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De Bestiarios el Bichario de Saúl Ibargoyen

Manuel Cortés Castañeda

Eastern Kentucky University

“También estas bichas

con astucia política

han declarado

que no todas las uvas verdes

están verdes

ni todas las maduras

están maduras (Zorras)”.

Poco se ha dicho de los Bicharios, aunque no son muchos los que se han escrito. Cuando se los menciona se los cataloga como un subgénero adscrito al universo de los bestiarios, o un simple inventario de cosas sin valor aparente; -salvo las ilustraciones que suelen acompañar estos textos y cuyo fin era llegar a ese segmento de la población analfabeta que siempre subyace en el fondo de toda sociedad-.  Los bestiarios se hicieron muy populares a partir de la publicación del Phisiologus (colección anónima que apareció en Alexandria, en algún momento del siglo tercero o cuarto[1]). Se dice que fue en Alejandría porque muchos de los animales que conforman el texto eran por entonces bien conocidos en Egipto. Los bestiarios fueron igualmente populares en Bizancio y el mundo Persa. También durante la Edad media, especialmente el libro Etimologías de San Isidro y  textos de San Ambrosio que gustaba utilizar animales en sus escritos para expandir el mensaje de la Biblia. Durante toda esta  época se hicieron muy  populares y  aparecen asociados con las fábulas, analogías, alegorías, parábolas etc. Y es también durante esta época que se enfatiza su contenido moralizante asociado con la predestinación o/y, según la iglesia, al papel específico del ser humano en el contexto de la creación. Estética moralizante que se apoya en la antítesis virtud/perversión. Hay bestias con características positivas (del lado de Dios);  otras con características negativas (del lado del Diablo);  y otras son mitológicas o fantásticas y pueden ser de signo positivo o negativo. Pero estas dicotomías se intercambian de manera compleja y sutil anulando las oposiciones radicales y creando múltiples conexiones entre las diferentes entidades paradigmáticas.  Se dice que fue realmente a partir de la sentencia de Job,  “Pregúntale a las bestias de la tierra y ellas te enseñarán, y a los pájaros del cielo y ellos te contestarán” (12-7),  que la iglesia se encargó de popularizar la idea de que  el comportamiento de los animales nos ayuda a entender nuestra propia forma de comportarnos o de ser. Más tarde - siglo X y XII- los bestiarios ganaron importancia en Francia e Inglaterra, pero se trataba de recopilación de textos antiguos. Un dato curioso, Leonardo Da Vinci escribió un bestiario. Lo mismo hizo Toulouse Lautrec.

En nuestra literatura contemporánea son bien conocidos los bestiarios de Cortázar, Borges, Arreola, Tablada,  Otto Raúl González, Alfredo Iriarte,  Monterroso  y Cosío, entre otros.  No es exagerado afirmar que con  el Bichario de Ibargoyen, este aparente género menor adquiere un lugar preponderante en el contexto de la literatura universal.  Y no se trata de afirmar que este Bichario le da carácter de bestiario a un género tan despreciado y minimizado. Al contrario, el libro de Ibargoyen crea, o inicia una nueva visión de este género a la vez que nos obliga a repensar los bestiarios desde una perspectiva diferente y nos reta, además, a eliminar cualquier tipo de dicotomía moralizante y actitud pedagógica que siempre, de una u otra forma, han marcado el contenido de este tipo de textos.

En la mayoría de los diccionarios no aparece la palabra bichario con connotaciones literarias. El vocablo sólo hace referencia a las enfermedades de las plantas y a ciertos parásitos. Sin embargo, aparecen un sinnúmero de derivados que de múltiples formas se conectan con el ser humano y algunas de sus actividades más frecuentes. En nuestra época moderna la palabra bicho tiene más sentido que la de bestia -que se ha quedado relegada a los cuentos de hadas y a los animales mitológicos o alegóricos-, al menos cuando se trata de radiografiar lo más íntimo del ser humano. Entre Los derivados más comunes tenemos bicho (cosa que produce miedo o infunde temor); alimaña-insecto (sujeto sin valor);  mal bicho (persona con mala intensión); bicho raro (persona fuera de lo normal); bicho viviente (todo el mundo); bicha (culebra y órgano masculino-femenino). También existe el verbo bichear, con connotaciones tales como mirar, observar a escondidas, otear, fisgonear, cazar. Igualmente adjetivos y sustantivos asociados con dicho vocablo como mirón, furtivo, bicharejo, bichejo (diminutivo-peyorativo), bichoso (decrépito), bichofear (silbar para desaprobar); bicharraco (persona fea y diferente);  significa, además,  hijo de puta y aparece en frases tales como, “qué bicho te pico” (persona que actúa de forma rara o diferente), y “bicho de mal agüero”. Y aunque parezca extraño le quedan pocos matices relacionados con la mitología. En Grecia todavía es un animal quimérico; espíritu de la lluvia: mitad mujer, mitad pez.  Y una nota final: En Cuba es sinónimo de persona lista, habilidosa,  sagaz.

