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Los malos buenos y los buenos… ¿?: crisis ética de los medios
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 

A inicios del siglo XX se produjo lo que se conoció como la “Crisis ética de las ciencias”; el arrollador, y sin la menor duda, tan revolucionario desarrollo de las ciencias en su más amplio y sistémico espectro, no iba aparejado de una moral capaz de que dichos aportes se concentraran única y exclusivamente en el bienestar humano y del resto del mundo en que vivimos: quizás la bomba atómica sería la más atroz de sus degeneraciones, aunque no la única. Cada forma de la conciencia social tiene su ritmo de avance distintivo; y entonces, los daños suelen ser demasiado peligrosos. No en balde, Bertold Brecht recreaba Galileo… 

A una centuria, ya podemos hablar de otra Revolución: Tecnológica, Ciberespacial… todos debemos congratularnos por ello. Sin embargo… la moral no ha avanzado mucho más. Detonante esencial para esta revolución han sido los medios de difusión masiva (llamados “los medios”), por la trascendencia que adquieren para el “gran público”, ese al que sin conocer, llegamos (mucho más que hace cien años… en ellos fueron educados y mal educados nuestros ancestros inmediatos, en mayor o menor medida) incapaces de medir el alcance de nuestra obra, muchas veces, en apariencia inocua. La “crisis ética de los medios” que refiero es, tal vez, peor que aquella del pasado siglo XX, al acelerar y masificar el ciclo mucho más, por su mucha mayor inmediatez a tantos millones de personas al mismo tiempo. Alfredo Guevara en un evento televisado, sentenciaba que actualmente se piensa según los medios. Quizás no tanto… pero sin dudas, se acerca muchísimo a una realidad que a todos, debiera hacernos reflexionar antes de cualquier acción que pretendamos desde ellos. 

Es una problemática internacional: la pretensión de ser popular cuando no se es (los medios generan figuras públicas e imagen de poder que salvo excepciones realmente encomiables, se distancian del público que impone esas mismas normas), ha degenerado populismo, propiciado a su vez por el comercialismo, caso de aquellas series (telenovelas y otras) que no saben cómo mantenerse en el aire, para lo cual muchas recurren a diversas formas del efectismo; las salvedades tienen el mérito de extenderse orgánicamente y así conservar el interés (o “suspense”, técnica que no se reduce a los temas criminales ni es un género en sí). 

Tal vez hasta aquí sólo he resumido lo que tantas veces se ha protestado, a menudo injustamente (pagan justos por pecadores) y también, facilistamente, pues son males de los que no escapa ningún género audiovisual ni manifestación artística ni cultural en general… ni siquiera la crítica, frecuentemente colindante con el criticismo, cuando ajena a una investigación que le eleve genuinamente el rigor, se ensaña contra unos géneros obviando otros, muchas veces por cobardía y hasta por “lugares comunes”, a pesar de pretensiones de originalidad a menudo snobistas; en otros textos he referido una seudocultura (sinónimo de kistch por facilista) sobre la seudocultura, reducida a cisnes, flamencos y yeso, y al tema del amor, cuando con cisnes, flamencos, yesos y sobre el amor, se pueden lograr (de hecho, abundan) auténticas obras de arte en todos los tiempos, y con oro y temas supuestamente más profundos (así entendida la política, por ejemplo) sobra kitsch, altamente dañino en todos los sentidos: panfletos, dogmas… Ni del populismo ni del efectismo (con frecuencia mal hecho, lo que es lógicamente peor), ni del criticismo y otros componentes de la seudocultura reinante, está exenta Cuba en lo absoluto… siempre contextualmente. 

Y como tampoco voy a sumarme en redundar otro de estos males del kitsch que impera (los lugares comunes) puntualizo que lo que apenas se ha develado ha sido la crisis ética resultante de los medios, que se ha visto limitada sobre todo a la violencia, cuando esta (la violencia por la violencia) no es sino uno de sus tantos exponentes… quizás el más efectista, pero no el único, tan peligrosos unos como los otros. Probablemente los demás sean igualmente “violencia”, en dependencia de qué entendamos como tal; pues no son necesarias “patadas y piñazos” ni otro tipo de agresiones, para violentar la lógica y la organicidad del discurso. 

