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Bélgica: impacto en la cultura cubana
Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 

Entre tanto cosmopolitismo étnico, y sobre todo cultural, que identifica a Cuba, Bélgica no figura como un gran protagonista, ni siquiera si nos limitáramos al continente europeo: no solamente España, sino también Francia, Portugal, Italia, Inglaterra, Alemania y otros países de Europa han sido más explícitos en sus determinaciones para la cultura cubana en su devenir. Sin embargo, la cultura belga ha marcado otra tradición con una peculiar significación dentro de nuestra cultura ya en los albores de la nacionalidad cubana, al iniciar el siglo XIX.[1]

 

Es curioso que al mismo tiempo, se estaba produciendo el proceso de conformación de una muy compleja nacionalidad belga que aun en la actualidad (hoy Reino de Bélgica), se distingue porque el 60 % de su población (sobre todo en la región de Flandes) habla neerlandés (que aquí se llama también flamenco, por la preponderancia de dicha región; es en verdad el idioma oficial de Países Bajos o Nederland, que equívocamente suele reducirse a su región histórica más influyente, Holanda; protagonista en la conformación belga durante su devenir), y cerca del 40 % (Valonia al sur, y en la capital Bruselas, oficialmente bilingüe) habla francés (lengua de la nobleza y la burguesía, era la oficial al nacer Bélgica en el siglo XIX); al este, menos del 1 % habla alemán. Al llegar Julio César (siglo I a.n.e., ya entonces había entre 6 mil y 8 mil años de diversas culturas indoamericanas en lo que sería Cuba) a este norte de las Galias cuando fue sometida como parte del Imperio Romano, en su De Bello Gallico dividía la Galia en tres partes: galos, aquitanos y belgas; los belgas eran un grupo de tribus celtas separadas de los galos por el río Sena y el Marne.

 

Durante el reinado de Augusto, Marco Agripa divide la Galia en tres provincias: una de ellas era Gallia Belgica, que durante Domiciano (81-96 d.n.e.) se divide en tres provincias: una Gallia Belgica y dos Germania. La Gallia Belgica luego se dividirá en otras dos provincias romanas: la Belgica Prima y la Belgica Secunda; pero la mayor parte del actual Reino de Bélgica se ubica en Germania Inferior (luego Germania Secunda) y en Belgica Secunda, términos que solo sobreviven a las invasiones bárbaras (francos germánicos con su Reino Merovingio siglos V-VIII, Carolingio VIII-X) por algunos clérigos que los reviven en la segunda mitad del siglo IX, al crearse Lotaringia tras escindirse el Imperio de Carlomagno, y llaman Belgica al reino de Lotario II entre la Galli de Carlos el Calvo y la Germania de Luis el Germánico, todo lo cual sucumbe en el siglo XII; ya eran pequeños estados feudales, de los que la mayoría integraron los Países Bajos borgoñones (siglos XIV-XV) autónomos con el nombre de las Diecisiete Provincias, en las que ya había un floreciente centro comercial y cultural cuando España llegó a las Américas, y hasta el siglo XVII.

 

De la Guerra de los 80 años o de Flandes (1568-1648, burguesa independizándose de España) las 17 provincias se dividieron en las Provincias Unidas al norte (aproximadamente, hoy Países Bajos o Nederland) y los Países Bajos al sur (aproximadamente, hoy Bélgica), estas últimas gobernadas por los Habsburgo españoles (por tanto, los mismos que colonizaban Cuba hasta 1700 cuando sin herederos, los sustituyen los Borbones de Francia) y luego los austriacos hasta la invasión napoleónica (incluyó territorios que nunca estuvieron bajo los Habsburgo, como el Obispado de Lieja) y Waterloo (1815), cuando se reunifican como Reino Unido de los Países Bajos (incluían Luxemburgo, bajo Francia desde 1795) hasta que en 1830, la Revolución belga establece una Bélgica independiente, católica y neutral, bajo un gobierno provisional, con una parte de Luxemburgo (la otra bajo los que seguían como Países Bajos, hasta ser declarado Estado neutral en 1867).

 

En 1831 Leopoldo I es Rey y Bélgica queda como una monarquía constitucional y democracia parlamentaria (el Rey ejerce su poder ejecutivo a través de sus ministros y comparte el poder legislativo con la Cámara de Representantes y el Senado) que evolucionaría hacia 1940 de una oligarquía con dos partidos principales (católicos y liberales) al sufragio universal que incluiría un tercer partido: el Laborista, con fuerte papel sindical. En la Conferencia de Berlín de 1885 se le entregó al Rey Leopoldo II (que había financiado expediciones al África) como posesión privada, que él llamó Estado Libre del Congo, Congo Belga desde 1908 como colonia (solo entonces Leopoldo II aceptó la “donación”), que ocuparía las antiguas colonias alemanas de Ruanda-Urundi (hoy Rwanda y Burundi) en 1916 cuando Alemania durante la guerra, invadió Bélgica; colonias africanas que todas se independizaron entre 1960 y 1962, y queda marcado así su paralelismo histórico general con Cuba.

 

Primeras huellas de belgas en la cultura cubana.

 

Mientras tanto en Cuba, desde mucho antes de la nacionalidad cubana y de que Bélgica fuera independiente, se recoge la huella indeleble de belgas para aquello que sería “lo cubano”: ya se consideraba que el libro cubano más antiguo (impreso en Cuba) era Tarifa general de precios de medicinas (en fecha tan temprana como 1723), del belga Carlos Habré, que Manuel Pérez Beato descubrió en 1910 y se encuentra en los Fondos Raros y Valiosos de nuestra Biblioteca Nacional (de Cuba) José Martí. Sin embargo, más allá, en 2010 (según el investigador belga Huib Billet), el curador de una biblioteca norteamericana buscaba información en internet sobre Francisco José de Paúl, segundo impresor de Cuba, en la web de la Biblioteca Nacional de Madrid, España. A pesar de su prolongada estancia en los anaqueles, la obra se acababa de añadir al fondo digital de la entidad…

 

Y resultó que aún antes, en 1722, el mismo belga Carlos Habré, casado con una criolla desde 1720 y dueño de una vetusta imprenta contigua al centro histórico habanero (taller en la calle San Agustín, hoy Amargura), imprime en ella el primer libro cubano; el texto religioso Novena en devoción y gloria, de N.P. San Agustín; y este belga es por tanto, quien imprimió los dos primeros libros cubanos, en 1722 y 1723, respectivamente, sin incluir el brevario que imprimió tras Novena…[2]

 

En rastreo del Lic. Rafael Milanés Borrell en los fondos del Archivo Nacional de Cuba por Investigaciones de la Dirección Municipal de Cultura de Plaza de la Revolución, se detectó el nombramiento como cónsul de Bélgica en Cuba al Señor Verbrugghe:

 

“Habana 12 de diciembre 1839.

Habiendo tenido a bien mi augusto monarca el Rey de los Belgas en  nombrar por su real decreto de 16 de marzo del presente año al señor L. A. Verbrugghe cónsul para la ciudad de Santiago de Cuba, y  demorándose la llegada del Exequátur debe remitirle el encargado de  S.M. en corte de Madrid; tengo el honor de indicar a V.E. que no  ofreciéndosele inconveniente, se sirva participar a las autoridades de  aquel punto, reconozcan provisionalmente al expresado señor L. A.  Verbrugghe, como cónsul de S.M. el Rey de los Belgas, ínterin que por mi conducto puede elevar a manos de V.E. como Capitán General de esta isla, el Real Despacho, para los fines debiéndosele, entretanto 
guardar las consideraciones como a tal Ministro. Tengo el honor de repetir a V.E. la seguridad de mi mayor consideración.     

Excelentísimo Señor Cónsul de Bélgica. Defonineth.”[3]

 

El citado documento, si retomamos la brevísima reseña histórica belga inicialmente ofrecida, muestra que aun era muy joven la Revolución belga (apenas nueve años… justo en 1839 es que es reconocida Bélgica oficialmente) y reinaba Leopoldo I hasta 1865, cuando lo sustituye su hijo Leopoldo II hasta morir en 1909; sin embargo, en tan temprano momento, ya se hacían las gestiones de consulado en Cuba que, en verdad, era oficialmente España de ultramar.

 

En una fecha pionera para nuestra pintura académica (y para la ya analizada conformación belga, apenas naciendo el Reino de Bélgica), nos llegan las obras de Henry Cleenewerck (1825-1903), que integran el patrimonio de las artes plásticas cubanas actual:[4] ya en 1863 se aprecian sus paisajes en las propiedades de los condes de Fernandina en La Habana, mientras (no por azar) la pintura cubana participaba de la formación de la nacionalidad cubana, ya demostradas las potencialidades que cada vez más, invitaban a interesar un futuro aquí, y no necesariamente en España. Los antecedentes con que contó Cleenewerk en las artes visuales cubanas, se limitaban a las obras precolombinas, artesanos, pintores y grabadores para la alcaldía y los conventos que se fundaban; se sabe de los murales de Juan Camargo en la Iglesia Parroquial de La Habana (1599; donde hoy está el Templete), que se perdió en 1744 al explotar el navío El Invencible; pero sí quedan los retablos de Nuestra Señora de los Remedios. En el siglo XVII se consolida la tradición de tallistas para los retablos, relieves y murales, y el Maestro carpintero Juan de Salas Argüelles trabaja para el convento de las clarisas; se aporta la Giraldilla, llega la imaginería católica popular especialmente de los andaluces sus primeros ejemplos que se conservan, sobre todo del Nazareno. 

 

Ya en el siglo XVIII, la arquitectura barroca influyó en las otras artes visuales: la ebanistería, la escultura, la pintura, el grabado, la orfebrería… con cierto reconocimiento; Joseph Escalera, Joseph Veloso, Valentín Arcila, el Maestro Juan Gamarra principal, pinturas firmadas en La Habana, Santiago de Cuba y Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y otras sin firmar: religiosas, retratos de nobles y ocasionalmente, temas históricos para retablos, frescos y casas particulares; así serían las de criollos como Nicolás de la Escalera, Juan del Río y Vicente Escobar, y las esculturas del carpintero militar José Antonio Aponte. El 11 de enero de 1818, el francés Jean-Baptiste Vermay funda la Academia de Bellas Artes “San Alejandro” (decana de la enseñanza artística en Cuba) bajo la influencia neoclásica de los revolucionarios franceses, que luego se inclinaría hacia el romanticismo al ritmo que se imponía en Europa; los franceses dirigieron la Academia hasta 1859.

