El caso Ernesto Cardenal y la diplomacia literaria
Adriano Corrales Arias

Es harto conocida la imagen del poeta-cura con aureola de guerrillero: boina calada al estilo del Ché, cabellera, barba y cotona blancas, blue jeans y sandalias. Así se presenta y se ha hecho reconocida la imagen de Ernesto Cardenal, cuya proyección es sobre todo testimonial porque se trata de un cura, monje contemplativo, discípulo nada menos que de Thomas Merton, el gran místico cisterciense del siglo 20 y autor exitoso.

 

Pero también porque fue un antisomocista combativo y sandinista durante la guerra de liberación nacional que luego se dejó utilizar por los comandantes “en aras” de la Revolución. Además, soportó el chaparrón y el dedo satánico-acusador de Karol Wojtyla (Juan Pablo II) en la entonces Plaza de la Revolución ante miles de feligreses y ante las cámaras de todo el mundo. Esa imagen no se borra de nuestra mente.

Debido a un lío de tierras en el archipiélago de Solentiname, Nicaragua, lugar histórico por su lucha contra la dictadura somocista y por el mito del mismo Ernesto Cardenal con su comunidad cristiana-guerrillera cercana al comunismo primitivo, y a una probable condena por injurias y calumnias, la figura del poeta adquiere nueva resonancia.

            

Recientemente un tribunal nicaragüense rechazó dar trámite al recurso de hábeas corpus que un organismo de derechos humanos presentó a favor del poeta y sacerdote, quien supuestamente es perseguido por la justicia debido a una condena por injurias y calumnias, que, según el mismo Cardenal, es una venganza de Daniel Ortega por haberlo llamado “ladrón” en la toma de posesión del actual presidente paraguayo, ceremonia a la que fuera especialmente invitado. (Como muchas personas, pienso que más bien se trata de una venganza de la esposa de Ortega, Rosario Murillo, lo que convierte “el caso” en un asunto doméstico de relaciones de poder).

            

Por otra parte, la Asociación para el Desarrollo de Solentiname asegura en un comunicado que Ernesto Cardenal no es dueño del hotel “Mancarrón” de Solentiname, ni ha pretendido serlo pues el hotel ha sido históricamente propiedad de la APDS y que todas las propiedades que posee dicha asociación fueron donadas por el mismo Ernesto Cardenal, quien a su vez las compró en el año 1959 a Don Julio Centeno, padre del actual Fiscal General de Nicaragua, Dr. Julio Centeno Gómez. Finalmente la APDS lamenta la forma en que ha sido utilizado el caso para atacar a Ernesto Cardenal, así como la indolencia del sistema judicial en los juicios civiles y penales que ha habido. Firman el comunicado el Dr. Fernando Silva, el Padre Fernando Cardenal, Olivia Silva, Gloria Guevara Silva, Esperanza Guevara Silva, Myriam Guevara Silva, Bosco Centeno Aróstegui, Esperanza Centeno Guevara, Xochilt Centeno Guevara, Luz Marina Acosta, William Agudelo, Juan Agudelo, Antonina Vivas, Luís Rocha Urtecho, Julio Valle Castillo, Flor Guerrero y Pedro Morales.

            

Independientemente de la situación legal del poeta y de su condición respecto a las tierras de Solentiname (aunque habría que aclarar si se trata de denunciar la desaparición del estado de derecho, dentro de lo cual la persona de Cardenal es incidental, porque entonces la denuncia debería ser otra y precisamente se daría un conjunto de hechos en los cuales lo del poeta sería solo un ejemplo, no "el caso"; o si se trata de defender personalmente al poeta de la “persecución”, porque desde acá parece ser cosa juzgada, aunque, hasta donde sabemos, goza de plenas libertades) me interesa destacar en este artículo el despliegue del que ha sido objeto el mismo. En diversos países se han publicado cartas y comunicados de apoyo a Cardenal como si de un preso de conciencia se tratase. Se llama a la solidaridad y a la lucha por la defensa del vate en Nicaragua ante la “persecución sandinista”.

            

Debo advertir que no soy partidario del actual gobierno nicaragüense ni de sus representantes. Al contrario, me parece aberrante que las heroicas banderas del sandinismo originario hayan sido arreadas por un pequeño grupo familiar que se apoderó del partido y del aparato estatal contraviniendo todos sus postulados. En ese sentido, las críticas del poeta Cardenal al régimen son oportunas y válidas, por tanto coincido en casi todo con ellas.

            

Lo que me interesa subrayar y discutir es otra cosa. En un comunicado de apoyo a la causa cardenalicia por parte de un grupo de poetas dominicanos se expresa lo siguiente: “Ernesto Cardenal no sólo es un poeta mayor, es una voz indispensable en la poesía hispanoamericana y mundial, no sólo nicaragüense”. Allí empiezan mis dudas. No puedo dejar de pensar en dos voces extraordinarias de la misma generación del poeta en cuestión: el “otro Ernesto” (Ernesto Mejía Sánchez) y Carlos Martínez Rivas. Al menos para mí, el segundo sí es una voz indispensable en la lengua castellana. Lo que sucede es que no tuvo ni la coyuntura ni la plataforma política de Cardenal par ser lanzada al cosmos literario latinoamericano y de más allá. Pero su obra, sin duda, sobrevivirá a los avatares y circunstancias actuales. No estoy tan seguro respecto de la de Cardenal.

