 100 de su Constitución. Ver: Gay-Calbó, 1956.

 

[2] Ver: Arista-Salado, 2006.

 

[3] Ver: Orta, 2002. Este es el contexto que explica la “india” en el escudo que proponía Infante.

 

[4] Los exponentes de una nueva arqueología florecen en el siglo XIX, con nombres como el alemán Heinrich Schliemann, así como John Frere; Sven Nilsson, quien en 1834 clasificaba a los humanos según sus medios de subsistencia; Christian Jurgenser Thomsen, quien funda el Museo Nacional de Dinamarca en 1807 y en 1836 establece la edad de piedra, la del bronce y la del hierro; y entre 1839 y 1840, es que Lloyd Stephens descubre las ruinas mayas de Copán, Palenque, Uxhmal y Chichén Itzá; nótense contemporáneos a aquella Cuba que revive nuestro pasado precolombino.

 

[5] Couceiro y Perera, 2002:37.

 

[6] Con notas e ilustraciones; Nueva York, J.R.Lockwood, F.W.Christern, 2 volúmenes; y una 2da. Edición con correcciones inéditas por el autor y una Introducción bibliográfica por Fernando Ortiz; La Habana, Cultural, 1927-1928; 3 volúmenes; Colección de libros cubanos, 1-3.

 

[7] Dacal y Rivero, 1984:6.

 

[8] Contra Luaces y Fornaris “con sus indios siboneyes” arremetió un censor anónimo que afirmaba “no me engañan”, como también los criticaba Menéndez y Pelayo, quien no simpatizaba con la independencia cubana (Leal, 1982:118)

 

[9] Instituto Cubano del Libro… 1980, tomo II:966.

 

[10] Ibídem.

 

[11] Manuel Moreno Fraginals; en Ibídem:967.

 

[12] Sin embargo, en 1836 y 1849, Esteban Pichardo en su Diccionario provincial de voces cubanas, p.122; y en el de 1849 (p.116), lo citaba ya como vocablo indígena que designa “los bailes de la gentualla”, lo que luego corrobora Fernando Ortiz en Los instrumentos de la música afrocubana, tomo I págs.132-133 (Leal, 1982:19); nótese la afición a las guarachas de cultivadores de otros elementos musicales citados en el presente estudio. Asimismo hay que considerar otros términos tan cubanos y vigentes como “guateque”, “manigua”, etc.

 

[13] Leal, 1982:34.

 

[14] Ibídem:54.

 

[15] Ibídem: 61.

 

[16] Ibídem:139, 143.

 

[17] Ibídem:140.

 

[18] Ibídem:169.

 

[19] Ibídem:173.

 

[20] En Colón en Cuba (Antonio de Zafra; 1869) los indios son amablemente “convencidos” por Colón de las “delicias” del pendón de Castilla y la cruz católica, para terminar abrazando a sus conquistadores, mientras que El patriotismo español y la insurrección de Cuba (Rafael Villa, 1872) termina con Cuba, convertida en una bella mujer vestida de india, que descansa confiada a los pies de España (Leal, 1982:124); y La sangre española o Un episodio de la Vuelta Abajo (Adolfo Ruiz de Quevedo, 1869) justifica el exterminio de los indígenas y la esclavitud del negro (Ibídem:127)

 

[21] Leal, 1982:254.

 

[22] Ibídem: 259.

 

[23] Ibídem: 431 y 471.

 

[24] Ibídem: 279-280.

 

[25] Ibídem: 301-302.

 

[26] Ibídem: 329.

 

[27] Ibídem: 341.

 

[28] Ibídem: 480.

 

[29] Ibídem: 353.

 

[30] Ibídem: 423.

 

[31] Ibídem: 443.

 

[32] Ibídem: 476.

 

[33] Ibídem: 469.

 

[34] Ibídem: 428.

 

[35] Ibídem: 475-476.

 

[36] Ibídem: 377.

 

[37] Ibídem: 379.

 

[38] Ibídem: 380.

 

[39] Ibídem.

 

[40] Ibídem:381.

 

[41] Ibídem:360.