 

Cleenewerck había nacido en Watou (ciudad belga cercana a la frontera con Francia) de padres franceses; se supone que comenzó sus estudios de arte en su país natal, pues su técnica, barniz de colores y detalles meticulosos, remeda los antiguos Maestros flamencos. Pero es muy probable que  durante su estancia en Francia, haya mantenido contactos con Theodore Rousseau y con l´École de Barbizon. En 1854 viaja a Estados Unidos y de 1865 son sus obras conocidas y firmadas: los óleos sobre lienzo Una Ceiba en San Antonio de los Baños (102 x 135 cm), El Valle del Yumurí al amanecer (95 x 136.5 cm) y Rincón del Valle al atardecer (126 x  96 cm). En la primera, la iluminación plateada anuncia tormenta, hay fuertes contrastes de luces sobre el árbol, y el hombre es un elemento más en la composición general del paisaje sobre el que se levanta, con un interés particular sobre el estudio de los animales, que él ubica como naturaleza en una escena observada en un momento dado. Las otras dos obras pertenecen a la colección que él pintó sobre el Valle del Yumurí, en la provincia de Matanzas, para los cuales utilizó momentos del día extremadamente diversos, de donde derivan, evidentemente, visiones tan diferentes de un mismo paisaje: una, de amplio horizonte, representa un amanecer, con una luz tenue y uniforme. La otra, el ocaso del día, el brusco corte pequeño del valle con la iluminación rojiza que recuerda la puesta del sol, cubierto por sombras que el artista obtiene por medio de transparencias; un ave con las alas cargadas de luz, disminuye hacia la penumbra.

 

Varios de sus paisajes (como el nocturno del río Canímar, también de 1865 en Matanzas, cuando y donde estaba asimismo el importante pintor Esteban Chartrand, otro paisajista romántico) integran la colección de José Manuel Ximeno, que José Silverio Jorrín, en carta del 3 de noviembre de 1865, solicita para integrar una exposición de paisajes cubanos que proyectaba la Sociedad Económica de Amigos del País para el año siguiente, lo que reafirma la celebridad alcanzada por este belga en Cuba como paisajista. Abandona la isla hacia 1868 y participa del Salón de Paris de 1869 con Corot, Millet y Courbet; pero había quedado tan impresionado por la campiña cubana, que continúa inspirándose en los paisajes tropicales, los pinta de memoria, y son probablemente las que presenta en los salones anuales franceses, en los que participa hasta 1878, cuando expone por última vez… luego se ignora su trayectoria artística. En 1879 regresa a Estados Unidos de América y se establece en San Francisco, California, donde muere. La colección del Museo Nacional de La Habana tiene uno de sus paisajes cubanos de 1869 en París, y en el Museo Colonial de Santiago de Cuba, dos vistas de Cuba fechadas en 1873 en París.

 

 

Sus paisajes cubanos presentan vastos horizontes, muy distantes: compone los primeros sectores con diagonales y utiliza las horizontales para las distancias, que presenta bien profundas: detalla meticulosamente el primer plano y soluciona los últimos por medio de manchas de color, acentuando la distancia. Su trazo es preciso, se mueve con exactitud, Maestro en la paleta y el alcance cromático y para conseguir las distancias y las atmósferas, usa el barniz con muy buena técnica. Además de integrar la Exposición Permanente del Museo Nacional de Bellas Artes, ha sido expuesto en La Habana en 1922, 1940 y 1974; en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica, en 1992, durante la exposición La Novia Americana del Sol; sobre él han escrito Olga López Núñez (1974) y Beel (1992).

 

Varios especialistas en pintura cubana han señalado que Cleenewerck deleitaba sus paisajes cubanos con una atmósfera europea: cubre la luz y el color del trópico y sumerge la campiña cubana en aros propios del Norte europeo. Sin embargo el romanticismo, desde sus orígenes europeos y en cualquier lugar del mundo donde se dio, por definición y en su propia esencia que lo identificaba doquiera fuera, idealizaba toda realidad; de tal suerte que si este artista belga sumerge el campo cubano “en aros propias del Norte europeo”, es la forma más orgánica con la cual, desde sus raíces europeas, puede idealizar ese campo; la misma crítica obvia que esa “luz y color del Trópico” no son tan absolutas como muchos pretenden, y también contamos con días (y en consecuencia, paisajes) fríos y grises.

 

Esto nos conduce a un segundo nivel de análisis: entonces, mientras se formaba la nacionalidad cubana, el paisajismo fue (y se ha mantenido históricamente, también por definición) como referencia constante para todo (y tanto) amor patrio; un gran número de cubanos (y no cubanos) románticos elevaron (antes, durante y después) el paisaje cubano y sus más diversos componentes, incluso idealizados hasta los más genuinos sentimientos patrióticos, y en consecuencia, la obra de Cleenewerck, como la de tantos otros, refleja aquella Cuba, objeto y sujeto, legados esenciales a nuestra identidad y a nuestra formación étnica y cultural; sin ellos, en todos sus ángulos y gradientes, Cuba no sería lo que es hoy.

 

En concreto el paisaje cubano en sus lienzos de este belga enamorado de Cuba, consciente o inconscientemente, se insertaba en un paisajismo que entonces, propulsaba la atención hacia los valores de una Cuba que avanzaba por el camino de su nacionalidad, hacia la independencia: la ceiba (de tan particular significado para la cultura cuban), las palmas, árboles tropicales de la familia de las malváceas, el entorno habanero, el río Canímar, el valle del Yumurí… lega por lo tanto, en aquellos momentos tan precoces, una etapa sustancial en aquel proceso de transculturación para la identidad nacional, más allá de su obra en nuestro país, con la cual enriquece nuestro patrimonio nacional.   

 

Consolidación cultural belga-cubana en el siglo XIX.

 

Pero lo belga iba trascendiendo a las más diversas artes y otras manifestaciones culturales durante el siglo XIX cubano; así por ejemplo, en la escena cubana, si leemos a Rine Leal,[5] en abril de 1877 llega de Bélgica la estructura de hierro para el techo del teatro Payret, pronto a inaugurarse (p.101)

 

Paralelamente, en 1888 el obrero, músico y compositor belga Pierre De Geyter (Gante, 1848-1934) encuentra entre los Cantos Revolucionarios que había escrito el comunero parisino Eugène Pottier durante la Comuna de París en 1871, el texto de “La Internacional”, cuya música compuso para devenir himno del movimiento obrero mundial incluida Cuba con todo el impacto simbólico consecuente, sobre todo por supuesto, en las luchas políticas cubanas y en torno al triunfo revolucionario de 1959, casi un siglo después.

 

Mientras tanto, grandes personalidades cubanas visitaban Bélgica: el habanero José de la Luz y Caballero y el bayamés Carlos Manuel de Céspedes, considerado Padre de la Patria; de Bélgica nos llega el notable violinista José Vandertgucht (“el amigo de Cuba”, según José Martí) para establecerse en La Habana, donde dirigió la Asociación Musical de Socorros Mutuos, ofreciendo conciertos y trabajando con orquestas habaneras; miembro, entre otras, de la Sociedad de Música Clásica. Entre sus discípulos destaquemos los violinistas habaneros Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, y Rafael Díaz Albertini quien, en 1875, ganó el Primer Premio de Violín del Conservatorio de París, y realizó una importante gira de recitales en las principales ciudades cubanas y muchas otras en el mundo.

 

Otro violinista habanero, José Domingo Bousquet, llega a París en 1842, donde estudia con el belga Robberechts. Desde 1856, debido a su formación, comienza una larga gira por Europa y los Estados Unidos y, finalmente, en Cuba, donde se dedicó a ofrecer conciertos e impartir clases de violín. Asimismo el eminente profesor, compositor y pianista holandés Hubert de Blanck, distinguida personalidad de la música  cubana, había estudiado en el Conservatorio de Lieja, en Bélgica, antes de realizar sus giras de conciertos por Europa, América y en 1882, en Cuba, donde en 1885 fundó el Conservatorio que porta su nombre, llamado después Conservatorio Nacional Hubert de Blanck, abrazó el independentismo cubano, lo que le valió cárcel y deportación. El modernismo del Art Nouveau francés, con sus raíces belgas (1880), se extiende de inmediato en La Habana (su entrada para el resto del mundo hispánico) con las voces de Manuel de la Cruz, Julián del Casal y sobre todo, José Martí.

 

Bélgica y los belgas en Martí.

 

Al detenernos en sus Obras Completas (Editorial Lex, La Habana, 1946) de José Martí (1853-1895), Héroe Nacional de Cuba, destacan entre otras, sus valoraciones de la historia y la cultura belgas; por ejemplo, durante su etapa de desarrollo en New York (1883) a donde de Bélgica solamente habían llegado 300 inmigrantes (muchos menos que de otros países europeos) veía en aquella Bélgica un modelo para Cuba, que fuera “libre y próspera, con sus campos bien cultivados, con su propiedad bien repartida, con sus garantías personales bien seguras…” (p.490) y ese mismo año en la exposición de Boston, habla de “la honrada Bélgica, en cuyos campos todo es fruta y jugo” (p.521) y a propósito de la Exposición de París de 1889, en su revista infantil La Edad de Oro, detalla que el pueblo belga “sabe tanto de cultivos, y de hacer carruajes, y casas, y armas, y lozas, y tapices y ladrillos” (p.1278) y al escribir en La Nación (Buenos Aires, 31 de mayo de 1890) a propósito del Congreso de Washington lo que apuntaría a sus históricas cuartillas Nuestra América, llamaba a la cordura al delegado del Norte si creía haber inventado el arbitraje y recordaba, entre otros pueblos, a Bélgica (p.174)

 

En 1881, cuando José Martí analiza la monarquía española y ofrece la opción de “un Rey útil, trabajador y pensador”, ve “Italia, Bélgica e Inglaterra (…) mejores ejemplos que Rusia…” (p.938); e1 4 de octubre de 1881en La Opinión Nacional (Caracas) señala que la Corona española pretende “exceder en oportunidad y magnificencia a Bruselas, donde el Congreso reunió la última vez sus sabios miembros” (p.931) y similar elogio le merecía “aquella reunión de sabios antes celebrada en Amberes y en París” (p.1140); y en 1882 reconocía en la sala de un museo “…pálidas e históricas colgaduras (…) de Flandes” (p.984); proponía para Cuba que el Capitán General se sometiera a un Consejo Supremo que no permitiera la suspensión de garantías, “es justamente lo que se hacía en Flandes, en los tiempos en que era Rey de España Felipe el Segundo, y gobernaba a los flamencos el buen duque de Alba” (p.1007). No obstante, tampoco ignora Martí otras problemáticas, como “la grave cuestión religiosa” en Bélgica, Alemania e Italia en 1875, “reclaman además para sí una revista especial” (p.1019), ni al “matón de Flandes”, en 1894, cuando valoraba en el periódico Patria el reciente deceso del periodista Federico Proaño (p.83).

