Marco Aguilar:  un referente silencioso en la poesía costarricense
Adriano Corrales Arias

Marco Aguilar es un poeta turrialbeño que ha preferido la tranquilidad de la provincia a la ruidosa carrerilla de la farándula urbana. Amigo y correligionario de Jorge Debravo, por tanto fundador del Círculo de Poetas Turrialbeños, más tarde Costarricenses, su obra, lamentablemente, ha sido invisibilizada por el canon y la tramoya literaria nacional. Luego de la muerte de Debravo, y tras una breve estancia en San José con la publicación de sus dos primeros poemarios, decide regresar a su Turrialba natal donde se dedica al oficio de técnico en radio y televisión.

Su poesía, tallada y esculpida en silencio, ha visto cuatro libros con tirajes muy cortos, tal vez por esa razón las nuevas generaciones no conocen la ardorosa búsqueda de este bardo turrialbeño. Son muchos los poetas y críticos que han valorado la obra de Marco Aguilar como una de las propuestas más coherentes y lúcidas de la poesía contemporánea costarricense. Y, sin embargo, nunca se le ha reconocido con ningún premio ni se le ha brindado la atención que merece en la academia y en los ámbitos educativos y/o periodísticos.

Con mucho tino la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED) acaba de publicar la Obra reunida de Marco Aguilar. Por cierto, y como elemento curioso, al final los datos biobibliográficos del autor son más pequeños que los del compilador. Y eso, de alguna manera, subraya la condición de un poeta que “no desea hacer literatura”, como apuntaba su compañero de viaje Jorge Debravo. Es decir, estamos ante un poeta que ha comprendido muy bien su papel en tanto productor de poemas no para la fanfarria de los premios y los viajes, sino sencillamente porque debe decir lo que le atormenta y puja por salir.

La antología de la EUNED nos permite ingresar al mundo poético de Aguilar, donde lo primero que nos sorprende es la calidad formal del vate. Son pocos los poetas costarricenses que han acudido al soneto, esa estrofa tan difícil y compleja, verdadera apuesta estilística para cualquier poeta, con resultados tan frescos y efectivos. Porque Marco Aguilar introduce en el soneto cierto humor y cierta cotidianidad que le restan su carácter solemne y nobiliario. Dicho de otra manera, experimenta dentro de una forma canónica para otorgarle contemporaneidad y gracia. Y lo logra con creces.

Pero no se crea que Marco Aguilar solamente se inclina por el soneto en el extenso maremágnum del verso libre moderno y posmoderno. No, también acude al verso blanco y a la libertad estrófica sin perder la musicalidad interna y el propósito que anima al poema. Trato de decir que, ni en el soneto ni en el verso libre, el poeta se extravía, es decir, el tema, lo referido, o lo que se desea comunicar, está presente en la forma y se desplaza como pez en el agua. Es lo que sucede exactamente con el poemario Emboscada del tiempo (1988), auténtica epopeya y canto general que logra posicionare como uno de los esfuerzos más logrados de la poesía costarricense de los últimos treinta años. 

Lo importante de la antología que nos ocupa es que, además del ya mencionado y de sus dos primeros, Raigambres (1961) y Cantos para la semana (1963), con el estupendo El tránsito del sol (1996) (donde resuena El tránsito del fuego de Eunice Odio), incorpora tres libros inéditos del poeta: La miel de cada día, Mi voz nace de piedra y Otra poesía reunida. Lástima que el segundo no aparezca completo. Esto porque nos permite asistir a la “evolución” del trabajo aguilariano en tanto crecimiento silencioso de un auténtico trabajador  de la palabra que no se ha dejado encandilar por los fuegos fatuos de la fama y la tontada. En ese crecimiento podemos observar la sencillez encerrada con maestría en formas poéticas finamente elaboradas. Como en el buen vino, los años agregan el sabor del añejamiento.

La profesión de Marco Aguilar está en el taller de radio y televisión. Pero su verdadero oficio se expresa en la palabra precisa y rigurosa, en el endecasílabo finamente logrado, en el soneto portentoso pero no pretencioso, en el poema épico donde se lamenta del destino humano signado por la violencia y la exclusión. Y en el amor, la ternura y la solidaridad que se incuban en la profunda sensibilidad de un verdadero poeta. Todo ello con la sutil y sosegada visión que dan la provincia y la distancia de los centros del poder cultural.

Debemos agradecer a la EUNED este acierto editorial que, de alguna manera, rescata una de las voces más auténticas de nuestra poesía. Una voz que no se arredra pero que no se arriesga en la parafernalia posmoderna y su sintomática pasarela de flashes, premios y alabanzas. Mucho menos se asoma al grotesco valle de la transacción para el próximo premio o para el evento venidero. Una voz de auténtica raigambre tica pero sin perder su exactitud meridiana en el concierto universal de la palabra.

Como lo reseñara en su momento don Alberto Cañas, recordándonos la apreciación de eso otro grande poeta olvidado, Alfredo Cardona Peña, quien, desde México, apuntaba que de los poetas de Turrialba, a su juicio, “el de más porvenir era Marco Aguilar”, el poeta no nos ha defraudado: aparte de ese enorme río lírico que es Jorge Debravo, podríamos afirmar que es el poeta vivo más importante de su generación. 

Adriano Corrales Arias

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