El sendero meditativo del Haikú en Watanabe
© Ana Elena Costa Neyra

El sendero del Haikú en la poesía de José Watanabe es como un caminito empedrado y sinuoso, fabricado por dos materiales básicos un tanto escasos por su naturaleza filosófica, pero sólidos por la riqueza interior. Estamos hablando del Budismo y el Tao, los que dan origen al Zen, el cual a su vez, deviene estéticamente en el Haikú. El presente trabajo aspira a introducir al lector en una filosofía meditativa y a una estética contemplativa, de reverencia a la naturaleza a partir de 3 poemas de José Watanabe: “Imitación de Matsuo Basho”, “Mi ojo tiene sus razones” y “El anónimo (alguien, antes de Newton)”, los tres del poemario El Huso de la Palabra, los que ejemplifican la cercanía de este sensible escritor, con la filosofía mística oriental del Japón.

1. Escucha el silencio  del Haiku

Hablar del Haikú es ir mucho más allá de su medida sencilla de tres versos con 17 sílabas y su canto a la naturaleza. El Haikú forma parte de la concepción oriental de la totalidad del mundo, cuyo origen se basa en el Tao, Budismo y el Zen. Los poetas japoneses sienten una fascinación y reverencia por la naturaleza, por el misterio de la vida y se integran con ella para expresarlo a través de la contemplación y el silencio meditativo.

“Sentado en silencio

sin hacer nada,

llega la primavera

y la hierba crece por si sola”

El Haikú de Basho es contemplación sin interferencia. Inacción pura. Lo que Lao Tse ha llamado wu wei: acción a través de la inacción. Es un estado en el cual no quieres dirigir, ni interferir. Sólo permites que las cosas pasen. No estás manipulando, ni ejecutando ninguna ideología. Eso es el Haikú.

Basho, su máximo exponente, diría que el “Haiku es el camino del Zen”. La comunicación pretende enriquecerse de un mensaje trascendente. El yo poético expone al oyente ese contenido de conciencia suprema ante este encuentro con lo cotidiano y natural. Esto le da una libertad poética y confianza con el lenguaje en su relación con el mundo. La naturaleza obedece a un orden cósmico, divino y el Haikú busca formar parte de esa danza universal.

Basho tenía una concepción animista de la naturaleza. El Haikú intenta evocarla con admiración. ¿Qué decía el Haikú anterior?  Que la  hierba crece. No hay metáforas que la engrandezcan. Todo es espontáneo. De ahí la palabra natural. No necesitas jalar la hierba para que ésta florezca. El acontecimiento surge y el Haikú está ahí como una presencia, como un testigo.

El Haikú sería lo que Valverde (1969:211) señala como panteísmo lírico con relación a la lírica española- “El poeta, asume en si el mundo para absorberse en la contemplación de su esfericidad, igual que un pequeño Dios. Y en el arte, su poesía, se hace modo de ser, forma de contemplación del universo y de existencia”[1] Para Octavio Paz (1993:34) “El Haikú de Basho es un círculo de silencio y  recogimiento. Manantial de agua oscura y secreta”[2]

Para Carlos Fleitas (2000), “la vía hacia el Satori  pasa por el Haikú como profundización de la realidad y liberación definitiva.”[3] El Satori es el vislumbre del Samadhy o iluminación, estado último de la “no mente”. También llamado: “El Despertar”, porque se conoce el saber último y trascendental. Hay una cita de Nukariya (1913) que explica qué es la iluminación o Samadhi y ésta dice:

“Es la luz divina, el cielo interior, la llave de todos los tesoros morales, la fuente de toda influencia y poder, la sede de la bondad, justicia, compasión, amor imparcial, humanidad y misericordia, la medida de todas las cosas. Cuando esta sabiduría más recóndita se despierta plenamente, somos capaces de comprender que todos y cada uno de nosotros somos idénticos en espíritu, en esencia, en naturaleza con la vida universal…El despierta la naturaleza moral, abre los ojos del espíritu, desarrolla la nueva capacidad, señala la misión, y la vida deja de ser el océano de nacimientos, enfermedad, vejez y muerte, y el valle de lágrimas, para convertirse en el santo templo de Buda, en la Tierra Pura, en la que puede gozarse la bienaventuranza del nirvana”[4]

En este sentido, el arte de Basho es sustancialmente contemplativo, meditativo, interior, místico y se define como una búsqueda. Para Watanabe, en el Haikú de la rana nace un gran silencio.[5]

Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapalateo.