Es triste descubrirnos deseando que se salve “el bueno”, que “el pobre”, lo único que hace es robar; o ha matado gente, sí… pero menos que “los malos” y además, los que mató (si acaso pensáramos en ellos) están desdibujados para ser relegados al olvido, o “tenía que hacerlo” (raras veces sustentable); peor aun es que nos lleven de la mano personajes positivos y carismáticos, con los que logramos total empatía… y de pronto, tiran a una amistad por las escaleras, o le clavan unas tijeras… por celos, o por envidia, que justifican como “errores humanos”. Ello me lleva a confiar en que muchos lectores, al igual que yo… no seamos así “humanos”, porque hemos cometido errores, sí; pero no tales horrores; aunque nos cueste que la estética adjunta a esa moral nos haga parecer tan aburridos… kitsch estético. 

Aún peor: hay actores y científicos que los justifican (la intelectualidad es relativa… y a propósito, no faltan submensajes anti intelectuales, también populistas), parcializando una “comprensión” que olvidan para las víctimas. Tal y como “está establecido”, el actor debe comprender a su personaje, en lo que al margen de dogmas, estamos totalmente de acuerdo… mas ello no quiere decir en lo absoluto, justificar tales maldades y aparentar incluso, compartirlas, lo cual se anima por la intención populista de “caer bien” para ser “populares”, y de aquí que lamentablemente… sean populistas, con todo el daño consecuente. Una excepción contradice: se interpretan abusadores, asesinos en serie, sádicos, genocidas, y ningún actor explica luego sus diferencias, algunos incluso los justifican hasta casi condecorarlos; pero cuando interpretan a un homosexual… casi siempre se adjunta una campaña para divulgar toda su vida privada heterosexual, demasiado preocupados (homofóbicamente, contradiciendo el supuesto mensaje de muchas de estas obras) por su imagen personal, lo que claro está, no logra exonerar una polémica que a la postre, suele redundar nuevamente en la seudocultura, contraria al alcance artístico y al mensaje positivo de la obra en cuestión. 

En cuanto a “los buenos”… casi siempre es difícil discernir si es que son idiotas, o cómplices de “los malos”, o ambos a un tiempo. Una suerte de “perdón eterno y universal” los lastra desde el más triste religiosismo… término que empleo como kitsch de la religiosidad, y no ella en sí. No se trata de promover la venganza ni “la justicia por su mano”; se sabe que con el castigo según cada caso, no suelen pagar los daños causados. Pero no por ello es posible pisotear la justicia y sobre todo, la prevención contra futuros perjuicios. Sin embargo, estos “buenos” parecen masoquistas; no es de extrañar que cada vez parezcan menos las personas que se inclinen por la bondad. 

Mención aparte merecen los daños (a menudo francos asesinatos) contra los idiomas, y no nos limitemos al castellano; el universo digital (al margen de sus tantos aportes) empeora esta problemática. En parte los traductores (salvemos los mejores, por supuesto) los desencadenan por escasa profesionalidad (sobre todo, en el caso de lenguas tan complejas como la nuestra) e inventan palabras que luego, los hispanoparlantes que no conocemos bien nuestro idioma o asumimos todo acríticamente, las generalizamos y llegan a ser patentadas. Esto lo multiplican animadores, locutores, guionistas, asesores, directivos y otros sin la cultura suficiente, que mal emplean las palabras, daño que patentan mediante los medios abusando de su poder. 

Es cierto que el idioma es un fenómeno vivo… pero es de suponer que viva al mismo ritmo en que vive la sociedad, con las nuevas realidades a designar, y no de manera involutiva, de forma tal que, por sólo citar un ejemplo, ya no existe una palabra para todo el universo inconsciente y subconsciente que tanto determina en la cultura, en la identidad y la psiquis, pues “hábito” (término de raíz en la sicología) ha pasado a ser sinónimo de “costumbre”; en otro ejemplo, coincido con aquel certero artículo que leí en prensa escrita cubana, sobre la necesidad de inventar nuevas “malas palabras”, puesto que las que había, ya carecían de su función extraordinaria en el idioma dado su abuso generalizado; en ello los medios (estadounidenses, españoles, italianos… y es penoso que los cubanos se hayan dejado arrastrar también) han tenido una buena dosis de responsabilidad, al impostarse populares y por tanto, degenerar populistas, no con el uso, pero sí con el abuso de las malas palabras, aun cuando no vayan. 

