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Oralidad, identidad y patrimonio comunitario: estudio de caso. Propuesta metodológica para su preservación
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 

Los orígenes de estas cuartillas se remontan a más de 30 años, cuando el rubro de Literatura Oral del Atlas de la Cultura Popular en Cuba, comenzó a rastrear en la cultura popular de cada comunidad, de lo que emanó la gran diversidad que tanto nos identifica y enriquece y la complejidad propia de tales estudios, que han de interesar al trabajo cotidiano de las entidades de Cultura, Poder Popular, organizaciones políticas y de masas y todo el sistema institucional y comunitario de todos los sectores del país, pero sobre todo, las mismas comunidades implícitas en cada caso, que tanto lo necesitan ante la amenaza de perder una parte indispensable de su patrimonio, sin mayor interés en detenernos (por ahora) en la actual polémica del concepto de patrimonio cultural vivo vs patrimonio intangible o inmaterial,[1] patrimonio oral que en todos los casos es una herencia desde los ancestros en el habla cotidiana, con singular valor para la comunidad.

 

Al aplicarse estos resultados investigativos por las más diversas vías, se reafirma y salva numerosos valores al revitalizar cada uno desde sus propias herramientas, pues aporta entre otros, una experiencia validada, susceptible de generalizarse al resto del país siempre de manera casuística, con la novedad científica de un instrumental metodológico y teórico – conceptual, incluida una identidad en la que lo tradicional y lo contemporáneo son indisolubles uno del otro en dinámica interrelación, y el estudio de la oralidad en todas sus variantes, caso por caso.

 

Los antecedentes históricos de la oralidad son tan antiguos como su comunidad, a cuya raíz y esencia se vinculan indisolublemente en tanto la identifican en una u otra dimensión, en la dialéctica entre imagen e identidad;[2] pero los antecedentes teóricos son bien escasos:[3] no obstante todo este proceso y la riqueza nacional consecuente, se suele privilegiar aun a los autores extranjeros, restando las potencialidades cubanas al concierto universal en este tema, mientras que la producción nacional es fundamentalmente empírica o demasiado puntual, a menudo anecdótica y factual, a veces falsa teoría al alejarse de la práctica comunitaria cotidiana, a todo lo cual hay que agregar las insuficiencias aun de nuestro sistema de publicaciones tanto en sus posibilidades reales como en los aciertos y desaciertos al priorizar unos textos sobre otros, aunque se destacan los libros publicados sobre diversas aristas de la oralidad por expertos como Samuel Feijoo, Jesús Guanche y María del Carmen Víctori Ramos.[4]

 

Cada vez más, la oralidad se reconoce parte del patrimonio de cada comunidad; sin embargo, se precisa de estudios de caso que apunten a una metodología científica, que asuma el instrumental propio de cada forma de la oralidad en sus valores patrimoniales de identidad. A la pregunta: ¿Qué papel desempeñan las diversas formas de oralidad para el patrimonio en las disímiles comunidades del municipio capitalino Plaza de la Revolución? Se concluye que en el caso de dichas comunidades, dada su identidad esencialmente metropolitana y cosmopolita de primer valor a nivel nacional, confluyen en alto grado todas las formas de la oralidad, en retroalimentación histórica sistemática y distintiva con el resto de comunidades de toda la Ciudad de La Habana, de todo el país y de todo el mundo; son los topónimos los que evidencian más la identidad de cada comunidad para el patrimonio local, así como algunas recetas, pero todas las formas de la oralidad, aun tamizadas por el imaginario, identifican distintivamente las diferentes dimensiones de cada comunidad.

