¿Es de palabras el palpitar del poema?
Notas al libro ¿Palabras? de Saúl Ibargoyen
Fernando Corona

Ya desde el epígrafe del libro, tomado de un fragmento sumerio tardío, Saúl Ibargoyen se revela nuevamente –esta vez no de pie– como un antiguo escriba de sí mismo. ¿Qué hay detrás de estos juegos y rejuegos del lenguaje? De antemano, es preciso tener en cuenta que estamos frente a un poeta en términos poco habituales; esto es, quienes conciban la poesía como una actividad intelectual, razonada, meditada y calculada, tendrán que desbaratar esa concepción para adquirir una nueva (de hecho, en realidad nada nueva, pues se trata de aquélla con la que los antiguos poetas se describían a sí mismos en términos de su actividad y de su labor).

¿Palabras? es un libro en el que el poeta cuestiona la ejecución y la maniobra de las mismas, su naturaleza, su sentido. A final de cuentas, de principio a fin, queda claro que antes, entre y después de toda la palabrería que es un poema, lo que sobrevive y trasciende es justamente aquello que carece de palabras. En ello radica, precisamente, el encantamiento de la poesía: en lograr una especie de ceremonia o ritual en el que la palabra funge solamente de liturgia para adentrar al hombre en una realidad que le atañe y a la que pertenece, pero que en el mayor de los casos no lo sabe.

Saúl Ibargoyen abandona en cierta forma aquélla concepción moderna del escritor ante el cuaderno o la máquina, con pluma en mano o con teclado en dedo, para investirse de escriba y –lo más importante– adquirir la personalidad escritural y física del antiguo oficiante del canto, en el que la forma estaba por detrás del fondo –aunque no por ello descuidada–, en el que el encantamiento o el efecto transformador del mensaje estaba por encima del simple mérito de conformar un edificio de palabras.

Una y otra vez es tan visible esta actitud en Saúl, que las palabras mismas, tal como las concebimos en nuestro lenguaje, son insuficientes para rendir en el mensaje. Basta abrir el libro en la página 45 y tratar de leer el título del poema. Quien lo intente y se fíe de las palabras, quedará defraudado por el alcance de las mismas. Es imposible "leer" el simple título, no obstante resulta sorprendente que el poeta, aun con ese desmedro, comunica, expresa y conmueve. No son palabras, desde luego, pero esas dos interrogaciones abiertas dentro de cuyas curvas se anidan tres puntos suspensivos armonizan y arman – grata mancuerna etimológica– un mensaje en el que no es necesario decir palabra alguna. Y ahí reside uno de los aspectos esenciales de este libro: el modelo del escriba que logra y propone transgredir la lengua y expresar comunicando, que deja en claro el alcance insuficiente de la letra y la palabra para "decir" las cosas, que aconseja a cada quien encontrar un lenguaje individual y propio.

Así, ¿Palabras? contiene varios conceptos relevantes en los que estas ideas saltan a la vista sobre el corpus que forman todos los poemas. Hay cinco ejes primordiales en cuanto a tales concepciones relevantes. El primero y el último de ellos los conforman el primer poema del libro y el final, que desde los títulos giran en torno a la palabra, aunque con tonalidades e intenciones distintas. El primer poema, que da título al libro, va de la mano con el epígrafe del mismo, pues ambos fungen como admoniciones para el escriba que desea adentrarse en esta labor de expresión, conmoción y comunicación que es la poesía. Por un lado, el anónimo escriba sumerio dice al lector de todo tiempo:

Escribas con fuerza o sin ella, torpemente o con destreza, cada quien buscará los sonidos habituales, las conocidas palabras.

A su vez, el escriba uruguayo comienza pidiendo a su lector mirar nada más estas ni viejas ni púberes palabras , rechazar la sombra de las mismas, no aceptar sentidos nuevos, apartarse de las pesadeces de la tinta, no apoyarse en la frágil transparencia, no revolver lo oscuro indescifrable, no lastimar el verbo natural, no leer ni releer. Apenas voy glosando la mitad del poema y el tono arcaico, admonitorio, de máxima sabia y madurada, se echa de ver. Paso seguido, el poeta llama a sus ejecuciones dibujos, y aquí estamos más cerca de lo que los hombres primordiales concebían en términos de poesía: emblemas, imágenes, trazos, representaciones para nada circunscritas solamente al círculo que traza el compás de la palabra. Dice Ibargoyen:

solamente mira estos dibujos

como simples cosas o datos resecándose

estas marcas como los cuerpos

de lluvia que estallan

en una milpa equivocada

Y al término de tales instrucciones, al lector le queda solamente la responsabilidad de mirar que estas páginas no crujan . En esto último, podríamos decir, estriba el secreto de la consecuencia que el escriba logra en el lector: llevarlo a la imposibilidad de que la página cruja, para que –agregamos con intuición–, en su contraste, la página cante.