Como bien pueden ver, este corto inventario nos es suficiente para concluir que con esta palabra y sus múltiples derivados y matices podemos definir y caracterizar en gran parte al ser humano. Quizás amparado en lo sugestivo de dicho vocablo Ibargoyen se dio a la tarea, nada fácil, de reinventar este “sub-género” en nuestra sociedad contemporánea.  Y en cuanto a la forma, para ser más contundente en sus apreciaciones y más eficaz en el efecto literario que se busca, Ibargoyen reduce estos textos a su mínima expresión. Para él, lo importante no es “describir” o “definir” apuntalándose en las características que más se asemejan a cada bicho, sino elegir con precisión ciertos atributos minimizados o excluidos, apoyándose en lo absurdo o simplemente en yuxtaposiciones a veces descabelladas para obligarnos a re-pensar cada realidad desde una perspectiva distinta. Estos textos son breves, ingeniosos y marcados por una cuota de  sabiduría sin precedentes en nuestra literatura. “Crustáceo incomprendido: / vaya hacia donde vaya/ siempre dirán/ que es para atrás (Cangrejo, 18)”.

Textos de estructura polisémica, ambiguos y alegóricos. Textos que crean un sistema de vasos comunicantes que en un momento de la lectura son la suma de una misma realidad, su negación, o su fracaso. Pero también, textos que si diversifican al infinito apoyados en la contradicción y en la paradoja: dualidad que oficia como lo más afín al acto creador y a la condición humana. Sin entrar en el campo de las categorizaciones, podríamos decir que estos bichos son la sombra sutil de apólogos, ecfrasis, ejemplos, epigramas, aforismos, acertijos, juegos verbales, absurdidades, parábolas y hasta  retratos efímeros y haikus. La brevedad de la composición o de la estructura lingüística es garantía de multiplicidad en el otro lado del paradigma: sentido y significado. Ibargoyen define y matiza con una precisión endemoniada, pero la definición se ahoga a/en sí misma  a conciencia para dar paso a una semántica atona-polifónica, donde cualquier derivado o atajo es posible siempre en el marco de una actitud crítica sin reticencias de ninguna índole y sin que falte esa gota de humor negro que hace a los textos más eficaces en su brevedad exquisita. Textos que son golpes de ironía, sarcasmos, estados de complicidad, burlas, martillazos implacables, baldazos de agua fría a la cara…;  pero igualmente textos que incitan a la compasión y a la generosidad tan poco frecuentes en nuestra época. “Pocos dudan/ de su inmortalidad/, y de su persistencia/. Cuando quedan/ de patas para arriba/ seguramente reflexionan/ sobre la brevedad / de todo lo que existe/ (Cucarachas, 23”).

Lo primero que salta a la vista inmediatamente iniciamos la lectura del  Bichario es que los diferentes bichos que lo componen aparecen en orden alfabético. El texto es un Bichario que a la vez es un diccionario minucioso. Y como no se trata de todo tipo de bichos, -aunque todos los bichos son el mismo por sustracción o por adición-, sino de sus bichos, o al menos  los que al autor más le interesan,  este aparente orden estructural es algo arbitrario que sugiere de entrada un juego intencional  e introduce la ironía como verdadera estructura del texto.  La pregunta obligada sería: ¿Por qué los bichos deberían de aparecer en determinado orden?  Sugerir un orden aparente cuando es precisamente el orden y lo que este implica lo que está en tela de juicio en todo el texto es una buena dosis de ironía que nos pone de lleno en las claves fundamentales del acto de escribir y sus posibles incidencias en la mente del lector. Ironizar y jugar subvirtiendo de entrada el orden de las cosas, todo tipo de entidades  e ideas es un plato “perfecto” que el lector saborea a plenitud desde la lectura del primer bicho-texto-poema.  Más aun si el autor afirma categóricamente desde el comienzo del libro que lo que conocemos está  muy lejos de lo que es o pudiera ser. “Vuelan en dudosa libertad/. Pocas de ellas fornican. / Trabajan sudando miel. / Mueren cuando deben matar. /? Por qué no nos enseñaron/ que son como no son ¿ (Abejas9)”.