 

En Guatemala (1878) supo comparar al “muy fecundo, el asombroso Villalpando” con lo que hacía el pintor flamenco Peter Paul Rubens (1577-1640) en Europa, para cubrir “de cuadros, más o menos bellos, nunca malos, en días breves, palacios, casas solariegas y conventos” (p.235); y en 1882 en New York, dada la multitud por la visita del Rey de España Alfonso a Lisboa, “Parecía la brillante comitiva aquella procesión de Rubens, que se ve en el Museo de Dresde: todo es penacho, gala, reflejo” (p.981). Comparaba la grandeza de Rubens (“darse gozos de espíritu y ver cuadros de Rubens”, p.1120) y del escultor italiano Michellangello Buonarrotti con el dramaturgo inglés de todos los tiempos, William Shakespeare; y se remontaba al pintor barroco más popular de la escuela flamenca cuando al admirarse, exclamaba: “me hace pensar en Rubens” (Leal, Ob.Cit:387), al tiempo que reconoce también otros talentos belgas, como el pintor Antoine Watteau (1684-1721), francés pero de Calais limítrofe a Bélgica, por lo que en ocasiones ha sido citado como belga.   

 

Avenida de Bélgica…cubana.

A pesar del intenso cosmopolitismo que identifica la cultura cubana y de las tantas alegorías en consecuencia, no abundan en Cuba las calles con nombres de otros países, y los pocos casos que se detectan, son por lo regular, nombres dados por la cultura oficial de cada momento, apenas conocidos en virtud de los topónimos populares tradicionales; en la capital, estos ejemplos se concentran sobre todo en la hoy Habana Vieja. Tal es el caso de España, México y Brasil; esta última es la calle Teniente Rey.

 

Hubo un contexto en particular, hacia 1911, cuando por acuerdo del Ayuntamiento, se estimó pertinente reconocer de esta manera, a aquellos países que habían estado entre los primeros en establecer relaciones diplomáticas con la naciente República de Cuba. De aquí se                          nombraron hasta la actualidad, por ejemplo, Avenida de Italia a la calle Galeano, y Avenida de Bélgica a la calle que se conoce al norte como Monserrate, y al sur como Ejido, a veces escrito Egido, lo cual parece ser una incorrección. El reconocimiento no sería tal si estas calles no trascendieran de alguna manera, al menos, para aquella cultura capitalina.

 

Es cierto que otros países decisivos para la cultura cubana, e incluso para el proceso independentista cubano (siempre distintivamente), también entre los primeros en reconocer la República de Cuba, como es el caso de Francia, Gran Bretaña y Nicaragua, no fueron incluidos para recibir esta suerte de distinción; sin embargo, los países seleccionados no carecían de argumento para ello.

 

En el caso de Bélgica, ya habíamos visto que tras haber sido dominada por Francia entre 1795 y 1815, fue anexada a los Países Bajos hasta que en 1831 obtiene su independencia y se constituye en monarquía constitucional: el poder ejecutivo recae en el Rey, quien lo ejerce a través de sus ministros y comparte el poder legislativo con la Cámara de Representantes y con el Senado, forma de gobierno que devino atractiva a lo más avanzado de la sociedad cubana de antaño, al margen de otras relaciones e impactos que tanto ha valorado siempre la cultura cubana y en particular, hitos como el Héroe Nacional José Martí; aun cuando Cuba todavía era colonia española en el siglo XIX, ya Bélgica tenía cónsul en Cuba.

 

Todavía en 1907 perduraba esa imagen belga en nuestro país: el eminente profesor camagüeyano en La Habana, Enrique José Varona, en su crítica a los gobiernos con que nacía aquella República de Cuba, tuvo palabras y escritos de alabanzas sobre la manera ejemplar de gobernar en Bélgica; según publicó en El Fígaro, a su juicio aquella constitución cubana no era la que más convenía a Cuba, y sugería una forma de administración parecida a la de Bélgica, cuyo ejecutivo además era fuerte y al mismo tiempo, poco costoso.

 

Es entre 1908 y 1960, que con la repartición del mundo entre las potencias europeas, Bélgica tuvo el antiguo estado independiente del Congo, en África, como colonia, conocido como Congo Leopoldville (hoy República Democrática del Congo) por haber sido creado en 1885 como Estado Libre por el entonces rey de los belgas, Leopoldo II, que lo cedería a Bélgica en 1908 como colonia; hasta entonces su posesión personal; en ambas guerras mundiales, Bélgica fue ocupada por los alemanes.

 

Pero ya para entonces había una Avenida de Bélgica en La Habana: la calle que así se decidió nominar, rodea la antigua villa de San Cristóbal de La Habana, según la antigua muralla la demarcaba y más allá, por terrenos extramuros (Ejido), durante dos o tres kilómetros. Es por tanto, una calle determinante para definir el casco histórico capitalino, si bien la Habana Vieja como municipio, hoy se extiende más allá, a calles paralelas tan importantes como el Paseo del Prado o de Martí.

 

Los propios nombres populares que anteceden al de Avenida de Bélgica, y por los que más se conoce, la definen: su porción norte, Monserrate, antecedía incluso a la muralla, ya que este nombre estaba determinado por la Ermita de Monserrate (la santa patrona de Cataluña, “la Moreneta” o “la Rosa de Abril”), ermita que existió en la plazuela de las puertas de la muralla, fechada según José María de la Torre en 1695, destruida en 1836 justo por la muralla que por allí se levantaba tardía, y por ello, reedificada extramuros a su actual ubicación en Galeano (Avenida de Italia) entre Concordia y Conde Cañongo, en 1844, como Iglesia de Nuestra Señora de Monserrate.

 

La misma calle continúa al sur, y allende la actual calle Muralla (que define la llamada Habana intramuros) era conocido popularmente como el ejido; recuérdese que en nuestra cultura castellana, se le llama ejido (del latín exitus, que quiere decir “salida”) al campo común de todos los vecinos de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras, o sea, para trillar las mieses (cereales maduros, sembrados) o apartar el carbón en las minas. Por supuesto, eran esas las funciones que realizaban estos campos extramuros y comunes inmediatos a la muralla, que aquí acogían los ganados, si bien ya varias comunidades e incluso caminos extramuros, identificaban estos parajes cada vez más, hasta la actualidad.

 

La calle Ejido conoció parte de aquella Muralla, y concretamente sus puertas llamadas Puerta de Tierra, Puerta del Arsenal y Puerta Cerrada, que daban paso a los ejidos de la ciudad; aun hoy quedan aquí restos de la muralla construida entre 1667 y 1745: el Lienzo y Puerta de la Tenaza en Ejido entre San Isidro y Desamparados; Lienzo en Ejido y Desamparados; el Cuerpo de Guardia de la Puerta Nueva en Ejido entre Arsenal y Misiones, y el Lienzo en Monserrate y Teniente Rey. Por disposición del Ayuntamiento, aquí se establecieron muchos de los cabildos de nación de los esclavos africanos.

 

La calle se enriquece asimismo por las instituciones que en torno a ella se han fomentado, y por su propia historia: Monserrate nace como Avenida de las Misiones frente al Túnel de la Bahía de La Habana (1958, obra de la Societé des Grands Travaux de Marseille, Francia; evaluada entre las siete maravillas de la ingeniería cubana, del otro lado del cual se destaca el Castillo de San Salvador de la Punta, 1589-1600, en Ave. Del Puerto y Prado, obra de los arquitectos italianos renacentistas Baptista Antonelli y Cristóbal Roda, Monumento Nacional) con el actual Museo de la Música (antigua residencia de Francisco Pons, imagen actual de 1906, del arquitecto Francisco Ramírez Ovando, en Capdevila No. 1 entre Habana y Aguiar), y el fondo de la Iglesia del Santo Ángel Custodio (nombre que hereda de la antigua muralla, el Baluarte del Ángel en Refugio esquina Avenida de las Misiones), imagen actual de 1871, pero donde fueron bautizados habaneros tan insignes como Félix Varela y José Martí, iglesia que abre a Compostela entre Cuarteles y Chacón a la Loma del Ángel que inspiró la más famosa novela del siglo XIX cubano: Cecilia Valdés, que también se llama, precisamente, La Loma del Ángel, del pinareño Cirilo Villaverde.

 

El Palacio Presidencial (1920, en Refugio # 1 entre Zulueta y Avenida de las Misiones, de los arquitectos Paul Belau y Carlos Maruri), actual Museo de la Revolución, al frente ha instalado la réplica del yate Granma que en 1956, inició el último período de lucha revolucionaria en Cuba; y el Museo Nacional de Bellas Artes en Trocadero entre Monserrate y Zulueta (1956, arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo), antecedidos al sur (1873-1916) por el Palacio Balaguer, en Ánimas entre Monserrate y Zulueta, y la llamada popularmente Manzana de Gómez (1894-1917) entre Zulueta, San Rafael, Neptuno y Monserrate, de los arquitectos Pedro Tomé y Francisco Ramírez Ovando, complejo comercial con funciones actuales para la educación, que la comunica en dinámica diagonal con el Parque Central entre Zulueta, Prado, Neptuno y San José (1877, remodelado en 1960, arquitecto: Eugenio Batista) donde en 1904 se levantó la primera escultura erigida a José Martí, obra del escultor José Vilalta y Saavedra.

