Gioconda Belli se decanta con sutileza por la teoría de Charles Darwin El
evolucionismo y el idealismo en El
infinito en la palma de la mano por Guillermo Cortés Domínguez (*)
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En la novela “El infinito en la palma de la mano”, su autora Gioconda Belli pareciera otra persona, muy distinta de la que realmente es, no porque aborde el tema de los primeros habitantes de la Tierra y del Paraíso Terrenal y la desaparición de éste, sino que por su relato puede ser percibida –aunque no lo sea-- como una ferviente católica y conservadora mujer tradicional sojuzgada bajo una concepción religiosa y machista. Durante casi toda la obra ella parece muy cómoda desarrollando como en un ensueño el enfoque idealista católico sobre el surgimiento de la humanidad a partir de Adán y Eva, el Paraíso Terrenal, el Árbol del bien y del mal y la fruta prohibida, la Serpiente, y el nacimiento de Caín y Abel y de sus hermanas Luluwa y Aklia. Resulta inusualmente llamativo y contradictorio este enfoque idealista, conociendo que la escritora no se caracteriza precisamente por abrazar una cosmovisión místico-religiosa. Igualmente se percibe como muy fuera de lugar que una feminista tan caracterizada como ella pareciera asumir acríticamente el mito de que Eva nace de una costilla de Adán (poderosa simbología justificativa de una pretendida superioridad del hombre y por consiguiente de subordinación de la mujer), lo cual ella narra como un cuento de hadas en el mismo inicio de su obra, a partir del sexto párrafo, en oraciones que suman 34 líneas. Adán vive el fantástico momento de “dar a luz” a Eva, como si estuviera en un trance. Contra su costado, la tierra húmeda aspiraba y exhalaba imitando el sonido de su respiración. Lo invadió una modorra sedosa y mullida. Se abandonó a la sensación. Más tarde recordaría el cuerpo abriéndosele, el tajo dividiéndole el ser y extrayendo a la criatura íntima que hasta entonces habitara su interior (…)”. (P. 19:237) “Despertó recordando su inconsciencia. Se entretuvo reconociendo las facultades de su memoria, juzgando a olvidar y recordar, hasta que vio a la mujer a su lado (…)”. (Idem) Toda la historia de Adán y Eva en El Paraíso, desde la primera palabra de la novela hasta casi la última (exceptuando algunos diálogos y párrafos finales), parece transcurrir desde el enfoque mágico-religioso, donde reina la generación espontánea y la falta de raciocinio y de explicaciones, hasta que la autora sorpresivamente culmina su historia entrando a un bosque donde deja ir para siempre a su transformada hija Aklia, que feliz se integra a una manada de monos, y le dice: Algún día hablarás de nuevo. Ahora vete. ¡Corre, hija, ve y recupera el Paraíso!, con lo que la concepción racionalista, evolucionista, de Charles Darwin, que parecía ignorada, se muestra de una manera tan rotunda, que prevalece en esta saga de ficción. Siguiendo el tratamiento que la escritora le da a su personaje Aklia, que parece ser la figura central de su novela, y no Adán ni Eva, quizás logremos identificar un aspecto de la clave de su escritura, de su arquitectura, de la relojería que ha utilizado en su urdimbre espacial y temporal. Aklia es la clave para desentrañar su trama narrativa. No crean que el final racionalista es antojadizo, que la autora de súbito cambió de opinión, sino que con destreza ella fue tejiendo una telaraña imperceptible, casi invisible, fue dejando con sutileza, a partir de la página 179, tenues indicios que justificarán su categórico enfoque de cierre. Llama la atención la manera directa y sencilla, casi simple, con que hace sus planteamientos, sin preocuparse por explicar ni profundizar, pero de tal manera, que consigue que todo sea creíble. En las últimas cincuenta y ocho páginas va tendiendo sus trampas en las que inevitablemente vamos a caer. ¿O la verdadera trampa son los 179 folios iniciales de pura inocencia, magia e ignorancia?