Lo segundo es que algunos de esos bichos tienen más de una entrada en el mundo de la bichería.  Solamente uno de ellos,  el colibrí, mas de dos entradas;  aunque el tercero no aparece numerado como los dos anteriores de forma secuencial y se pluraliza. Esto  nos hace pensar  que el tercero no es mas que la suma de los otros dos, o su re-definición debido al descontento que el “taxonomista” percibe en su definición, o a la carencia que siempre demarca una posible síntesis. Todos los tres bichos de la misma especie parecen ser lo-mismo/los-mismos sin serlo, ya que nada existe en concreto, ni en la realidad, ni en la definición, ni en la idea.  Las trilogías tan caras a nuestra cultura y de las cuales depende nuestra filosofía y teología, no aparecen en el texto, ni siquiera cuando ese bicho es dios o el poeta.  Podemos afirmar así que Ibargoyen se apoya en cierto travestismo conceptual y lingüístico cuando disecciona sus bichos. Travestismo que nos enseña sin apelaciones que todo es nada y todo a la vez. Y algo más: que en el fondo y en la superficie todo se define mejor por lo que falta o pudo haber sido. O mejor: por lo que no es que por lo que es: “Sueña a menudo que es/ un hoyo negro dado vuelta. /Y corre a casa del Diablo/ que siempre lo atiende/ sin cobrarle  nada/ (Dios dos 26).”

Lo tercero es que, aparte de los “abichuchos”, verdaderamente bichos que hacen parte nominal del reino animal, aparecen otros especímenes que no pertenecen a la misma familia, especie o filum.  Aunque si lo vemos bien esos bichos que parecen salirse de la clasificación, son más bichos  que todos los demás ya sea de forma individual, o en su conjunto, o por intertextualidad. Estas disparatadas  constelaciones se componen  de Angeles,  Dios(2),  Escritor, Informativista,  Inversionista,  Madre, Padre, Mercader, Mujer, Nazi-(facista), Niños,  Poeta, Políticos(2) y hasta una Vulva.  Podríamos aventurar  de antemano que los que aparecen dos veces, o tienden a  multiplicarse hasta tres y que de manera sutil  o inapropiada se metamorfosean en otros  invadiendo su territorio y su idea, son los de más difícil definición y, a su vez, lo más peligrosos e inevitables debido a su  carácter inestable y proteico. Son bichos travestis,  pero no por necesidad de libertad sino por una tendencia enfermiza a la síntesis que les asegura su permanencia y su dominio. (El) tragarse lo otro garantiza no solamente permanencia y continuidad sino eliminación de la competencia.  Lo otro es que, no es difícil conjeturar, si hacemos la suma de las diferentes entidades bicharias, o contrastamos sus propiedades desde diferentes perspectivas, que este segmento constituido por bichos raros  conforma lo más alabado y glorificado de nuestra cultura y civilización. Producto este cuyas características son ambiguas ya que la mezcla, aunque podría  convertirse en un producto final único-ideal –(en una sola razón de ser y de hacer)-- no puede asimilar todos los componentes o atributos que por propia naturaleza se excluyen o se enfrentan.  Esto nos facilita entender que la contradicción u oposición permanente, -aparte de la ironía y lo lúdico-, son el recurso lingüístico o temático que  domina la estructura del texto  y cualquier idea o proposición que podamos sacar de él.  Los bichos no son, parece decirnos Ibargoyen, ni están presentes del todo. Son un algo que carece de contenido y de sentido, no-solo por carencia o involución sino especialmente por exceso. Pero igualmente no dejan nunca de ser lo que son, aunque siempre aparezcan o intenten aparecer como lo otro, o lo opuesto, o lo  que no son.  El bicho es una máscara,  que nos permite seguir siendo  sin que tengamos que enterarnos de lo que somos.  Por lo tanto combatir lo que no somos y al mismo tiempo  descreer de lo que somos es la contradicción inevitable a la que está condenado todo bicho en su diario ser y hacer. Ironizando, como en la teoría de la recepción,  podríamos decir que no hay múltiples bichos y bichotes y bichorios, sino diferentes formas o perspectivas de entender y decir y confrontar el mismo bicho  que se juega sus mil cabezas sin atreverse a jugarse ninguna y ni siquiera la suya propia.  Los bichos son un calco ontológico: únicos y unos.  Un-en-si, o un-para-si existencial  sin nada de contemplativo, ya que en los bichos todo es apetito. “Miembro de una subespecie/ expulsada del templo/ que resolvió adquirir/ -con riesgo de inflación-/ nuevos sacerdotes/ nuevos templos/nuevos dioses/ (Mercader 39)”.

