XVIII

La Venus marchita

Fernando Corona

El paso detallado de piedras se abalanza
al río ceniciento de un rumbo solitario.
Las piernas redondeadas se mecen con el peso
de carne suficiente para esos tallos grises.

Los pechos se derraman, derriban el respiro
que sale del incauto pendiente de esas frutas.
Calladas las caderas se van oscureciendo
conforme la distancia las pone en callejuelas.

El rostro es una mancha feroz de blancos pétalos,
el cuello una parvada de garzas escondidas.
La boca es el silencio común, pero sumiso,
del atrio de un convento solícito de fieles.

Los ojos ya se cubren de vidrios quebradizos
mirando cómo un beso se cumple allá a lo lejos.
Los labios virginales ya van con su soberbia
cavando en el silencio la tumba de su olvido.

La espalda, la cintura, requieren de las manos
que esculpan un gemido y altivas se resisten.
Hincadas las rodillas, observan los devotos.
La flor está en el punto final de su belleza.

Fernando Corona
Selección del libro "Ángela"

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