Para Octavio Paz (1954), a partir de estos versos de Basho, surge la iluminación poética[6]. Un viejo estanque, un silencio, la tranquila contemplación y luego salta la rana. No hay ninguna descripción o parloteo. El Haikú pretende reflejar la vida misma, el instante perfecto, el “aquí y ahora”. La búsqueda del presente es la búsqueda de la eternidad.

Vivir en el presente es estar en el “aquí y ahora”. No estoy preocupado  por el pasado, ni por el futuro, porque en el presente encuentro la totalidad y todo lo que necesito en este momento. El que vive en el presente no juzga, no divide,  no delimita, sino que se funda en el instante, porque cada momento es único e irremplazable.

Se trata de bloquear la mente dualista. Para poner un ejemplo: si bebo un vaso con agua, bebo un vaso con agua; si hablo con un amigo, hablo con un amigo y lo hago totalmente, con todo el ser, sin pensamientos dualísticos que me muestren sólo una parte, asesinando con la mente conceptual intelectiva. Yo no me alimento y pienso en mi amigo o cuando estoy con mi amigo pienso en el alimento. Cada momento obedece a lo que debo hacer. Y así, lo más natural y cotidiano se ofrece como una nueva realidad, una totalidad que se enriquece en el instante, porque mi mente no se dispersa, sino que está conciente de que el instante está la eternidad y la llave hacia la sabiduría.

La contemplación del Haiku unifica los sentidos. Es una mirada trascendente que penetra la realidad.

Watanabe nos dice que cuando su padre empezó a traducirle los primeros Haikús, quizás no entendió la trascendencia del mensaje, pero lo que si dejó claro es que percibía un espíritu conciso, coloquial. Presentía un silencio que lo sobrecogía.

Cuando miro con cuidado

veo florecer la nazuna

junto al seto

En este Haikú, el yo poético observa la flor y se queda extasiado. Incluso el mismo acto de mirar lo realiza con cuidado, porque aquel instante de contemplación es demasiado pleno, fugaz y único. Por lo tanto, entre signos de admiración, empieza con el verbo: “veo” y luego sigue el silencio…, no ejecuta ninguna otra acción…

Susuki (1964:10) dice: “Oriente es silencioso…pero el silencio oriental no significa sencillamente quedarse sin palabras…El silencio, en muchos casos, es tan elocuente como las palabras…[7]

Osho (2004:16) dice que “El Haikú aspira a captar el momento, el “aquí y ahora”, de una forma tan radical que los límites entre el observador y lo observado, el sujeto y el objeto se disuelvan, para procurar, en sus mejores manifestaciones, una experiencia mística de no dualidad, de totalidad”[8]

¿Qué influencia tiene el Haikú en la poesía de Watanabe?

La búsqueda de lo natural, del instante y de la totalidad. Quienes lo acusan de facilismo, simplemente no reconocen la simplicidad de Haikú. Su mente aún está llena de convencionalismos. Esa esquizofrenia entre fondo y forma.  La poesía de José Watanabe simplemente describe. El yo lírico es un espectador genuino que busca desprenderse de todo artificio poético. No es únicamente un simplismo carente de figuras o una poesía cargada de oralidad.

En el poema: “El anónimo (alguien, antes de Newton)”, la descripción de la caída de la piedra por la fuerza de la gravedad  es la descripción de la caída de la piedra por la fuerza de la gravedad. La voz poética sólo observa el espectáculo: “yo me contento con haberlo visto/No tuve palabra y esa falta no me desconsuela” y no lo desconsuela, porque no aspira a que la palabra tenga un lugar importante en el poema, sino se espera que la experiencia sea la que ocupe el espacio y llene de significación el signo.

