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Variedad, unidad e identidad en la literatura anglo-caribeña
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

1986 (noviembre): 1era. Mención Provincial Ensayo y Crítica Literaria Talleres Literarios Ciudad de La Habana, publicado por la Imprenta de la Dirección Provincial de Cultura Ciudad de la Habana 1986; propuesto a publicarse por Casa de las Américas.

 

Aprobado por el Consejo de Redacción de la Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí”, publicado por Resolución 60/92 de la Biblioteca Científico – Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba el 28 de abril de 1995. Versión ligeramente actualizada.

 
 
 

Gente oscura, cantando en mis venas,
Gente bella, cantando en suaves tensiones
Oh, cuando elevo mi cabeza para orar,
me inclino con ojos azules, manos oscuras, pelo rojo.
Mi orador es la vida


George Campbell (Jamaica)

 

El carácter reflejo del arte queda  demostrado en la  literatura anglo-caribeña como aglutinador y promotor del desarrollo social y más específicamente, cultural, ya que a la vez que marca pauta al abanderar tal desarrollo, demuestra la gran variedad, la indisoluble unidad y la lucha por la identidad nacional que caracteriza actualmente a los pueblos del área. Condicionados por cada proceso histórico, político y social, sus diferencias internas, así como aquellas etno-genéticas e incluso geográficas, culturales y económicas, el desarrollo literario en la región se eleva a mediados del siglo XX con el auge de la conciencia nacionalista y del movimiento obrero, a la par de los profundos cambios revolucionarios operados en todo el mundo hasta entonces a partir de la Revolución de Octubre, y de los que el Caribe anglófono no queda exento, sobre todo cuando se aprecia que la región ha devenido frontera de lucha ideológica con la Revolución Cubana, ya desde 1959. Han sido los países anglófonos del Caribe los últimos en caer bajo el influjo directo estadounidense en la zona, producto de la primacía británica hasta la II Guerra Mundial.

 

En 1920 el imperio británico reconoció ciertos derechos a la autodeterminación de sus colonias, originando una mancomunidad en 1931 con ciertas ex colonias aun leales que fue el British Commonwealth (mancomunidad, o “riqueza común”, británica, hoy Commonwealth of Nations), que desde 1950 han establecido que su membrecía no implica sumisión alguna a Gran Bretaña, y llega al 2013 con 54 miembros todos con raíces británicas (excepto dos africanos de reciente incorporación), entre los cuales, de las Antillas y El Caribe se citan Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, y Trinidad y Tobago. La comunidad de ancestros culturales ingleses incluido el propio idioma, condicionan en la región mejores posibilidades de penetración por parte de los nuevos poderes desde los Estados Unidos, dado el fatalismo y el determinismo geográfico, aun miembros de la Commonwealth.  

 

Los anglo-caribeños parten delo singular (su propio país) y se proyectan hacia lo universal (El Caribe… no más que medio universal, pues no es posible obviar sus vínculos con el resto del mundo, básicamente Inglaterra y África, y otras regiones según países concretos), pero resulta inevitable que entre estos extremos medie lo particular: El Caribe anglófono. La unidad cultural que existió en todo el Caribe desde los arwacos (llamados taínos, o agro-alfareros) siglos atrás, fue violentamente interrumpida por diversas metrópolis e intereses económicos que, dentro del mismo Caribe anglófono, han creado un profundo fenómeno de satelización, ya no solo entre las costas caribeñas del coloso estadounidense y el resto de la región, o entre los países continentales e isleños, sino entre las mismas islas, que fue lo que dio al traste con la Federation of West Indies (1958-1962) y marcó la variedad que se refleja en su literatura.

