La bondad de las lágrimas. Epifanía de la lamentación

ensayo de Esther Cohen

Seminario de Poética, IlFL, UNAM

Jeremías lamentándose de la destrucción de Jerusalem

óleo de Rembrandt

y dijo Yahveh al profeta Jeremías:

No intercedas en pro de este pueblo (Jer.l4.11) De muertes miserables morirán, sin que sean plañidos ni sepultados. Se volverán estiércol sobre la haz del suelo. Con espada y hambre serán acabados, y serán sus cadáveres pasto para las aves del cielo y las bestias de la tierra. (Jer. 16.4)

Les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y comerán cada uno la carne de su prójimo, en el aprieto y la estrechez con que les estrecharán sus enemigos y los que busquen su muerte (Jer. 19-9).

Son éstas las palabras que anuncian en la Biblia la destrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén en el 567 a.C. en manos de los babilonios; en ellas, Yahveh, Dios de los Ejércitos, descarga su venganza sobre el pueblo elegido que le ha vuelto la espalda y ha desobedecí do su Ley para postrarse ante otros dioses. Pueblo de idólatras, el reino de Judá no conocerá la misericordia divina y, en cambio, será testigo de la desolación y miseria que dejará a su paso el eclipse de Dios. Porque en efecto, la devastación no será sino el resultado del encarnizado ausentarse de la divinidad. Jeremías, considerado como el más humano y menos institucional entre los profetas, verá a su pueblo padecer bajo el yugo de un Dios que clama venganza. Y ni sus plegari as ni su llanto lograrán apaciguar la furia de Yahveh.

“¡Quien convirtiera mi cabeza en llanto,/—dice el profeta/— mis ojos en manantial de lágrimas/para llorar día y noche/a los muertos de la hija de mi pueblo!” (Jer 8:23) Sin embargo, de entre las ruinas de una ciudad gimiente, las lágrimas derramadas por Raquel en el pasaje bíblico de Jeremías despiertan la piedad del Dios vengativo: “En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse —por sus hijos—porque no existen” (Jer 31: 15) Ante esto, la respuesta de Yahveh se deja sentir inmediatamente: “Reprime tu voz del lloro y tus ojos del llanto, porque hay paga para tu trabajo —oráculo de Yahveh—: volverán de tierra hostil, y hay esperanza para tu futuro —oráculo de YYahveh—: volverán los hijos a su territorio.” (Jer. 16: 17)

Es este breve fragmento final de Jeremías el que dará pie a la sección de las Lamentaciones, de autor anónimo, atribuidas erróneamente al mismo profeta Jeremías y en las que el motivo central es justamente el llanto amargo de la Madre, Raquel, quien clama por sus hijos muertos y por el Esposo que ha abandonado a su tribu, desconociendo a su descendencia y cancelando con ello el porvenir de todo un pueblo. Desde la primera hasta la última de las cinco Lamentaciones que aparecen en la Biblia, son las lágrimas de Raquel las que se dejan oír como la oración fúnebre que persigue los oídos sordos de Yahveh: “Llora que llora por la noche,/ y las lágrimas surcan sus mejillas./ Ni uno hay que la consuele/ entre todos sus amantes.” (Lam. 1 :2) “Por esto lloro;/ mi ojo, mi ojo se va en agua,/ porque está lejos de mí el consolador/ que reanime mi alma./ Mis hijos están desolados,/ porque ha ganado el enemigo. (Lam. 1: 16)

El carácter sagrado de las lágrimas y su efecto redentor no son ciertamente únicos en el caso de estos pasajes bíblicos. Innumerables son los ejemplos, tanto dentro de la tradición bíblica judía y cristiana como en las diversas manifestaciones religiosas del medievo, en las que el llanto afligido de quien implora la escucha divina es atendido mejor que cualquier plegaria. Las lágrimas, los sollozos, los gemidos, son el lenguaje originario, la más ancestral, podría decirse, forma de oración. Sin embargo, y dentro de la tradición judía, tanto bíblica como místico-cabalística, es Raquel, que llora sin sosiego la ausencia de sus hijos, la figura emblemática de la Madre Dolorosa: representación misma del sufrimiento que sólo alcanza el consuelo mediante la bondad de las lágrimas.

“Una figura materna asedia la historia del judaísmo y atraviesa los siglos”, escribe Charles Mopsik en su Introducción al Midrash de las Lamentaciones del Zohar (Mopsik, 35). Estudioso destacado del pensamiento cabalista y traductor al francés de la versión anotada más autorizada del Zohar en la actualidad [Verdier], Mopsik ofrece al lector el último volumen del Zohar que contiene el brevísimo comentario místico-cabalístico a la sección Lamentaciones de la Biblia. No sería atrevido decir, como lo sugiere el autor en su prólogo, que se trata de uno de los pasajes cabalísticos más bellos y conmovedores de todo el corpus zohárico. En efecto, el lenguaje con el que la Madre se funde en el dolor y el llanto por los hijos muertos, trasciende toda formulación teosófica y teológica para convertirse, él mismo [el lenguaje], en el espacio de creación donde las lágrimas alcanzan su máxima expresión poética. En ellas y sólo en ellas, la oración deviene auténtica posibilidad de esperanza mesiánica. La plegaria, una vez pasiva, ahora y en este contexto místico, se transforma: atraviesa el cuerpo, los gemidos no dejan de brotar de entre las tumbas de los Patriarcas, el ptopio polvo que cubre el arcón de la Torah se levanta compungido, ángeles y querubines descienden para acompañar a Raquel y, todos juntos, estallan en un lastimero y melancólico concierto de lágrimas, gimiendo y lamentándose para que Dios escuche sus ruegos y redima a su pueblo.