 

Para determinar el papel que desempeñan las diversas formas de la oralidad en el patrimonio de las distintas comunidades de tal municipio, el primer objetivo específico fue evaluar el instrumental de cada forma dentro de la oralidad en tanto subsistema de la cultura popular y en concreto, de cada cultura comunitaria y su patrimonio; y luego, identificar las diversas comunidades que hoy integran el municipio estudio de caso, a partir de sus diversos contextos de culturas comunitarias, y en particular, de la oralidad y del patrimonio local, comunidad por comunidad, hasta fundamentar una metodología para preservar los valores patrimoniales de la oralidad en todas y cada una de ellas. Entre los métodos empleados, se destaca la retrodicción por la que en confluencia con la Etnohistoria, hubo que reconstruir los valores históricos y de identidad de las comunidades en estudio y en particular, de su patrimonio oral; el histórico – lógico y el analítico – sintético, el comparativo y el iconográfico, y en ocasiones, la observación participante y las historias de vida.

 

Las diversas formas de la oralidad para el patrimonio comunitario.

La oralidad es el origen de todas las artes literarias, aun cuando sean palpables los desniveles de elaboración artística y de valores estéticos, por lo cual se le ha marginado en tanto “cultura popular”, a su vez peyorativo y marginador contra la cultura popular; sin embargo, tales desniveles no son distintivos de la oralidad ni de ninguna de sus formas en particular, pues acontece exactamente igual en toda la literatura escrita y más allá, en todas las artes. Por otra parte, es un dogma definir mecánicamente a la oralidad como cultura popular, puesto que abundan los ejemplos de oralidad en la más encumbrada cultura oficial y hasta de elite, como tipifican numerosos oradores, entre otros; aunque tampoco se puede “marginar” de la cultura popular a la oratoria como identificativa de una cultura de elite, puesto que en la cultura popular subsiste también, y se manifiestan excelentes ejemplos.

 

O sea, no es posible identificar la cultura popular (y en consecuencia, aquella que podría ser “no popular”… y diferenciar de “lo popularizado” y sobre todo, de su kitsch: lo populista) en el caso de las artes literarias, por el hecho de ser oral o escrita, ni tampoco por manifestaciones concretas; todas ellas participan de ambas a un tiempo, si consideramos la indisoluble relación histórica e instrumental que subyace entre la cultura popular y la “no popular”, incluidas las academias y otros niveles intermedios, la cultura oficial y hasta la de la más rancia elite. La oralidad subyace en toda memoria histórica y en la cultura de toda comunicación (también la no verbal, sobre todo la gesticulación) sin excluir la intrapersonal, más allá de monólogos, diálogos y conversaciones grupales.

 

Entre las propuestas metodológicas para entender las distintas manifestaciones de la oralidad, se destaca la que regía el Rubro de Literatura Oral dentro del Atlas de la Cultura Popular Tradicional en Cuba (1977-1988), que no profundizaba en aristas que aquí se abordan ni en todas las formas de la oralidad.[5] La oralidad es un fenómeno bien rico y complejo, retroalimentario históricamente con todas las restantes manifestaciones literarias (y de otras artes) y culturales en general, y aun más allá, de todo el universo en derredor. Ya durante el proceso de hominización, la evolución de la oralidad desde sus ancestros animales ha cualificado a esta nueva especie hasta la actualidad, y ha sido la oralidad una manera distintiva de relación de esta nueva especie entre sí y con todos y cada uno de los componentes del entorno, incluida su propia creación e identidad.

 

Al formular cultura como “sistema de valores”, y dentro de este sistema, la cultura popular como aquella que se gesta desde el pueblo, se enfatizaba lo relativo de la cultura popular con respecto a la “no popular” en sus interrelaciones históricas e instrumentales.[6] La cultura comunitaria implica nuevas relaciones e identidad propia con respecto al resto de la cultura popular (que deriva en el sistema de todas sus culturas comunitarias) y de todo el sistema de la cultura. La complejidad de la cultura comunitaria estriba en que las comunidades (que pueden ser por residencia, pero también por marginación o por otros tipos de intereses comunes) interactúan dentro de una familia e incluso, dentro de un individuo, a veces antagónicas, y todo ello potencia aun más la complejidad y riqueza de la oralidad implícita e interactuante desde todas y cada una de las comunidades confluyentes, todo lo cual se acentúa en las sociedades mientras más complejas son, sin subvalorar la complejidad de todas y cada una en su contexto; el instrumental de la oralidad la dota de condiciones excepcionales para trasmigrar a las más distintas y distantes geografías, como puede ser durante el siglo XX, mediante el teléfono; inclusive el ciberespacio ha agregado la oralidad (la escritura no sustituye a la voz con todas sus inflexiones naturales), y a menudo, el lenguaje escrito copia cada vez más según le dicta la oralidad, en diversos grados de elaboración.