La cuarta característica a destacar es que solamente aparecen en el bichario dos animales mitológicos: el Basilisco y  el Dragón(2); pero por extensión y similitud  también podríamos incluir en esta familia reducida, a Dios y al Poeta. Mas aun, si  pensamos en los devaneos absurdos de Huidobro y en  los descalabros de las musas. Serían solamente cuatro bichos mitológicos aunque el dragón aparece dos veces.  Esto sería lo único en común que tiene el texto con los bestiarios, o cualquier otro tipo o variante de ellos. Hay que enfatizar que estos bichejos antes mencionados son definidos apoyándose en características humanas muy específicas.  De todos sus atributos destaca el vocablo “encabronarse”.  A su vez Ibargoyen pone en entredicho su existencia. ¿No habría que sustituir, entonces, estos bichejos por el bicho hombre que incapaz de verse a sí mismo en su propio espejo siempre busca verse en el espejo de los otros como una forma de huir de sí mismo y de deificar su miedo y su nada? ¿Acaso no está acentuando Ibargoyen como Pessoa, que a pesar de nuestros grandes avances  hoy mas que nunca somos desconocidos de nosotros mismos? ¿Es tanto lo que nos hemos perdido, o equivocado  el camino que una posible identidad o reconocimiento ya no sería posible? Si Ibargoyen hubiese incluido en su inventario al “bicho” Nietzsche  el cuadro de nuestra confusión humana sería más complejo y desolador.  Pero no es solamente eso. Esta carencia y falta de valor, o encierra en sí una paradoja irresoluble, o nos pone frente a frente con el enigma de nuestra realidad cotidiana: la ausencia de toda mitología, su desgaste o inutilidad, podría muy bien presentarnos la muerte en cuanto tal como lo único cierto; y lo que es peor, la muerte de la imaginación como nuestro destino final. Por una parte, el mundo y el hombre se deshacen como entidad ficticia, y por la otra cada vez más el desconocimiento se perfila como la verdadera esencia del hombre, para recurrir una vez más a Pessoa. “Todavía humeante y sin trabajo/ deambula entre los objetos como libros/ y abuelos enmudecidos. / Mientras/los niños se masacran/ en los patios del los colegios/ (Dragón2, 27)”. Pero Ibargoyen no renuncia del todo y transfiere al mundo virtual el papel de conservar e implementar la ficción como nuestra última puerta de escape.  Esa caja de resonancias infinitas tan espantosa y fascinante a la vez, se convierte entonces en el sustituto inevitable de la muerte de la mitología y de lo mágico. Sale sobrando en el mundo posmoderno:/ los príncipes yuppies/ lo usan de mascota/y las princesas del jet-set/se acuestan con sus guardias/ en castillos virtuales y coquetos (Dragón1, 26)”.

La quinta característica que quiero acentuar es que uno de los bichos  aparece repetido con una variante ortográfica. Oveja aparece con hache y sin ella. Oveja con hache, aunque no distinta sustancialmente de la que no la tiene, se perfila en el texto como el símbolo de la víctima de todos los tiempos. O mejor sería decir que deviene chivo expiatorio. Sustituir en el campo de las tautologías religiosas lo femenino por lo masculino sería una rectificación historica de consecuencias impredecibles en el subsuelo de nuestra cultura, o un simple intercambio y asimilación de roles.  El débil, no importa el lugar que ocupe en el sumario de los horrores y errores de la historia del hombre siempre acaba pagando las cuentas. Pero lo particular de esta dualidad que no logra dislocarse completamente es que “Con hache / o sin hache/ siempre le arrancan/ la ropa/ y se la chingan/ (Hoveja 33)”.  A la que le falta la hache, sin dejar de ser igualmente un bicho indefenso se la asimila con su verdugo: el lobo. Asimilación que por contraste o intercambio de papeles nos muestra el lado oscuro de las cosas, o esa otra realidad desconocida que define a los seres humanos a conciencia o por ausencia de la misma.  La segunda oveja, la verdadera, la académica, la de buena ortografía, no sería otra cosa que el bicho Hombre2 camuflado, que aparece en el texto. Esa que la tradición desde tiempos bíblicos ha convertido en alimento de todos los días: la  oveja con piel de lobo. “Mamífero de canas prematuras/ cuenta lobos cada noche/para así dormir/ Como una oveja buena/ (Oveja 44)”. 

Sexto: aparecen en el texto dos bichos, o mejor sería decir bichotes, ya extintos y siempre incomprendidos. Dinosaurio uno y dos. Haciendo memoria vemos que solo en el mundo del cine, donde incluso llegan a amarse, se muestran con una carga de identidad positiva. El  Uno aparece como lo indescifrable, ligado a lo escatológico que es la sustancia más afín al mundo y a la condición humana.  El Dos no es más que el símbolo de nuestro fracaso y por ende del fracaso de nuestra cultura. Nuestro espejo perfecto: testimonio de nuestra involución. Los dos sumados o sustraídos  serian el libro acabado del ser humano: incapacidad de conocer y de saber. Y más terrible aún, incapacidad para ver mas allá de nuestra propia inmundicia: “Son mercancías de plástico barato/ son viles marionetas de tevé/son los últimos bichos/que no pueden borrarse/de la fosilizada memoria humana (Dinosaurios2, 25)”.Estos Lagartos indescifrables/ levantaron torres de mierda/ cuando el planeta era más joven. Sus huesos de piedra/son temas de libros y películas/como si aquel añejo hedor/se hubiera disipado (Dinosaurios2, 24)”. Pero Ibargoyen no se olvida de poner un pedazo de esperanza en el otro platillo de la balanza. De ellos queda un calco, como del rinoceronte una especie de unicornio, que los redime: la lagartija.  Aunque igual que ellos ajena al éxito y a la gloria. “Velocísima metáfora/ finísima tortuga/ gavial indeciso/ caimán infantil/ cocodrilo fracasado/ Lagartija, 35)”. Podríamos decir que estos Dinosaurios tan manoseados en nuestro tiempo son simples variaciones del animal metafísico y sus diferentes manifestaciones. Matices de su diaria e impecable mediocridad. Ibargoyen percibe con absoluta claridad que aunque no somos, estamos en cada uno de ellos. Somos sus fragmentos, sus átomos, sus moléculas en continua ebullición, sus metidas de patas, sus callosidades y de tanto en tanto sus huevos y sus polluelos y su futuro y la tanta literatura que generan. 