2.- “Mi ojo lo veía todo, no descartaba nada”

El Haikú se sustenta en una concepción Zen del mundo. El Zen es un sistema filosófico altamente intelectual y profundamente metafísico. Es la unión del Budismo y el Tao, junto con elementos yoguis y tántricos. Se originó dentro de la sexta Mahayana del Budismo, atribuyéndose su fundación al legendario maestro Bodhidharna de la India, de cuya existencia se duda. El Zen pasó de la India a la China y fue en Japón donde logró su mayor esplendor.

La historia del Zen es hermosa: se cuenta que Gautama frente a sus discípulos cogió una flor y la sostuvo en silencio. Ellos esperaban un sermón y no había más mensaje que la flor en las manos del maestro. Los discípulos estaban contrariados ante su incapacidad para comprender el mensaje. El único que respondió fue Kasyapa, quién esbozó una hermosa sonrisa frente a la flor, alcanzando la iluminación. Ese día, en el Pico del Buitre, nació el Zen.

La filosofía Zen plantea un mecanismo de confianza hacia la vida a través de sus diversas prácticas meditativas. Muestra una temática de integración e ideológicamente propone respuestas coherentes hacia el porqué de las interrogantes fundamentales: ¿Por qué nacemos? ¿Para qué nacemos? Ofrece una suerte de renacimiento para el hombre al plantearle la necesidad de volver a sus raíces primigenias. Inculca el ominismo, encontrar la perfección en sí mismo.  Muy distinto a la concepción occidental que ofrece un Mesías como puente de realización. El Budismo y todas sus vertientes, sobre todo el Zen, plantean encontrar lo divino en nuestro interior.

El Zen enseña simplemente a buscar la trascendencia espiritual en las cosas sencillas y viviendo una vida natural.  El Zen tiene una fuerte influencia taoista, porque es la unión de la India y China. El taoismo es una religión nacida en la China y tiene como su fundador a Lao Tzé. Entre sus postulados hallados en el Tao – Teh – King, escritura sagrada, se encuentra la búsqueda del annatta o vacío. Para el Tao, sentirse vació significa estar como un “bambú hueco”. Estás vacío y como la vida no soporta la oquedad, automáticamente te llena de cosas maravillosas. El Tao en el tercer libro dice: “El Tao es una vasija vacía y su uso es inagotable, insondable.”

Osho (2000:87) dice: “Tienes miedo a tu ser, al vacío, así que impones un carácter que te rodea”[9]. La forma de las palabras es una armadura. Watanabe quiere quebrar esa armadura y no tiene miedo al vacío.

El Zen piensa que somos esclavos de las palabras y la lógica. Si queremos ver algo trascendente, que nos lleve hasta nuestra felicidad espiritual, debemos liberarnos de nuestras condiciones mentales y para esto es necesario lograr un nuevo punto de vista, debemos desmantelar nuestro razonamiento tradicional. Y en este sentido el Zen es radical. Un maestro Zen podía emplear los métodos más irracionales para que su discípulo alcanzara el samadhy o iluminación, máximo estado de perfección al que aspiraran los discípulos budistas zen.

Una discípula alcanzó el samadhy, cuando se derramó el envase de agua que transportaba. Otro discípulo alcanzó la iluminación, cuando su maestro le cortó un dedo; otro, cuando fue arrojado por la ventana.

El Zen aparentemente es irracional. Es una locura. Pero en medio de ella habita una técnica, que también es una no técnica. Esta consiste en desmantelar nuestra mente.

El Haikú es una poesía que busca la belleza a través de  una comunicación simbólica con la naturaleza. La poesía es contemplación y transparencia. Intenta reflejar los misterios de la vida sin demasiado análisis retórico, simplemente describe, pero en su describir va más allá, encierra un silencio. Los signos conservan un misterio, no pueden ser descifrados intelectualmente. En el Zen, un maestro hacía una pregunta sin aparente sentido racional para despertar en el discípulo un extrañamiento que rompiera sus barreras lógicas. El Koan son sentencias complejas, que encierran un significado oculto, que buscan quebrar las estructuras mentales de los discípulos para lograr su despertar.