Debo confesar que para aproximarme a la urdimbre articulada subrepticiamente por la escritora, leí de nuevo todo lo relacionado con el personaje más misterioso y atractivo de la obra, que al final del libro se nos revela representando el enfoque evolucionista, y que es Aklia, la menor de los cuatro hijos de Adán y Eva, a la que no “descubrí” en su singular rol, sino hasta llegar a los últimos párrafos. Subrayo que solo con la relectura me fue posible “desentrañar” las migas de pan que con dosificación calculada va dejando la autora para que el final no nos parezca extraño, sino que lo aceptemos como lógico y verosímil. Es decir, la mayoría de las pistas “no las vi” la primera vez, al menos no las registró mi consciente. Un personaje fascinante En la segunda lectura fue toda una sorpresa encontrar tantos indicios relacionados con el desenlace, el cual, de todas maneras, no me había parecido tirado de los cabellos, pues me inspiró credibilidad, aunque fue sorpresivo. Y Aklia apareció como un personaje fascinante. Esto me produjo una inquietante certeza alrededor de que el hecho de no haber percibido conscientemente esas señales, no significaba que éstas no hubieran sido registradas por mi inconsciente, y que, por tanto, contribuyeran a la credibilidad de los planteamientos racionalistas culminantes de la autora, lo que, al fin y al cabo, es el gran objetivo de los escritores de ficción. También debo decir, aunque parezca obvio, que por mucho la segunda lectura no tuvo la espontaneidad de la primera, y que, más bien privó en ella el deliberado y único propósito de encontrar elementos pasados por alto en la primera mirada, que se relacionaran con el desenlace de la novela. Este es un tipo de lectura fría, técnica, en la que expresamente se indaga solo acerca de determinados elementos, y no otros, porque sabía qué buscar específicamente, gracias a que ya conocía el final. Y así es relativamente fácil reconocer esas pistas. Hubiera sido grandioso haberlas visto la primera vez, como seguramente les ocurre a lectores y lectoras más avezados. Así, los primeros síntomas aparecen en la página 179, cuando la escritora relata el nacimiento de Aklia y la describe como una criatura diminuta, los ojos apretadamente cerrados, la cara cubierta de vello oscuro, la frente abombada, los labios demasiado grandes. (…). Como ya sabemos que Aklia se unirá a una manada de monos, esta descripción que antes no nos dijo nada, ahora se nos revela como el primer indicio que deliberadamente Gioconda Belli deja caer, para que los rasgos de la niña se asocien a los de un simio. No contenta con ello, apenas dos líneas después pasa de la insinuación a una afirmación terminante: Adán se paseó con Aklia por la cueva. La llevó junto al fuego. La miró y dijo que parecía una mona, no un ser humano. El “venenito” fue vertido por segunda dosis en la copa de vino que estamos tomando. Diez líneas después, aparece un refuerzo de la idea que la escritora nos quiere vender: Nadie como ella para subir a los árboles, bajar dátiles de la copa de las palmeras. (…). Al final del párrafo, la autora nos remata: Aklia le parecía a ella (a Eva) más fuerte, más cercana a la esencia de cuanto les rodeaba. Unas veces es explícita (nadie como ella para subir a los árboles), otras, apenas sugerente (más cercana a la esencia de cuanto les rodeaba), siendo los animales la esencia de lo que les circundaba. En la siguiente página, Belli lanza otro atisbo: En medio de su caminata sin rumbo, Adán vio a Aklia cruzándose de una rama a otra, seguida por un gorila de ojos tristísimos. ¡Claro!, como ya conocemos el final, sabemos a dónde se dirige la autora, cuál es su propósito. Después del “bombardeo” de cinco ideas seguidas sobre Aklia relacionándola con primates en menos de dos páginas, la autora, muy segura de la sólida plataforma que ha construido, se toma la libertad de una extensa pausa, y no es sino hasta treinta y cinco folios después, que vuelve con más pistas mediante un diálogo de Aklia y Eva: --Caín no me quiere --dijo ella--. Ni Caín ni Abel ni Luluwa ni mi padre. ¿Quién soy yo, madre? ¿Cuál es mi destino? Veo las bandadas de monos y a menudo quisiera irme con ellos. (P215:237). La