 

[42] Emblemático nombre desde las féminas (al igual que Guarina, como se ha llamado una marca de helado, nombre más reconocido cubano) que ostenta la más tradicional orquesta femenina cubana (y una de las más tradicionales de toda Cuba) desde 1932, cuando la integraron ocho hermanas Castro y dos amigas, estudiantes de Secundaria que a la vez, aprendían música, durante la huelga estudiantil contra el Presidente Gerardo Machado, que aprovecharon para reunirse a tocar; han representado a Cuba por numerosos países.

 

[43] En la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de New York el 19 de diciembre de 1889, en honor de los delegados a la Conferencia Internacional Americana de Washington. En Martí, 1946:98.

 

[44] Ibídem: 373.

 

[45] 1836-1907; en 1869 en New York llegó a ser capitán en una expedición independentista llamada no por azar, Los cazadores de Hatuey, y donde ayudó a José Martí a fundar el Partido Revolucionario Cubano en 1892.

 

[46] Ibídem: 333 y 353.

 

[47] Ibídem: 354.

 

[48] En Patria, 10 de abril de 1892. En Martí, 1946:1727.

 

[49] Ibídem: 429-430.

 

[50] Ibídem: 441.

 

[51] Basado en 1879, cuando la estatua de dicho dios maya, el “Rey Tigre”, fue descubierta por el arqueólogo estadounidense Le Plongeon, a quien el gobierno mexicano impidió sacarla del país, la obra más importante de la arqueología indoamericana hasta entonces (Leal, 1982:377-384)

 

[52] Ibídem: 383.

 

[53] Ibídem: 382.

 

[54] Ibídem: 384.

 

[55] Ibídem: 396-397.

 

[56] Una de las principales fuentes de información es un vocabulario que ya entonces, había publicado Daniel G. Brinton (1885), que resume parte de la escasa evidencia obtenida sobre la lengua antes de su extinción: The Annals of the Cakchiquels (Guatemala) 1885, Filadelfia; Notes on the Mangue: An Extinct Dialect formerly spoken in Nicaragua; 1885; y On an ancient human footprint from Nicaragua, 1887.

 

[57] Ibídem: 389.

 

[58] Ibídem: 385.

 

[59] Una explicación del sustantivo “guajiro” se refiere a los indios “wayu” del norte suramericano, aunque la que más se acepta es la de los “warriors” (guerreros) como los llamaban en inglés, del ejército estadounidense. Para la impronta de los precolombinos para enseñar a las restantes etnias a vivir en nuestros entornos ecológicos, ver Couceiro y Perera, 2002.

 

[60] Al regresar de tres meses en París haciendo programas de canciones cubanas en 1928, con él cantaron sus hijos Guarina y Guarionex por diversas emisoras habaneras (Cuban Telephone, Radio Salas, Mil Diez, CMZ y Cadena Azul); considerado el más alto exponente de la trova cubana, nombró a todos sus hijos en memoria de los aborígenes.

 

[61] Compuso El batey, El sombrero de yarey (ópera en tres actos aun sin estrenar) y la internacionalmente conocida, Siboney, que han cantado grandes voces como Rosita Fornés y Esther Borja.

 

[62] Del compositor, violinista, pianista y director de orquesta Rodrigo Prats (n. en Sagua la Grande, 1909-La Habana, 1980)

 

[63] De 1934 es el Indio, del escultor, pintor, diseñador gráfico, grabador y dibujante habanero Carlos Sobrino Rivero (1909-198?) y de 1938 el Indio Kipaku (mármol negro, del escultor habanero Fernando Boada Martín, 1902-1980); Nagüe (vocablo popularizado hasta el cliché) se llama una exitosa guaracha-rumba del cantante, bailarín, tamborero y compositor habanero Chano Pozo (1915-1948) y entre las canciones y sones del guitarrista y compositor tabaquero y santiaguero Manuel Poveda (n.1903), figuran Compay colambuco, Majá pintón y Criollas del Guaso.

 

[64]  En Dacal y Rivero, 1984:35.