Éste es sólo el comienzo. El poema final, en contraparte, es una descripción que, si no estuviera el autor aquí mirándome, escuchándome glosar prosaicamente el encantamiento de sus versos, diría que se trata de una madurada genialidad que sólo da el conocimiento empírico y la ejecución sabia del alquimista del lenguaje que es el verdadero poeta, y que –también hay que decirlo, aun a riesgo de provocar la sonrisa del modesto escriba– encuentra uno cada vez de forma más rara en estas épocas en que la poesía deja de ser sabiduría para ser pose entretenida y recreada. Ciertas palabras clave denuncian inmediatamente el contenido sagrado del poema, porque –es necesario recordarlo– para el poeta primordial, ancestral, el poema es ejecución sagrada, en la misma esfera que el rito, el mito y el ciclo en que se vive. Hay una doble descripción: la "palabra de aire" y la "palabra de sangre", que terminan por entremezclarse y lograr juntas la realización secreta del verdadero poema, no sin antes advertir que en la poesía hay una dosis de ritual sin la cual el oyente o lector no se transformaría con la liturgia escrita del poeta-escriba:

Y la palabra de sangre:

¿es quizá la primordial el verbo iniciático

el comienzo primero de una resonancia

una vibración un refúlgido temblor

un oleaje expansivo que avasalla…?

El poema también deja en claro que no se trata de un encantamiento en labios o en tinta del escriba, pues, a fin de cuentas, quien logra el resultado de la magia que posee la palabra es el hombre que la pronuncia. Ibargoyen es consciente de ello y en esos términos deja en claro que cualquiera puede ejecutar ese lenguaje creando, recreando, transgrediendo, destruyendo y volviendo a crear, como los amantes o amadores reconstruyendo los nombres / de un rostro en los sedimentos del café . Por último, este poema final, cierre certero del libro, deja una serie de preguntas en el aire, justamente en la "palabra de aire", mediante la cual –sobre todo la pregunta de los últimos tres versos– deja entrever el secreto o el arcano, como lo llamaban los antiguos, cuya solución sería en gran medida la clave para ejercer con genio real el oficio de poeta:

¿La palabra de aire es sólo de un aire

que se mezcla con los gases putrefactos

de una sangre que envejece?

¿Habrá una voz que beba de esa palabra?

¿Habrá una lengua invocatoria

que recoja esa palabra

y clame por sí y por nosotros?

Ahora bien, en medio de esos poemas inicial y final del libro hay, decía más arriba, otros tres ejes. Uno está en el poema "Alguien pregunta", mediante el cual el escriba desgaja el habla en sus categorías inservibles y pregunta a raja tabla ¿Qué es? , refiriéndose desde luego al lenguaje que logra la expresión y conmoción que nos sacude. En segundo lugar, está el poema "Nombres", a través del cual cae en cascada una enumeración de las infinitas y combinatorias posibilidades del sustantivo para existir y posibilitar la existencia de los seres y las cosas:

Hay nuevamente nombres como cosas cansadas

oscuras de óxido o sustancias reciclándose

donde nadie puede poner su voz

con saliva de cántico o silencio.

Por último, en el poema "Leyendas" encontramos el quinto eje de este libro, en donde el escriba revela al lector la fórmula para encontrarse a sí mismo en el lenguaje transformador del canto:

el tu nombre revelado saltará de ti

cuando se oxide tu boca entre charcos pegajosos

de ceniza de espasmos de fiebre.

Aquel el nombre primario documentario

pasaportario credencialario

tal vez bautismal

quizá raigal prostibulario:

el que cubre tus rostros

(…)

el nombre que teje

una carnadura falsa encima de tus huesos

(…)

el nombre sentado en la vaciedad

de cada pellejo tuyo que se va

con cada camisa o calzón

al lavadero.

Justamente encontramos –y todavía no acaba el poema– uno de los puntos esenciales para comprender esa actitud arcaica, atávica, primordial del hombre antiguo para descubrirse a sí mismo. No sólo entre las grandes culturas ancestrales (egipcia, babilónica, india, sumeria) encontramos la preocupación por respetar la capacidad sagrada y mágica del lenguaje en acciones tan simples como designar con un nombre un ser o una cosa, sino que tal actitud es parte también de las culturas primitivas muertas y vivas: poner un nombre es una actividad digna sólo, en ciertas comunidades, del chamán o el sacerdote, quien, entre otras labores, tiene también la del canto. En la Edad Media encontramos también, entre los alquimistas y los magos, la preocupación de tener un nombre de oro (impronunciable) y otro de plata, así como entre comunidades primitivas se poseía el nombre tabú y el nombre con que la comunidad lo llamaba. Se trata, sin duda, de la convicción de que sólo lo nombrado existe, y lo que el hombre se atreve a nombrar es justamente aquello que desea hacer existir. Por ello nuestro escriba dice que Desde el otro innombrado pie / la fuerza del segundo camino / se resiste , y por ello también afirma que al pájaro primaveral no podrás nombrarlo nunca / con su definitivo nombre final . ¿Cuál es, pues, ese nombre impronunciable de cada uno? El propio Saúl reconoce en más de una lengua –que en realidad es uno y el mismo lenguaje– que Nadie ninguém puede / nombrar ni soplar ni escribir / o nome sagrado . ¿Por qué la palabra no basta para encontrarlo? Bueno, nuestro escriba uruguayo responde:

Desnudo en lo más interno

de tus puras médulas

en los más crujientes

lodazales del hueserío penúltimo:

allí en los sitios de los endurecidos tus labios

que se herrumbran

habrás de escuchar aquellas sombras

hundiéndose en el tu nombre

como en el más espeso

de todos los océanos.

Muchos otros versos a lo largo del libro aportan una y otra vez, insistentemente, cargas emotivas y conceptuales al mensaje primordial que podríamos resumir en una frase, si ello no contradijera, al mismo tiempo, la idea fundamental de la obra: en las palabras no puede sostenerse el mensaje poético, porque no bastan. Porque no basta un nombre para afirmar una existencia ni una frase para hablar de una vida; porque el lenguaje –y menos para el poeta– no puede pretender ser solamente letra muerta y recitada, sino existencia sonoramente vivencial y lúcida.

En otros tantos versos, Ibargoyen se manifiesta con el mismo tono admonitorio de los ejes centrales del libro, haciendo hincapié en la ineficiencia de las palabras para expresar la carga potencial del mensaje poético. Pero también está el hombre perplejo, conmocionado, reducido a la imposibilidad de la expresión total, soltando como gajos de un mensaje que desgarra, la confesión de su insuficiencia. Y la misma fuerza de desahucio tiene el final del poema "La persona", en el cual nuestro escriba queda como quien busca su nombre / en las silenciosas raíces del océano . Por otra parte, además del poema y del poeta, está la ley que hace sonar y engarzar ese lenguaje palabra a palabra, una ley que no puede ser otra que la imposibilidad de realizarse lógica, racional, cabalmente, porque el lenguaje verdadero, el del poeta, está lejos y por encima de toda realidad palpable y sólida: Para qué si en un espacio / de árboles y paredes desolándose / cuatro manos analfabetas redactan / la ley única de todas las palabras .

Este canto, desde luego, también sabe de conceptos nuevos nacidos como una necesidad y un ludismo: un albor de servilletas palabreras , el pelo entrenalguero , la muerte mayusculada , las cualesquieras manos de un bicho palabrero , nadie no otra vez en este acá de aquí , nadie no en una nuevamente renovada vaciedad ... donde ningún nadie respira , el gorrionosiento pájaro o el engorrionado pajarraco . Lo mismo cabe para la necesidad de palabras inventadas y compuestas que digan de golpe varias cosas: entoncesmente , hubohayhabrá , jamasnuncanegándosenó , ayerhoyahoraluegoantes .

Se trata del poeta del poeta que sabe de su oficio y lo ejecuta desde el atril o la mesa, el cuaderno o la máquina, la tablilla o la hoja suelta. Mucho hay que aprender de estas ¿Palabras? si como escritor se quiere comprender el oficio auténtico o si como lector/escucha se pretende descubrir un universo que late y se expresa al interior del silencio y de la sombra. ¿De qué se trata, pues, este palabrerío trasgresor y cuestionante de sí mismo? En primera instancia, de una admonición cuya encomienda es demostrar que en la palabra del mortal no queda sino polvo, no hay nada más allá del sonido y de lo escrito, y que el germen que al cabo sobrevive es lo que no puede conservar la letra:

Mira y remira:

¿qué puede aún asentarse

en los fondos de tu verba

en los arrabales de tu abecedario?

¿Qué sino tu restante saliva revolcándose

entre mugres y terrores y desprecio?

En segunda instancia, se trata de un cuestionamiento a la palabra misma, al hecho de hablar que aparentemente nos hace inteligentes y distintos de otros reinos naturales que frecuentemente despreciamos y miramos hacia abajo como secundarios y pobres:

¿Sabe esto la araña:

de cómo es nombrado así su cuerpo?

(...)

¿Lo sabe cada palabra

nombrando esas partes ocultas

y nombrándose a sí misma

en los nombres de otros?

Por último, se trata de un autodescubrimiento que, mediante la palabra, debe ser capaz de reubicarnos en una posición en la que, por incierta, frecuentemente dejamos de lado para arrellanarnos en el cómodo sillón de la llamada "realidad" que tan real se nos antoja:

¿Quién contesta

al quién

que nunca dejará de preguntar?

Fernando Corona

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