 

De tal suerte, en el contexto de cada cultura (y en particular, dentro de cada cultura comunitaria) la oralidad conforma un subsistema propio con que se designa y recrea todo el entorno comunitario, y también y en sus vínculos, todo el entorno extra comunitario.[7] Dentro del subsistema de la oralidad resaltan por el valor de identidad del entorno y de sí mismos, los topónimos, la antroponimia y la zoonimia, pues (entre otros) designan con nombres propios, y a veces transforman en tales los nombres comunes, muy vinculados con la conformación y devenir de cada idioma; la oratoria y la locución. La oralidad recrea cada realidad (comunitaria, social, ambiental, universal… ideas, sentimientos, etc) que se multiplica en las diversas formas poéticas y prosa, sea prosa lírica, narrativa o no, humor popular (que tampoco es exclusivamente popular), en sus nexos con otras formas artísticas o religiosas, en la cultura lúdica o en las sentencias, etc.

 

A menudo esta oralidad se escribe, sobre todo en un mundo saludablemente cada  vez más alfabetizado, sin que ello reste el encanto que identifica la oralidad en todas sus potencialidades, por lo que suele coexistir asimismo en retroalimentación histórica con la literatura escrita, sin que por ello se pueda considerar que se reduzcan mutuamente, sino que se enriquecen, pues por ejemplo, como las grabaciones y filmaciones, el escrito ayuda a preservar y hasta trasmitir la oralidad, cada una según su instrumental. Es la oralidad, por tanto, una manera esencial de entender cada comunidad, su visión del mundo y toda su cultura, desde su misma designación y explicación hasta su elaboración de todo tipo. No se pretende aquí agotar una clasificación de las diversas formas de la oralidad, sino resaltar la trascendencia de todas ellas sin excepción, en tanto subsistema cultural básico de manera distintiva y casuística para cada patrimonio comunitario, para el cual la oralidad es base, esencia y protagonista indispensable.

 

La oralidad y la diversidad comunitaria del municipio Plaza de la Revolución.

Es el municipio Plaza de la Revolución un compendio de comunidades muy diversas que son integradas como tal desde la división político – administrativa de 1976; el propio nombre que lo designa apunta a la relación entre cultura popular y cultura oficial: uno de sus topónimos menos tradicionales y que emana de la cultura oficial, puesto que fue con él que el nuevo Gobierno reconocería el 16 de julio de 1961 a la hasta entonces (y aun joven, apenas a ocho años de haberse iniciado su construcción, de reciente conclusión) Plaza Cívica José Martí, a cuyo obelisco ciertamente, el humor popular designaba (y aun llama) “raspadura”, por su forma parecida a la del dulce popular de antaño (otro factor de oralidad). Sin embargo, la Plaza de la Revolución es indiscutible símbolo político nacional e internacional, desde entonces y hasta hoy, aunque ello no reduce la riqueza de la gran diversidad comunitaria que identifica a dicho municipio y que la oralidad explicita (sí tal vez, relativamente, para las comunidades inmediatas). Es quizás, uno de los pocos valores de relativa homogeneidad a todo el municipio.