 

Por supuesto, tal unidad, variedad e identidades no se detiene en las artes literarias, y alcanza toda la cultura anglo-caribeña: por solo citar este ejemplo, en el II Simposio Territorial de Estudios Culturales del municipio capitalino cubano Plaza de la Revolución, marzo de 1991, en coordinación con la Catedral Episcopal de Cuba como núcleo de culturas anglófonas en Cuba y sus aportes a la cultura cubana desde cada cultura comunitaria, el homenaje a Nitza Villapol (por tantas décadas de su programa televisivo Cocina al Minuto, sus libros al respecto, etc.) consistió en una expo-venta de la gran variedad que identifica a la cultura culinaria anglo-caribeña, y pudo degustarse el cucu o cuckoo with fish y el congrí con coco de Jamaica para Pascuas de Navidad, la albóndiga jamaicana, harina con quimbombó y pescado frito con salsa para agasajo al visitante en Barbados, postres como cake de vainilla (Saint-Kitty), pone (Barbados), monkey bread (Barbados), bonny cake (Jamaica, para Semana Santa), fashin cake (Trinidad, para Pascua de Resurrección) y el bread pudin (Trinidad, para Thanks Giving o Día de Acción de Gracias), todos y cada uno de ellos con su historia y significado, su rito y receta.

 

Como el resto de la cultura, también el desarrollo literario anglo-caribeño se unifica por sus antecedentes en organizaciones culturales que han ido apareciendo indistintamente en el área a partir de la abolición de la esclavitud por la Corona inglesa en 1834, así como por la gran importancia del periodismo en este sentido, tanto en Jamaica, Trinidad-Tobago, Guyana, desde el siglo X1X, así como en Granada, Belice, Barbados, ya en la primera mitad del siglo XX, siempre con una óptica dirigida hacia el desarrollo nacional y con concepciones profundamente progresistas para tan temprana época.

 

Se particulariza la ideología de avanzada en toda la zona dentro de la lucha ideológica que vive el mundo, por la enorme influencia que alcanzó a partir de los años 20 del siglo XX Marcus Garvey (Jamaica, 1887-1940) acerca de la vuelta al África,[1] el  "Black Power" y el “Power of human spirit”, con evidente sentimiento religioso que transculturaba entre el anglicanismo, fundamentalmente con el africanismo, pero que a su vez ha coqueteado peligrosamente con las vertientes más reaccionarias y racistas de la negritud en distintos períodos, lo que unifica también a todo el Caribe de habla inglesa, desde los Estados Unidos en su costa sur hasta las Antillas. El primero aporta desde época bien temprana su literatura antiesclavista, que se detenía en la situación del negro estadounidense,[2] así como en sus productos artísticos más genuinos, desde la literatura oral hasta el spiritual, que entroncaría decenios después con la cultura anglo-caribeña que se desarrollaba al sur, donde se reconocerán muchos vecinos sureños, resaltando las marcadas diferencias entre el negro de Estados Unidos y los del resto del Caribe anglófono, debido precisamente a los diferentes procesos históricos y sociales en general entrambos. Así lo testificará Trumper, uno de los personajes de En el castillo de mi piel, novela del barbadense George Lammings, y en la misma obra señala la madre del protagonista (cap.XIV): “Lo que no puedo comprender, es cómo podemos ser tan distintos estando tan cerca…”

 

Es cierto: hay diferencias. La mayor de estas islas, Jamaica, es pionera entre todas, en el desarrollo cultural en general. Económicamente la identifica la bauxita, así como a Trinidad-Tobago la ha caracterizado el petróleo, y a otras islas el turismo. El impulso determinante que recibió la cultura jamaicana con Edna Manley (del Partido Nacional Popular, el primer partido político en todo el Caribe anglófono, fundado en 1938 y que gobernaba al lograrse la independencia de Jamaica en 1962), y sus estrechos vínculos con las vertientes ideológicas más progresistas de la isla, motiva incluso una fuerte relación entre la plástica y la literatura nacionales, mediante la ilustración de textos, poemas y libros de disímiles manifestaciones, con ejemplos tan extremos como los infantiles y los especializados en medicina, otros en crítica de arte, otros en teoría del arte, y el llamado periodismo cultural, que han hallado terreno fértil en el país. También se aporta, ya en 1929, la primera antología de la poesía anglo-caribeña, titulada Voices from Summerland.