Séptimo: el inventario se completa con dos bichos nuevos. Uno, no precisamente por su falta de existencia, sino porque su re-definición lo hace aparecer como lo que de verdad es a pesar de su naturaleza proteica: un bicho de doble o triple moral: Otánico u Otaniense.  Bicho moderno de lo más primitivo, que recurre  a  todo tipo de artimañas para salirse con la suya, o hacerle creer a los demás que él es la razón de ser de todo cuanto existe o  encierra un “valor” o razón de ser.  Su principal víctima es la paz y la justicia a las que asesina en nombre de las mismas.  “Pertenece a una turbia/ infraespecie protoprimatológica/ de los mares del norte/. Mutante desenfrenado/adora la clonación/de cadáveres infantiles/y recurre a escopetas y cuchillos/ hachas y cañones/ discursos y misiles/. Detesta la paz y la justicia/ pero mata y destruye en su nombre/(43)”.  Sin comentarios.

Octavo: el bicho que cierra la clasificación es un ente sin referente real, pero que es a la vez alfa y omega, principio y fin de todas las cosas: Zuzú.  Bicho difícil de clasificar. Aparentemente no tiene que ver nada con los otros, pero  se las ha arreglado para convertirse en su síntesis y razón de ser. También en síntoma permanente de confusión y de negación.  Bicho mecánico-virtual, producto de una exquisita imaginación y de la técnica. Esperanza pura y puro nihilismo. Bicho de convergencia y negación.  Monstruo de mil cabezas que no sabe nada de ellas y que sin embargo las controla todas a sus anchas y que se ha convertido sin saberlo y a su pesar en una caja de resonancias infinitas y de espacios de perversión y  libertad: “Su nombre surgió /de su susurro:/es bicho hibrido/de la realidad virtual/y de la contaminada/imaginación humana (Zuzú, 58)”.

Y una curiosidad final:  Ibargoyen como hombre de palabras, no podía excluir de su inventario ese bicho raro y a la vez tan conocido que es el Poeta. Bicho “híbrido” que es la suma de todos los otros bichos, por adición o por sustracción, y que en el texto aparece muchas veces como puente de comunicación, o nexo lingüístico que permite una re-definición más afín a la naturaleza de cada bicho.  Bicho que se ha endiosado o lo han, cuando la verdad es que se arrastra todos los días como una pegachenta babosa  o la más despreciable de las alimañas.  “Bicho metafórico/ productor de versos/  tan inútiles  como estos. / Hasta ahora ha sido/ históricamente inevitable/ (Poeta, 49)”. Sería bueno reflexionar un momento sobre el adverbio “históricamente”, ya que este adverbio acaba con la trascendencia que al poeta le han inventado sus adoradores,  o que el  mismo se ha inventado para su propia gloria.

 Ibargoyen lo radiografía a la perfección sin ningún tipo de consideración ni respeto,  y lo saca al sol con todo su ropero. En el poeta convergen, o se dan cita, todo tipo de bichos por pura necesidad e interés. Ibargoyen se vale de todos ellos para darnos un retrato más afín a sus rarezas y, sobretodo, de esa obsesión  enfermiza de querer ser y de permanecer,  aunque sea lo que no quiere ser y donde no quiere estar.  En todos los bichos y sus bicherías siempre hay algo afín al poeta. Aparte de ser innecesario, metafórico, histórico,  inevitable, también es un bicho que puede ser todos los otros bichos  con la vana-esperanza de convertirse en prototipo de la especie. Es un bicho híbrido que toma de todo lo que lo define por segmentalidad y metamorfosis. Cambia constantemente, no tanto por el color que toma cuando le es necesario o ventajoso, sino por su desproporción, hipermetabolismo y rapidez para la reacción. Es bicho reactivo,  puesto que necesita depender de, y especialmente porque necesita ser afirmado en él mismo, desde el punto de vista del otro que él identifica como él mismo.  Podría ser Abeja y Águila y Alacrán y Basilisco y Amiba y Madre y Bacteria y Padre y Serpiente e Inversionista etc.  Bicho neurótico, siempre buscando en lo otro ser único y diferente, precisamente porque sabe que no puede serlo.  Bicho temático, bicorne, e hiperbólico, parecido a un espejo que refleja siempre a los otros con su rostro inconfundible, como el padre que quiere que todos los hijos sean su copia o su calco.  “Nunca es uno solo/ este macho tonante/ parecido a un espejo/ donde el dios quiere/ que siempre nos miremos (Padre, 44)”.  O también bicho feminado como la madre. “Hembra adaptada/ a incontables funciones. / Alguien dijo en un tango/ que había una sola/.  Menos mal/ que es así (Madre, 37)”.