El poema de José Watanabe “Mi ojo tiene sus razones”.  El yo lírico vincula el ojo metonímicamente con la mente, como la capacitada para decidir, pensar y elegir. “Creo que mi ojo tiene un arbitrario criterio de selección”. El ojo decide según sus juicios y se olvida del resto, no alcanza la totalidad. “Obviamente hubo más paisaje alrededor/Imposible que sólo fuéramos ella y yo en el rompe olas”.

El yo poético reconoce su condición mental, porque dice: “Soy de repeticiones como todos” y ante esta condición acepta una oscuridad, una falta de capacidad para reconocer lo real y confundirse entre las apariencias: “Entonces puedo suponer que si hubo niebla.”

El poema es una forma de adiestramiento en donde el hablante quiere comunicarle una verdad trascendental de la realidad a la protagonista: “Le dije botes en la bruma pueden ser sólo reflejos, espejismos, / y le mencioné el antiguo haikú de Harumi: Entre la niebla/toco el esfumado bote./Luego me embarco.”

El Haikú de Harumi revela una condición de simpleza natural. Entre la niebla, primero toco, luego me embarco. Lo contrario sería desastroso. En medio de las apariencias uno debe distinguir lo real y no confundirse. El bote no se ve, pero eso no quiere decir que no exista, ha sido encubierto por la niebla, como símbolo de la ignorancia o desconocimiento.

Si hubo sol/ le tomé fotografías con el hueco de la mano y acaso la azoré/diciéndole: posa con los senos hacia el viento,.”

A través de sus manos, el yo lírico  toma fotografías. Éstas pueden ver a través del tacto. La sensorialidad se vuelve latente en el poema. Los senos, como símbolo femenino y  erótico; junto con el viento, como espacio de libertad no sólo interior, sino exterior, dan libertad.

El sol se opone a la niebla. El poema entra en un contraste, una oposición, porque luego el hablante señala “Si pasaron gaviotas y ella las admiró, le recordé/ que eran aves carniceras y que únicamente su feo canto es honesto./ Mi ojo todo lo veía, no descartaba nada.” 

El hablante busca comunicarle una nueva forma de entender el mundo, una suerte de adiestramiento a manera de una relación: maestro – discípulo.

Cuando hablamos de los opuestos, nos referimos a los extremos: ser y no ser; cielo, infierno. OSHO (2000:32), filósofo y místico  oriental, reflexiona sobre los opuestos con estas palabras:  

“Cómo es posible el cielo sin infierno…son complementarios, existen juntos; son aspectos de la misma moneda. No elijas, disfruta con ambos. Permite que existan los dos, crea una armonía entre los dos. No elijas. Entonces tu vida se convertirá en una armonía de los opuestos y esa es la vida más grande que es posible.”[10]  

Con relación a los opuestos, Lao Tzé señala que son complementarios: 

“La vida es interdependiente: no puedes ser dependiente ni independiente, ambos son extremos. Justo en el medio, donde la vida es un equilibrio, está la interdependencia. Todo existe con todo lo demás, todo está conectado mutuamente, daña  a una flor y estarás dañando a una estrella. Todo está interconectado, nada existe como una isla”[11](Osho:32)  

En la totalidad, los opuestos se destruyen y se encuentran a su vez. Ellos, realmente no se contradicen, sino que se complementan. Ser y no ser son interdependientes en el crecimiento, porque ambos encuentran un punto medio en donde se funden y vuelven a ser una fuente, un manantial verbal en donde el hablante se despliega libremente. “Mi ojo lo veía todo, no descartaba nada”. El hablante lo dice a manera de sentencia, de sutra.

