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Migración y cultura culinaria para el municipio Plaza de la Revolución
por Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 
 

La historia (de la Humanidad, pero también de los animales e incluso las plantas, a pesar de aferrarse al suelo), sobre todo en América y en particular, en las capitales, es la historia de las migraciones. Nuestro municipio, “capital de capital”, es ejemplo sublime, y con las migraciones se porta en continua transculturación (incluyendo conmemoraciones y otros rituales, a menudo familiares) la cultura culinaria, según cada identidad ecológica a la que llegan, las posibilidades de cada época y de cada cual, y los mestizajes étnicos, mucho más profundos (aunque menos visuales) que los raciales.

En la primera década del siglo XX, la Nochebuena era, para Reneé Méndez Capote (15 y B, casco histórico del Vedado; Memorias de una cubanita que nació con el siglo, editorial Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana, 1990:107-110), “la mejor de todas”: preparándose antes del 24 de diciembre, el padre escogía los lechones que llegaban (de no más de 50 libras en pie) hembras sanas o machos muy jovencitos; cebaban guanajos ya gordos, amarrados al tronco de las matas, con pan con leche, maíz, nueces y boniato, que emborrachaban con cognac antes de sacrificarlos; el gallinero lleno de pollos, guineas jíbaras y gallinas gordas, todos inspeccionados diariamente por el padre, mientras contaba a su hija anécdotas de su infancia en la finca San Francisco antes de la Guerra de 1868.

Comunidad Hebrea de Cuba
Foto Avelino V. Couceiro

La víspera del 24, desde muy temprano, la madre con voluntarios en la cocina hacía buñuelos y frijoles negros; mataban los puercos y guanajos en la casa, que las niñas no veían pero oían los gritos, corto el porcino si era bien sacrificado; luego los colocaban en tablones sobre dos grandes “burros” como mesas inmensas; se pelaban con jarritos de agua hirviendo sobre el pellejo negro o colorado que el cuchillo viejo raspaba, y finalmente restregaban un pedazo de ladrillo sobre la piel que surgía blanca, limpiecita; los colgaban con varilla de madera entre patas delanteras a la altura del pecho, de gruesos clavos del vano de la puerta de la carbonera, de la cocina, en el hueco del torno de subir las fuentes al comedor; adobaban estos lechoncitos criollos en la madrugada con bastante naranja agria, sal y ajo machacado, rociados con orégano, y en la tarde los mandarían en procesión de tarteras al horno del “Sagrado Corazón”; también cocinaban las gandinguitas, y pollos en fricasé, con vino blanco y bastantes pasas y aceitunas; pavos rellenados con castañas y ciruelas pasas y pan mojado en leche, y menudos picaditos, algunos con manzanas, asados en casa, en horno de gas y de carbón… todo, los días 23 y 24 y toda esa noche, trabajando toda la familia.

La hija acompañaba al padre a las casas Mendy, Recalt, Potin, a la Plaza del Vapor y a la del Polvorín, para comprar melado de caña para los buñuelos, y yuca, boniato y malanga amarilla para la masa; lechuga, rabanitos, arroz de la tierra cuando lo encontraban, frijoles negros, turrones, pasas en grandes cajas con alegres muchachas en las tapas, dátiles legítimos de Smirna, higos, nueces y avellanas, pacanas y coquitos, grandes castañas brillosas, jamón gallego, varias clases de quesos franceses y holandeses, laticas de mantequilla de los padres Trapenses, membrillo y mazapán de Toledo, sobreasada de la Sierra, salchichón de vych, marrones glacés, bombones franceses, grandes cajas de frutas confitadas, vino espumoso, vino blanco, vino tinto, italianos, franceses, alemanes… buena sidra asturiana, champagne Moet et Chandon, Benedictine y Chartreuse, cajas de tabaco para repartir y conservar “hasta que se secaran bien”; cestos de frutas de la calle Obispo, uvas, manzanas y peras de agua, que eran las apropiadas para las Navidades. La madre alargaba la mesa con las tablas sobre “burros”, con enorme mantel de granité y gruesos encajes catalanes guardados para la ocasión, sacaba todos sus cristales y vajilla grande, adornada con flores de su jardín cultivadas con tanto esmero (jardinería típica del Vedado) Por la tarde a los niños les daban una sopa de gigote de gallina, con carne molida, y bolitas de una pasta de harina de Castilla amasada con cerveza, que se dejaban caer por un embudo de tela por la manteca bien caliente hasta dorarlas, y dos yemas de huevo crudas, y a dormir rendidos hasta las 9-10 p.m., cuando despertaban para la gran noche, aun más alegres, dispuestos a tremenda comilona, con medio vasito de agua fría.