 

[65] Entre otras obras de Rita Longa alegóricas a los indoamericanos en Cuba, se cita en la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, su Siboney I (mármol, talla directa, 1,20 x 0,58 x 0,27 metros, 1970); en 1947 había hecho la Fuente de los Mártires en el llamado popularmente Parque de los Enamorados, con sus esculturas eróticas que remedan a los precolombinos (mártires), con el arquitecto Honoré Colette, en el habanero Paseo del Prado; y de 1995 La Leyenda de Canimao, en cobre, de 7 metros, en el Kilómetro 4 de la carretera Matanzas-Varadero.

 

[66] Según María Begoña Aróstegui en “El Taller Guamá”, mayo de 1982; en Veigas, 2005:433. Otra Aldea Taína se refiere en Maitía (Holguín), llamada capital de la arqueología cubana en cuyos círculos infantiles se juega por ejemplo, a las costumbres indoamericanas.

 

[67] N.1920, entre 1972 y 1978 fue escultor de éste taller; entre otros materiales, trabajó el jiquí y el carey de costa.

 

[68] Sur de Matanzas, sobre la que Guillermo Rivas Porta escribe su “Aldea Taína” en la revista Bohemia (año 56, # 17:4-9) el 24 de abril de 1964; Lino Fernández su artículo “Aldea taína en Guamá” en el periódico tunero “Siempre es 26” el 26 de mayo de 1979, y José Mayo “Aldea Taína” en las páginas 6-7 del habanero Granma campesino, el 10 de mayo de 1978

 

[69] En madera ensamblada, 5 x 3,5 x 0,8 metros, 1977, obra del escultor, ceramista, pintor y dibujante camagüeyano Herminio de la Cruz Escalona González (n.1944) El citado Pedro Vega del taller Guamá, dejó en el motel El Cornito su Columna taína (sabicú, 1976) y su Homenaje al vara en tierra (dágame, 1978-1979)

 

[70] Son siluetas que sugieren variaciones de las Venus de Willendorf en cuevas prácticamente sin interferencia humana, por lo que era un espacio ideal, para que la artista explicara: “La escultura que aquí presento es un homenaje a las primeras culturas de Cuba. Usando raíces de aroma, material humilde pero inquebrantable cuando se ensarta en las rocas de los mogotes, logré esculpir cinco corazones que representan las cinco clasificaciones de las culturas indígenas cubanas”. Mendieta, 1981, su texto de presentación al lado de la pieza enviada al Salón Nacional de Pequeño Formato; en Veigas, 2005:284.

 

[71] Según Toni Piñera la “Primera escultura para el parque Baconao: La corona de los siboneyes” (Granma, 8 de mayo de 1988:6; en Veigas, 2005:485) es esa pieza homónima en metal de 1988 (fotografiada por René Silveira) en el Prado de las Esculturas de Baconao, obra del escultor y grabador alemán Christoph Freimann (n.1940), que luego Margarita Pécora describía invadido por “el hombre primitivo” en Juventud Rebelde, el 25 de octubre de 1985 (con ilustraciones); “Parque de la Prehistoria” que estaba bajo la dirección artística del escultor y diseñador gráfico residente en La Habana, Dagoberto Ramos Echeverría (n.1935) y tuvo sus concursos. En el mismo parque y año, pero del colombiano Eduardo Ramírez Villamizar (n.1923) queda Entrada a las piedras sagradas (metal); escultor y pintor que al año siguiente (1989) en el Museo Nacional durante la III Bienal de Artes Plásticas de La Habana, hace su exposición personal Homenaje a los artífices precolombinos (Veigas, 2005:507)

 

[72] Veigas, 2005:120.

 

[73] Ver: Couceiro, 1998; y Couceiro y Perera, 1999¸ 2002.

 

[74] En 1996, Couceiro y Perera aportan La Europa no española en la cultura cubana, en el XII Simposio de la Cultura de la Ciudad de La Habana; línea que ha proliferado en varias monografías desde entonces. En el 2013, Couceiro ha filmado cinco programas para el espacio de televisión Punto de Partida sobre franceses, italianos y otros europeos en la cultura cubana, complementado con otros especialistas; además de los folletos publicados por la Fundación Fernando Ortiz sobre hebreos, alemanes y franceses en el corriente siglo XXI; entre otros.

