Recordando a Samuel Langhome Clemens (“Mark Twain ”), 1835-1910,

en el centenario de su muerte

Ensayo de Rolando Costa Picazo

Samuel Clemens, que tomaría el nom de plume que lo inmortalizó, pertenecía a una próspera estirpe de clase media oriunda de Virginia, en que se mezclaban la religión cuáquera y la posesión de esclavos, a veces en una misma persona. A los siete años, su padre fue llevado por su familia a Kentucky, donde creció, estudió leyes y se inició en la práctica legal. Al llegar a la mayoría de edad, heredó tres esclavos y un aparador de caoba y se casó con Jane Lampton, la mujer más bella del estado, según se decía. Era también ocurrente, vivaz y generosa y -según el autorizado testimonio de su hijo Samuel- una gran narradora de cuentos.

Una mujer así era una singular compañera para John Marshall Clemens, el padre de Samuel, un hombre severo y carente de sentido del humor, incapaz de demostrar afecto, con una rigurosa conciencia puritana, aunque sin fe religiosa, que padecía de misteriosas dolencias, poseedor de una dignidad inalterable y de un orgullo que más se endurecía con cada embate del destino. Inteligente, brillante abogado, poseedor de energía y ambición, parecía tener todos los requisitos para triunfar en el mundo; sin embargo, fue un fracaso en la vida. Trasladándose continuamente de lugar en lugar, solo lo mantenía el insaciable optimismo de la marcha hacia el Oeste, que marca un rumbo constante al llamado American Dream. Murió en 1847, y su preciosa dignidad, cuyas misteriosas dolencias habían picado la curiosidad del médico local, fue sometida a última afrenta. Se tendió su cuerpo sobre la mesa del comedor y se le practicó una autopsia, de noche, entre velas, y su hijo, de 12 años, a través del agujero de la llave, presenció el macabro espectáculo. La conmoción que la causó ver cómo carneaban a su padre lo acosó toda la vida.

Samuel Langhome Clemens había nacido, prematuro y enfermizo, el 25 de noviembre de 1835 en una aldea del estado de Florida, en Missouri, en una pequeña cabaña que alquilaba la familia, recientemente llegada de Tennessee. Como de costumbre, en ese lugar el padre no logró prosperar, de modo que, cuando Samuel tenía 4 años, la familia se mudó a Hannibal, un pueblo sobre el Misisipi. Este lugar, donde vivía una tía materna de Samuel, fue su Paraíso. Era el mundo que luego haría inmortal, donde nació ese monumento de harapos y mugre que se llamaría Huckleberry Finn, hijo de un padre borracho, que dormía con los cerdos, y el negro Jim, su compañero en la balsa sobre el Misisipi, y todos los personajes inolvidables de la pluma de Mark Twain. Él describirá a Hannibal como un pueblo blanco adormecido bajo el sol, de calles vacías, tiendas vacías, con los empleados sentados en la vereda en sillas inclinadas sobre la pared, el sombrero cubriéndoles la cara, el mentón sobre el pecho, y cerdos aquí y allá, comiendo cáscaras y semillas de sandía, y el borracho del pueblo dormido entre los animales, y como trasfondo el rumor chapaleante del Misisipi contra el muelle, el majestuoso y magnífico río que cruza toda la ficción de nuestro autor.

En este mundo creció, mundo que amaba, único mundo que conocía. Muchos años después le escribió a la viuda de uno de sus compañeros de infancia en ese Edén, diciéndole que daría todo por volver a vivir su adolescencia, y ser como era entonces, y seguir sin hacer nada hasta los 15 años, y luego ahogarse en el río con todos sus amigos. Esta adolescencia inocente e ignorante, en el Paraíso de la naturaleza antes de la inminente e insalvable caída, adolescencia inclinada en precario equilibrio al borde de la iniciación al mundo y al conocimiento, es el gran tema de Mark Twain.

No pudo quedarse en Hannibal, pero se llevó los recuerdos y el lenguaje de la aldea, el vernáculo que le imprimiría a su narrativa el auténtico timbre de oralidad que le haría decir a Hemingway que

... toda la literatura estadounidense moderna proviene de un libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn... Empezó a partir de ahí.

Antes no había nada. Ni ha habido nada igual de bueno desde entonces.