 

De 1908 es el hotel Plaza en Zulueta # 267 esquina Neptuno, del arquitecto José F. Mata; de 1910 el Cuartel de Bomberos en Zulueta # 257 entre Neptuno y Ánimas, del arquitecto Ernesto López Rovirosa; de 1922-1926 la Sociedad Cubana de Ingenieros, actual Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, en Monserrate # 258 entre Ánimas y Neptuno, de los arquitectos Emilio de Soto y Morales y Cía; de 1927 data el Centro Asturiano, hoy Tribunal Supremo Popular y Fiscalía General de la República, en San Rafael # 1-3 entre Zulueta y Monserrate, del arquitecto Manuel Busto, y de 1930 el Edificio Bacardí, hoy Comité Estatal de Abastecimiento Técnico Material, uno de los más notables ejemplos del art-decó cubano, en Monserrate # 261 entre Empedrado y San Juan de Dios, de los arquitectos Esteban Rodríguez Castells, Rafael Fernández Ruenes, y José Menéndez. En este tramo de Monserrate entre Obrapía y Obispo, nació en 1830 el restaurante que con ese nombre (1830) hoy se conserva en la desembocadura de la Chorrera del Vedado, y se concentran el bar Monsterrate y los restaurantes La Zaragozana (célebre a nivel mundial con su típico daiquiri) y Castillo de Farnés; hacia Chacón, la cafetería Gitana Tropical.

 

Por el otro extremo, ya con el nombre Ejido, conduce a la Estación Central de Ferrocarriles (1911) en Ejido entre Arsenal y Paula, del arquitecto Kenneth H. Murchison; y al fondo del Archivo Nacional (1944, que abre a Compostela # 906 entre San Isidro y Desamparados, del arquitecto Luis Dauval). En la esquina de la antigua calle Paula, hoy llamada Leonor Pérez en honor a la madre de José Martí, # 314 entre Ejido y Picota, nació el 28 de enero de 1853 este, el Héroe Nacional de Cuba, cuya “Casita Natal” data de 1810, hoy Monumento Nacional, y se conserva allí como Museo. En apenas 200 metros, entre Acosta y Merced, se concentran la cafetería Los Marinos y los restaurantes El Baturro y Puerto de Sagua, especializado en mariscos; y entre Muralla y Teniente Rey, la cremería La Media Naranja. De 1879 es el Palacio de la Marquesa de Villalba, en Ejido # 504 entre Monte y Dragones, del trascendente arquitecto Eugenio Rayneri Sorrentino[6] y el Circo Jané (1881-1938) en Zulueta # 502 esquina Dragones, de los arquitectos Emilio Sánchez Osorio y Luis Dauval, así como el Teatro Irijoa (1884, luego el célebre Martí para el bufo cubano) en Dragones # 58 entre Zulueta y Prado, del arquitecto Alberto de Castro.

 

Algunos de los barrios más humildes que hacia estas áreas proliferaron en torno, son San Isidro y Jesús María, y son varias las calles de importancia que desembocan a la Avenida de Bélgica; quizás las más relevantes sean el hoy boulevard de Obispo, y O´Reilly, entre las cuales se conforma aquí el parque de Albear, en homenaje a quien hacia 1856, creara un acueducto valorado entre las maravillas de la ingeniería cubana; pero también Monte, que con su importante vida comercial conducirá hacia la Calzada del Cerro y la de Diez de Octubre con sus barrios, y Muralla cambia su nombre por Dragones, hacia el Barrio Chino en Centro Habana. Estos son solo algunos de los tantos elementos de la intensa vida popular habanera que realzan a esta, nominada oficialmente, Avenida de Bélgica.

 

En 1963, según el Historiador de la Ciudad Emilio Roig de Leuchsenring,[7] se propuso infructuosamente, cambiar el nombre de Avenida de Bélgica por el de Avenida Patricio Lumumba, en homenaje a este independentista del entonces Congo Belga, muerto por ello. Sin embargo, hasta hoy se sigue llamando oficialmente Avenida de Bélgica, esta calle que trasciende por abrazar amorosamente al casco histórico de La Habana Vieja hacia la bahía, como para protegerlo siempre, a la par que sonríe y da la bienvenida a la Habana extramuros.

 

Condecoraciones belgas a cubanos.

 

Un curioso resultado de investigaciones previas,[8] indica a Bélgica como uno de los países (después de España y Francia) que más cubanos condecoró, al menos, durante el primer tercio del siglo XX. Al menos entre el 20 de mayo de 1902 y el 1 de enero de 1931, y según disposición del apartado 5 del artículo 47 de la Constitución de 1901, así como la Ley del Congreso de 24 de marzo de 1903, que desarrolló el anterior precepto constitucional, hubo un total de 41 autorizaciones (la única constancia que Cuba conserva de ello, fuente fundamental para su estudio; entre ellas, en el caso de Bélgica, a tres mujeres) del Senado de la República de Cuba a ciudadanos cubanos para recibir condecoraciones del Reino de Bélgica, según se examina en el legajo 433-A, expediente número 9430, folios 31 y ss., folios 72-75 del fondo “Secretaría de Estado” del Archivo Nacional de la República de Cuba; se toma hasta 1931 porque la Constitución colapsó en 1933; la de 1940 eliminó esa restricción y se condecoraron a otros sin necesidad de que los aprobara el Senado, y el reconocimiento del Senado era la única relación que nos llega de estas primeras tres décadas de la República, durante las cuales, España, Francia, Bélgica e Italia (en presumible orden) fueron los países que más cubanos condecoraron y el Senado reconocía sus condecoraciones a cubanos, en virtud de una ley de 1904 que desarrolló un precepto constitucional que para que la República reconozca la condecoración por otro país, necesitaba la autorización del Senado; quiere decir que podría haber habido otros condecorados y hasta por otros países, pero sin reconocimiento del Senado no nos llega la información, y es con este reconocimiento con el que se trabaja este acápite.[9]

 

Quizás sea necesario una breve reflexión introductoria acerca del sistema de condecoraciones utilizado entonces por el Reino de Bélgica, a fin de evitar confusiones; según el referido estudio de Arista-Salado, existió una Orden de la Corona, francesa que cayó en desuso, y es distinta de la belga, y cita a D. Bruno Rigalt y Nicolás, Cronista Rey de Armas de D.ª Isabel II, en su Diccionario Histórico de las Órdenes de Caballería, religiosas, civiles y militares de todas las naciones del mundo; desde los primeros tiempos hasta nuestros días: sacado de las mejores obras de esta clase nacionales y extranjeras (Barcelona, 1858), cuando alega que la Orden de Leopoldo fue fundada por Francisco I (emperador) de Austria (y II del Sacro Imperio Romano Germánico) en 1808 para premiar, con independencia del nacimiento o rango, a individuos que se distinguiesen en las artes, “las letras”, “las ciencias y los descubrimientos”… al respecto, Arista-Salado manifiesta su reserva con que sea esa la condecoración de Bélgica, proponiendo para ello monografías más especializadas; sí reconoce que la orden belga fue instituida para perpetuar la memoria del rey Leopoldo II, pero en este caso se refiera a su padre (de Francisco I de Austria) y predecesor Leopoldo II del Sacro Imperio Romano Germánico (Leopoldo de Habsburgo-Lorena, 1747-1792) que sofocó las sublevaciones en Hungría y Bélgica, finalizó el conflicto con los turcos y hermano de María Antonieta, se alió con Prusia contra la Francia revolucionaria.

 

Al instituirse esta orden en 1808, Leopoldo de Sajonia Coburgo y Gotha (futuro primer Rey de los belgas como Leopoldo I) tenía solo 18 años de edad, si bien desde 1795 (con solo 5 años) había sido nombrado coronel del regimiento imperial Izmailovski en Rusia, en 1802 (con 12 años) es elevado a general, en 1806 (con 16 años) se hospedó brevemente en la corte de Napoleón I Bonaparte, luego de que el ducado de Sajonia-Coburgo-Saalfeld fuera conquistado por las tropas napoleónica, pero durante su estadía en París, Leopoldo rechaza el puesto de asistente que el Emperador francés le ofrece y se marcha para Rusia y luchará contra las tropas napoleónicas en las batallas de Lützen, Bautzen y Leipzig, llegando a Mariscal de Rusia… Francisco I de Austria había luchado contra Napoleón, pero al casar su hija con el Emperador francés en 1810, su hostilidad a Napoleón se calmó al menos, hasta 1813. Obviamente, su Orden constituida no era en honor de este mozo luego tan importante para Bélgica, sino de su padre.

 

Recuérdese que Leopoldo I, príncipe de Sajonia Coburgo (1790-1865) fue elegido rey de los belgas en 1831, al sacudir con la ayuda de Francia, el yugo holandés al que estaban sometidos y conquistar así su independencia como monarquía constitucional, con el poder ejecutivo que recae en el Rey, quien lo ejerce a través de sus ministros y comparte el poder legislativo con la Cámara de Representantes y con el Senado. Su hijo Leopoldo II (1835-1909) lo sucede en el trono, y en 1885 (durante la repartición del mundo entre las nacientes potencias imperialistas) creó en África el Estado libre del Congo, que cedió a Bélgica en 1908.

 

Por otra parte, la nomenclatura de los grados Caballero, Oficial, Comendador, Gran Oficial y Gran Cruz (Arista-Salado hipotetiza antecedentes, tal vez militares), fue introducida por Francia en la Legión de Honor en 1802, y luego la asumirían los demás países… entre ellos, Bélgica.

 

La condecoración destinada a las damas era la Medaille de la Reine Elizabeth, que fue obtenida por Estela Broch de Torriente el 18 de febrero de 1920, y por Nieves María Pérez Chaumont, el 23 de mayo de 1921; pero también Mercedes Romero de Arango ganó, el mismo día que la Broch (18 de febrero de 1920) las Palmas de Oro de la Corona.

 

Se destacan por haber recibido dos de estas condecoraciones, Miguel Ángel Campa y Caraveda, poeta al iniciar la segunda década del siglo XX, y obtuvo tres de estas autorizaciones, por las que del 14 de febrero de 1927 data la de Comendador de la Orden de la Corona; del 19 de abril del mismo año 1927, la de “Gran Oficial de la Orden de Leopoldo II” (para la que ya habían autorizado a José María Collantes el 18 de septiembre de 1923), y el 5 de diciembre de 1929, se le otorga la “Gran Oficial de la Orden de Leopoldo”. Después sería Secretario de Estado entre el 10 de junio de 1939 y el 10 de octubre de 1940, y luego Ministro de Estado del 7 de mayo de 1951 al 30 de agosto de 1951 y de nuevo, a partir del Batistato, desde el 10 de marzo de 1952 pocos años más.