 

Los restantes topónimos, con diversos grados de tradición, son por definición, prácticamente privativos y altamente identificativos de cada comunidad objeto de estudio, y trascienden más allá al resto de la cultura popular y del sistema de la cultura: por mencionar desde los más a los menos tradicionales, y algunos más evidentes que otros (en algunos casos al conocer su raíz, se explican a partir de la antroponimia,[8] de la identidad ecológica, o religiosa o económica o culinaria,[9] o de entidades que le dieron  origen) y sin mayor detenimiento, señalemos Vedado,[10] Puentes Grandes, la Quinta de los Molinos, El Cementerio de Colón, el barrio de la Universidad, la comunidad 12 y 23,[11] el barrio del Zoológico, el Nuevo Vedado, etc. con numerosos focos en todas y cada una de ellas: en el Reparto Kohly la Loma de los Tres Perritos; edificios (Tavel, El Govea, Alaska…), solares del Carmelo como el del Blumer Caliente, el de Sopeña y el del Biftec, y en La Timba, La Mierdita y el Solar del 44; instituciones, calles (letras en El Vedado, números desde El Carmelo; otros, en otras comunidades); esquinas, etc.

 

Este solo listado evoca un universo comunitario bien propio cada uno con su génesis, historia y patrimonio local que en la mayoría de los casos, bien merecen engrosar el patrimonio capitalino e incluso, nacional, por su trascendencia monumental para todo el país y a veces, más allá; por otra parte, hay topónimos que reflejan identidades construidas[12] y requieren de medidas urgentes que se especialicen en proteger cada patrimonio según su instrumental, más vulnerable aun en casos como la oralidad por su impronta en la inconsciencia de los hábitos. La cultura comunitaria suele resistir presiones del resto de la cultura popular, y como esta, resiste las presiones oficiales que entre otras modalidades, exigen sus topónimos en la correspondencia; pero se sigue reconociendo Carlos III a la Ave. Salvador Allende, por sólo citar este entre otros tantos ejemplos.

 

Algo similar ocurre con la antroponimia[13] y la zoonimia aunque en menor grado,[14] mientras mitos y leyendas suelen identificar comunidades,[15] con la impronta desde la religiosidad mediante los santos patronos y otras celebraciones e identidades locales[16] con una fuerte carga de oralidad, además de ensalmos, rezos, augurios, liturgias, credos, oraciones, que define e identifica localidades concretas, así como su cultura lúdicra,[17] la culinaria más allá de los recetarios[18] y su ciencia, portada en sus sentencias: proverbios, moralejas, refranes y “leyes no escritas”.

 

En su relación histórica con el resto de las comunidades cubanas y del mundo, no escapan en este paradigma del cosmopolitismo cubano, en paradoja no más que aparente, aquellas comunidades no urbanas implícitas, sea por su raíz, por la interrelación en su evolución, por las migraciones y hasta por los medios de comunicación masiva; tal es el caso de la décima incluido el repentismo con la improvisación, la seguidilla y demás, rural desde el imaginario al margen de originar la décima urbana y del paralelismo con otras formas de declamación y de poesía oral citadina implícita también en otras manifestaciones; cuentos y narración oral, en la que la Casa de Cultura de Calzada y 8 ha sido bastión desde Edita Serrano (años 80) hasta todo el complejo hospitalario del centro municipal; el humor popular en su creatividad, actualiza los acontecimientos locales, nacionales e internacionales con la cotidianidad, mientras la oralidad penetra las artes escénicas y las audiovisuales (determina en la radio), y llega incluso a las artes visuales y a la música, donde se explicita más en los títulos y letras de composiciones, incluidos los cantos y juegos para bebitos y aquellas polemizables como cultura popular, pero que refieren lugares y momentos de una comunidad.

 

Propuesta metodológica para preservar el patrimonio oral comunitario.