urdimbre filosófica de la autora Con este diálogo, la escritora continúa sembrando el camino hacia el desenlace dramático de la obra, dándole pacientemente una configuración conveniente a su personaje Aklia, de modo que su decisión final aparezca como natural y factible, por lo tanto aceptable por los lectores y lectoras. Esta vez, planta la duda sobre la verdadera identidad de su hija y comunica el deseo de ésta de irse con los monos. Ya deberíamos de estar súper prevenidos de lo que ocurrirá. Y, más importante aún, Gioconda inicia su compleja y a la vez sencilla trama filosófica, que es lo que le conferirá su real significado al hecho final, a la incorporación de la hija menor de Eva a una gavilla de monos. Es un indicio filosófico muy tenue, pero estratégico: ¿Quién soy yo, madre? ¿Cuál es mi destino? Estas preguntas que aparecen inocentemente, casi inadvertidas, en la primera lectura, en la segunda se revelarán en su trascendental significado relacionado con el verdadero inicio de la raza humana a partir de la evolución de los monos, con lo que Darwin hace su apoteósica entrada triunfal en la novela. En efecto, la línea argumental de la escritora, hábilmente camuflada entre variadas y cándidas descripciones y relatos sobre la vida cotidiana de Adán y Eva fuera de El Paraíso, lleva dos propósitos: por un lado, “deshumanizar” a Aklia, confiriéndole poco a poco un perfil simiesco --imposible no relacionarlo con la metamorfosis kafkiana de un hombre de súbito convertido en cucaracha--; y, por otro, darle un sentido racional a la historia, para alejarse de la concepción religiosa en la que ha estado inmersa en casi todo el libro, entrando de este modo a una vertiente filosófica evolucionista que desarrolla con ideas breves y categóricas. Así, el tiempo se trastoca cuando la pareja primigenia es expulsada del Paraíso y Adán y Eva se convierten en un sueño inconcluso del Creador (Elokim), mientras que Aklia será la realidad, volverá al principio de todo --la verdadera génesis del ser humano a partir de la evolución de los primates--, para que sus generaciones futuras alcancen el genuino paraíso terrenal. Los
indicios que con deliberada paciencia la autora va sembrando de manera
dosificada y conveniente a lo largo de las últimas 58 páginas, fueron
cumpliendo su objetivo, aunque no me haya dado cuenta o no fuera
consciente de ello, por los significados latentes, indirectos,
subliminales y subconscientes que tienen las palabras o construcciones
gramaticales. Avanzados estudios científicos han demostrado que nuestro
cerebro es capaz de comprender el significado de una palabra e incluso de
percibir su carga emocional antes de conocerla conscientemente, lo cual
significa que existe en nosotros una decodificación inconsciente del
significado del lenguaje que es previa a que la conciencia pueda conocer
los términos o vocablos. La percepción o registro subliminal se define
como: un proceso de extracción y análisis
de información
de estímulos de los que el sujeto nunca es consciente. Este
fenómeno sicológico de la percepción inconsciente puede ser comparado
con otro, más conocido, que permite a los escritores y escritoras no
ocuparse tanto en una descripción de una persona o paisaje, sino ofrecer
solo algunos trazos, pero que tienen que ser claves y tan impactantes, que
estimulen recuerdos, vivencias y conocimientos en la mente de los lectores
y lectoras, y con ello activen un poderoso mecanismo que se encargará de
completar el objeto descrito en un proceso del que no somos conscientes. ¿Demerita la obra que esos indicios no hayan sido tan explícitos? De ninguna manera. ¡Al contrario!, es un mérito atribuible a la destreza de la escritora, quien no delató su objetivo, no puso en evidencia la costura de sus lanzamientos en curva y con quiebre hacia la zona buena del plato, donde los lectores y lectoras nos encontramos alertas y amenazantes con el bate de madera en ristre. De haberse evidenciado la intencionalidad de la autora, habría disminuido el potencial de impacto que le imprimió a la obra el carácter sorpresivo del final. Como sabemos, los escritores se van reservando sus mejores cartas, pero al mismo tiempo se cuidan de tener a mano otros recursos para mantener el interés, mientras llega el desenlace que nos moverá el piso. En