 

[75] Al regresar a Cuba, fue Regidor del ayuntamiento de Santiago, en cuya Catedral fue canónigo en 1544; tocaba el órgano y dirigía el canto llano, fue profesor de música y de gramática. En Orovio, 1981:427-428.

 

[76] Donado al Vaticano en 1935 por un padre de la orden de los Agustinianos de la Asunción (con sede en Roma) y que hoy pertenece a la colección del Museo Etnológico Misionero del Vaticano que por un año y con carácter excepcional, se expone en el Museo de la Ciudad en La Habana desde el 5 de febrero del 2012, préstamo del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, ante solicitud del Dr. Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, al director de los Museos Vaticanos.

 

[77] De hecho, la versión más reconocida cita un negro esclavo (Juan Moreno) y dos hermanos que eran “indios naturales”: Juan de Hoyo y Rodrigo de Hoyo, éste último fue quien pudo leer la tablita de la Virgen que descubrieron en el mar.

 

[78] En La Habana, en el segundo cuarto del siglo XX, integró el cuarteto Hatuey (nombre precolombino); integró con María Teresa Vera uno de los dúos más populares de Cuba entre 1937 y 1962 que trabajarían en centros nocturnos de México, para integrar en los años 50, el dúo Los Compadres con el tresero santiaguero Francisco Repilado y luego, con su hermano Reinaldo Hierrezuelo, con el que durante el último cuarto del siglo representaba a Cuba en diferentes países.

 

[79] Ver: Couceiro y Perera, 2002:36.

 

[80] Se dice que ya algunos estaban en tránsito pacífico al esclavismo, mientras otros mantenían fuerte filiación matrilineal.

 

[81] Los arwacos que hambrientos, sucedieron a estos sin encontrar tierras para asentarse y progresar, llamados caribes cuyo nombre heredó el Mar homónimo, no habían llegado a Cuba, al menos no todavía, ni su violencia tampoco ni su casi legendaria antropofagia, propiciada por su necesidad de subsistencia.

 

[82] Ver: Pichardo, 1945.

 

[83] Vinculados unos a cultos agrícolas y/o creativos del universo y otros a fenómenos naturales y/o aspectos económicos y culturales, muchos espíritus superiores y algunos pequeños materializados en los ídolos denominados cemíes. Ver: Zaldívar, 1990.

 

[84] Martínez, 1988:133-134. Al igual que otras culturas del orbe en similar estado (Frazer, 1972:34), sus pinturas rupestres en el fondo de las cavernas e incluso superpuestas con finalidades mágicas, buscaban incidir en el entorno ecológico, tales como estación propicia y caza fructífera, suponiendo la influencia recíproca de lo semejante con lo semejante, según la cual, bastaba con pintarlo para obtener presas en sus redes, tanto en grabados como en pictografías en concepción animista de sus ídolos o cemíes, que mantenían el mismo orden jerarquizado de su propia sociedad, lo que también indicaba directamente su propia valoración y necesidad del entorno.

 

[85] Los ritos que acompañaban a todas estas creencias y sus cultos fueron muy variados: la magia (usada por los behiques en su condición de curanderos, adivinos, etc.) desempeñaba un papel primordial; la unción con el jugo de yuca, las ofrendas de frutas y objetos; las danzas en sus areitos, la intoxicación por inhalación del tabaco y algún alucinógeno, y la purificación mediante el vómito, a manera de sacrificio en diferentes ritos, que también tenían sus ceremonias funerarias, muy acordes con sus creencias. Ver: Zaldívar, 1990.

 

[86] A continuación lo cernían para eliminar grandes partículas, y amasaban la arcilla con el material temperante y agua, generalmente con los pies, hasta obtener una pasta adecuada; finalmente se amasaba de nuevo apretando el material con las manos extrayendo el exceso de agua, y así lograban un bulto de arcilla listo para usarse.

 

[87] Las ollas son muy comunes, cuyas bocas tienen un diámetro mayor que la profundidad, fondos globulares, a veces decorados y dirigidos al exterior; los cuencos y las escudillas también abundan, con una gama muy extensa, pocas veces con respaldos, bocas muy amplias y lados en curva abierta y continua; también hay otras vasijas propias de esa sociedad, botellas y algunos potes. Ver: Zaldívar, 1990.