 

El intelectual y ensayista Enrique Soler y Baró, fue reconocido el 14 de febrero de 1927 como Oficial de la Orden de la Corona, y el 5 de diciembre de 1932 como Comendador de la Orden de la Corona, que también obtuvieron ese día Francisco María Fernández, Luís Santa María y Calvo, y Anselmo Díaz del Villar; el abogado y poeta guanabacoense Ramiro Hernández Portela (1882-1957, falleció en Chile, canciller de primera clase en la Legación de Cuba en Madrid, representó a Cuba en varios países de América y Europa y asistió a conferencias y comités internacionales literarios y científicos) fue reconocido Oficial de la Orden de la Corona y Comendador de la Orden de Leopoldo II, y Antonio Mesa fue condecorado Oficial de la Orden de la Corona el 19 de abril de 1927, y como Antonio Mesa y Plasencia, Comendador de la Orden de Leopoldo II.

 

Obviamente, la Orden de la Corona en su grado de Oficial, fue la condecoración más extendida por el Reino de Bélgica a cubanos en el período referido, pues además de los tres mencionados (Soler, Hernández Portela y Mesa) la obtuvieron también José F. Pimentel y Rivero (24 de agosto de 1923); José Hernández Guzmán (8 de septiembre de 1923); Rafael de la Torre y Reine (16 de febrero de 1925); el 31 de marzo de 1925 se le otorgó al intelectual habanero Arturo R. de Carricarte y de Armas (1880-1948) premiado en los Juegos Florales de México y cónsul de Cuba en Montevideo, miembro de distintas sociedades latinoamericanas, Gran Premio de Literatura en Cuba 1913-1914 de la Academia Nacional de Artes y Letras por su novela Historia de un vencido (El Ñáñígo) con diversos cargos en la Secretaría de Gobernación y en el Senado, en 1920 fundó la Biblioteca Municipal de La Habana que dirigió hasta 1931, y el Museo José Martí; fue profesor del Seminario Diplomático y Consular, anexo a la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana (1921), dirigió y colaboró en prensa cubana y mexicana y editor de la edición en español de The Havana Post; el 14 de febrero de 1927 a Francisco de Arce; y a David Whitmarsh y García, el 16 de febrero de 1932.

 

Como Comendador de la Orden de la Corona, además de los dos mencionados inicialmente (Campa y Soler) también fueron reconocidos Julio Morales Coello (primer cubano condecorado por otro país cuando en 1918 recibió la Cruz del N. Naval de 2da. Clase, de España; también sería condecorado por Francia, y otras) el 11 de febrero de 1931; y Manuel Varona Suárez el 31 de marzo de 1925. En Línea entre Paseo y 2, en El (capitalino barrio del) Vedado, resta una tarja de 1911 al Dr. Manuel Varona Suárez, de bronce sobre base de mampostería, con la inscripción: “Del Ayuntamiento de la Habana al Secretario de Sanidad y Beneficencia y Presidente de la Asociación de Propietarios, Vecinos e Industriales del Carmelo y Príncipe”. 1 de enero de 1911. Se encuentra en buen estado de conservación, accesible, uso actual conmemorativo, valores históricos, cuando el vice era Enrique José Varonaicos y es de propiedad estatal.

 

El Dr. Varona protagonizaba paralelamente, en la Sociedad Anónima de Instrucción y Recreo del Vedado en Línea entre A y B, que continuaba su pujante desarrollo, fruto de la más culta intelectualidad cubana decimonónica frente a los “nuevos ricos”. Y en sus jardines y para fomentar el amor a la naturaleza, el 10 de Octubre de 1904 inicia el primer Día del Árbol en Cuba, fecha escogida para honrar el alzamiento de La Demajagua con el emblemático árbol de aquella imagen,  y que dejó proclamada esta, la Fiesta del Árbol como Día de Fiesta Nacional, la primera de las cuales se celebró en Paseo e/Línea y Calzada, parque que años después se le llamaría Manuel Sánchez Varona en honor a quien presidió dicha Asociación e ilustre cubano del Vedado; y fiesta de gran enseñanza y vigencia para lo más avanzado del movimiento ecologista contemporáneo internacional, que desde un inicio contó con el apoyo del vecindario y de prestigiosas personalidades, instituciones y autoridades públicas de antaño; fiesta que iniciaba con un acto solemne y siembra de árboles en lugares públicos como paseos, parques, avenidas y escuelas, y acababa con una fiesta popular, y que años después los gobiernos de turno pasarían para el 10 de Abril, en demagógico homenaje a la Asamblea de Guáimaro. Ya en El Vedado y El Carmelo, reinaban diversos tipos de jardines, tanto públicos como privados.

 

También el alcalde Dr. Varona que reconocería Bélgica, aplicaba la máxima de Martí, “Honrar honra”: en tal parque está además el busto a Gonzalo de Quesada y Aróstegui que da nombre al mismo y mide unos 2 metros de altura en mármol blanco construido en Pietra Santa (Italia) con 4 placas de bronce, con Inscripciones: "Este monumento ha sido emplazado siendo Alcalde de la Habana el Dr. Manuel Varona Suárez, bajo la dirección del Sr. José Ramón Villalón, Secretario de Obras Públicas. La Habana, 24 de febrero de 1918. Nació en La Habana el 15 de Diciembre de 1868. Murió en Berlín el 9 de enero de 1915. V. Luisi y C., Pietrasanta (Italia) Secretario del Partido Revolucionario Cubano, Delegado de la Revolución en Washington, Delegado a la Asamblea Constituyente, Embajador a varios Congresos, Ministro Plenipotenciario de Cuba en diversos países, Gonzalo de Quesada y Aróstegui. Siendo Alcalde Municipal el General Fernando Freyre de Andrade, el Ayuntamiento de La Habana en la sesión del 12 de febrero de 1915, por iniciativa del Concejal Sr. Germán S. López, acordó rendir este homenaje a la memoria del gran patriota."

 

Como Comendador de la Orden de Leopoldo II, además de los dos mencionados (Hernández Portela, y Mesa) también fueron condecorados José Manuel Cortina y García, profesor de Derecho de la Universidad de La Habana, el 18 de septiembre de 1923 y el 30 de junio de 1925, luego Secretario de Estado entre el 10 de octubre de 1940 y el 18 de agosto de 1942, constituyentista de 1940, Presidente de la Cámara; y Miguel Mariano Gómez Arias, Alcalde de La Habana y luego Presidente de la República de Cuba en 1936, se le otorgó el 5 de diciembre de 1932.

 

Las otras condecoraciones belgas obtenidas por cubanos en este período, fueron la Orden de la Corona en el grado de Gran Cruz, para Francisco Zayas el 15 de diciembre de 1919, y Carlos Manuel de Céspedes y Quesada (Ministro de Cuba en Washington 1915, 1916 y 1917; Secretario de Estado del 27 de junio de 1922 al 18 de noviembre de 1926, y del 12 de agosto al 9 de septiembre de 1933, primer Canciller Presidente de la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes creada en abril de 1926, y luego Presidente Provisional de la República 1934, hijo del Padre de la Patria) el 16 de febrero de 1925; en el grado de Gran Cordón para el Dr. Cosme de la Torriente y Peraza el 13 de julio de 1919 (Secretario de Estado del 20 de enero de 1934 al 26 de febrero de 1935, y luego Presidente del Senado), y Luís Rodolfo Miranda; y en el grado de Caballero a Andrés B. Abela y Gómez, el 31 de marzo de 1925; a Tomás Servando Gutiérrez, el 5 de diciembre de 1932, y el poeta camagüeyano Mariano Brull y Caballero (1891-1956, con su infancia en España, doctor en Derecho en la Universidad de La Habana, entre 1914 y 1915 integró el pequeño grupo en torno al intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña, en 1917 secretario de segunda clase en la Legación de Cuba en Washington y prestó servicio diplomático en Bruselas y otras importantes ciudades europeas y americanas, traductor de obras francesas), el 21 de febrero de 1936.

 

Como Caballero de la Orden de Leopoldo II, se reconoció a Domingo Mencia el 1 de febrero de 1935, y el 15 de diciembre de 1919 a Juan Manuel Planas y Mencia (sic): recuérdese que el cienfueguero Juan Manuel Planas y Saínz (1877-1963) había sido corresponsal en Europa entre 1897-1906, en 1906 obtuvo en la Universidad de Lieja, Bélgica, el título de Ingeniero Electricista, que revalidó en 1907 en la Universidad de La Habana, profesor de francés en el Instituto de Pinar del Río, donde se graduó de agrimensor en 1913, fundador de la Sociedad Geográfica de Cuba, que presidió entre 1928 y 1936, y de la Sociedad de Oceanografía de Cuba (1943) miembro de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales y del Ateneo de La Habana, la Academia Nacional de Ciencias de México, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Asociation des Ingenieurs sortis de l´École de Liege (Bélgica), etc. en 1945 obtuvo el título de la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling”, fundó Cathedra, Boletín de la Sociedad Cubana de Ingenieros, Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, colaboró en publicaciones cubanas y francesas, viajó por América y Europa, autor de trabajos científicos y de la primera novela de ficción científica escrita en Cuba: La Corriente del Golfo (1920)

 

Otros condecorados fueron Guillermo Patterson, Gran Oficial de la Orden de la Corona; Marino Pérez de Acevedo, Oficial de la Orden de Leopoldo II (18 de septiembre de 1923) y Fernando de Soigne, con la Medaille du Roi Albert, el 13 de junio de 1920; e incluso mientras eran Presidentes de aquella República, Mario García-Menocal y Deop, con el Gran Cordón de la Orden de Leopoldo, el 13 de junio de 1919; y el tristemente célebre Gerardo Machado y Morales, que había sido Mayor General del Ejército Libertador, con la Orden de Leopoldo II, el 11 de noviembre de 1929.

 

Los belgas en la confusión del imaginario: Tallet visto por Villena.

 

El matancero José Zacarías Tallet (n.1893) en entrevista a este autor[10] recuerda que cuando conoció a Rubén Martínez Villena (Alquízar, La Habana, 1899-1934), este se confundió, pensando que Tallet era belga, tal vez debido a su biotipo físico. Luego serían íntimos amigos y cuñados, protagonizaron juntos el movimiento político e intelectual cubano más avanzado de la tercera y cuarta décadas del siglo XX. Por todo lo estudiado hasta aquí, ya se infiere que no era raro encontrar europeos (incluidos belgas) en las calles cubanas, conviviendo con nuestro pueblo, legando familias incluso, desde Bélgica y hacia Bélgica, como sucedía con el resto de Europa y del mundo; dadas las fuertes tensiones en Europa, eran años de fuertes inmigraciones a las Américas, pero Cuba como «llave del Golfo» y por su medio ambiente para muchos tan benigno y agradable, indicado para la salud, quedaba privilegiada por muchos de tales migrantes, reforzándose aún más la imagen de Cuba como «la más blanca de las Antillas».