                                                                                                          (The Green Hills of Africa, 1935, capítulo 1).

De hecho, la infancia de Samuel había concluido con la muerte de su padre y la presión de la pobreza. Un hermano mayor (Orion) trabajaba como impresor en St. Louis, Missouri, y Sam se inició pronto como aprendiz de imprenta. Su educación formal concluyó a los 12 años, cuando murió su padre. Cuando Sam tenía 15 años, su hermano volvió a Hannibal para hacerse cargo de un diario, el Western Union, y al poco tiempo Sam era responsable de la publicación y empezaba a escribir bocetos humorísticos, el primero de los cuales se publicó en un diario de Boston. Su carrera de escritor había empezado.

A los 18 años, Hannibal le parecía pequeño, de modo que preparó la valija, y poniendo la derecha sobre la Biblia juró a su madre que no jugaría a los naipes ni bebería una gota de alcohol, y partió como vagabundo sin un cobre, pero los oídos y los ojos bien abiertos y la mente llena de recuerdos de detalles y fruslerías de su pasado provinciano. Estuvo en Nueva York, Filadelfia, Washington y Cincinnati, y en todas partes escribió y publicó humorísticos bocetos de viaje en los diarios locales. Hacia 1857 (tenía 22 años), leyó un libro sobre la exploración del Amazonas, y con sus conocimientos de la fiebre de la frontera en la sangre y 30 dólares en el bolsillo, partió de Cincinnati a Nueva Orleans en el vapor que recorría el Misisipi. Destino: el Amazonas, viajando por el Misisipi, que en Hannibal había sido su contacto metafórico con el mundo.

Sin embargo, no llegó a destino. Atraído por el Viejo (Oíd Man, como le decían al Misisipi, expresión que da título a una parte de Las palmeras salvajes, la novela de Faulkner de 1939), se quedó como aprendiz del entonces famoso capitán Horace Bixby, que había sido piloto de buques de vapor que navegaban por el Misisipi. Con el tiempo, Twain (“Sam”), que recorría el río hasta Nueva Orleans, terminó por conocerlo braza a braza, adquirió experiencia y obtuvo el grado oficial de piloto. Más tarde utilizaría sus conocimientos en Life on the Mississippi (1883) y en Adventures of Huckleberry Finn (1885). Los buques de vapor, en realidad, eran una cruza entre burdel flotante y casino, donde viajaban tahúres y prostitutas. En Huckleberry Finn supo satirizar el barniz de decencia con que se cubría lo peor de la condición humana, burlándose del mito de la caballerosidad del Sur aristocrático y del heroísmo de la Edad Media. No obstante, cuando en el libro Twain recuerda su niñez en Hannibal o las horas pasadas con placidez a bordo de la balsa que flotaba por el Misisipi, con Huck contemplando las estrellas del cielo reflejadas en el agua, rememora un pasado, quizás irreal, de paz y libertad. Porque siempre hubo un romántico incurable escondido en Twain, que amaba la naturaleza lejos del hombre y su influencia corrupta como el mejor Thoreau o Rousseau. Siempre añoraría la independencia, lejos de las restricciones de la civilización, y recordaría la gloria del piloto, “el único ser humano sin cadenas, el más independiente de los hombres que han vivido en la tierra”.