“Hubiera  querido inscribir mi poema en todo el paisaje, / pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido”

Cuando no existen los extremos, se vive totalmente. Octavio Paz (19993:50) dice que “Hay un momento en que todo pacta. Los contrarios no desaparecen, pero se funden por un instante. Es algo así como la suspensión del ánimo: el tiempo no pesa. Los Upanishads enseñan que esta reconciliación es “annata” o deleite con el uno”[12]

El poema por momentos expresa la totalidad, pero los ojos que representan a la mente dualística lo impiden. Ramiro Calle (1970:13), con relación a la mente señala:  

“¿Dónde está la limpieza? ¿O la suciedad? ¿Dónde lo negro? ¿Dónde lo blanco? En la mente. Más allá de la mente dualística – conceptual están las cosas, únicamente las cosas, sin calificativos, sin etiquetas, sin clasificaciones, sin categorías… ¡Oh, vocablos tediosos y molestos![13]  

Al respecto, Susuki (1973:81) manifiesta que en la Edad Media, un padre cristiano dijo ¡Pobre Aristóteles! ¡Descubriste para los herejes el arte de la dialéctica, el arte de construir y destruir, el arte de discutir todas las cosas y no realizar nada”[14]

Osho (2001:23), quien trajo muchas de las enseñanzas budistas a occidente dijo:  

“La mente es la enfermedad. ¿Cómo se llama esta enfermedad? Su nombre es Aristóteles, o si prefieres que realmente parezca una enfermedad puedes llamarla «aristotelitis». Así suena totalmente como una enfermedad. ¿Por qué es Aristóteles la enfermedad? Porque dice: «O esto o lo otro. ¡Elige!». Y elegir es la función de la mente; la mente no puede existir sin elegir. Al elegir caes en la trampa, porque siempre que eliges lo haces en contra de algo. Si estás a favor de algo, tienes que estar en contra de algo; no puedes estar solamente a favor ni puedes estar totalmente en contra. Cuando el «a favor» entra, el «en contra» le sigue como una sombra. Cuando aparece el «en contra», el «a favor» aparece también; oculta o abiertamente.”[15]  

La cultura occidental esta dirigida a elegir, tomar ciertos caminos y descartar otros. El Zen acepta la naturaleza de las cosas y no escoge. Así trasciende el dualismo bien - mal, estético - no estético. Es así que su ojo lo veía todo, porque ve lo feo y bueno como una totalidad.

3. La rebeldía y la imitación de Matsuo Basho

¿Quién es el verdadero rebelde? El verdadero rebelde es aquel quien vive la vida totalmente.  Pero hay dos clases de totalidad: una horizontal y otra vertical. La horizontal es lineal y se asemeja al corredor de autos que empuja al máximo el acelerador sin rumbo fijo. La totalidad vertical es la del Zen. Se vive plenamente pero concientemente, despierto, atento. Esto es ser rebelde, porque la verdadera revolución es interior, no exterior. El revolucionario deja de ser un esclavo del tiempo, de las apariencias, de las expectativas, de la sociedad, del dinero, de la muerte, del que dirán, de su mente e incluso de Dios. Esa es la esencia del Zen: El coraje.

¿Y por qué el coraje,  y por qué la rebeldía? Porque para el Zen, la vida es sinónimo de inseguridad. Esa es la naturaleza de la vida, nada está dicho, nada se puede predecir. La humanidad busca seguridad en sus leyes, en el bienestar, en la moral, en Dios. Quiere alcanzar una vida estable, pero siempre puede suceder algo que nos sorprenda, de ahí la importancia de la espontaneidad.  Hay un poema que dice:

No puedes ser sincero si no eres valiente

No puedes ser amoroso si no eres valiente

No puedes confiar si no eres valiente

No puedes investigar la realidad si no eres valiente

Por tanto, la valentía va primero

y todo lo demás va después[16]

Osho (2005:11) dice que la vida tiene sus propios razonamientos; va por su propio camino sin detenerse. Tú tienes que escuchar a la vida, la vida no tiene porque escucharte a ti, no le interesan tus disquisiciones.[17]

Recordando el Haikú de la hierba que crece sin interferencia. Vemos como ésta sigue el camino del Tao y en ese sentido tiene coraje. La hierba solo permite que suceda el crecimiento. Esa es la más grande valentía, la mayor rebeldía. Nunca se puede derrotar a alguien que está dispuesto a ceder. Permitir es  rebeldía. ¿Y esto no tiene que ver con la sumisión? La respuesta es si y no. No olvidar que el Tao es el camino intermedio.  