 

Y aún cuando la mujer en la literatura jamaicana no ha tenido la fuerza que sí ha adquirido en la plástica, sí es jamaicano el primer nombre femenino que descolló en las letras del Caribe anglófono: Louise Bennet, destacada al llevar el decir típicamente popular a su lírica, y saberlo aprovechar; ya en 1988 la poetisa de Trinidad-Tobago Marlene Nourbese Philip obtiene un Premio Casa de las Américas y en 2010 su coterránea Jennifer Rahim, y en novela en 1992 la jamaicana Velma Pollard, y en el 2002 Oonya Kempadoo (Guyana). El problema de la mujer apenas se enfoca en la literatura anglo-caribeña, pues la mujer ha sido vista en todo momento como dependiente del hombre, lo cual explicita el nivel de desarrollo social de estos países y la lucha en sus identidades y problemáticas (hasta por ausencia del tema), y solo a fines del siglo XX comienzan a surgir varias autoras. En sentido general, los escritores jamaicanos gozan de mejores posibilidades de publicación en el país, y de aquí que Jamaica tiene un menor éxodo y por el contrario, el retorno es cada vez más pronunciado, así como su interés por la realidad nacional y la promoción de dramaturgos locales. 

 

La cultura jamaicana se particulariza además con los panafricanos rastafari, con raíces en la iglesia copta cristiana de los años 30 del siglo XX en Etiopía, a cuyo último emperador Haile Selassie (1892-1975) llamaban Príncipe Ras (lord) Tafari y lo endiosan como Mesías negro, así como al referido Garvey, con cierto misticismo nativo hacia la negritud. Es muy variado el enfoque de este movimiento en la literatura jamaicana: la ideología burguesa se parapeta detrás de la visión peyorativa del culto que ofrece John Hearne en su novela La tierra de la vida (1959) al presentarlos como banda de delincuentes que asesinan al único hombre honesto y sensato. Por su parte, Andrew Salkey escribe La tardía emancipación de Jerry Stover para ofrecer la visión de los intelectuales jamaicanos, que señalan tal culto como la única vía de escape mediante la enajenación, y propone elevar sus niveles de vida y de cultura, mientras Los hijos de Sísifo, de H. Orlando Patterson, describe sus pésimas condiciones de vida y analiza sus errores, virtudes y desilusiones.

 

Al  igual que en Jamaica, en Barbados la gran mayoría de la población es de origen africano. Pero esta (una de las más pequeñas islas de la zona) al ser la más densamente poblada, sí conoce un gran éxodo, no solo a los Estados Unidos y a Gran Bretaña (donde además contaban con posibilidades de publicación que en su país no tenían) sino también a las demás islas del Caribe inglés. De aquí que en contradicción con su tamaño, Barbados ejerce tal influencia en el área que se conoce como “la educadora de las Antillas”, además de que, por su misma alta densidad poblacional, fue el único país que al liberarse los esclavos, no hallaron tierras libres para instalarse en granjas y no pudieron desvincularse de sus antiguos dueños, como lograron mejor los esclavos de las islas vecinas, manteniéndose la férrea dominación hasta la época contemporánea. Esta característica, hábilmente usada por Inglaterra, ha enarbolado a Barbados como su favorita y hasta la ha titulado con el sobrenombre de “La Pequeña Inglaterra” o “Pequeño Londres” (“vanagloria a la inglesa”) todo lo cual la distingue en la región culturalmente, como se reitera en la novela ya citada de G. Lammings.