En 1861, luego de participar por un corto tiempo en la Guerra Civil en un cuerpo irregular, formado prácticamente por guerrilleros, llamados “Marión Rangers” (los guardias montados de Marión), que es posible que nunca dispararan ni una bala, y mientras continuaba la sangrienta contienda, Sam marchó al Oeste, el nuevo mundo de la prosperidad repentina y la parranda, donde vibraba la fiebre del oro y retumbaban los tiros, un mundo sumido por completo en un presente irresponsable y el sueño de un dorado futuro, con total olvido del pasado. En 1861 y 1862, probó suerte con la busca de oro, pero pronto se dio cuenta de que, para él, el oro estaba en la pluma. Poseía un inmenso talento para aderezar cualquier relato con el humor y el lenguaje chispeante que había aprendido en Hannibal y en los bares de Nueva Orleans, que perfeccionó en la rueda en tomo a la fogata de los campamentos del Oeste y luego en la oficina de los periódicos donde empezó a escribir. Aprendió más imitando el estilo de tribuna de Artemus Ward, cuando este famoso humorista visitó California. Ward era un show-man itinerante que relataba aventuras imaginarias. Imitaba el habla de cualquiera y deleitaba con un lenguaje lleno de errores. Satirizaba los sucesos del momento, la insinceridad de los políticos y el sentimentalismo de la gente, todo lo cual Twain haría luego mucho mejor. Ward llegó a ser el editor de Vanity Fair y colaborador de la revista Punch, de Londres. Twain, luego de contribuir con artículos y cuentos en varios periódicos, se trasladó a San Francisco, donde en 1864 inició su carrera de conferenciante humorístico y pudo desplegar su talento para la actuación y para el relato oral. Imitaba el drawl de Missouri, una manera de hablar lenta. Arrastraba las palabras y hacía toda clase de gestos cómicos. Su tema principal era la inocencia victimizada por el mundo, la carne y el demonio. Fue en estos años (de 1864 a 1866), en los que también perfeccionó su estilo como periodista free lance en los diarios de San Francisco, cuando empezó a usar su nom de plume, Mark Twain, término que recordaba de sus días de piloto y significaba dos brazas de profundidad, el calado mínimo necesario para navegar. El seudónimo “Mark Twain” pasó a designar la personalidad del escritor, a diferencia de la del hombre, algo así como la máscara a través de la cual hablaba y escribía, el rol que representaba. Sam Clemens podía ser un hombre triste y apesadumbrado, pero como Mark Twain se transformaba. Mark Twain era su alter ego, capaz de decir cualquier cosa, de vituperar y burlarse de justos y pecadores. El tema del doble está en toda su obra, en novelas como Príncipe y mendigo (1882), o en Huck Finn y Tom Sawyer como personalidades contrastantes.

Para 1866, Twain o Clemens ya se ha impregnado del sabor de la vida en el Oeste, en gran parte como bohemio, y ha adquirido fama como conferenciante, humorista y periodista, fama que ha llegado al Este, adonde se dirigió ahora. Llevaba cartas de recomendación a personajes conocidos de este mundo más civilizado que el Oeste, entre ellos Henry Ward Beecher, el predicador más famoso de su tiempo, hermano de Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom. Beecher lo aconsejó, y como resultado indirecto de su relación con el gran hombre, Twain escribió su primer libro, The Innocents Abroad [Los inocentes del extranjero, 1869], una novela humorística que cuenta el viaje del vapor Quaker City [Ciudad cuáquera] a Europa, Egipto y Tierra Santa. Basado en hechos autobiográficos, ridiculiza las costumbres extranjeras desde la perspectiva de un demócrata estadounidense que desprecia toda forma de sofisticación, se jacta de sus propias peculiaridades y ventajas y se burla de todo lo que desconoce. Twain había hecho ese viaje pagado por un diario de San Francisco, Alta California, y armó el libro con las cartas que enviaba al diario. En una de ellas resumió el viaje a bordo como “solemnidad, decoro, cenas, dominó, rezos, calumnias”. El libro fue un éxito financiero y literario. Era el resultado de las dos facetas de su personalidad, una llena de humor, la otra doblegada por las realidades oscuras, de ía vida. Es posible que el éxito se deba a esta conjunción del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que da como resultado una naturaleza híbrida, nacida de la coexistencia de dos perspectivas irreconciliables. Aquí están el escritor que reflexiona sentado a su escritorio, y el artista cómico sobre el escenario.

El germen de este tipo de narración debe buscarse en el relato de frontera, con su humor característico y su carácter oral, lleno de anécdotas y digresiones cómicas, con una fuerte marca de improvisación y de variaciones de tono. La continuidad y la unidad estructural la da el peregrinaje del personaje llamado Mark Twain, y el humor nace de la incongruencia del choque de un mundo sofisticado con el pasaje de inocentes. La naturaleza del libro también es doble, porque es un libro de viajes y también la parodia de un libro de viajes. Por ejemplo, en el capítulo 48, sobre Tierra Santa, Twain presenta dos pasajes líricos provenientes de escritos de viajes, que contrasta luego con la descripción de una sombría realidad. Twain dice que el Mar de Galilea no vale nada comparado con el Lago Tahoe, un lago grande en la Sierra Nevada, en el límite de California con Nevada, nada notable históricamente. Pero todo lo estadounidense es siempre superior, y lo doméstico preferido a lo exótico. Por otra parte, Twain no soporta a los otros peregrinos, de su misma nacionalidad.