            

Tengo muy claro que la poesía es un asunto absolutamente subjetivo. Y que, independientemente del poeta y sus opciones político-ideológicas lo que se valorará en el futuro será su trabajo. Por eso es que cuando leo esos comunicados, y otros parecidos pidiendo la firma para que el poeta sea candidato al Premio Nóbel, no dejo de sospechar acerca de la sostenibilidad estética de su producción. Porque no hay duda que el Nóbel, al igual que otros premios y certámenes, tiene un marcado acento político. Solzhenitsyn fue un buen ejemplo. Aparte de su pequeña obra maestra, Un día en la vida de Ivan Denisovich, sus demás novelas irán perdiendo la acidez de su crítica política y se irán desdibujando ante la emergencia de otros escritores rusos del siglo XX.

            

Vuelvo a lo anterior. Primero la obra, luego el autor. Pienso que en el caso de Ernesto Cardenal, su poema Oración por Marilyn Monroe es lo más logrado y universal de su repertorio el cual, sin duda, le sobrevivirá. Lo demás es poesía interesante desde el punto de vista socio histórico tal vez, pero superada por las circunstancias y por otras voces latinoamericanas, incluidas las de los poetas nicaragüenses de su propia generación. 

 

Sin embargo, si del poeta se trata debo dar unos cuantos testimonios: conocí a Ernesto Cardenal allá por al año 1977 cuando Pedro Urra, un socialcristiano chileno que dirigía el Centro Social Víctor Sanabria, en el cual éste servidor laboraba cono promotor juvenil, me facilitó el número telefónico y la dirección de su casa en Tres Ríos para decirle personalmente que un grupo de nicaragüenses quería aportar ayuda económica a la causa sandinista. (Aclaro: dicha ayuda la había conseguido mi entonces novia nica de cuyo nombre no logro acordarme). Me recibió en la sala de la mansión de madera estilo victoriano y luego de saludarme me dijo: ¡se lo firmo! Resulta que yo llevaba un ejemplar de su libro En Cuba, pero no con el propósito de que me lo autografiara, sino sencillamente en el autobús iba informándome acerca de la experiencia del poeta en la isla socialista del Caribe.

            

Mi primera impresión entonces fue que el poeta estaba muy atento a los rituales de reconocimiento en el mundo literario. La segunda vez que lo vi fue en la Escuela Militar Carlos Agüero de Managua cuando, ya investido como flamante Ministro de Cultura, con la poeta Mayra Jiménez, dirigía los famosos Talleres Literarios. Lo vi en un par de lecturas más en San José y lo traté de cerca en el CILCA del año 1999 (si la memoria no me falla y en compañía de la finada escritora Irma Prego) donde me sorprendió con lo siguiente: los escritores participantes en dicho congreso fuimos invitados a un almuerzo en casa presidencial por el entonces presidente Arnoldo Alemán. Algunos compañeros salvadoreños (Rafael Menjívar, Otoniel Guevara) y otros colegas decidimos que no participaríamos en dicho ágape porque se trataba de un presidente corrupto y arbitrario. Pero luego nos dijimos que literariamente sería interesante asistir a un performance de ese tipo. ¡Y nos fuimos a casa presidencial! (Por cierto, al poeta Otoniel Guevara la seguridad  casi no lo deja entrar por su “facha” de rebelde).

            

Y no nos equivocamos. Pudimos observar el abrazo del Gordo y el cura: Ernesto Cardenal en calidad de Presidente del Centro Nicaragüense de Escritores, se apresuró a saludar al mandatario con un abrazo que sellaba su cercanía y amistad. Las palabras sobran ante semejante imagen. (Recuerdo que Menjívar, Guevara y este servidor nos escondimos tras las plantas ornamentales del palacio para no saludar al Gordo, pero la inteligencia presidencial nos abordó porque, ciertamente, parecíamos muy sospechosos. Pero no lo saludamos).

            

La última vez que vi al poeta Cardenal fue en un festival de poesía en San José. Luego de la clausura salimos del Instituto Mexicano y un señor abordó al poeta nica de la siguiente manera: Poeta, vengo desde Guatemala para conocerlo y solicitarle que me firme su antología (la cual acababa de comprar). El cura-poeta ni se inmutó, prosiguió directo hacia el auto que ya lo esperaba precedido de sus asistentes y/o guardaespaldas. La reconcoma fue tal que el poeta tico-salvadoreño Américo Ochoa y la poeta tica Jenny Álvarez espetaron un par de palabras que no puedo reproducir aquí.

            

Reitero: lo importante en la literatura y el arte es la obra, no el autor. Pero si se trata de solidaridades y convocatorias en torno a figuras, les dejo esas imágenes del poeta Cardenal para que las juzguen por ustedes mismos. Aunque está claro: las anécdotas transcritas no son criterio para enjuiciar su trabajo literario porque el hábito no hace al monge, ni mucho menos. (Hay escritores y artistas cuyas actitudes vitales e ideológicas son un desastre desde todo punto de vista y es mejor no conocerlos ni tratarlos, pero no así su obra, que es finalmente lo que importa). Lo que me interesa resaltar es que el relanzamiento de su imagen como “perseguido” por el poder político y adalid de los derechos humanos y las causas justas, es decir, de lo políticamente correcto, para mantenerlo en la palestra, obedece, evidentemente, a razones extraliterarias, la cuales, ya lo sabemos, forman parte de la diplomacia literaria que busca el posicionamiento en los espurios carteles del canon y la fama.

Adriano Corrales Arias

Ver, además:

Ernesto Cardenal en Letras Uruguay

 

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