Hay una historia de Dandamis y Alejandro Magno que habla al respecto. Dicen que cuando el conquistador llegó a la India, quería llevarse a manera de souvenir un verdadero sannyasin. Los sannyasines son renunciantes. Hombres comprometidos con la meditación y a descubrir el tesoro más grande: su propio ser. Alejandro mandó a sus generales a que  invitaran a Dandamis, uno de los más grandes sannyasines de aquellos tiempos, a acompañarlo hacia su imperio. Alejandro les dijo a sus generales que fueran educados, pero que si el sannyasin no cedía, utilizaran otros recursos que lo intimidaran. Pronto los generales llegaron donde Alejandro Magno para informarle que Dandamis se negaba a seguirlos, porque simplemente el viaje no le interesaba, a pesar de los lujos que se le ofrecía y además, no lo motivaba viajar con un hombre que se autoproclamaba: “El Magno”, adjetivo que le parecía ridículo, cuando oprimía a tantos pueblos. Alejandro Magno estaba contrariado, ofuscado, molesto. ¡No lo podía creer! Fue dispuesto a llevarlo a la fuerza, presionándolo con matarlo o llevándolo atado.

Cuando estuvo ante su presencia, no pudo matarlo, ni siquiera tocarlo, aunque pudo haberlo hecho. El hombre estaba desnudo, cerca al río meditando, dócil, manso. Pudo cortarle el cuello. Nunca opuso resistencia, pero... ¿Para qué le servía un sannyasin muerto? Ese hombre vivo era tan hermoso. Sus ojos encerraban la vida misma. Hasta un hombre calculador como Alejandro Magno pudo darse cuenta, que ese hombre era un diamante. Así fue como el sannyasin derrotó al “Magno” Alejandro. Y ese es el camino del Tao: ceder y no ceder.

En el poema “Imitación de Matsuo Basho”, que a su vez es narración. Se dice que la poesía debe insinuar, pero también con un poco más de palabras podemos no perder “ese no se qué” del que hablaba Bousoño. 

En el poema - narrativo se cuenta una historia de amor entre dos jóvenes rebeldes y audaces, que contrariaron una antigua moral y huyeron, vivieron su amor fuera del matrimonio en una posada, lo que en aquellos tiempos era inmoral, para finalmente casarse (“Nuestro hogar ha sido tardíamente consagrado”)

El hablante, termina la historia con un Haikú:

En la cima del risco

retozan el cabrío y su cabra.

Abajo, el abismo

Antes del Haikú, el amante evoca la aventura. Dice que quisiera volver a la posada y colgar los versos del Haikú detrás de la puerta del cuarto que los albergó, porque quizás vivió un momento de rebeldía que añora. Fue algo puro. La sociedad les impedía estar juntos y ellos dejaron aquello, huyeron de la moral de sus tiempos. Y escuchen estas líneas: “Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve, excepto el amor que me hizo edificar una casa, excepto el amor que nunca debió edificar una casa”

El amor fue la fuerza, el motor del coraje, la rebeldía. El amor no entiende de moral. Para la moral amar a una mujer que no es tu esposa es pecado, pero para el amor no lo es. Pero a su vez, por amor luego tuvo que ceder. La sociedad es así, no para hasta conseguir lo que le conviene. Si la amas, tienes que casarte. Por eso la reflexión del hablante: “El amor que nunca debió edificar una casa”. La casa representa la sociedad, el carácter, las reglas, la forma. Finalmente, la antigua moral venció. Pero aún le queda el recuerdo de aquella rebeldía, por eso quiere colgar el Haikú.

En la cima, en lo alto, muy arriba está el amor, la pareja, la celebración. Abajo, en lo más profundo, en el abismo están, “las buenas maneras”.

4.- Conclusión:

La filosofía japonesa del Zen y el Haikú son el sustento ideológico y estético de la obra de Watanabe. Su poesía refleja una forma sencilla de concebir el mundo, de una manera contemplativa, silenciosa y de reverencia. El yo poético se sitúa desde una posición de testigo, observador. No interfiere, solo describe lo que sucede, dándole mayor importancia a la acción narrativa, buscando el instante, el presente.