No mucho después de su regreso del viaje, Mark Twain visitó en Elmira, una ciudad del estado de Nueva York, a Charles Langdon, otro de los peregrinos a bordo, y conoció a su hermana Olivia, una bonita muchacha, medio inválida, con quien se casaría. Los Langdon eran la flor y nata de la clase media estadounidense, enriquecida por la bonanza de la Guerra Civil, una familia religiosamente devota y muy respetable. El padre de los Langdon pidió informes a California sobre las costumbres y la reputación de Twain, que aspiraba a la mano de su hija, y recibió respuestas poco lisonjeras. Nada lerdo, Twain se preparó para representar una comedia, poniendo a Olivia en el papel del ser angelical que redimiría a un pecador. En ese libreto, se decía que, si bien él era rústico y tenía algunas malas costumbres, estaba dispuesto a reformarse. Ella lo redimiría de su caída condición. La parodia resultó, y Sam y Olivia se casaron el 2 de febrero de 1870 con todo el lujo que podía otorgar el dinero de los Langdon, que incluía un vagón privado de ferrocarril, entonces símbolo del éxito, listo para llevarlos a Buffalo, ciudad del norte de Nueva York, donde el novio había comprado acciones de un diario. Al llegar a Buffalo, los recién casados se sorprendieron al comprobar que no los conducían al hotel donde habían reservado habitaciones, sino a una mansión, que Sam se enteró de que era suya, un regalo de su suegro, provista de caballos, coche, mozo de cuadra, cocinera, mucama y una cuenta bancaria para mantenimiento. Sam descubrió el gusto de la comodidad y el dinero, y le gustó, y nació otra faceta: la del elegante hombre del traje blanco. Sin embargo, a pesar de todo el esplendor y el amor mutuo entre él y su esposa, empezó a rememorar con añoranza la sencillez de su antigua vida en Hannibal. Había restricciones en su nueva vida. Debía ir a la iglesia, y se veía mal que un hombre bebiera. Su suegro trató de sobornarlo con diez mil dólares y un viaje a Europa si dejaba de fumar. Declinó la oferta. Debía aferrarse a algo.

Las cosas empezaron a andar mal. Livy (Olivia) dio a luz a una hija enfermiza, que estuvo enferma mucho tiempo. Twain había empezado un libro basado en sus aventuras en el Oeste, pero se sumió en la depresión y no podía escribir. Sentía una culpa misteriosa y cierta vergüenza por haberse de alguna manera rebajado como conferenciante humorístico, pero se veía obligado a salir de gira como una forma de recuperar su autoestima. Al menos la gente todavía se reía de sus chistes.

Roughing It [Una vida dura, o Pasando fatigas, 1872] fue bien recibida, pero no con el éxito que añoraba. Sin embargo, marcó un adelanto en el oficio literario de nuestro autor. Gana en complejidad con respecto al libro anterior. Hay un marcado desarrollo en el narrador: va al Oeste como un muchacho inmaduro e inocente, lleno de sueños románticos, pero para el fin del libro ha entrado en el mundo de la realidad. Es una novela de iniciación, y el yo narrador contrasta el ser simple que era con el ser maduro que narra. Vemos que se conserva la idea del doble, o de dos facetas en el ser. Hay humor a costa del ser inmaduro, que termina confrontando la realidad, que al fin de cuentas es algo triste, porque es la muerte de las ilusiones románticas.

El éxito público que tanto ansiaba llegó cuando viajó a Inglaterra y lo saludaron con una gran recepción, y hasta comió con la nobleza. Había ido a reunir material para un libro satírico sobre el país, pero ahora se sintió desarmado. De pronto no había elogio suficiente para agradecer a Inglaterra. Y empezó a sentir que su menosprecio debía dirigirse contra su propio país. Vio en Estados Unidos ahora la corrupción de la democracia, una lucha absurda de la gente por trepar en sociedad, una desmedida avaricia generalizada, y deshonestidad en ascenso. El se creía inmune, a todo eso, y añoraba los tiempos simples anteriores a la Guerra Civil, pero, sin embargo, no hacía más que ambicionar, especular, y buscar la compañía de los poderosos. Mientras escribía The Gilded Age [La edad dorada], en que daba voz a sus críticas, se hacía construir una mansión digna de un potentado y disfrutaba de un estilo ostentoso de vida que lo llevaría al borde de la bancarrota.