 

Pero por lo mismo, dentro de la tanta diversidad de biotipos cubanos, tampoco era (ni es) una rareza encontrar cubanos rubios de ojos azules… como lo era Tallet… y como tampoco muy distinto, era el propio Villena. ¿Por qué belga, y no de otro país europeo, incluso más nórdico y en consecuencia, según el imaginario a-científico y simplista, más rubio? Tal vez por el símbolo positivo que todas estas décadas hemos visto que Bélgica, comparada con otras naciones europeas y con los Estados Unidos, había sido para Cuba y, sobre todo, para su más revolucionaria intelectualidad, por su ya referido sistema de gobierno. Bélgica fue uno de los países que aun cuando Cuba era colonia de España, mantenía consulado en Cuba (lo vimos en fecha tan temprana para ambos países como 1839); uno de los primeros en respaldar la Cuba que ya independiente, emergía al concierto mundial de naciones, ya no como colonia española; ya teníamos una Avenida de Bélgica. Bélgica fue uno de los países, después de España y Francia, que más cubanos condecoró durante el primer tercio del siglo XX; y aun más, 1929 en particular lo he llamado “el año dulce entre Cuba y Bélgica”, puesto que quedaron aliadas en el comercio internacional del azúcar, frente a otras adversidades en tan difícil época de crisis y Crack Bancario Internacional. Todo ello impactaba en el imaginario cubano hasta explicar confusiones como esta de Villena con Tallet.

 

Raíces belgas del judo cubano.

De todos es conocido que el judo es un deporte japonés, cuyas raíces se remontan[11] a las primeras técnicas de proyección, agarres y golpes entre los siglos II y V, y las artes marciales durante el feudalismo nipón, en particular el jujutsu, del que hacia 1882-1884 nace el judo con el maestro Jigoro Kano (1860-1938), cuya obra escrita Kodokan judo fue concluida por sus discípulos en 1956; ya en 1909 colaboró activamente con el barón Pierre de Coubertin en el movimiento olímpico, y fue el primer miembro japonés del Comité Olímpico Internacional. Lo que apenas es conocido, es el protagonismo belga en los orígenes y primera evolución del judo cubano.

 

Se reconoce al samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga como el primer japonés que pisó suelo cubano (La Habana), procedente de México, en 1614, por lo que se erigió un monumento en la Avenida del Puerto en el 2001; y entre 1908 y 1921, se registran los primeros indicios de judo en Cuba, con la visita del japonés cuarto dan señor Mitsuyo Maeda, “El Conde Koma”, que en 1912 vino con otros tres judokas japoneses que fueron llamados “Los Cuatro Emperadores”; pero ya en su primera visita realizó algunas demostraciones y combates, y ganó gran reputación en nuestro país. La Sociedad Chimu Ha Yu Wi (Sociedad El Dragón) de origen chino, enseñaba el kung fu y otras artes marciales a un selecto grupo de chinos y a muy pocos de sus descendientes; otro profesor a finales del año 1950 fue Julio García García en un local de la habanera calle San Lázaro # 910 (Gimnasio Lucas Liederman)[12] y en 1947 se creó la Academia de Jujutsu del profesor japonés Shigetoshi Morita (1904-1982, en Cuba desde 1925), además de la Academia del profesor Undi en Camagüey, y la del profesor Cascante para las Fuerzas Armadas; dos hermanos de ascendencia nipona se decía que tenían el grado de cintas negras.

 

Sin embargo, no es sino hasta febrero de 1951 cuando se introduce oficialmente el judo clásico japonés en Cuba, de una forma organizada y sistemática: ese 21 de enero (que en 1957 se propondrá como Día del Judoka en Cuba) había llegado a nuestro país el profesor Andrés Kolychkine Thompson, procedente del Colegio de Cintas Negras… de Bélgica. Se proponía introducir el judo en Cuba, auxiliar al desarrollo del judo en Centroamérica, y propiciar desde Cuba, la unidad del judo de las Américas. Sucede que el judo, cuyo auge había comenzado en 1891 debido a la guerra chino-japonesa y revolucionó las artes marciales japonesas por sus estándares morales y pedagógicos, comienza a penetrar Europa en 1888 y el continente americano (Estados Unidos, Brasil, Canadá y Argentina) en 1917: se da a conocer por primera vez en Italia en 1908 por suboficiales de la Marina de Guerra italiana que lo habían aprendido en una expedición a Japón, donde habían obtenido el grado de primer dan, y sistematizan su enseñanza en Roma tras la Primera Guerra Mundial. Luego de Austria (1912), Inglaterra (donde el primer graduado se cita en 1900), las enseñanzas del señor Ishiguro en Rumanía, Turquía y Grecia en 1925, año cuando comienza en Suiza y en Checoslovaquia, en 1929 en Noruega, en 1936 en Francia… pero en Europa en general, no es sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que se divulga ampliamente el judo. En 1948 se crean la Federación Internacional de Judo y la Unión Europea de Judo.

 

En Bélgica, donde el judo despuntaba ya en 1936, el primero en enseñarlo fue en febrero de 1948, Jean Marie Falise, profesor de Cultura Física en Charleroi, seguido por George Ravinet y muy pronto, por Jean-Michel Eggert, Jean-Marie Perpeet, Madelaine Lefevbre… y Andrés Kolychkine Thompson. En 1949 crean la Asociación Federal Belga de Judo y Jujutsu, y celebran el Primer Campeonato Nacional de Bélgica; ya en 1950, esta Asociación contaba con 30 clubes. Kolychkine (1913-1997) hijo de finlandés y cuya madre era de origen alemán residentes en Finlandia, fue inscrito por su nacimiento en Petrogrado, Rusia, y tras Finlandia, pasó a vivir en Bélgica, pues su padre era agente de una compañía belga de seguros. Se formó en Bélgica (Bruselas y Lovaina) donde incursionó en la ingeniería y en Ciencias Comerciales y Consulares, y se casó con una cubana: Sara Martínez Nogueira, con la que tuvo dos hijos: Andrés y Pedro. Bajo la bandera belga, integró los convoyes de la Marina Aliada durante la Segunda Guerra Mundial, y en España fue apresado por los alemanes, hasta que es liberado en Bruselas, donde trabajó en la metalurgia hasta ser despedido por su afinidad con su afinidad con la causa aliada, sin dejar de laborar de forma artesanal en la fabricación de resortes.

 

Para completar su realización personal, en Bélgica estudió Educación Física y tuvo una activa vida deportiva, especialmente en deportes de combate: boxeo, lucha y judo. Tras la guerra integró el equipo belga de judo, con gran participación internacional. Por iniciativa del maestro Kawashi (fundador del judo europeo) y respaldado por Paul Bonet Maury, vicepresidente de la Federación Internacional de Judo, tras haberse formado en Bélgica, introdujo el judo en Cuba y colaboró en la creación de la Unión Panamericana de Judo. Es el Comité Olímpico Belga el que lo recomienda a Cuba en enero de 1951 para formar profesores y propiciar la apertura de los centros de judo en nuestro país. A finales de 1951, ya ciudadano cubano por derecho matrimonial, crea la Federación Cubana de Judo de la que sería director técnico, en 1952 (cuando llega la delegación de judo de más alto rango que haya visitado Cuba, representantes directos de Kodokan Judo de Japón) celebra el primer Campeonato Nacional de Judo, y en 1953 en La Habana (Capitolio Nacional), el primer Congreso y Campeonato Panamericanos con Canadá, Estados Unidos, Brasil, Argentina y Cuba, con lo que a partir del desarrollo del judo cubano, promueve la Confederación Panamericana de Judo. En el encuentro internacional Europa vs América de 1954, integró el equipo americano y es reconocido Miembro Honorario del Colegio de Cintas Negras de Chicago, y Miembro de Honor del Judo de Venezuela y del Colegio de Cintas Negras de Francia y, por supuesto… del de Bélgica, y en 1956 se celebra el Segundo Campeonato Panamericano en La Habana y Camagüey, mientras ayudaba al judo de México, Venezuela, Costa Rica y otros países del área.

 

Su labor docente en Cuba propició su nombramiento como Miembro de Honor en la Federación Nacional de Bélgica, y también en las de Francia, Estados Unidos, Costa Rica y otras; fue director técnico de la Federación Cubana y llegó a promover 300 cintas negras; en la Revolución, presidió la Comisión Técnica Nacional, entrenó el Equipo Nacional y pasó al deporte universitario;[13] en 1960 (p. 199) obtuvo por unanimidad un voto de confianza (por no ser miembro del comité de judo de la Dirección General de Deportes) para las relaciones internacionales, dadas sus potencialidades y avales al respecto, y representó a la Federación Cubana de Judo, al fundarse la Federación Nacional de Judo de Cuba, de cuya Comisión Técnica Nacional fue incluido miembro; asesoró la preparación física combativa a nivel nacional de la Marina de Guerra Revolucionaria, colaboró en el Ministerio del Interior y en 1962, estuvo al frente del Departamento de Educación Física Victoria de Girón (al independizarse los institutos universitarios se integró al de Ciencias Médicas), y de la Sección de deportes del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Durante estos más de 20 años de labor, se le reconocen 26 trabajos de investigación en torno a la pedagogía del judo, que todavía se divulgan en Cuba y en otros países, llegó a ser Candidato a Doctor en Ciencias Pedagógicas y promovió el desarrollo en Cuba del turismo deportivo.

 

En febrero de 1951 es cuando, por obra de Kolychkine formado en Bélgica desde donde era enviado con tales objetivos, se exhibe por primera vez en Cuba el judo en todas sus facetas: deporte, medio de defensa personal, y actividad social hacia la prosperidad mutua. En la calle 23 # 1461 apartamento 5 casi esquina 24, Vedado, se inaugura el primer dojo o sala de judo, que se nombró Jujutsu Club Habana, presidido por R. Carrera Machado y con Kolychkine como profesor. Ya en abril reciben a judokas franceses para un tope amistoso, primera experiencia internacional del judo cubano, y pronto hubo otros clubes en activo aun no oficialmente constituidos: el Jujutsu Club Miramar, el Jujutsu Club Capitolio y el Jujutsu Club Manzanillo, lo que conduce a Kolychkine a crear en julio la Federación Cubana de Judo y Jujutsu, en calle 18 # 214 esquina a 17, Vedado, y luego en San Lázaro # 910, que en el Congreso de Zürich de 1952 fue definitivamente admitida en la Federación Internacional de Judo. Ya el domingo 30 de septiembre de 1951, en el Palacio de las Convenciones y los Deportes en Paseo y Mar (Malecón), en un cartel de lucha libre patrocinado por la Cerveza Cabeza de Perro, se promueve mediante demostraciones de judo y defensa personal, donde en 1952 sería el Primer Campeonato Nacional de Judo[14] (en 1953 el Segundo, en 1956 el V Campeonato Juvenil e Infantil de Judo, cuando los menores de 10 años lo ganó el Vedado Judo Club; en 1957 el IV Campeonato Nacional de Judo y el Match México-Cuba) y el Primer Campeonato Panamericano;[15] hubo otras, como su primera competencia oficial el 12 de diciembre de 1951 en el Club Cubanaleco, en 17 y N, en la naciente Rampa. No es casual que entre las fuentes para el nacimiento del judo cubano, figure el número especial del Festival fechado el 12 de diciembre de 1950, del Bulletin Officiel du asociacion Federale Belge du Judo et jiu-jitsu, Bélgica, editado por Raymond Laforge.  