Se observa una postura de rebeldía en el lenguaje. La narratividad, la anécdota en su poesía, buscan describir el mundo que observa y encuentra en lo cotidiano, lo trascendente. Un vivir rebeldemente dejando que los acontecimientos, la descripción suceda.

La naturaleza animiza el paisaje. El mar, los animales, las montañas, no son únicamente un lirismo, sino que ofrece un misterio, un orden y el observador, el hablante, quiere formar parte de ese orden. No quiere negarlo, sino que quiere integrarse, fundirse con él.

Cuando en el Frontis de El huso de la palabra, José Watanabe se hace la pregunta de por qué escribe cómo escribe. Él no da una respuesta precisa. Solo menciona que su padre le leía Haikús cuando era niño y que si bien no los podía entender, percibía, que había un silencio, una transparencia y que dicha supuesta sencillez, decía mucho. Esperamos que con el presente trabajo, si bien no se pretende develar el misterio, por lo menos podamos causar cierta curiosidad.      

Bibliografía

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GYATZO, Tenzin. La meditación paso a paso. Grijalbo, Barcelona, 2002

LAO, Tzu. El tao. Textos sagrados de Oriente, Barcelona, 1972

OSHO, Vislumbres de una infancia dorada. Madrid, Gaia Ediciones, 2004 

____Los tres tesoros del Tao. Buenos Aires, Editorial Sirio, 2000, p.87

____El libro de la nada. Madrid, Editorial Gulap, 2001. p.23.

____Coraje: la alegría de vivir peligrosamente. Bogotá. Grijalbo, 2005,p.11

PAZ, Octavio. Las perlas del olmo. Universidad Autónoma de México, 1957 México, 1954

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____Budismo Zen y Psicoanálisis. México, Fondo de Cultura Económico de México, 1964

NUKARIYA, Kaiten. The religión of the Samurai, 1913 http://www.sacred-texts.com/bud/rosa/

VALVERDE, José María. Breve Historia de la Literatura Española. Ediciones Guadarrama. Madrid, 1969. P. 211.

WATANABE, José. El Huso de la palabra. Editorial Colmillo Blanco, Lima, 1989, p.7.

Referencias:

[1] VALVERDE, José María. Breve Historia de la Literatura Española. Ediciones Guadarrama. Madrid, 1969. P. 211.

[2] PAZ, Octavio. Ventana a Oriente, Letras Mexicanas. México,1994.p.34.

[3] FLEITAS, Carlos. Isa y Basho las dos cara del samsara http://usuarios.netgate.com.uy/carlosfleitas/issa.htm

[4] NUKARIYA, Kaiten. The religión of the Samurai, 1913 http://www.sacred-texts.com/bud/rosa/

[5] WATANABE, José. El Huso de la palabra. Editorial Colmillo Blanco, Lima, 1989, p.7.

[6]PAZ, Octavio. Las perlas del olmo. Universidad Autónoma de México, 1957 México, 1954

[7] Ibidem.

[8] OSHO, Vislumbres de una infancia dorada. Madrid, Gaia Ediciones, 2004 

[9] OSHO. Los tres tesoros del Tao. Buenos Aires, Editorial Sirio, 2000, p.87

[10] OSHO. Ob. Cit., p.35.

[11] OSHO. Ob. Cit., p.32.

[12] PAZ, Octavio. El Arco y la Lira. México, Letras Mexicanas, 1993, p.50.

[13] CALLE, Ramiro. Introducción al Zen y al Lamanismo. Ediciones Cedel, Barcelona, 1970. p. 13.

[14] SUSUKI, Daisetz. Introducción al Budismo Zen. Santa Fe, Editorial Kier, 1973 p.81.

[15] OSHO. El libro de la nada. Madrid, Editorial Gulap, 2001. p.23.

[16] OSHO. Coraje: la alegría de vivir peligrosamente. Bogotá. Grijalbo, 2005,p.11

[17] Ibidem

Ana Elena Costa Neyra

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