Pero la culinaria distingue otras celebraciones como el Año Nuevo, y el Día de las Madres desde su instauración en Cuba en 1936; Día de los Padres, de los Enamorados en algún restaurante fino o al menos, romántico (Monseigneur, La Torre… o el hogar, cocinando para el gusto del bien amado); celebraciones personales y familiares: cumpleaños (sobre todo “los Quince” de las muchachitas) y otros aniversarios: de casados, de relaciones amorosas (al inicio celebradas mensualmente), así como bodas (célebres los cake de pisos con una pareja de muñequitos casándose), nacimientos, despedidas –de soltero(a) y otras-, fines de curso y otros acontecimientos a celebrar, o simples ansias de jolgorio entre amigos y/o familiares; almuerzos dominicales familiares; en la Revolución: actividades por Comités de Defensa de la Revolución (CDR) o Federación de Mujeres Cubanas (FMC) a menudo con caldosas y cervezas; actividades sindicales, y los preferidos Carnavales (en vísperas a los años 90, una encuesta arrojó la culinaria entre las preferencias carnavalescas: tamales, pan con lechón, cervezas…) con kioskos al igual que en concentraciones políticas en la Plaza, y ferias mensuales en calle 17, Paseo, Línea… entre los más tradicionales: arroz con frijoles negros, o moros y cristianos (en su defecto, congrí de raíz haitiana, con frijoles colorados) con puerco asado y yuca con mojo, cervezas a enfriar desde muy temprano, sobre todo en Nochebuena, con turrones y buñuelos.

Se destacan de influencia italiana, el gusto por helados (estos por terceras vías) y pastas (pizzerías en diversos barrios: una en la Universidad y dos en su barrio, dos en la Feria de la Juventud, una en 12 y 23, una en el Carmelo, una en el Martí, una en el del Coppelia, otra en el de los hebreos, otra en el del Calixto…) además de particulares y aquellos restaurantes que entre otras ofertas, incluyen pizzas y pastas: El Bosque (Reparto Kohly del Nuevo Vedado), por la Ciudad Deportiva, la Feria de la Juventud, la Unión Francesa… o confecciones caseras igual que con gustos chinos desde sus fiambres y fondas (arroz frito, sopas chinas, maripositas, chop suey…) y cuatro restaurantes: 23 y 26, 12 y 23, Rampa y barrio de la Universidad, proliferando más recientemente por Nuevo Vedado y otras arterias; y otras de raíces inglesas, holandesas, etc. aunque predominan las diversas hispanas, desde instituciones señaladas en artículos previos (Las Bulerías, El Mesón de la Chorrera, El Cortijo del hotel Vedado…) y desde los años 50 el Centro Vasco en el Reparto Trotcha con antecedentes de una década: dado el previamente referido proceso de Restauración, los vizcaínos dueños del Toledo (Malecón y San Lázaro, en La Punta), lo identifican hasta 1964 con arroz indiana, caldo gallego y fabadas; las romerías catalanas (en la actual Plaza peregrinando desde El Cerro y La Habana; en Reparto Trotcha, en Puentes Grandes) y la Asociación Canaria (con un grupo organizado en nuestro municipio) conserva recetas como la papa rallada con mojo verde; todo ello en cada comunidad (a su vez multicomunitaria e interétnica) en este municipio, conviviendo en casas aledañas y dentro de una misma familia, intercambiando recetas, innovando…