 

[88] Como los punteados en líneas, y con diseños muy propios según cada variante cultural; entre las decoraciones aplicadas en cintas, destacan las tiras curvas y oblicuas (variante Jagua) y diversas formas de asas: lazo, tabular con relieve, combinada, de barbotina, de tetón, etc. y su tamaño tiende a ser de mediano a grande; también figuras humanas en pequeño formato, sobre todo femeninas, y de animales (Bani, Bayamo, Jagua y Maisí), algunas relacionadas con el culto a la fertilidad y tal vez, representando dioses y espíritus, así como personajes y animales de leyendas y mitos.

 

[89] En Arrom, 1975:19-43; y 94.

 

[90] Pané, cap.XXIII:47; en Couceiro y Perera, 1998:10.

 

[91] La típica camisa cubana: la guayabera; el refranero a partir de la medicina popular: “no valen guayabas verdes”, nombre de la exposición colectiva de instalaciones y dibujos (1994) en el Instituto Superior de Arte (municipio capitalino Playa) con obras entre otros, del escultor habanero Benjamín Rodríguez Rodríguez (n.1974) y de Esterio Segura; “el Guayabero” se hacía llamar el tresero y compositor holguinero Faustino Oramas (n.1911), y el compositor habanero y director de orquesta y de banda Gonzalo Roig (1890-1970) estrenó su zarzuela La Guayabera el 5 de mayo de 1933 en el teatro Martí.

 

[92] Árbol endémico americano de fruta redonda que usaban como vasija, costumbre que ha quedado hasta los campesinos actuales y luego, para ingerir bebidas alcohólicas en determinados rituales de raíz africana; así como para el conjunto instrumental cubano y para ser invocado por la música cubana, y a pesar de la hipótesis de su posible procedencia bantú, no se puede desechar que la música amerindia haya utilizado el güiro, percusivo, frotativo o idiófono, llamado también calabazo o guayo, este último extendido a utensilio de cocina.

 

[93] Entre otros muchos, el compositor, director de banda, saxofonista y clarinetista santiaguero Rafael Inciarte (n.1909) de niño, en una orquesta típica; Abelardo Valdés en la orquesta de Tata Alfonso, en la primera mitad del siglo XX; y Marquetti, en la de Gabriel Cisneros; Eladio Díaz y luego, Juan Febles, en la charanga francesa de Neno González, fundada en 1926; Aurelio Valdés en la de Belisario López fundada en 1928; José Dávila en la Ideal, fundada en 1938, y Gustavo Tamayo en la de Ernesto Muñoz; Aurelio Valdés y Félix Vázquez en la Romeu, fundada en 1910.

 

[94] En Leal, 1982:81; 97.

 

[95] Ibídem: 135.

 

[96] Ibídem: 356-357.

 

[97] Ibídem: 297.

 

[98] Ibídem: 280.

 

[99] Ibídem: 337.

 

[100] Ibídem: 346.

 

[101] Ibídem: 483.

 

[102] Ibídem: 313.

 

[103] Ibídem: 465.


[104] En las tabaquerías de Tampa (EUA) en 1909, inició su carrera de cantante el barítono habanero Bienvenido León (n.1888, de regreso a Cuba en 1911); y del citado Gonzalo Roig en 1944 su Canción de la veguerita (guajira), que se estrenó en CMQ Radio, La Habana, el 2 de marzo; y de 1938, La Veguerita.

 

[105] En Cruz, 1978:252. El Taguabo, “espíritu del agua, es conservado hoy por los campesinos en una lata con agua y le ruegan cuando no llueve” (Guarch; 1980:109-116); mientras que en el occidente cubano la transculturación es tal desde la conquista y colonización, que se llega a encontrar rogativos incluso a la Virgen de las Nieves, a partir de raíces desde climas obviamente tan distantes; Macaibo, “espíritu de la seca”, fue hallado en 1925 en una cueva en Banes, Holguín.

 

[106] Entre los de piedra, los de tres puntas eran cada uno para favorecer la siembra, el parto de las mujeres y propiciar el agua a las cosechas, y los enterraban en sus conucos o sembrados de yuca con figuritas femeninas para fertilizar la tierra.

 

[107] En Núñez, 1975:76-79.