La verdad es que el espectáculo o el inventario sería desolador y macabro a no ser  por la cuota de humor fino y delicado conque el autor delinea, matiza y construye sus bichos y sus bichadas.  La crítica implacable con que el autor demarca y estructura estos textos, no sería suficiente medicina que nos impida caer en lo amorfo y la desesperanza, si esa crítica no recurriese a juegos semánticos y a explosiones permanentes de humor.  Unas veces, un humor negro y cáustico que quema, despelleja y abre viejas heridas; otras, las mas, un humor de una ternura infinita que deja las puertas abiertas a la compasión, la generosidad, el reconocimiento y el entendimiento.  Humor que desemboca como un afluente incontenible en la ironía, que a la vez se transforma en sarcasmo que se hace paradoja, acertijo, adivinanza, y golpes de iluminación. Y lo más importante es que por ningún motivo aparece en ninguno de los textos el recurso moral o pedagógico como estrategia narrativa o desenlace conceptual.  La ambigüedad permanente de los textos y el cambio de perspectiva de la voz poética nos libera de la idea a través de la idea misma.  Y si aparece algún viso de enseñanza moral esta no sabe cómo decirse o no puede ni quiere decirse a plenitud.  Anoche destrocé/ por mero error/y de un solo manotazo/a un mosquito volandero. /Algo crujió enseguida/al sur de la galaxia (Mosquito, 41)”.

Aparte de estas singularidades o rarezas, para no decir extrañezas,  en el campo semántico estructural y ontológico, todo el texto o inventario esta permeado por la duda, la ambigüedad, la contradicción, la negación radical o sugestiva, la interpolación o interposición, oposiciones permanentes, síntesis descabelladas e ingeniosas, absurdidades, insinuaciones que se transforman en afirmaciones sorprendentes, mascaradas sin rostro, finos procedimientos de disección que nos conduce de lo posible a lo imposible o viceversa etc.  Lo que se dice, por ejemplo, de las abejas (texto ya citado) se podría aplicar a todos los especímenes de la colección: “ ...? por qué nos enseñaron/ que son como no son¿ (9). Este tipo de visión o intento de definición donde la gramática y todos sus componentes actúan como un síntoma de la impermanencia, -más que una forma de conocimiento o estructuración-, le permite al autor  introducir en cada texto nuevas relaciones y oposiciones que nos obligan a percibir y entender la realidad desde otro ángulo o punto de vista. Pero no se trata de negar para volver a llenar los espacios vacios con nuevas entelequias sino, más bien, de darnos a nosotros como lectores las herramientas para que nosotros mismos podamos  crear o recrear nuestra propia realidad y forma de ver el mundo.  ”En un añoso libro/hemos leído/que invento anzuelos/flechas y redes/para cazar al pescador (Pez, 46)”.

El texto está armado de tal forma que nos permite establecer diferentes tipos de relaciones, oposiciones y yuxtaposiciones entre los entes de toda esta fauna perversa. Combinaciones y síntesis tan arriesgadas y monstruosas que dibujan-inventan una atmósfera donde todo se presta a la “confusión”. Puntos de convergencia y/o de encuentro fortuito donde se hermanan situaciones, objetos, entidades, funciones, acontecimientos... que aparentemente no tienen nada en común y que carecen de un valor o significado indispensable para la vida. Permanentes antítesis se retro-alimentan en todo el texto creando una red compleja de encuentros y desencuentros. Antítesis que a la vez que atisban u sugieren una posible síntesis no logran encontrar un punto de encuentro y por lo mismo hacen más intensa la contradicción. O simplemente antítesis que devienen otra cosa diferente de la fuerza que se les opone o les sugiere un momento de convergencia. Así que, más que antítesis, lo que aparece en el texto son diferentes escalas, dimensiones y secuencias reiterativas de ser de otra forma las cosas y sus reflejo-idea. “Escondido/ en la blanca sombra/ de su extinción/ ya no se atreve/ a transformarse en sirena (Manatí, 38)”. Es tal el número de bichos que insinúan otros bichos que no aparecen en el texto, ya sea por relación directa o indirecta o incluso por omisión, que el texto se vuelve circular o espiral. Bichos sacados de los “comics”, la televisión, la publicidad, la literatura, la religión etc. Como ya reitere mas de una vez, no se trata solamente  de lo que está sino de lo que falta, y de lo que un lector avisado puede sumar a la colección ya que el texto es un texto abierto a la imaginación y a la continuidad. El poeta esta cerca de dios, lo que ya es un exabrupto, pero también del mercader y del fascista y del padre  y de los políticos, -como ya lo afirmé-, pero también de las amebas.  Bicho insignificante (-las amebas-) y ninguneado que de toda esta lista de deidades inamovibles es el que sale mejor librado. “Esta gota de gelatina/ se mueve en ciertas ocasiones/ como un amoroso corazón humano/ (Amiba, 11)”.  Extraña forma de reivindicar el corazón humano y al hombre por extensión en un ente microscópico tan desacreditado.