Entre tantas etnias que definen al cubano no se pueden obviar los hebreos (criptojudíos los primeros y más sistemáticos, aunque más identificados los sefardíes y asquenazis, estos últimos actualmente los mayoritarios; además de las tantas raíces e influencias inherentes a la cristiandad y al resto del sistema cultural), con su Comunidad Hebrea de Cuba (asquenazi; foto) con sede nacional en 13 e I, manzana (donde también está la pizzería Montecatini) que era mansión de los Pantín, construcción de valores reconocidos que algunos ven árabe como de minaretes pero obviamente no es tal, de Aquiles Capablanca (1953) con su identidad culinaria y restaurante que mantuvieron hasta mediados de los años 70, con mucho empleo del trigo y del carnero, que conservan sus descendientes y allegados; en el Rincón Hebreo que propició nuestro III Simposio Territorial de Estudios Culturales Plaza de la Revolución (5 de mayo de 1993, en la llamada “Iglesia del Derrumbe” casco histórico del Carmelo, 15 y 16) entre otros muchos valores de esa milenaria cultura, la merienda fue la matza (típica galleta hebrea sin sal ni grasa ni levadura, que comían ocasionalmente durante sus viajes por el desierto), paralelo a un Rincón Haitiano donde entonces no pudimos ofrecer sus cremitas de coco ni su pescado frito con leche de coco, aunque sí otros valores haitianos incluida su bandera del vudú, rastreada en nuestro Reparto Hidalgo.

No era la primera experiencia de revitalizar comidas étnicas: ya su antecedente inmediato, el II Simposio Territorial (marzo de 1991) celebrado en nuestra Casa de Cultura Municipal en Calzada y 8, preparó el patio de esta institución para el almuerzo, con la expoventa de comidas típicas de los diversos grupos étnicos en torno a disímiles instituciones cristianas en el municipio, para devenir la mayor gala de cultura culinaria hasta la actualidad, dedicada en homenaje a Nitza Villapol: los aperitivos fueron los eftalle, especie de empanadilla, tradicional regalo para el Día de Epifanía o Día de Reyes, introducida en Cuba por los metodistas, que a su vez la habían aprendido de los católicos y estos, de la Ortodoxia Greco-Rusa libanesa; y como platos fuertes, también la Iglesia Metodista (25 y K) aportó el pancet (de las Islas Filipinas en Cuba), “Long Life” (“larga vida”) para festividades fundamentalmente nacionales o cristianas, a base de vegetales y fideo filipino; y el resto llegó por vía de la cercana Catedral Episcopal (13 y 6, incentivada por el entonces Deán, Miguel Tamayo) de sus anglocaribeños: de Barbados, cuckoo with fish, y harina con quimbombó y pescado frito con salsa, típico barbadense para agasajo al visitante; y de Jamaica, congrí con coco (tradicional para Pascuas de Navidad) y albóndiga jamaicana. Y como postres, de Barbados el pone (tradicional para Pascuas de Navidad) y el monkey bread; de Trinidad, el fashin cake (tradicional para Pascua de Resurrección) y el bread pudin (tradicional para Thanks Giving, “Día de Acción de Gracias”); de Jamaica, el bonny cake (tradicional para Semana Santa); y de Saint-Kitty, el cake de vainilla.

También la religiosidad de ascendencia africana, sobre todo la santería diseminada por casi todo el municipio, implica culinaria según cada orisha: la carne de cerdo cimarrón con boniato para Babalú-Ayé (San Lázaro); pescado en salsa de almendra para Inle; etú (tipo de guinea) a la criolla para Oyá; gallina a lo yalodde para Oshún, u ochaoko (piña rellena con carne de novillo): a la piña pelada se le quita el centro, se le saca el zumo de la masa, se deja a tiempo cubierta, se pica la carne en pedazos pequeños, se le añade picante, pimienta, orégano y ajonjolí, se rellena la piña y se cubre con un paño bien ahumado, se pone en una olla cubierta de agua con sal y las pelusas de la fruta, se cocina por 1 ¼ hora, se cubre con mantequilla, vino dulce y zumo de piña, se coloca en el horno y se retira cuando esté dorada. Mirta Proenza también cita el maíz fermentado con azúcar.