 

La impronta belga en el judo cubano trasciende a partir de la formación de Kolychkine, reconocido padre del judo cubano, y los hechos ya analizados; pero no es casual que los reglamentos internos de la Federación Cubana tomara como base los de las federaciones francesa, argentina y, por supuesto… la belga; y el cuarto dan francés Jan D´Herdt, invitado al primer Campeonato Nacional de Cuba en 1952 y hospedado en el hotel Presidente (donde aun en 1956 se hospedaron los concurrentes al Primer Campeonato Panamericano, y en 1955 y en su restaurante Chef Merito en 1957 celebraban reuniones, al igual que actos en la Universidad) y que visitara el Vedado Tennis Club,[16] era Instructor de profesores de los Cuerpos de Seguridad de Francia, Holanda…y Bélgica. Había en Cuba una Sección de Judo Franco-Belga (1953-1954, casi ninguna otra nacionalidad estaba así reconocida), cuyo delegado era Juan Roelands Verdy (quien aun en 1956 sería secretario del Congreso y con Kolychkine, dirigiría el Centro Permanente de Información y serían delegados de judo ante la Comisión Nacional de Deportes, y vicepresidente de la Federación Cubana de Judo y Jiu-jitsu; mientras tanto, Anita Roelands practicaba en el Judo Club del Vedado) y que contaba con un numeroso grupo de mujeres. De los seis miembros del Equipo Panamericano Europa-América 1953, dos eran cubanos, incluido Kolychkine, que después de Francia-América, fueron a Bruselas a la competencia Bélgica-América, ganada por América 2 x 1. Con tal popularidad del judo en Cuba, no es casual que en tan temprana época, el hoy Mártir Insignia del municipio Plaza de la Revolución, el joven ex-estudiante de Arquitectura José Ramón Rodríguez López (1937-1957) nacido y vecino de 16 # 152 entre 15 y 13 esquina a 13 en El Carmelo del Vedado, fuera cinta negra en judo, su deporte favorito.

 

Otros cubanos en Bélgica y Bélgica en Cuba del siglo XX al XXI.

 

Los cubanos también se han integrado a la cultura belga: entre tantos otros, el compositor, pianista y profesor habanero Joaquín Nin Castellanos, estudió en España y París, vivió en Alemania y en La Habana donde fundó una sociedad musical y editó un boletín de divulgación musical; y se estableció en Bruselas hacia 1939, donde fue profesor de la Universidad, ofreció conciertos y conferencias e investigó y divulgó sobre todo la música española, con mucha evidencia del folklore en su obra.

 

La violinista camagüeyana Marta de la Torre estudió en el Conservatorio de Bruselas con el profesor Thomson donde, en 1909, obtuvo el Primer Premio de Violín antes de regresar a Cuba para continuar su carrera nacional e internacional; y el violinista de Guanabacoa Alberto Mateu, quien perfeccionó sus estudios en el Conservatorio de Bruselas antes de ofrecer sus conciertos en numerosas ciudades europeas, recitales en Cuba y como solista de la Orquesta Sinfónica de La Habana. 

 

A inicios del siglo XX, las calles del centro histórico del barrio capitalino del Vedado fueron pavimentadas con adoquines belgas, y de Bélgica llegaron otros elementos, como aquellos que (entre otros) pidieron Juan Pedro Baró y Catalina Lasa para construir su célebre mansión, hoy Casa de la Amistad en la Avenida Paseo entre 17 y 19, Vedado (1927); la primera Industria Cubana de Diamantes S.A. se estableció por un cubano hijo de belgas en 1942, en el barrio también capitalino del Cerro. Bélgica no faltó en los conciertos Mujer y Arte que dirigió el cienfueguero Guillermo Tomás en 1914, con compositoras significativas de todo el planeta.

 

El compositor, trombonista e instrumentista matancero José Claro Fumero, fue discípulo del belga Oscar Verweire, director de la Banda de Música de Matanzas, quien adiestró a Fumero en el bombardino antes de que integrara orquestas como la de Narciso Velazco, Aniceto Díaz y Rafael Somavilla.

 

El saxofonista de Guanabacoa Julián Fellové, presentó su orquesta en la exposición de Bruselas de 1958, con la que en 1966, regresaría a Cuba para trabajar en Varadero y en la Orquesta Cubana de Música Moderna. Bélgica continuaba la tradición de ser visitada por diversas personalidades de la intelectualidad cubana, como el escritor Carlos Loveira.

 

En las artes plásticas del siglo XX también hay una marcada impronta con la cultura belga:[17] en 1993, el escultor cienfueguero Daniel Rivero García, participa en la expo colectiva “Para cazar al lobo” en Bruselas (p.377); en 1946, el escultor, dibujante y profesor cienfueguero Mateo Torriente Bécquer (n.Palmira, Las Villas, 1910-La Habana, 1966) estudia en el taller del escultor Harry Elstren, en Bélgica (p.436); en plena Revolución, el escultor y profesor matancero Francisco Raydel Hernández Hernández (n.1966) se hace llamar Flandes (210) y del 26 de marzo al 1 de mayo de 1999, Los Carpinteros (el trinitario Alexandre Jesús Arrechea Zambrano, n.1970; el camagüeyano Marco Antonio Castillo Valdés, n.1971; y el villareño Dagoberto Rodríguez Sánchez, n. Caibarién, 1969) exponen con Tania Bruguera en Vera van Laer Galerie, Amberes (p.81-82)

 

Era un armamento obtenido en Amberes el que transportaba el navío francés La Coubre cuando fue saboteado y explotó en el puerto de La Habana, el 4 de marzo de 1960, suceso trascendental para la historia contemporánea que decidió de inmediato el carácter socialista de la Revolución cubana y la emblemática foto que Alberto Korda hizo al Comandante Ernesto Ché Guevara en 12 y 23, y que ha dado la vuelta al mundo. Bajo este nuevo Gobierno, varios artistas cubanos se han presentado en Bélgica; tal es el caso del Conjunto Folklórico Nacional que propició un artículo el La Libre Belgique (Bruselas); el pianista holguinero Silvio Rodríguez Cárdenas, y el escritor santiaguero César López, entre muchos otros.  

 

En el ballet clásico durante la Revolución, Bélgica también ha sido una retroalimentación que no se puede obviar; quizás el ejemplo cumbre y más sistematizado sea la gran bailarina cubana Menia Martinez, “la primera becada de la naciente Escuela Alicia Alonso (…) según Fernando Alonso (…) empezamos a ser maestros muy temprano (…) fundadora de la Escuela L y 19, donde se formaron los grandes nombres de generaciones posteriores del Ballet Cubano”;[18] con experiencias en Varsovia, Bucarest, y la gran Escuela Vaganova de Leningrado… Viena… el Ballet Nacional, fundadora de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac)… para la televisión cubana bailó alguna obra del cubano Jorge Lefebre, quien había trabajado con Maurice Béjart en el Ballet del Siglo XX en Bélgica antes de poseer su propia compañía (el Royal Ballet de Wallonie, en Charleroi, Bélgica) y a quien se le atribuyen coreografías como Edipo Rey, que en Cuba estrena Alicia Alonso en 1970… Menia continuaba en Leningrado y el Kírov, Moscú y el Bolshoi… y con el bailarín y coreógrafo francés (Marsella) naturalizado belga, Maurice Béjart (1927-2007) quien había fundado con Jean Laurent el Ballets de l´Étoile, y el Teatro Real de la Moneda de Bruselas lo invitó a crear un ballet para una compañía permanente, con la coreografía de 200 ballets, y desde 1970, el Mudra Centre de Bruselas; atrajo a grandes bailarines de los más diversos países, entre ellos cubanos como Menia Martínez y Julio Arozarena, que al morir Bejart pasa a ser co-director artístico del Ballet Béjart, cuya sede actual está en Lausana, Suiza, donde murió su fundador.

 

Pero no solo con figuras del Ballet Nacional de Cuba ha interactuado Bélgica: el Ballet de Camagüey había nacido en 1967 con Vicentina de la Torre Recio, pero ya tenía antecedentes en la primera academia que en esa ciudad abrió Gilda Zaldívar Freyre hacia 1936 donde había matriculado Vicentina, quien luego pasó a la Academia Alicia Alonso hasta que en 1956 al perder la subvención del gobierno regresó a su ciudad natal, donde ofrecía becas a talentos sin recursos, origen de la Escuela Provincial de Ballet en Camagüey ya en la Revolución, ya con el apoyo del Ballet Nacional, el Maestro Joaquín Banegas, obras de Gustavo Herrera, Iván Tenorio, y bailando en teatros pero también en plazas públicas, fábricas, escuelas, campos… Desde 1975 el director sería el Maestro Fernando Alonso, pionero del ballet cubano con vasta experiencia en EUA y el Ballet Nacional, quien le propició nuevos coreógrafos y perfil propio y  al iniciar sus giras por los más distantes puntos del orbe, no faltó Bélgica; entre los hitos fundamentales en la historia de esta compañía, se cita el largo y fructífero intercambio con el Royal Ballet de Wallonie, con sede en Charleroi, Bélgica, dirigido por el coreógrafo cubano Jorge Lefebre, quien tras su experiencia ya referida con Béjart, le montó a los camagüeyanos piezas tan memorables como Romeo y Julieta, Beethoven: Séptima Sinfonía, Tango-episodios, Images y Degas.[19] Aun en el 2011 hicieron una exitosa gira por Bélgica y Francia con una obra ya clásica del ballet ruso del siglo XX: La llama de París, con montaje de la Maestra y coreógrafa Hilda María Martinez, “Lila”.