Se trata, según Ibargoyen, sin tener una misión asignada, ni una actitud moralizante imperativa, de desmitificar la condición humana y su entorno.  De intentar una nueva visión de las cosas, acciones situaciones, visiones  y todo tipo de meta- ficciones y meta- funciones. De volver a “definir” como mejor se pueda un mundo en estado de coma, cambiando de perspectiva cada vez que sea posible y dejando de lado la definición misma como imperativo, o como producto de aprioris de un conocimiento generalmente al servicio del poder y de sus intereses oscuros.  Lo que Ibargoyen se propone es rescatar el impulso como estrategia de conocimiento; la intensidad de la idea y de la visión dejando de lado el ritmo preestablecido  y estipulado como función dominante tanto en el significante como el significado. Reinventar, si todavía es posible, lo que  echamos a perder para encontrarle una posible razón de ser a lo  poco que queda, o a lo poco que quizás  podamos y valga la pena salvar, ya que “Este bicho casi inédito/ comete a menudo/ el error metafísico/ de parecerse demasiado/ a la realidad/ (Camaleón1, 17)”.  Denunciar, poner en tela de juicio, volver a poner las cosas en su sitio, aunque sea el sitio que no les corresponda; dejarnos ver al menos por un instante el otro lado de nuestra imperfección, o el  otro que somos; destapar la olla podrida de todos nuestros sueños y conquistas  y ver que tanto los unos como los otros se escapan por todos lados como bichos retorcidos y asustados. Con el hombre y sus conquistas pasa lo que pasa con el chivo: “Expiatorio o no/  como enseña Martin Fierro/ va a parar al asador (19)”.

Ibargoyen insiste hasta el “desespero” en que el valor de las cosas no está en lo que creemos o glorificamos, o nos han hecho creer, sino en lo que falta o fue sustituido generalmente con fines-intereses oscuros. La confusión de fines y medios  y la asimilación desesperada de antítesis innecesarias nos han convertido en seres oscuros e indeseables. Y por lo mismo, por haber sobrevalorado o subvalorado lo que somos,  e incluso lo que no somos, hemos perdido el rumbo  y ciertas cosas que quizás a pesar de su aparente falta de valor eran más afines a nuestra vida que la vida que compramos todos os días en cualquier mercado. Y lo más terrible es que estamos condenados a esta situación ya que, en el fondo,  siempre queremos o deseamos ser lo que no somos. Antítesis que es la raíz misma del hombre. Su única puerta  de salida pero, también, su perdición o marca inevitable. A las águilas, símbolo del poder  y del éxito  y de lo que nos hace diferentes y nos perpetua, Ibargoyen las disecciona y nos las muestra como simples objetos sobrevalorados que “un viento de neutrones borrará ( 9)”.

 Cada bicho es un universo aparte, un microcosmos poli-afónico continuo e imprescindible que es afectado de forma fortuita o intencional por bichos de otras galaxias sin que podamos evitarlo. Así que somos tan responsables como ajenos a nuestros actos. En consecuencia, lo que ES desde nuestro punto de vista, no es lo que parece SER; lo que cuenta, quizás, es LO-OTRO que hemos relegado a un segundo plano. Hablando del caballo nos recuerda que este “No es noble/ ni bruto: / es el caballo (Caballo1, 16)”.  Un fonema arbitrario; una convención sustantivada; una realidad que definimos no tanto en ella misma sino en nosotros mismos o en función-de o para-qué. Este bicho tan glorificado y amado igualmente puede ser  “…  esta mortadela/ que galopa con su pan/ entre mis dientes/ (Caballo2,  17)”.