The Gilded Age, que se publicó en 1872, dio nombre al período histórico posterior a la Guerra Civil, marcado por el escándalo y la corrupción de las empresas y el gobierno. Gilded connota cubierto de dorado, oropel, una cosa de latón que imita el oro, algo de poco valor y mucha apariencia. Pinta un mundo de ilusión optimista, de un falso Sueño Americano. La novela tenía un colaborador, Charles Dudley Warner, un escritor que, igual que Harriet Beecher Stowe y el mismo Twain, había descubierto el nuevo mercado masivo y la forma de satisfacerlo. Twain no tenía experiencia en estructurar novelas, y se suponía que Warner sí. Pero, como resultado, la obra padece de todos los problemas y riesgos de una colaboración. Carece de unidad de propósito y de ejecución, y se la ve como algo improvisado, aunque interesante. Por empezar, no faltan cuestiones que habían sucedido en la realidad, y personas de la vida real cuya identidad era imposible de disimular. El personaje central es una interesante combinación de promotor, soñador y estafador, idealista y cínico, experto en sobornos y fraudes. The Gilded Age es un mal libro, pero prepara el camino para la grandeza de Mark Twain. Presenta por primera vez las ciudades y los pueblos de los Estados Unidos provincianos y atrasados, y lo hace con un realismo sombrío. En el libro se explora el mundo del lujo, el autoengaño, la hipocresía y la avaricia, mundo que causa en Twain un desprecio que lo conduciría a valorar más aún su sueño del mundo original de Hannibal. Lo hace volver a los valores eternos de la infancia y la inocencia, a unos Estados Unidos no contaminados, puros, que prometían la grandeza que supo cantar Whitman, el primero en afirmar la nueva experiencia nacional en vibrante poesía. Pero fue Mark Twain, que repudió la Guerra Civil y le dio la espalda al marchar al Oeste, fue Twain quien afirmó esa experiencia nacional en prosa imaginativa. Twain buscó el Edén, hizo un viaje hacia la simplicidad redentora, y quizá descubrió en su vida como piloto de navegación de río la independencia de espíritu que no es posible, o que se muere, en la sociedad organizada. Es el corazón del romanticismo, después de todo. El muchacho novato, inexperto, que marcha hacia el Oeste, el aprendiz de piloto, Huckleberry Finn en la balsa: todos sueñan el mismo sueño. Sueñan con la libertad de la infancia y la inocencia.

La nostalgia lo condujo primero a Tom Sawyer. Fue urdiendo el libro año tras año, en la cámara secreta de su imaginación, llenándolo de recuerdos y vivencias infantiles. En julio de 1875 terminó Las aventuras de Tom Sawyer, libro que él llamaba un himno, un himno no a una infancia verídica y literal, ni a un Hannibal realista, sino a infancia y pueblo trasmutados por la alquimia del corazón.

En 1876, en un momento en que estaba corrigiendo las galeras de Tom Sawyer, Twain empezó a escribir Huckleberry Finn. El subtítulo era “El camarada de Tom Sawyer”, pues Twain lo consideraba un volumen compañero o secuela del anterior. Sin embargo, pasaron siete años antes de que pudiera terminarlo. En el transcurso de ese tiempo lo retomaba y agregaba algo. Mientras tanto, había escrito, entre otras cosas, A Tramp Abroad [Un vagabundo en el extranjero, 1880), The Prince and the Pauper [Príncipe y mendigo, 1882] y Life on the Mssissippi [La vida en el Misisipi, 1883]. Terminó Las aventuras de Huckleberry Finn en 1885. Tuvo un éxito inmediato.

Las reseñas críticas, sin embargo, señalaron que el libro era grosero, irreverente, y hasta inmoral. Más tarde, al decir Hemingway que toda la literatura moderna estadounidense proviene de Huckleberry Finn, se refiere a la cualidad oral del estilo, y a su reproducción de la manera de hablar de los personajes. Twain crea un lenguaje basado en el uso coloquial, natural y flexible, capaz de expresar sutilezas de sensibilidad y pensamiento. T. S. Eliot lo consideraría un gran libro, y Faulkner diría que Twain era el abuelo de todos los escritores estadounidenses.