De esta experiencia deriva metodológicamente, que es imprescindible que su aplicación sea casuística según cada comunidad, momento y forma oral: en este estudio de caso no se podía trabajar igual en las comunidades norteñas que en el centro o en el sur, ni tampoco en las occidentales con respecto a las orientales, muy distinto Puentes Grandes al Carmelo, y La Rampa al Nuevo Vedado, todo lo cual era reflejado por su oralidad e impone lo casuístico, sobre la base del estudio científico (crítico, flexible, sin dogmas ni prejuicios, holístico y sistémico) en primer lugar de la comunidad determinada científicamente más allá de la división político-administrativa, y luego especializándose en las tantas formas de su oralidad (sin subvalorar ninguna), aquí enumeradas y sin excluir otras posibles, y según el instrumental de todas y cada una de ellas, y en su sistema relacional: distinciones y relaciones entre la cultura popular y estas culturas comunitarias, y desde cada comunidad con sencillez retroalimentaria nunca impositiva, hasta detectar entre las tradiciones, aquellos valores patrimoniales para cada comunidad, su alcance, perspectivas y cómo preservarlos mediante la inducción científica en proyectos de desarrollo especializados en cada forma oral, y científicamente insertados con el Programa de Desarrollo (integral) de la comunidad concreta.

Notas:

[1] Guanche, Jesús, y Margarita Mejuto (compilación): La Cultura Popular Tradicional: conceptos y términos básicos. Consejo Nacional de Casas de Cultura, Ciudad de La Habana, 2008. Señalan que “patrimonio cultural inmaterial” responde más a la terminología jurídica del idealismo filosófico, que “a la antropología y al concepto de cultura que envuelve tanto a los objetos como a las ideas y habilidades para crearlos y usarlos”, y con “patrimonio cultural vivo” incluyen “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas – junto con las habilidades para el manejo de los instrumentos, objetos, artefactos y el empleo de los espacios culturales inherentes que les son inherentes-, que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”, con lo que buscan mayor respeto a la diversidad cultural y a la creatividad humana, mientras que como tesoro humano vivo, designan a “las personas o grupos con tales conocimientos, habilidades y técnicas”. En el caso que nos ocupa, cabría agregar la polémica de que la literatura oral (injusta y erradamente subvalorada entre las artes literarias) sería (según la clasificación de tangible e intangible) casi por definición patrimonio intangible, puesto que designa tanto lo intangible como lo tangible.

 

[2] Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor, y Jorge Manuel Perera Fernández: Imagen y tradición: del Concepto a la Práctica. X Simposio Internacional sobre el Hecho Folklórico; XI Simposio de la Cultura Ciudad Habana, 1994. Toda imagen, siempre subjetiva y desde la identidad, deviene identidad aunque se aleje de ella, en tanto no toda identidad deviene imagen, para lo cual depende de la promoción en todas sus variantes, lo que explica la importancia de la formación científica de los promotores (incluidos funcionarios y creadores) al conocer la identidad y derivar de ella, las imágenes consecuentes. Al igual que la citada dinámica entre tradición y contemporaneidad, se implican aquí altos valores metodológicos para estos estudios, a lo que se debe agregar el sentimiento de pertenencia (afectivo) y el sentido de pertenencia (cognitivo) no necesariamente implícitos, que propician (o no) una identificación con el entorno tan variable como contextos de sujetos se le relacionen de las más diferentes maneras, que no debe reducirse mutuamente con la identidad siempre objetiva (incluidas las subjetividades) del entorno en sí.

 

[3] A pesar de las ricas experiencias: por ejemplo en Cuba, en vísperas de la última década del siglo XX, iniciaron los Estudios Culturales, con lo cual aquellos rastreos eminentemente empíricos del Atlas de la Cultura Popular Local empezaron a solidificarse sobre bases científicas, cuyo instrumento de aplicación sería el naciente (y todavía vigente, a pesar de las irregularidades lógicas de una sociedad aún no científica) Sistema de Programas y Proyectos Culturales.

 

[4] En el caso del autor de este artículo, más de 20 años en el estudio científico de las comunidades que hoy conforman el municipio Plaza de la Revolución incluida su oralidad, solidificados desde 1996 con la Maestría de Antropología de la Universidad de La Habana, y por su experiencia docente general y en asignaturas como Antropología Urbana, Estudios de Comunidades y Comunicación Comunitaria, y otras en Comunicación, Artes y en concreto Literatura, y la asesoría y tutoría de varios estudios del tema en distintas comunidades del país, enriquecen las fuentes, cada una desde su ángulo y potencialidades.