la página 222, en el tramo final de la novela, cuando la familia
primigenia corre a buscar a Abel mortalmente golpeado por su hermano Caín,
la autora coloca otra huella. Luluwa
señaló el promontorio. Subieron. Aklia gemía, trastabillaba. Eva la vio
apoyándose en sus manos para empujarse, para ir más rápido. --Cuidado
con tus manos Aklia. Ella
la miró con sus ojos dulces. No habló. No hizo más que un ruido triste
y agudo. La escritora puso a Aklia a correr y a gemir como lo hacen los monos. Y después de siete párrafos, mientras a Eva la consumía la pena de saber que nunca más vería vivo a su querido hijo Abel, Vio a Aklia saltando, gimiendo. En ambos casos, continúa dibujando con paciencia el perfil simiesco de su hija menor. Las pautas filosóficas estratégicas de la novela Al final de la página 224 y al inicio de la 225, Adán y Eva tienen un diálogo que es definitorio de la obra, mediante el cual Gioconda Belli establece las pautas filosóficas estratégicas de la novela, los contenidos rotundos que la decantarán por la racionalidad y el evolucionismo, dejando atrás, con enorme respeto y hábil sutileza, la concepción idealista religiosa. --¿Para
qué nos creó, Eva? No creo que pueda sufrir más de lo que he sufrido. --La
Serpiente decía que Elokim nos hizo para ver si los nuestros eran capaces
de volver al punto de partida y recuperar el Paraíso. --¿Acaso
nosotros no somos el principio? --Según
me dijo, en el Jardín nosotros fuimos la imagen de lo que Elokim quería
ver al final de su creación. Cuando comimos el higo, él alteró la
dirección del tiempo. Ahora, para volver al punto de partida, nuestros
hijos y los hijos de sus hijos, las generaciones que nos sucederán, tendrán
que comenzar, retroceder. Eso dijo. --¿Y
hasta dónde tendremos que retroceder? --No
sé Adán. Creo que acabaremos en manada. Quizás Aklia contenga el
futuro. Quizás por eso te parezca extraña. Quizás sea el pasado que
nosotros no conocimos. --
Tan inocente, Aklia. --
Y esencial. Efectivamente,
en este diálogo la autora siembra las claves de la novela, al plantear
varios asuntos culminantes, por ejemplo: 1. Una racionalización sobre el
objetivo de la Creación religiosa; 2. La recuperación del Paraíso por
parte de sus descendientes, en un futuro no definido, pero muy lejano; 3.
La existencia de un punto de partida diferente del de Adán y Eva, quienes
nacieron por generación espontánea, y ya conformados como adultos, sin
pasar por un proceso de desarrollo. 4. La necesidad de un nuevo comienzo,
en ese punto de partida distinto. Junto a los contenidos filosóficos la
autora continúa desparramando pistas y justificaciones para su final que
ya se avecina, cuando pone en boca de Eva la frase…acabaremos
en manada…”, y le asigna, aunque no con certeza, el rol
definitorio a su hija menor: …Quizás
Aklia contenga el futuro…. Apenas un poco después, en la página 232, la autora termina de conferirle a Aklia un perfil animaloide. Olvidada del habla, parecía también haber perdido la razón y la conciencia, para entregarse sin reparos a una existencia de simio. Y agrega: Eva la vigilaba. Apenas durmió temiendo que se marchara con la manada de monos que pasó rondando la cueva por la noche. Sólo un párrafo adelante, la autora describe la reacción de nuestra protagonista ante la despedida de Luluwa, quien se marcha con Caín y su maldición de que no tendrá frutos, por haber asesinado a su hermano Abel. Luluwa sollozó al despedirse de Aklia, quien la observó y alzó los brazos no para abrazarla, sino para tocar su propia cabeza, los ojos brillantes sin lágrimas mirándola curiosos. No hubo reacción humana. Es totalmente simiesco el comportamiento de Aklia. Como si no hubiera terminado de configurar la nueva identidad primate de Aklia, tres párrafos más tarde Belli agrega: En pocos días el pelo de la hija había vuelto a cubrir sus mejillas (como al nacer). La piel de sus manos y sus pies largos y delicados se había endurecido adquiriendo un tono pardo… Caminaba tomada de su mano, dócil y torpe, vaciada de palabras. A ratos, en el trayecto, se soltaba y corría ayudándose de sus brazos… Saltó contenta sobre la arena…, con lo que completa la metamorfosis, y la autora se apresta a su gran final. En la página 234, mediante un diálogo de Eva con la Serpiente, la escritora bucea a profundidad en los presupuestos filosóficos esenciales, cuyas bases estableció diez páginas antes. --Mira