 Este Bichario es una radiografía perfecta del ser humano y su entorno.  No solamente en esta época moderna tan paradójica y empobrecida, sino de sus obsesiones históricas, políticas, ideológicas y metafísicas. Es nuestro currículo vitae. Hoja de vida que compartimos con todos, o que converge en cada uno de los bichos habidos o por haber habidos. Historia personal que llevamos escondida  por temor de ser sorprendidos infraganti en nuestros descalabros, o porque tenemos miedo de convertirnos en nuestro propio sicoanalista y sofá. No son solamente bichos bípedos o de cuatro patas los que deambulan por estas páginas, sino, también, retorcidas entelequias, cosmovisiones agónicas,  ontologías desgastadas,  mecanismos inconsecuentes,  imperativos devastadores,  huecos,  gramáticas perversas,  resabios semánticos,  etc.  Hacer un inventario de todos los golpes certeros  que se escuchan es esta diminuta caja  de resonancias infinitas y de múltiples deseos, daría no solamente para muchas páginas sino para muchos libros. Cada texto actúa como un aforismo bien delineado y conciso que a pasar de su  reducido número de palabras se basta a sí mismo. Cada palabra es un campo de fuerza de infinitas posibilidades tanto en lo significativo como lo creativo. Infinitos planos que se entretejen y se retroalimentan creando una geometría de axiomas interminables que se reavivan en la contradicción y en la paradoja.  Aquí no hay lugar para los atributos ni las síntesis innecesarias. Adjetivar, catalogar, o estructurar es ineficiente y poco agradable para el placer del entendimiento. Como cuando llevas esas listas largas y pormenorizadas al mercado que terminan acabando con nuestra salud individual.

Ya solo me queda agregar que este Bichario igualmente encierra una actitud crítica fresca y abierta contra un mundo que aunque parece que todo lo ha logrado, lo ha perdido casi todo. Esta es la paradoja o contradicción esencial del texto: el progreso es un arma de destrucción, ya que crear de alguna forma implica destruir; y lo más irónico es que no nos queda otro camino.  Vivimos en un mundo confundido, atragantados por un montón de cosas inservibles, pero igualmente hay pequeñas cosas, a veces solamente una palabra, o una entidad subestimada, que nos es suficiente para continuar adelante:  “Suele soñar/-dijo el poeta-/ con túneles sabrosos/ de interminable luz  (Lombriz, 36)”.

Ibargoyen nos ha regalado con su Bichario  una nueva ciencia o campo de conocimiento que como el universo no se contrae sino que se expande y cuando se contrae es solo para dilatarse con más intensidad. Ciencia que podríamos llamar Bichología o Bichería. Campo de fuerzas en permanente tensión y regeneración que nos obliga a repensarlo todo y a reinventarlo. Cuerpos vacíos de tanta plenitud como diría Deleuze. Hemos sobrevalorado al extremo entes, hechos, situaciones, símbolos… y minimizado otros a tal extremo que  esta actitud tan humana ha empobrecido y debilitado la fuerza expresiva del hombre y su capacidad  para sentir y actuar.  Igualmente hemos empobrecido la sociedad como un todo.  Esta antítesis  dominante en nuestra cultura, que exige excluir uno  cualquiera de los términos para sobrecargar el otro de un valor que en realidad no le corresponde, en su totalidad es producto de una oposición o yuxtaposición  que obedece más a una conducta social dominante que a una necesidad emocional o racional. Exaltar algo y convertirlo en el modelo es perder, no sólo el sentido de lo que se sacrifica sino, también, lo exaltado, ya que casi siempre el agregado no se ajusta a las propiedades reales del ente o de la realidad, creando, por lo mismo, un hiper-monstruo de difícil remoción o transformación después que ha sido consagrado y deificado. El hombre ha creado dichos engendros y se alimenta de ellos a tal punto -nos dice Ibargoyen- que ya no sabe más que de lo mismo,  aunque se niegue a reconocerlo. Una acumulación exagerada de atributos diversos que repiten el panfleto ontológico de lo uno y  lo único, impiden que el animal viviente encuentre  una luz en el camino. Y lo peor es que no le queda más remedio que llevar o soportar una carga que no está hecha a la medida y necesidad  de sus instintos, sus deseos y su capacidad. “Más fuerte que Sísifo/ conduce su bola de caca/ a través de las heces/ de los humanos mundos/ (Escarabajo, 27)”.

Bibliografía

Arreola, Juan José. Bestiario. Joaquín Mortiz. México, D.F., 1982

Curley, Michael J. Physiologus. Austin: University of Texas Press,

Ibargoyen Saúl.  Bichario.  México: Ediciones del  Ermitaño, Minimalia, 2003.

Moliner,  María.  Diccionario de uso del español. Editorial Gredos. Madrid, 1990.

Seco, Manuel  y otros. Diccionario del español actual. Aguilar, Lexicografía. Madrid, 1999.

Notas:

[1] Fue uno de los libros más populares en la Edad Media. Se divulgó en griego, latín y la mayoría de las lenguas vernáculas de Europa. Como su autor es desconocido, el texto fue atribuido a varios autores cristianos. Entre  ellos Epiphanius, Peter de Alexandria, Basil, John Chrysostom, Athanasius, Ambrose y Jerome. También se dice que autores de antes de la era Cristiana, tales como Salomón, Aristóteles y Heródoto, escribieron parte del mismo. Michael J. Curley. Physiologus. Austin: University of Texas Press, 1979.

Manuel Cortés Castañeda
Eastern Kentucky University

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