Cuba lastra estos males (algunos más que otros) distintivamente; hacia los años 80 se comenzó, desde lo que debiera ser el “intelectual orgánico” que reclamaban desde Birmingham (Inglaterra) los Cultural Studies al mediar el siglo XX (desgraciadamente, casi nunca tan intelectual ni tan orgánico como debiera, aunque una de las razones sea la masividad con que arrollan los propios medios en tanto industria, su personal a involucrar, y no sólo su público) una suerte de campaña por algunas figuras públicas que en apariencia, trataban de hacer los medios “más populares”… puede sonar muy feliz y hasta revolucionario, pero el peligro de ello radica en que pretender ser popular, cuando no ha nacido “orgánicamente” (citando a Birmingham)… es el camino al populismo, y no es que el efecto no se logre: se logra, sí… pero un efecto contrario: involutivo. Peligrosamente involutivo; el pueblo es confundido con el vulgo, y lo que debiera ser popular, propicia lo vulgar. 

En Cuba (donde más nos duele y mejor podemos actuar), se hereda acríticamente (en esto) el contexto internacional al exhibir numerosas obras extranjeras que llegan a ser paradigmáticas de los kitsch referidos: filmes estadounidenses, series españolas… Antes de que se redimensione la seudocultura, aclaro que la idea no es en lo absoluto la censura, kitsch por definición y peor en todo sentido; no se trata de prohibir ni total ni parcialmente sino propiciar la reflexión crítica y valiente contra lo manido y frente a otros criterios, y sobre todo, con respecto a la producción nacional sin excluir ningún espacio audiovisual (ni otro) por ningún pretexto. Sólo respetando la capacidad popular de discernir propiciando debates francos y abiertos (tras medio siglo de revolución es lo menos que podemos lograr) sin subvalorarla ni pretendernos dueños del saber cual conventos medievales, receptores de la lógica popular, aumentará la luz sin dogmas sobre valores y antivalores. Favorece la diversidad internacional y de géneros, y la selección de las telenovelas (por ejemplo) que se exhiben en Cuba, muy por encima de la media que inunda otros países, lo que no excluye excelentes ejemplos que, sea cual sea el motivo, (aún) no han llegado a nuestro público. 

Algunos actores y actrices han ensalzado personajes por ser negativos, incapaces de florecer los matices que todos tenemos, pues es mucho más complejo y problemático interpretar lo similar a uno sin ser uno, y más difícil enarbolar la bondad que la maldad, que exige mucha más visión y sin la menor duda, mucha mayor dosis de valentía. Pero exaltan una supuesta diversión de la maldad, miopes ante tanto aburrida y estúpidamente “malo”, repleto de frustraciones por sus propias limitantes, lejos de la astucia que les conceden. Ello propicia la degeneración que con toda razón, tanto se ha criticado en el humor, pero que no es más que parte del sistema, mientras en los “tablazos” salvo alguna excepción, poco falta para presentar la bomba atómica o las torres gemelas como un chiste burdo, y por supuesto, muy lejos del fino y profundo humor crítico contra la barbarie, que sobre la II Guerra Mundial logró Chaplin en El Gran Dictador y más recientemente, La Vita e´Bella. 

Y como del sistema cultural (en que se dibuja y desdibuja la seudocultura) no escapan las ciencias (y ya no refiero a los críticos ajenos a la formación científica que exige la profesionalidad), no faltan aquellos que han impuesto otro modismo (kitsch de la moda): la autoestima, muy bien si no fuera por los excesos donde casi que el amor (por ejemplo) constituye un antivalor, cuando cualquiera se crece en la entrega, aun sin ser correspondido, o al menos, no como se espera, en vez de exaltar que el amor no depende de las expectativas de recompensa y se disfruta desde aquel(la) con capacidad de amar, más que del propio ser amado cuando éste(a) no alcanza la estatura que sin embargo, sin saber siquiera por qué, ha inspirado. 