La historia ha provocado un vasto cuerpo crítico y diversas interpretaciones. La más sencilla lo considera un libro para niños, secuela de Las aventuras de Tom Sawyer. Es indudable que el libro cuenta una serie de aventuras del personaje principal, pero son aventuras que tienen lugar en el mundo de los adultos, y la mirada del niño enfoca ese mundo. Twain logra una duplicidad magistral, pues si bien el chico observa y registra todo lo que ve con candor e inocencia, el resultado es hondamente irónico: su mirada no interpreta ni juzga, pero lo que ve recibe una interpretación opuesta del lector. La maestría de Twain radica en su capacidad de causar una notable incongruencia entre los comentarios de Huck y la reacción opuesta que generan en el lector. La manera de pensar de Huck es la fuente de mayor ironía: él justifica los valores que le ha inculcado la sociedad, una sociedad aparentemente defensora de principios morales y religiosos, pero que ha entronizado la esclavitud y no duda en vender a un esclavo y separarlo de su mujer y sus hijos. Huck cree cometer un pecado si no entrega al esclavo Jim, su compañero en la balsa, y facilita su huida. El clímax del libro ocurre cuando, después de una serie de reflexiones erróneas, que son las inculcadas por la sociedad, Huck decide salvar al esclavo, y cree en su inocencia que al hacerlo se condenará al fuego eterno. Muy bien, decide: Me iré al infierno. Así triunfa el corazón sobre la conciencia, que le ha sido implantada falsamente. En su cuaderno de apuntes, Clemens escribe en 1895: “En una emergencia moral, un buen corazón es una guía más segura que una conciencia deformada”.

La estructura del libro es la de un viaje en una balsa que flota en el Misisipi, aunque no es un simple viaje, sino una huida, ya que Huck está huyendo de su padre y el negro Jim huye hacia donde cree que hallará la libertad. Se da una oposición metafórica entre el río y la tierra. En la balsa donde viven Huck y Jim hay libertad, felicidad y armonía; en la tierra, peleas, engaño, maldad y esclavitud. En la balsa, una comunidad de santos; en la tierra, vanidad, egoísmo, violencia e hipocresía. En su introducción a la edición inglesa de la novela de 1950, T. S. Eliot dice que el río es lo que estructura y da forma a la novela. Es la fuerza natural que determina el curso de la peregrinación humana. El río arrastra, titánico, tiránico, en una dirección única. Controla la huida de Huck y Jim; urde una niebla que no les permite desembarcar donde podrían haber encontrado el camino a la libertad; los separa y luego los reúne. El río encarna el poder y el terror de la naturaleza y destaca la soledad y la fragilidad humanas. Para el crítico Lionel Trilling (en “The Greatness of Huckleberry Finn”, un estudio recopilado en The Liberal Imagination, de 1950), el río es un dios, un poder divino que parece encamar el concepto moral. Huck es el sirviente del río, y habita en un mundo lleno de presencias y significados, que el río trasmite mediante signos naturales, como la niebla o la soledad del atardecer, y sobrenaturales, como presagios y tabúes. Cualquier transgresión, como mirar la luna por encima del hombro izquierdo o tocar una serpiente de cascabel, son maneras de ofender el espíritu oscuro y misterioso del río. Por lo general, el río es un dios benigno, que da largos días soleados y noches espaciosas; pero como todo dios, es también peligroso. Genera nieblas y oscuridad, crea falsas distancias y confunde. Tiene bancos de arena y ocasiona accidentes y naufragios. Es divino, ni ético ni bueno, aunque su naturaleza parece fomentar la bondad en quienes lo reverencian y respetan. En él, el muchacho y el esclavo forman una familia.

El libro tiene una gran riqueza de incidente y caracterización, y puede verse como una narración picaresca, con un protagonista perteneciente a una clase social marginada que se involucra en una serie de aventuras. Tiene el carácter episódico de la picaresca, y da oportunidad a que el autor haga una sátira social, rica en humor e ironía. A diferencia de la picaresca, el héroe evoluciona, se desarrolla, lo que permite encontrar una dimensión iniciática en la historia. Huck comparte con el picaro la deshonestidad, el vivir gracias al ingenio y no al trabajo o esfuerzo personal. Tampoco tiene familia, salvo un padre que lo abandona y lo busca cuando ve que el muchacho puede reportarle un beneficio monetario. Huck no tiene raíces, ni educación formal ni sistemática.