 

[5] La oratoria, los topónimos, la antroponimia y la zoonimia, o el humor popular, por ejemplo, quedaban excluidas, también a menudo tradicionales y hasta patrimoniales. Hay literatura (y oralidad) con la flora y todo el resto del medio, válidas pero de menos impacto por otras relaciones.

 

[6] Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor: Ciencia y Comunidad: propuesta metodológica para el trabajo comunitario. Biblioteca Científico – Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba, noviembre 2006. Cámara del Libro del Ministerio de Educación Superior, ISBN: 978-959-16-0605-1, noviembre 2007.

 

[7] Incluye entre otros elementos, el resto de la cultura popular y la cultura popular en sí misma, así como la cultura general de la sociedad concreta y de la Humanidad toda que le llega por todos los medios de difusión y toda otra vivencia (directa o no) de todos y cada uno de los miembros de dicha comunidad y de sus allegados con que interactúen por los más disímiles medios.

 

[8] En relativo orden cronológico, La Requena, Peñalver, Aldecoa (catalán de raíz vasca), Medina, Julia Borges o La Julia o La Portuguesa, el Trotcha (catalán), Kohly, Rebollo, Conill, etc. nombres (casi siempre femeninos) en villas (Lita, Susana) y edificios (Pilar, Nela), entre otros muchos.

 

[9] La Chorrera fue el primer nombre popular hispano al río hoy Almendares por los “grandes chorros” que en él veían, y por servir de regadío local; cuando el obispo de Armendáriz curó allí su mal de gota (1610) el mismo pueblo comenzó a llamarle Almendares al río, mientras La Chorrera quedó como nombre para el Torreón y la comunidad que en derredor crecía en su desembocadura; Factor, por el factor inglés a inicios del siglo XVII; ; San Antonio Chiquito por el ingenio azucarero homónimo a mediados del siglo XVIII, y poco después Príncipe, por el castillo así llamado en honor al príncipe Carlos, aquí ubicado por razones estratégicas dada la elevación local, influencia francesa; Ciénaga, con trenes de raíz inglesa (1837); El Carmelo por su santa patrona local, la Virgen del Carmen (1859); los Baños del Vedado por los baños de mar (1864); San Nicolás; Pan con Timba o La Timba o La Timbita por el pan con timba (Timber, tren inglés que trasportaba la guayaba procesada) que aquí se vendía camino al Cementerio, La Pera por la forma barrial, Las Canteras, El Fanguito como resultado del río, Casilda por la española que cultivaba flores, La Dionisia por la empresa fundadora, La Rampa por la ondulación del terreno al mar, etc.

 

[10] Nombre popular dado a partir de la prohibición legal de talar el bosque para no facilitar entradas de piratas, por lo que es un nombre que durante más de 443 años resume la cultura ambiental, la relación entre cultura popular y la oficial, y la rica etnogénesis de la cultura cubana.

 

[11] Llamada así (tradición de casi un siglo) pues en esta localidad, desde su génesis, 12 es una calle protagonista que al comunicar a la Necrópolis Cristóbal Colón y al otrora Vedado Tennis Club, llegó a ser privilegiada con tranvía eléctrico en su incesante fluido humano; no obstante, para el resto de la cultura popular 23 es sin dudas, una arteria protagonista para toda la ciudad, y han trastocado su nombre en 23 y 12; en casos como este, el orden de los productos sí altera el resultado. Foto gentileza de Maikel Arista-Salado y Hernández.

 

[12] El Radiocentro desarraigado por un Yara que no es orgánico ni natural en esta área, lo que suele suceder por regionalismos y subvaloraciones contra estas comunidades, que mientras más metropolitanas y cosmopolitas son, más vulnerables a esta amenaza quedan por la indiscriminada inmigración sin política de educación científica sobre los valores locales, y un imaginario no científico que lamentablemente, a menudo promueven algunos funcionarios, creadores y promotores.