Y como la práctica es criterio de verdad, se sufre el dentista que tras esperar seis horas no se reconoce la pieza… y era que trabajaban la izquierda en vez de la derecha, justificando (los técnicos) que no tenían por qué conocer la diferencia y que por supuesto… son “errores humanos”; un descuento de 155 pesos a un trabajador en una institución cultural lo pagarían al mes siguiente porque no tenían nominilla, era también otro “error humano”. Las catarsis al respecto gastarían toda la tinta del mundo, sin obviar absolutamente ningún sector, y contra los buenos trabajadores que aun, no sé si por suerte o por inercia, restan en todos ellos y en la misma calle, a veces mal mirados por el resto como “conflictivos”, justo por mantener esos valores. ¿Hasta dónde van a llegar los “errores humanos”? Cuando se repiten; cuando hay indolencia, irresponsabilidad, negligencia, y según sus dimensiones… no son errores, sino horrores. 

Ya en la cultura cubana, ser “buena gente” o “buena persona”, no sólo es aburrido, sino malo, incluso profesionalmente puede ser motivo de cuestionamiento, y por supuesto que no me refiero a los cómplices de lo mal hecho, sino a los constructivos que lejos de crear problemas, buscan soluciones y facilitar la vida y el desarrollo de todos. He oído profesores que ven en el estudiantado sus enemigos… Hay religiosos que llaman incluso a no ayudar a nadie “para no perder la suerte”… Sería interesante estudiar las raíces de ese refrán popular según el cual, “el vivo vive del bobo” (ya no hay malos sino “vivos” –listos-, ni buenos sino “bobos”), para valorar hasta qué punto su detonante descansa (o al menos, se relaciona) con el aplauso (o al menos, el guiño y la complicidad) a la maldad en los medios. 

No volvamos a caer en la seudocultura de que siempre ha existido esa maldad (que sabemos es cierto… o al menos relativamente cierto pues hablamos del daño por el daño y habría que propiciar análisis contextuales), y que esta no es producto de los medios, sino que los medios “simplemente” (no es tan simple), la reflejan… lo cual es además de irresponsable, tremendamente hipócrita y manipulador en su sentido más burdo, kitsch y nocivo. Sabemos que los medios generan constantemente, imágenes; todo lo que generamos es, continuamente, imágenes que trasmitimos en torno (tampoco exactamente igual y para múltiples otras interpretaciones) según las percibimos; pero las imágenes de los medios tienen un alcance mucho más masivo, por definición. Y en ningún caso las imágenes se pueden subvalorar, mucho menos cuando su alcance es tal, pues también devienen identidad y aun cuando se alejen de ella, forman (y/o malforman) nuevas identidades (según se fundamenten científicamente se alejan o acercan a las identidades raigales), respaldan actitudes (buenas y malas) y generan y degeneran estéticas… luego pretextamos que “es lo que le gusta a la gente”, peyorativa visión contra la cultura popular (el populismo y lo antipopular son parientes muy cercanos) que obvia que ese gusto ha sido formado y/o deformado por los propios medios. 

¿Dónde ha ido a parar aquello, tal vez mucho más tradicional, de “haz bien y no mires a quién”… “ama a tu prójimo como a ti mismo”? ¿Qué ha sido de aquella máxima del más humilde cubano de cualquier color de piel y rincón del país, urbano o rural u otro: “soy pobre pero (honrado)… (educado)… (decente)… (respeto)” ? Si bien el concepto de “decente”, por ejemplo, atado a tradicionalismos moralistas e hipocresías (no comparto confundir la hipocresía con la educación), ha evolucionado a niveles más enriquecedores, también es cierto que se ha perdido con la vulgaridad y el irrespeto cotidiano, y empeora la convivencia. 

Los medios de difusión tienen una alta responsabilidad para llamar al vuelco en esta involución de valores. Por supuesto que ello exige, en efecto, superarnos hasta aquel “intelectual orgánico” de marras, e incentivar una bondad llena de matices y conflictos a solucionar, pero coherente consigo misma, divertida y sobre todo, valiente para ir depurándonos de miserias humanoides hacia un mejor futuro donde nos percatamos que no siempre Los malos duermen bien y que tal filme japonés, en crítica de su contexto, ironiza su título.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

Publicado, originalmente, en la Sección Moviendo los Caracoles de la Asociación de Cine, Radio y TV de la UNEAC http://www.uneac.org.cu/, junio del 2010

 

Link: http://www.uneac.org.cu/index.php?module=caracoles&act=caracoles&id=41

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 10 de mayo de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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