 

[108] Tótem (madera, 1962) del escultor, dibujante, ceramista, pintor y profesor santiaguero Marcos Rogelio Rodríguez Cobas (n.1925); Tótem para un clan efímero (ensamblaje de resaca, 0,30 x 0,42 x 1 metro, 1983) del escultor, pintor, orfebre y crítico de arte habanero residente en Miami, EUA, Bienvenido Alberto Rodríguez Pérez (n.1938); la serie Tótem, en madera, del escultor, arquitecto, diseñador de interiores, pintor y grabador habanero residente en Pinar del Río, Eloy Enrique Pestano Rivera (n.1952); del escultor, grabador, diseñador gráfico, ceramista y pintor camagüeyano Alberto Piloto Pedroso (n.1951) su Tótem en el hotel Camagüey, 1985, además de su serie en madera Guamá.

 

[109] En Fernández; Vol.I, Cap.2, Libro 6:166.

 

[110] Entre los destacados tocadores de maracas, se cita a Ramón Alvarado en el cuarteto Luna (1939, luego representaría a Cuba en Norte América); el santiaguero Siro Rodríguez (n.1899), con claves; en 1933 Gonzalo Roig compone entre sus caprichos cubanos, Maraqueros, o Suena Maraquita, que se estrenó en CMQ Radio, La Habana, el 23 de enero de 1948; y se recuerda el pregón Maracas, del compositor pinareño José Ovelleiro Carvajal (1912-1962)

 

[111] Leal, 1982:486.

 

[112] Para los que ensartaban los pequeños caracoles univalvos llamados olivas grabados o tallados a través de un hilo, que al entrechocar producen un agradable sonido o tintineo; su nota dominante, el la natural, alcanza 870 vibraciones.

 

[113] Como el hacha petaloide –así llamada por su forma de pétalo de flor- y el hacha amigdaloide, o piedras que grababan como adornos, y que consideraban que portaban fuerza vital.

 

[114] A golpe de gubias se tituló la exposición del escultor y profesor spirituano Diego Hildebrando Bernal Castillo (n.1932) y el escultor y dibujante villareño Juan Vega Nicado (n.1935) en 1995 en la galería de arte Teodoro Ramos Blanco, en el capitalino Cerro; y Corteza de jobo la del escultor Arturo Guillermo Trujillo Abreu (n.Palma Soriano, 1925) en 1978 en el Ministerio de Justicia, en La Habana; gubia y buril, del escultor, dibujante, pintor y profesor pinareño radicado en La Habana, Fausto Ramos Valdés, n.1911.

 

[115] Baracoa (así como Yateras, y otros en sus inmediaciones intrincadas, donde se refugiaban los perseguidos por los conquistadores españoles) se identifica hasta el imaginario y el cliché, por los descendientes de precolombinos evidente ya no solo por la Antropología Cultural, sino también por la Antropología Física, en la población y la vida más cotidiana; y la estatua de un indocubano da la bienvenida al aeropuerto de Baracoa; véase foto anexa.

 

[116] La escultora, ceramista y pintora spirituana Thelvia Clarisa Marín Mederos (n.1922, reside en La Habana) propició sendos artículos con ilustraciones, titulados “La presencia de Hatuey en Ecuador”, uno de Lázaro Torres Hernández, en la revista Bohemia (el 24 de mayo de 1974; año 66 # 21:92-93); y otro por Eloy Concepción en UPEC en febrero de 1975:20-22; y entre otras obras, nos legó Sibucán, en ferrocemento, en el santiaguero parque Baconao, 1986. El cantante José Marquetti (Alquízar, 1909-1967) “Cheo”, fue director del sexteto Hatuey.

 

[117] El flautista, compositor, arreglista y director de orquesta habanero Alfredo Brito (1896-1954) al regresar a Cuba de New York, funda su orquesta Siboney, con la que partió a España, Francia y Portugal. El cantante de son montuno, Pío Leyva (n. en Morón, 1915) se inició como bongosero de la orquesta Siboney de Morón. En 1932, el director de orquesta, arreglista, compositor, saxofonista y flautista habanero Armando Romeu (n.1911), hizo una gira por Europa como saxofonista en la orquesta Siboney.