la pequeña Aklia. El pasado y el futuro van corriendo con ella por la
playa. --¿Qué
quieres decir? --Ha
vuelto a la inocencia, Eva; una inocencia anterior al Paraíso, precursora
del Paraíso. La Historia ha saltado de ti a ella ahora y un tiempo largo
y lento está por empezar. El sueño de la deidad se hizo añicos Qué fuerza adquiere entonces esa frase El pasado y el futuro van corriendo con ella… El evolucionismo se ha adueñado del desenlace de la novela. Con Aklia empezará la Historia, el tiempo largo y lento, los millones de años que requerirá la evolución, el primer gran paso en el futuro cuando los homínidos bajarán de los árboles para salir a los llanos y empezarán a erguirse y a caminar en dos patas, dando paso a los bípedos. La cadena evolutiva estará marcada, a grandes trancos históricos, por el Austrolopiteco, el Homo, el Neandertal y el Homo Sapiens. Aklia será el inicio. Continúa el diálogo, breve pero en terrenos filosóficos abisales, de Eva con la Serpiente: --Aklia
es la realidad de Elokim. Nosotros somos sus sueños. --Dijiste
que en el principio estaba el final. --El
final de los descendientes de Aklia será llegar al principio…. --¿Volverán
al Paraíso? ¿Y después qué? ¿Se preguntarán qué hay más allá? ¿Se
aburrirán? --Quizás
no. No sufrirán la ceguera de la inocencia, el anhelo de saber de la
ignorancia. No necesitarán morder frutas prohibidas para conocer el Bien
y el Mal. Lo llevarán con ellos. Sabrán que el único Paraíso donde es
real la existencia es aquel donde posean la libertad y el conocimiento. --Crees
que lleguen a ser verdaderamente libres? ¿Crees que Elokim se lo permita? --La
existencia es un juego de Elokim. Si tu especie encuentra la armonía,
Elokim se marchará… La autora canta un himno a la libertad y el conocimiento, que fue la temática central del erudito comentario del filósofo Alejandro Serrano Caldera, durante la presentación de esta novela en Nicaragua, hace unas semanas. De acuerdo al diálogo anterior, la quimera de Dios fracasó cuando Eva cedió a la necesidad de conocimiento, y el sueño de la deidad se hizo añicos. Sucedió la expulsión del Paraíso, el nacimiento de los cuatro hijos, entre ellos Aklia, y con ella, la realidad. La autora nos catapulta al futuro, del cual es parte nuestro presente actual, y da por hecho que el ser humano volverá al Paraíso, y entonces desaparecerá Dios (Elokim) porque, según Belli, el Creador se marchará a construir otros universos. Será un paraíso nada celestial, sino verdaderamente terrenal. Será cuando alcancemos un plano superior de la existencia. Seremos sabios y libres, si antes --a como vamos—no destruimos la Tierra. Dentro
de un clima narrativo que crea una sensación de ensueño, como si los
lectores fuéramos atrapados por un lenguaje algodonoso, en medio de
densas nubes cálidamente acogedoras, quedan establecidos con sutileza,
pero con meridiana claridad, los presupuestos filosóficos. Solo falta el
final. Eva lleva a Aklia a un lugar donde una vez estuvo perdida y fue
salvada por unos primates. … Eva
apretó fuerte la mano de Aklia, Inquieta, Aklia miraba las copas de los
árboles. Daba pequeños saltos. Se rascaba la cabeza. Eva
vio venir la manada de monos grandes, gráciles y vivaces columpiándose
sobre las ramas. …Aklia se soltó de su mano. Antes de dejarla marchar ella se inclinó y la abrazó fuerte contra su corazón. Recuérdame Aklia, dijo, recuerda cuanto has vivido. Algún día hablarás de nuevo. Ahora vete. ¡Corre, hija, ve y recupera el Paraíso! Este es el final de la obra. Es el final, no importando que después de ello la autora haya agregado tres líneas con las que quizás trata de continuar impregnándonos hasta la última letra, de esa atmósfera de candidez y ensoñación que se respira a lo largo de toda esta novela breve. |
Guillermo Cortés Domínguez
Autor de la novela El Arcángel
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