"Prosas antropófagas", poesía de Mainor González Calvo 

Antropofagia poética 
Adriano Corrales Arias

"Prosas antropófagas" poesía de Mainor González Calvo, Ediciones Perro Azul, 2005

Mucho se ha discutido sobre la pertinencia de la poesía en verso y /o en prosa. El postmodernismo nos retrotrae a la cuestión con una copiosa producción de poesía en prosa, o lo que algunos han dado en llamar “prosemas”. La disputa se zanja si conceptuamos poesía como algo más que lo escrito en verso: el asombro humano ante lo bello, lo brutal, lo desconocido, sintetizado en metáforas o analogías; o sencillamente la enunciación y comunicación armoniosa en torno a los dramas humanos más sensibles y complejos. Así, toda expresión artística (pintura, escultura, música, novela, etc.) que no posea esa condición de asombro y metaforización de lo más sensible humano, no sería arte. Dicho de otra manera, la poesía palpita en toda versión estética de la realidad y al final de cuentas es una cosmovisión, una actitud, un modo de vida.

Lo anterior me permite ingresar al último libro del poeta Mainor González Calvo, Prosas Antropófagas. Ya en el primer epígrafe, en el pórtico del poemario, el autor nos previene respecto de lo anterior, con la voz de Charles Baudelaire: ¿Quien de nosotros no ha soñado… con el milagro de una prosa poética, musical aun sin ritmo ni rima, lo bastante dúctil y entrecortada como para amoldarse a los líricos vaivenes del alma, a las oscilaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?” Y, ciertamente, la propuesta de Mainor tiene que ver con esos líricos vaivenes, esas oscilaciones y esos sobresaltos de la conciencia.

Dividido en tres partes (La mandíbula procaz de la existencia, Cómo desplumar  a una mujer y Antiácidos contra la vida), el poemario es una apuesta rigurosa por una poesía capaz de mostrar la decadencia posmoderna con una sensibilidad y una voz decididamente posmodernistas, pero condimentadas con un surrealismo sugerente. En la primera parte el hablante expresa sus posiciones, estrategias, preferencias, trucos, necesidades, manías, tentaciones, deseos, invitaciones, rebeldías, desesperaciones, desesperanzas, fracasos, complicidades y derrotas. Todo dentro de una escenografía urbana que se escapa en autobús hacia la provincia, hasta una Liberia que lo despierta con su luna de medianoche y un sol de las 3: 30 p.m. que “invita a la procreación de los deseos y al reinado inclaudicable de la desobediencia”.

En la segunda parte el personaje central es la mujer. Con una nostalgia atrayente, pero especialmente con una desesperanza y un desasosiego existenciales, nos habla de la mujer en todas sus aristas, mejor dicho, de las mujeres: “las normales”, “las muchachas morenas”, “las que pinchan y capturan el corazón del hombre”, la “imaginaria náutica”, “la flotante imaginación”, las distantes, terribles, “las perroskas”, “las coronelas”, “las bombas de precisión”, “máquinas de exterminio”, “tornados sin clemencia”, “súcubos”, “vacuna hipodérmica contra el deseo”, “la soledad barata” las “que son propiedad ajena”. La mujer no sale muy favorecida con ésta secuencia de epítetos e imágenes que bien podríamos endilgar a un misógino. Esa, de alguna manera inexplicable, paliza verbal, se podría entender cuando conversa de Vos, de la amante perdida o imposible; hay allí una voz corrosiva tocada, indudablemente, por la carencia, o la ausencia, del amor.

En la tercera parte aparecen las quejas, los acuerdos ejecutivos, “la voz del sentenciado”,  las disertaciones del energúmeno, las pesquisas de casos ya perdidos, las sagas de fiestas sin final premeditado, “la rutina amodorrada”, “el pájaro peluca” y las “malaventuranzas”. Acá el hablante nos ofrece un “antiácido contra la vida”, manera de predisponernos y advertirnos contra una sociedad asimétrica e injusta que construye y “desconstruye” un  sistema caótico y burocrático, el cual se solaza con la explotación e invisibilización del individuo, ofreciendo, cual resarcimiento, el consumo, dando paso así a la mediocridad, la rutina, el falso testimonio, la traición, la liviandad, torpeza y pedantería del poder y sus espacios epónimos. El hombre, en este contexto, es el lobo del hombre, de allí tal vez el título del poemario. En esa sociedad y su sistema la poesía no tiene cabida, por eso el poeta se burla y se desternilla de risa para hacernos comprender la ridícula y homicida moral de sus detentadores y serviles.

Definitivamente estamos ante el mejor poemario de Mainor González Calvo, y ante uno de los mayores aciertos de los publicados en los últimos años en una Costa Rica que está produciendo poesía de calidad como nunca. Lástima que a veces encontremos un exceso de adjetivación y de imágenes, lo que atenta contra la nitidez y consistencia del texto. Pero eso no obsta para reafirmar lo ya dicho.

Adriano Corrales Arias

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