 

Tanto Guyana como Trinidad-Tobago se identifican en el área por una mayor complejidad etno-genética, sobre todo con la gran introducción en el país de numerosos hindúes y la mayor pervivencia de amerindios, que aportan su arte, sus religiones, costumbres y en general, su cultura. En el primer caso, además, se particularizan por la introducción de numerosos blancos en calidad de sirvientes (portugueses) que integran capas explotadas y eminentemente populares con los ex marinos ingleses, mientras que determinados sectores mulatos logran escalar altos peldaños sociales. Al igual que en Jamaica, solo aproximadamente un 30 % de los guyaneses viven en áreas urbanas, pero este territorio continental se individualiza también por la presencia imponente de la tupida selva amazónica que se extiende hacia el sur. Es cierta la tendencia finisecular de exagerar los elementos de cultura propiamente inglesa, devaluando la cultura popular guyanesa, debido al empleo del territorio como tierra de castigo para los habitantes de la Metrópoli que eran allí confinados, desterrados inclusive y que claro: no venían en calidad de elite; pero asimismo, superviven elementos populares, como muestra su literatura mediante numerosos proverbios, y la herencia africana en los cuentos moralistas de Anancy, la curiosa y significativa Araña-Hombre, que también subsiste en otros pueblos anglo-caribeños (ejemplo: el jamaicano Andrew Salkey) de manera fabulada en sentido general.

 

Entre las particularidades guyanesas que la singularizan en el área, citemos a Amalivaca, el personaje amerindio de Jan Carew, o sus cuentos-leyendas que escribe para la BBC, pero sobre todo la defensa intransigente del paisaje verdaderamente guyanés, de la naturaleza nacional, desprovista del exotismo con que pueda pintarla el ojo foráneo, que se observa por ejemplo en su cuento Cazadores Cazados; o Tacama, de Edgar Mittelholzer, donde la selva llega a asumir un papel protagónico. Fue justamente este último autor el primer anglo-caribeño que gozó del éxito en la emigración con su novela Corentyne Thunder (1941) para abrir la década siguiente con el aumento del éxodo a la Gran Bretaña en busca de mejores posibilidades de publicación. Se abre igualmente un periodo de identidad de la literatura de toda el área en la emigración, unidos por la discriminación ahora como inmigrantes; baste citar Blues del Conductor, del jamaicano Donald Hinds; o Los Emigrantes, del ya mencionado G. Lammings.

 

El carnaval heredado de la dominación española constituye un importante elemento de cohesión para la gran diversidad étnica trinitaria, para cuyos escritores, el choque religioso con el dominio de tales organizaciones por los Estados Unidos, así como la confrontación étnica correspondiente, ha devenido todo un tema. Cierto que no es un problema estrictamente trinitario: Jamaica es el tercer país del área con mayor número de misioneros protestantes, y los Testigos de Jehová son los más activos fanáticos. El protestantismo además, se vincula mucho a la problemática local; pero los intereses económicos y estratégicos con el nuevo poder interrumpe a todas luces lo verdaderamente nacional, aun cuando existan antecedentes comunes, lo cual se refleja en específico en la literatura trinitaria: el cuento Dientes de Oro, de V.S.Naipaul, o Triunfo, de C.L.R. James, o la deliciosa comedia teatral de Errol Hills, Estrictamente matrimonial, así lo demuestran. Es significativa esta pieza de teatro, escrita con formación en los Estados Unidos, situada en Jamaica y proyectada para toda el área anglo-caribeña, lo cual puede hacer justo por la común situación en todos estos pueblos.