En la misma Casa de Cultura (entre años 80 y 90), el Proyecto de Tradiciones (Caridad Moré) había logrado el Círculo de Vinateros, y se mantenía la atención al Cuerpo Asesor de Culinarios (María Nélida Arruebarrena) mientras con mayor o menor alcance, a veces más restringida por la diplomacia, pero siempre potenciada por los cubanos implicados (de una u otra forma) hacia sus respectivos entornos, y por otros focos como a partir del llamado “Período Especial”, impacta en nuestras comunidades la cultura culinaria de otros países mediante turistas desde hoteles y otros alojamientos, y el sistema de delegaciones extranjeras en nuestro municipio: Embajada de Estados Unidos, hoy su Oficina de Intereses por medio de Suiza; en Malecón y M, construcción desde 1952; en el casco histórico del Vedado estuvieron las embajadas de México y Francia, y está la de China; la de Brasil y la de Hungría (G y 21) en el reparto Medina, y en su extensión (hoy del Coppelia) la de India y la de Rumanía; la de Japón en la Rampa, la de Italia y la de Holanda en el barrio del Sagrado Corazón, en la Estancia del Carmelo la de la República Popular Democrática de Corea y estuvo la de Albania, además de oficinas comerciales y consulados checos, alemanes, ingleses… hubo vietnamitas vendiendo a la población cubana en 19 entre 22 y 24, y rusos que se han mantenido en 15 y B. También hay instituciones ministeriales cubanas en nuestro municipio, tan afines a la culinaria, como por ejemplo, Azúcar, Agricultura y Alimentación.

Los platos cotidianos que (sistémicamente relacionados con las restantes clasificaciones ofrecidas desde el primero de esta serie de artículos: Aproximación metodológica… junio 2010) protagonizan, son relativamente tan diversos como contextos hay de individuos: el pan diario por la libreta, de irregular calidad que a veces ni llega al hogar, y la llamada “canasta básica”; huevo frito, chícharos con auge durante la Revolución por el otrora campo socialista; igual las costumbres tradicionales y cambiantes a la vez, como el almuerzo familiar que con la vida diaria se focaliza dominical y en ocasiones, desayunos y cenas, cuyos horarios se adaptan irregularmente a cada contexto e individuo… Se hervía la leche condensada (“fanguito”) para los estudiantes en el campo, se hizo dobo casero y gustaron arepas con mantequilla, además de la vasta latería de los años 80. En el Encuentro Provincial de Culinaria 1996, nuestro municipio fue representado por el arroz con pollo a la chorrera, el filete uruguayo y la salsa roja para frijoles negros, obra de uno de los cocineros de los Marqueses de Aguas Claras a inicios del siglo XX, aportada por Generosa Garrido de Ponce de León, esposa de un descendiente de dichos marqueses en nuestro territorio.

Desde el jueves 30 de marzo de 1989 (I Simposio de Estudios Culturales), con la disertación del Ing. Celestino Rodríguez Carraceo sobre cultura alimentaria y medicamentosa en nuestra Casa de Cultura Municipal (Calzada y 8) la cultura culinaria ha sido explícita y sistemáticamente atendida por Estudios Culturales de nuestro municipio, y comprendida en nuestro Programa de Desarrollo Cultural, como elemento indisoluble de nuestra identidad y patrimonio comunitarios. El municipio llegó a tener 1,600 cuentapropistas que se expanden en toda la diversidad culinaria en visos de la antigua competencia a veces con el sello de la originalidad, aunque siempre con la necesaria supervisión de Salud Pública, y resurge el pregón en los Mercados Libres Campesinos (tres en el municipio: Vedado -19 y B-, Extensión del Carmelo -15 y 24- y Reparto Hidalgo, en Tulipán) todo lo cual se refleja distintivamente en todas las artes y resto del sistema cultural, instituciones y comunidades.

La inventiva individual (a veces, modificando recetas ya conocidas) frente a la escasez, y/o contra la monotonía y el aburrimiento, o por razones de salud (preventiva o no), higiénicas, contra la obesidad, diabetes, procesos pre y postoperatorios, problemas de presión, y más reciente y crecientemente, motivos ambientalistas (el proyecto ecoturístico de Estudios Culturales en nuestro municipio asesoró ecorestaurantes y ecocafeterías), aceleran la dinámica cambiante en la cultura culinaria que funde tradición y actualidad, como identifica a toda la cultura en las comunidades que hoy integran nuestro municipio Plaza de la Revolución.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Boletín Cultural "El Almendares"

Dirección Municipal de Cultura Plaza de la Revolución
Boletín # 94, junio del 2011

 

El presente artículo deriva de la investigación titulada La Cultura Culinaria en la Identidad de las Comunidades, Investigación en coautoría con el Lic. Jorge Manuel Perera Fernández.

Seleccionada y debatida en el XII Simposio de la Cultura Ciudad Habana, en noviembre de 1996, y ganó el 1er. Premio Comunidad’97; y también el 1er.Premio en el Festival de Identidad 1997


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

 

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