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Apología de la derrota


Ángel Luís Colombini

LA vida es, una complicada madeja de largo hilo que el hombre, rey de la creación... y del egoísmo, en el ciego afán de apoderarse del ovillo entero, ha hecho un enredo de órdago, complicándolo todo.

Por el mundo andan ciertos hombres que no son nada, por obra y gracia de los otros hombres. Resultado del equilibrio social, cuyas bases más justas sen para los que se desayunan con el ama a tu prójimo como a ti mismo, grandes piedras provistas de ruedas que empujan y tumban a los demás.

Muchos llegan a la vida y la encuentran hecha; otros tienen que hacerla. Pero, entre estos últimos, hay dos clases: el que logra hacerla sin mayores vicisitudes y el que no lo consigue ni a costa de sus mejores años. De éste quiero hablar. El vulgo le llama fracasada. Hay mucho de desprecio e ignorancia en la calificación y en los que la usan. No porque sea en su esencia un calificativo que ofenda, sino porque se dice para ofender.

En las sociedades es mal visto el derrotado, el que fracasa. Para el superficial concepto de tantos, fracaso es sinónimo de incapacidad. Craso error de los que no han luchado. El que lucha sabe que no es vergüenza fracasar.

Un individuo, aun teniendo capacidad, visión e inteligencia, aun habiendo dedicado sus más nobles inquietudes a la superación de un ideal, es susceptible de fracasar, porque en toda empresa intervienen factores inevitables. Descontando lo imprevisto, que puede en un segundo, en un minuto, hacer o deshacer el triunfo.

Cuanto más difícil es el camino, más capacidad requiere; lo que no es obstáculo para que sea más fácil fracasar, aunque por el se vaya con voluntad e inteligencia. Los cerebros más privilegiados no se hallan inmunes al morbo abstracto de la derrota. La historia está llena de ejemplos.

Si el fin que se persigue es noble, humano, leal, es tanto más fácil que el círculo del egoísmo que identifica a las sociedades se estreche hasta el punto de imposibilitar materialmente la acción. En el actual orden de cosas establecido, las causas justas son las que menos posibilidades encuentran para triunfar. Esto no es ironía ni escepticismo. Es, a lo sumo, una modestísima dosis de conocimiento sobre la idiosincrasia de las clases sociales que han subdividido el derecho del hombre sobre la seudo libre faz del mundo.

Dentro del edificio social hay turismos penosos y amargos, provocados por la aspiración de plasmar en cosa real nobles ideales de todo orden Es muy afecta la gente a creer en la incapacidad del que lucha y fracasa, sumergiéndolo en el desconcepto. Cabe preguntar, ¿guardan siempre armónica proporción los éxitos y las condiciones, los fracasos y las cualidades? No; lo que quiere decir, entonces, que sería bueno pensar hasta dónde el que ha fracasado ha merecido la burla de la suerte. Pero, desgraciadamente, no es por lo claro qué brilla el discernimiento de tantos, especialmente esos a quienes la vida —pródiga, justa, equilibrada (?) — les muestra los blancos y simétricos 32 dientes de la fortuna. Habría que enseñarles a los hombres, a algunos, a muchos hombres, que vivir no es el cómodo evangelio en que ellos viven, a costa de otros, y que todo fracaso no es ni más ni menos que la consecuencia desgraciada de un intento, de un esfuerzo en discordancia con la tirana ley de compensación que debería regir en todas las actividades de la vida..., si la vida no fuera un ovillo de hilo enredado.

El fracaso templa el alma, da personalidad al carácter, pone acero en la energía. Aunque amargue la sangre y envejezca los ojos, aunque arrugue las sienes y aje la esperanza. Un fracasado no es un inútil, es un hombre que puede tener un alma grande y en esa alma los gérmenes de muchas victorias, malogradas por los contrastes de la vida o de los hombres. Sobre el yunque del dolor se han plasmado los más grandes cerebros. La vida no es un chocolate, como se obstinan en creer los suertudos apadrinados. En la ruda jornada de la existencia, tormentosa de penurias, se aprende a discernir sin sordidez. Todo sería nada sin la levadura de los fracasos: artes, letras y otras manifestaciones nobles de cualquier orden. Únicamente así es posible alcanzar perfecciones verdaderas. Aunque instintivamente la humanidad esquive la derrota y ambicioné invariablemente el triunfo.

Ángel Luís Colombini
Revista "Nervio" Ciencia - artes - letras Año Nº 7
Buenos Aires, Noviembre de 1931

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