 

El matrimonio impuesto por una nueva ética choca violentamente y frustra el concepto regional del amor, expresándose de forma distinta (trágica o cómica) según la obra, el autor, el país, o la misma época en que se escribe la obra. E. Hills llegó a validar el calipso-drama como género teatral; se destacan además en la crítica literaria y en la teoría literaria a partir de un ritmo evidente que, podemos añadir, rebasa el marco de la dramaturgia para inundar otros géneros literarios como la cuentística, plagada de canciones de índole popular. Su base dramática es el calipso con concepciones muy propias, y aunque su obra queda muy lejos del academicismo formal, se evidencia su connotación clásica en el tratamiento escénico de la pieza citada, ya que en su lucha hurgando en su identidad nacional, los autores de esta región, aun cuando usan un lenguaje muy adecuado y los personajes de pueblo se expresan como tales (siendo además los protagonistas indiscutibles de la literatura anglo-caribeña), reflejan también su propia formación, muchas veces clásica, académica, sin que por ello establezcan un esquema. En sentido general late en la literatura del área un ritmo interno (pudiéramos llamar calipso) siempre en función del argumento, del mensaje, bien sea  en la dramaturgia, la poesía, la novela o la cuentística, mezclándose con la riqueza musical.

 

Desde los mismos Estados Unidos, E.Hills luchaba por un teatro nacional para las Antillas inglesas, incluyendo para su argumentación la frase latinoamericanista de Martí. Y ya con el ulterior desarrollo de los Carifestas, logra editar en 1976 A Times and a Season: Caribbean Plays, donde incluye autores anglo-caribeños (Jamaica, Trinidad, Santa Lucía y Guyana) con hispano-caribeños: Cuba, Colombia y Puerto Rico; con lo que trasciende el problema anglo-caribeño a toda la cultura del Caribe.

 

El tratamiento de los diversos temas difiere ya no solo entre países, sino incluso entre autores. Se destaca el jamaicano Víctor S. Roid para el tema histórico-nacional en toda el área, con sus poemas, cuentos, novelas, en los que incorpora diversos pasajes de la historia jamaicana para recrear, señalándose en este sentido su aporte a la identidad. Se tratan los mitos (Anancy) o se emplea un tratamiento poético en una narración: El Ángel Negro, de Edward Brathwaite (Barbados); o la sicología de los personajes: Una larga, larga pausa, del guyanés Denis Williams; o los elementos desclasados y delictivos, llegando casi a un tratamiento policiaco, como logra Roger Mais en Hermano Hombre; se describen aldeas y ciudades, la visión de cada uno de los problemas comunes, no obstante la particularidad de cada país; o el tratamiento onírico, que evoca al surrealismo: El Palacio del Pavorreal, del guyanés Wilson Harris, nos hace recordar la fuerza surrealista con que se emparentan con la literatura franco-caribeña, donde Aimé Cesaire (Martinica, 1913-2008) en 1934 aporta el término “negritud” y en 1941 conoce al poeta francés André Breton, padre del surrealismo, corriente que Cesaire expande por el resto del Caribe francófono. Todo esto invita a la polémica.

 

Abundan los elementos costumbristas en la literatura anglo-caribeña, menos acentuados en Guyana como ya señalábamos, sin embargo, identificada a sí misma en su etno-génesis y su Naturaleza. Y tenemos obras citadas como Triunfo, de C.L.R. James, y la pieza teatral del también trinitario E.Hills, o En el castillo de mi piel, de G. Lammings, o Tragedia en el pueblo, del jamaicano John Hearne, por solo mencionar algunos ejemplos variados y representativos. Muestras fehacientes de tal costumbrismo son (entre otro) la ambientación creada en el barracón (del cuento de C.L.R. James); la descripción de cómo se cocina y se come el cuckoo, en el capítulo XIV de la novela referida, distinto en Barbados que en Trinidad (ya que en esta última isla no existen los peces voladores y no es eso el verdadero cuckoo); y merece especial interés el tratamiento del lenguaje en el que ya habíamos profundizado en la pieza teatral de E.Hills, la que incluso podía situar su trama en otro país anglo-caribeño por la gran similitud de la transculturación idiomática, aún cuando tratan de hacer hablar a personajes de mayor status social a pesar de la variedad de expresiones y diferencias internas que puedan existir en lo absoluto antagónicas, que tan certeramente aprovechó E. Hills.