El crecimiento de Huck tiene que ver con su movimiento en dirección a la libertad, con un liberarse de las mentiras de la aldea y de la escuela dominical, tendientes a justificar valores erróneos y a atenuar su culpa. Huck se desprende también de los juegos infantiles a los que lo había acostumbrado Tom Sawyer. Los últimos capítulos marcan una vuelta al comienzo. Tom Sawyer reaparece, de visita a la granja de unos tíos en la zona donde está Huck, y los dos muchachos vuelven a reunirse. Jim ha sido puesto preso por haber huido. Tom Sawyer entonces hace un plan de escape (tomado de las novelas de capa y espada) en el que involucra a Huck, y esto constituye una regresión al mundo de exageración y fantasía de Tom. El consenso crítico sostiene que el libro decae en los capítulos finales, con la reaparición de Tom. Huck ya no es el personaje central. Jim, por su parte, vuelve a ser un personaje estereotipado, tragicómico, el negro de los cuentos sureños, más una cosa que una persona. Por otra parte, el tono de los capítulos finales es propio de los cuentos infantiles que presentan un mundo de aventuras sin mayor trascendencia. Sin embargo, hay quienes justifican el final, alegando que el libro tiene una estructura circular, y el final lo vuelve al principio. Ven bien el regreso de Tom porque encarna un tema constante: el escapismo de la imaginación romántica. Sofoca a Huck al comienzo, y vuelve a hacerlo al final.

En este sentido, hay una regresión en Huck, que no tiene más remedio que escapar. El libro termina con una huida total y absoluta y el rechazo definitivo de una sociedad que Huck es impotente de cambiar. Se va hacia “el territorio”, entonces la frontera, la zona aún no “civilizada”, habitada por los indios, sobre la cual el gobierno de los Estados Unidos o sus pioneros no habían avanzado todavía. El escape es una utopía, porque el avance de la “civilización” es inevitable, y pronto alcanzará a Huck. Huck (o Twain) es el idealista incorregible, patético en su autoengaño, pero admirable en su rectitud y en su indestructible capacidad de soñar. Dice Huck:

Creo que deberé marcharme de aquí antes que los demás hacia el territorio, porque la tía Sally quiere adoptarme y civilizarme, lo que es insoportable. Ya lo he probado.

A pesar de cualquier objeción, el libro sobrevive. Sobrevive por su invención de un lenguaje para la ficción estadounidense; sobrevive porque la búsqueda de la libertad por parte de Huck y su rechazo de las viejas mentiras dramatiza el nuevo espíritu filosófico que encontrará plena formulación en la novela del siglo xx, a partir de Henry James. Sobrevive por el gran tema que es la naturaleza de la madurez y el destino del hombre solitario en medio de la sociedad.

Twain vivió dos temporadas en Europa, recibió títulos honoríficos de la Universidad de Yale y de Oxford. Pronto se vio abrumado por desastres económicos, la muerte de su esposa y de sus dos hijas, con compensaciones mundanas, como ser reconocido por todos como un famoso escritor. Su cumpleaños se festejaba como un acontecimiento nacional. Le escribió a su cuñada:

Soñé que nacía y crecía y que era piloto de vapores en el Misisipi y minero y periodista en Nevada y peregrino en el Quaker City y tenía esposa e hijas e iba a vivir a una lujosa casa quinta en Florencia, y este sueño sigue y sigue y a veces parece tan real que casi creo que es real...

Murió el 12 de abril de 1910, dominado por el fatalismo, sin esperanza en la condición ni en el destino humano. Se había vuelto amargo.

Escribía cosas como esta: “Si recoges un perro muerto de hambre de la calle y lo alimentas, no te morderá. Esa es la diferencia principal entre un perro y el hombre”. En su coma final habló de la personalidad doble y de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

 

Ensayo de Rolando Costa Picazo

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXV, mayo-agosto de 2010, N.os 309-310 Buenos Aires 2011

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

Link del texto: http://www.letras.edu.ar/wwwisis/indice/Boletin%202010%20-%20309-310.html


Ver, además:

 

                                Mark Twain en Letras Uruguay

 

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