 

Como dato curioso, la considerada obra maestra de Béjart es La Consagración de la Primavera 1956, y recordamos la novela homónima del habanero Alejo Carpentier (realmente nacido en Lausana, Suiza) que se le publicó en 1978… pero en verdad, las primicias se remontan a 1913, con la obra musical homónima para orquesta de Ígor Stravinsky, y el ballet con coreografía de Vaslav Nijinsky para los Ballets Rusos de Serguei Diágilev. 

 

No obstante, la impronta belga en la danza cubana trasciende con creces al ballet clásico y de hecho, llega hasta el folklore: algunas de las hipótesis de la música y danza flamenca originada en Andalucía en el siglo XVIII y que tanto ha calado en la cultura popular cubana por su propia tradición, los medios de difusión, intercambios artísticos y demás, es que se llaman así por su origen en Flandes: según Felipe Pedrell el flamenco llegó a España desde Flandes en la época de Carlos V (hacia mediados del siglo XVI, período del que llegan otras influencias al menos mediante el imaginario, como los molinos de viento del Quijote hasta dichos populares; calzados para tales bailes de tanta ascendencia celta que llegarán a nuestro zapateo, etc.), de ahí su nombre. Algunos añaden que en los bailes que se organizaron para dar la bienvenida a dicho monarca se jaleaba con el grito de ¡Báilale al flamenco! Sin embargo el término "flamenco" vinculado a la música y al baile surgió a mediados del siglo XIX. Incluso el citado Leal llamaba flamenquismo a muchas cosas españolizantes del teatro cubano de finales del siglo XIX (p.353)

 

Escritores belgas como George Simenon, con personajes belgas como el inspector Magret, así como el Hércules Poirot de la inglesa Agatha Christie, se han incorporado en la cultura del pueblo cubano; el municipio capitalino del Cerro ha sido relacionado con Bruselas, y el nombre oficial de la calle Monserrate en el hoy municipio Habana Vieja, es Avenida de Bélgica.

 

La participación de dos cubanos (el autor de este artículo, Couceiro; y el referido Arista-Salado) por primera vez en un Congreso Internacional de Vexilología (24to. Congreso) del 1 al 7 de agosto del 2011 en Alexandria, Virginia-Washington D.C., EUA, incluso con ponencias, sin dudas, ha estrechado relaciones con la Fédération Internationale des Associations Vexillologiques, con sede en Bruselas, Bélgica, presidida por Michel Lupant; una entre tantas relaciones entre belgas y cubanos que directa o indirectamente, por vía personal o por otras, por turismo, intercambios artísticos y de las más diversas profesiones y motivaciones, visitas de disímiles naturalezas (a veces en terceros países), ayudas solidarias, medios de difusión y demás, se han alimentado cada vez más al avanzar el siglo XX y comenzar el siglo XXI, pero vemos que se remontan al menos, a inicios del siglo XVIII… cuando aún Bélgica se desdibujaba en los Países Bajos al sur españoles y luego austriacos, y no se podía hablar todavía de “lo cubano”.

 

En resumen, Bélgica en toda su diversidad regional (sus ciudades y sus campos, sus talentos y su pueblo) ha sido una tradición durante siglos relativamente familiar y sobre todo imborrable, en las diversas manifestaciones de la cultura y áreas geográficas cubanas.


 

[1] Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor. Suivant la trace belge à Cuba (Tras la huella belga en Cuba). En “Rencontres”, en Lettres de Cuba (Lettres Françaises), en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.lettresdecuba.cult.cu, ISSN: 1813-4041. 4 de Marzo de 2008.

[2] Morales Agüedo, Juan: “La impronta forastera”, diario Juventud Rebelde, dominical, 26.8.2012:8.

[3] Fondo: Gobierno Superior Civil- legajo: 1669- No.83444.

[4] Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor: Henry Cleenewerck dans les débuts de la peinture cubaine (Henry Cleenewerck en los inicios de la pintura cubana). Traduit par Alain de Cullant. En “Les Arts”, en Lettres de Cuba (Lettres Françaises) No. 7 año 2008, en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.lettresdecuba.cult.cu, ISSN: 1813-4041. Julio 2008.

[5] Leal, Rine: La Selva Oscura: de los bufos a la neocolonia. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de La Habana, 1982.

[6] Italiano de ascendencia musical austriaca, que fundaría la familia que encabezaría la Sociedad Pro-Arte Musical, el Teatro Auditórium en El Vedado, y el ballet cubano.

[7] En Las Calles de La Habana, tomo II, 2da. Edición notablemente aumentada, editorial del Consejo Nacional de Cultura, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

[8] Arista-Salado y Hernández, Maikel: Condecoraciones cubanas: teoría e historia, en tres tomos; editorial Trafford, Miami, La Florida, EUA, 2008; entrevistas a Arista-Salado.

[9] Los ciudadanos cubanos condecorados por el gobierno de Francia aparecen en los folios 35 al 43, y los condecorados por el gobierno de Haití, en el folio 47.

[10] Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor: Villena en la memoria de Tallet. 1er. Premio Testimonio Plaza de la Revolución, publicado en “Testimonio” Talleres Literarios”, Imprenta en la Dirección Provincial de Cultura Ciudad Habana, noviembre de 1986. Ya había sido Mención Nacional Testimonio del Concurso “Casa Natal Rubén Martínez Villena”, 1984, de donde derivó Bibliografía Pasiva para el Boletín Pupila Insomne de dicha institución.

[11] Flores Pérez, Abelardo y Fernando; y Ernesto Guzmán Gómez: Historia del Judo en Cuba 1951-1961, Editorial Científico-Técnica, Ciudad de La Habana, 2007

[12] Residencia del Dr. Domínguez y su esposa Jennie Liederman.

[13] Entre las primeras, había habido incluso una Sección Universitaria de Judo, disuelta en 1953, luego la del Club de Profesionales de Cuba, de la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana, del Balneario Universitario, de la Universidad de Villanueva; así como de CMQ Radio y Televisión, CMQ Personal, del Club Cubanaleco, la Sección Judo Club Ferreteros en 24 y 42 (Nuevo Vedado), el Judo Colegio de la Salle del Vedado, el Cerro Judo Club con nuevo local en Ayestarán # 26 (donde en 1957 se ubicaría la Asociación Nacional del Judo de Cuba) que incidiría en el de Guanabacoa, los Caballeros de Colón de La Habana en 11 y 12 (Vedado), el Colegio La Luz (1956, pág. 126 exhibición de Andrés Kolychkine), el Almendares Judo Club, la Cooperación de Ómnibus Aliados, el Colegio Baldor en El Vedado, el Colegio Trelles (1957) con el relevante tercer dan Heriberto García Gómez (asesor general de judo ante la Comisión Nacional de Deportes), quien luego abandonaría el país, pero aun en 1960 representó a Cuba en el Campeonato Panamericano en México; la Judo Esso Standard de Cuba, Judo Club Bancario Nacional, el Hogar Industrial Nacional del Ciego en Nuevo Vedado, etc. En 1954, Kolychkine hizo pruebas para introducir el judo en el Centro de Reeducación del Ciego, y los no videntes llegaron a competir con la Selección del Vedado Judo Club. El primer dan Mario García Kohly fue enviado a propiciar los clubes de judo de Manzanillo, que también lograría en Bayamo. El Canal 10 de la Televisión, en 1957, en su hora dedicada a la Colonia China en La Habana, presenta una demostración de judo. El IV Campeonato Provincial de La Habana, previsto para el 14 de marzo de 1957, hubo de posponerse por los hechos del 13 de marzo. Entre los 10 candidatos a cintas marrones 1957, había 6 juveniles como Pedro Kolychkine Martínez y Santiago Somadevilla (La Salle), y adultos como Norberto Díaz (Vedado, quien sería vicepresidente y el 6 de mayo de 1960, presidente de la recién constituida Federación Nacional de Judo) y Jacobo Zabelinski (Almendares) Se incluyen los hechos de José Ramón Rodríguez López (p.168-169) y las cintas negras 1958 del Vedado Club (p.184) La Luz y Trelles fueron dados de baja el 3 de enero de 1959, el Almendares Judo Club y la Sección Judo Gimnasio Villar Kelly (6 entre 19 y 21, Vedado), el 6 de junio 1959, aunque el 5 de enero de 1960 se abrió la de la Academia La Salle. 23.2.1961, por Ley se funda el INDER. En 1952 el Dr. Carlos de Lejarza, quien presidió la Confederación Panamericana de Judo, residía en calle 11 # 255.

[14] El equipo campeón fue el de la sección Juventud China, y el subcampeón, el del Vedado, del cual había participado en su primera práctica colectiva, el cinta verde Armando Valdés, cuyo equipo infantil sería el campeón en la “Copa Kano” en el Club Cubanaleco (1953) y cuyo delegado el Dr. Hilario González Hernández sería en 1953, Presidente de la Federación hasta la reunión de 1954 en el restaurante Crillón en L entre 21 y 23, Rampa. El Vedado Judo Club radicaba en 35 # 1411 casi esquina 26 aun en 1960 como Judo Club Vedado, donde hacia 1956 radicaría la Federación Cubana de Judo y la Confederación Panamericana de Judo. Entre ellos, fue diplomado cinta negra en 1954, quien después sería mártir de la Revolución, José Ramón Rodríguez López, hoy patriota insigne del municipio Plaza de la Revolución.

[15] Es en julio de 1958 cuando la Asociación Nacional de Judo de Cuba celebra su Campeonato Provincial de Judo de La Habana, en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, en Vía Blanca y Ave. Rancho Boyeros, y luego otras, pág. 185, 186, 191-192, 196, 197.

[16] En cuyo Hogar Nacional del Ciego hubo una Sección de Judo y se hacían demostraciones de judo auspiciadas por la Asociación de Propietarios y Vecinos del Nuevo Vedado.

[17] Veigas Zamora, José: Escultura en Cuba. Siglo XX. Fundación Caguayo, Editorial Oriente. Santiago de Cuba. 2005.

[18] Hernández, Helson. Entrevista a Menia Martínez, para el Havana Times. Martes 4 de septiembre de 2012.

[19] Méndez Martínez, Roberto. El Ballet de Camagüey a 45 años de su fundación. Disponible en www.cubarte.cult.cu, 29 de noviembre de 2012.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 20 de julio de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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