 

[13] Implica la tradición casi siempre milenaria de los apellidos (Genealogía) y al ritmo del cosmopolitismo según cada comunidad, devela el resto de la cultura popular y de todo el sistema que es la cultura, fundamentalmente nuestra hispanidad (castellana, aunque no exclusivamente) impuesta a otras raíces sobre todo hebreas y africanas, y en general nuestra identidad occidental de raíz greco latina y esqueleto judeo cristiano y otras influencias internacionales, algunas menos tradicionales en determinadas generaciones (sobre todo inglesas, francesas, rusas, etc.), o la supuesta revalidación de nuestros ancestros precolombinos que por ejemplo, propició la generación de los “Y”, o incluso el azar y hasta nombres arbitrariamente inventados, todo lo cual evoca otras problemáticas sociales de cada contexto.

 

[14] Reflejan la cultura ambiental; a veces por los medios de comunicación masiva, llaman una mascota según la telenovela de turno, por lo general los más positivos (Doña Beija, o simplemente, Beija) en su afectividad, lo que define al igual que en los antropónimos, generaciones completas de mascotas, también según la especie; en otro orden, algo similar acontece con determinadas gripes y otros eventos del momento, rebautizados popularmente con los nombres de los personajes más negativos, y aun son memorables Leoncio (La Esclava Isaura, la primera exhibida en Cuba entre todas, en 1984) y Nazarét (Señora del Destino, exhibida entre el 2007 y el 2008), entre otros.

 

[15] En este estudio de caso la Necrópolis Cristóbal Colón es toda una potencia, dada la relación del imaginario popular con el par vida–muerte; otros focos son la Iglesia del Derrumbe y el “fantasma del haitiano” en la Catedral Episcopal, con un ambiente religioso fértil a tales identidades locales.

 

[16] Lo mismo en el San Jerónimo de Puentes Grandes como en la ya referida Virgen del Carmen en El Carmelo con la Santa Teresa y el Niño Jesús de Praga entre otros, los dominicos en El Vedado, las catalinas y la Noche de San Juan en Aldecoa y la Quema de San Juan en la Casilda, las restantes denominaciones cristianas no católicas papales como los pentecostales, los evangelistas, los metodistas y los bautistas,  puntualmente en cada comunidad, los Testigos de Jehová y otros, así como las fiestas y la cotidianidad de la santería, del palo monte, ñañiguismo, hinduismo, hebraísmo, los Ba´hai, del espiritismo en sus diversas variantes y otras manifestaciones religiosas, paralelas a la llamada “Nueva Ola” y todo el universo llamado despectivamente por algunos “parasicológico”, como es la astrología de distintas raíces étnicas, lecturas de manos, de cartas, diversos sistemas de adivinación, “poderes extrasensoriales” y con la muerte, etc.

 

[17] No sólo adivinanzas y rondas, que lamentablemente suele reducirse a las tradiciones infantiles pero que en verdad lo trasciende, y que también se detecta muy rico y vigente en todas las generaciones y comunidades objeto de estudio, si bien por su propio instrumental se mantiene en retroalimentación constante con el resto de la cultura popular capitalina y del país y de otros países, según las vivencias de los componentes en cada comunidad, en la dialéctica ya referida entre tradición y actualidad, sobre todo en estas comunidades justo por las razones antes referidas de su esencia metropolitana y cosmopolita, por otra parte desigual entre ellas mismas lo que también se refleja en los cambios que sufre o no la oralidad, y en su estabilidad local. El análisis de la oralidad en los juegos exigiría en sí mismo una

monografía.

 

[18] Ocasionalmente sí llega a definir comunidades e instituciones concretas, como es el caso del arroz con pollo “a la chorrera” o el trago (del hotel) Presidente, y en otros de origen local, el nombre alude a otras comunidades según las relaciones del plato, como es la langosta Batabanó, o incluso a otros países, como en el caso del filete uruguayo.

 

Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

 

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