 

[118] El pintor, dibujante, grabador, escultor y profesor oriental Ever Fonseca Cerviño (n.Ojo del Agua, 1938, autor de la serie Rostros del monte) recurre a los güijes, no en balde Juan Sánchez Sánchez publica en la revista Bohemia “Los güijes de Ever Fonseca” (13 de agosto de 1999:10-11, con ilustraciones); con su estilo primitivista, el escultor, pintor, ceramista, dibujante y profesor santaclareño José Antonio Ramírez Acevedo (n.1942); y el escultor, dibujante y profesor cienfueguero Mateo Torriente Bécquer (1910-1966) quien además aportó Güiro y maracas en barro; de 1948 su Fray Bartolomé de las Casas, y trabajó la güira.

 

[119] Hoteles como el Siboney (ya en 1983), el Atabey, el Kawama y su reparto; en el Indocentro (Las Américas) su Conjunto escultórico y Fuente (1995-1997) del escultor y dibujante habanero Jorge Romero García (n.1965) y Alfredo Martell.

 

[120] Según rastreo de Maikel Arista-Salado y Hernández, en Miami, La Florida, Estados Unidos de América (EUA), existen corporaciones con nombres precolombinos como Cacique o Cubanaleco (tal y como se llamaba la playita donde se levantaría el FOCSA en La Rampa, y la playa luego Círculo Social en Miramar) entre otros lugares y negocios llamados por ejemplo Siboney, desde una discoteca hasta empresas comercializadoras de bienes raíces; y Guamá es una agencia que en España, se dedica a organizar viajes turísticos a Cuba.

 

[121] Aún en el 2012, una aldea taína fue la primera propuesta para un mural por artistas de la Escuela Elemental de Artes Plásticas de 23 y C para el barrio La Pera (aledaño a la Plaza de la Revolución), ignorando las raíces e identidad local que finalmente, fue la contrapropuesta: refleja al precolombino predominando aún en el imaginario nacional contra las ciencias sobre las identidades comunitarias, que lo incluyen pero son mucho más diversas, imponiéndolo donde nada tuvo que ver contra otros valores no menos importantes y sin embargo, suele obviarse donde sí es identidad raigal.

 

[122] India Tureira (restaurante del Hotel Rancho Luna, Cienfuegos, 1992) del escultor, dibujante, pintor, diseñador teatral y gráfico cienfueguero William J. Pérez Fernández (n.1965); exposición Cisnes, indios y otras cosas (1995), del pintor, escultor y grabador habanero Tomás Ernesto Maceira Prego (n.1968) con Luis Silvestre (12 de diciembre de 1995, galería L, La Rampa); Dujo (mármol, 1,50 x 2,40 x 1,75 m) en el hotel Gaviota, Nueva Gerona, Isla de la Juventud, del escultor y ceramista camagüeyano Jorge Zayas Guerrero (n.1967); y Behíque I (vidrio, 2000) del escultor y profesor matancero Carlos Fernando Marcoleta Castillo (n.1953)

 

[123] Ver: López y Valdés, 1997.

 

[124] No son fieles reproducciones de aquellos ceramios, sino que interpretan libremente el mundo indoamericano; ejecutan y decoran los bocetos que se les muestra en una libreta, luego de hablárseles sobre los precolombinos, sus leyendas y mitos; trabajan con barro de Pinar del Río (especialmente, de Conchita y de Consolación) que es de yacimiento de color rojizo, con compuestos similares al que usaban los indoamericanos. En éste foco incomprendido en una comunidad con alto índice delincuencial y pocos universitarios que lo veían como “una fábrica”, estos niños trataban no siempre felizmente, de incentivar a sus mayores en sus ceramios.

 

[125] Ver: Couceiro y Perera, 1999.

 

[126] Respectivamente: diario Granma: 6 (con ilustración) al referirse a éste ceramista, escultor y profesor pinareño que reside y trabaja en La Habana, n.1933; e “Impactos visuales de Quintanilla”, en Granma; en Veigas, 2005:354. Quintanilla es escultor, dibujante y profesor pinareño residente en la habanera Baracoa, n.1950.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 7 de abril de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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