 

El decir popular prima en toda la literatura anglo-caribeña, sobre todo al percatarnos del papel protagónico del pueblo y su ambientación. En poesía lo llevó a su cumbre L. Bennet, como ya habíamos señalado, pero la narrativa está llena de ejemplos que no excluyen una cultura refinada y lírica en muchos casos, como en la novela analizada de G. Lammings, no en balde barbadense: cada personaje se expresa según su sicología, e incluso el nombre puede identificarlo: Slimes se comporta, efectivamente, como su nombre indica: baba, fango, cieno; y acude a la lírica en determinadas descripciones y estados de ánimo; lírica además, del más alto nivel y depurado idioma inglés, sin caer en el rebuscamiento fatuo; y en el capítulo XIII, un mismo personaje, Foster, se acalora por la discusión sobre la tierra y sus palabras transitan de lo más refinado a lo más vulgar, siempre en lo autóctono, propio del decir transculturado.

 

Incluso se pudiera valorar el grado en que G. Lammings avanza hacia el realismo en esta novela, en la medida en que intenta profundizar en la esencia de la problemática en que vive su pueblo y que su literatura refleja; y al evocarse la realidad de estos pueblos, los escritores unen sus obras con una nostalgia y añoranza general: en Tragedia en el pueblo, J. Hearne se sensibiliza contra lo injusto del ser humano que ante una desgracia se olvida de los más infelices que aun viven y sufren; el cuento citado de J. Carew, o La Caña es amarga, del trinitario Samuel Servan, son ejemplos vehementes en este sentido. La última salvación siempre es puesta en la religión de evidente sincretismo que se particulariza según la etno-génesis de cada pueblo, otra característica que evidencia una relativa homogeneidad cultural basada, lógicamente, en la relativa homogeneidad histórica y socio-económica.

 

Es cierto: hay variedad ambiental, étnica, socio-económica; esto se refleja en toda la cultura y en particular, en la literatura del área, y no puede ser menos. Pero a pesar de esto, la misma literatura demuestra que no son “pueblos tan distintos”, como planteara aquel personaje luchador y pesimista a la vez, cargado de contradicciones sociales, que habíamos citado de la novela de Lammings. Ni siquiera la negritud y la “vuelta al África” que tanto impactaron al pueblo negro caribeño, tuvo igual repercusión en el área. En Guyana, por ejemplo, los chinos constituyen un grupo étnico que se había distinguido, no se les rechaza, todo lo contrario de lo que sí había ocurrido en Jamaica por concepciones racistas vinculadas a la misma negritud; y no solo es homogénea esta teoría reaccionaria y racista, sino que incluso fracasa en definitiva al hallar su verdadera identidad nacional en la misma literatura y enfocarse un problema social y no racial, a pesar del terreno fértil que en El Caribe había hallado tal teoría.

 

Ya lo dice el viejo Pa, en la novela de Lammings:

“… cuando oigan a cualquier tonto hablar de volver a África, aléjense de ese inválido y no traten de ir a donde ya no pertenecen”.

Notas:

 

[1] A pesar de la infeliz experiencia de Sierra Leona (1791) y de Liberia (1847) en África, con antiguos esclavos respectivamente, del imperio británico y de los Estados Unidos de América.

[2] Harriet Beecher Stowe (1811-1896) de Connecticut en el norte anti-esclavista, al publicar La Cabaña del Tío Tom (1851) se considera iniciadora de esta literatura que el propio Abraham Lincoln calificó que había desatado la Guerra de Secesión contra la esclavitud del sur; pero ya se reconoce Sab (1841) de la cubana (exactamente, hoy camagüeyana) Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) la primera novela abolicionista; ninguna de las dos regiones daba al sur caribeño ni eran esclavistas, pero en otras regiones de sendos países compartían tan triste problemática a solucionar.

 

Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 24 de marzo de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

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