Cuando el Templo fue destruido e incendiado, una voz ... resonó sobre las tumbas de los Patriarcas, y dijo: “¡Padres, ustedes que se han adormecido por el sueño ignoran la desgracia del mundo! Los hijos que educaron con pena y que introdujeron a la gran Fe del Santo, bendito sea, helos ahí que mueren, que son masacrados, que se van al exilio entre sus enemigos ... ¿Dónde está vuestra misericordia? ¿Dónde vuestra fe? ¡Levántense!.....[Padres y Madres se levantan de sus tumbas para hacer una oración fúnebre], al tiempo que una voz que llora de amargura se deja escuchar desde lo alto de los cielos: son todos los ángeles celestes que lloran, desde lo alto, a un mismo tiempo que ellos (Zohar, Lamentations, 69-70).

Si el texto bíblico de las Lamentaciones ya rescataba la figura de la Madre, la única capaz de conmover a un Yahveh, Padre y Esposo, cruel y vengativo, el Zohar sobre las Lamentaciones lleva hasta sus últimas consecuencias la idea de que el lugar que ocupa Raquel en el contexto místico de la cábala, no es sólo el de la Madre piadosa, sino el de la auténtica Redentora: Raquel ocupa en este texto zohárico el lugar mismo del Mesías. En ella y en sus lágrimas está puesta la esperanza de redención, aunque sea ésta fugaz y transitoria.

Habría que recordar aquí, aunque sea en términos generales, que la fortaleza y originalidad del Dios cabalístico radica justamente en un equilibrio de sus atributos. Su androginia originaria se manifiesta en un despliegue de diez cualidades, de las cuales cinco pertenecen a sus virtudes masculinas, mientras que la otra mitad corresponde al dominio de su parte más severa, ruda y rigurosa, es decir, a sus propiedades femeninas. En esta economía de atributos y, podríamos aventuramos a decir, de pasiones, lo “femenino” estaría marcado por la inclinación al mal, por la inclemencia que se vuelca sobre un pueblo en desgracia: lo femenino estaría ubicado en la esfera de la rudeza y la intolerancia, su ejercicio del poder, en el silencio y la errancia del desierto. La parte masculina de Dios, que tiene que ver con la rectitud y la misericordia, virtudes ellas del todo masculinas en la concepción cabalística, brotan así de su lado derecho, recto y piadoso. Y sin embargo, lo divino, como piedad y compasión, sólo existe y se despliega en el mundo gracias a su contraparte, a su extremo izquierdo, es decir, femenino, a ésta su Compañera y Esposa, síntesis de Sus propiedades inmisericordes. La Shejinah, término con el que se conoce a la parte femenina de Dios, Madre, Amante, Hermana y Compañera Celeste, es quien, en su ejercicio del “mal”, prepara el lecho para que su Señor, al penetrarla con su bondad, la redima, para que Dios, desde su espectro masculino venga, con sus dotes y virtudes, a recomponer toda perturbación terrenal y a restituir la ansiada armonía humana y cósmica. De esta manera, lo que conocemos como Dios en el ámbito de la cábala, es una unidad compleja y las más de las veces contradictoria, en donde sus inclinaciones se alternan indefectiblemente entre la piedad y la violencia, la ley y la injusticia, el amor y la venganza; en otras palabras, entre lo masculino y lo femenino.

Sin embargo, esta distribución de facultades entre sus facetas masculina y femenina no es todo lo transparente que se quisiera. Ciertamente, tanto en la Biblia como en el Midrash u homilías rabínicas sobre la Biblia, y, por supuesto, en la cábala del medievo, la doble jurisdicción divina no deja lugar a dudas de que se trata, en efecto, de un Dios de los ejércitos susceptible de ser transformado, a su vez, en un Dios de gracia y misericordia. Vemos así aparecer a un Yahveh creador y humano alternando de manera permanente con una divinidad destructiva: Pero, ¿en qué parte de su organismo se genera esta inclinación al mal? ¿Es acaso Eva el paradigma absoluto de esta disposición? Y, si es así, entonces, Raquel, ¿qué lugar ocupa en esta distribución de saberes y potencias? ¿A qué inclinación corresponden sus lágrimas? Ciertamente resulta difícil responder de manera definitiva a estas preguntas ya que, si bien es cierto que en la axiología cabalística, Eva y Raquel representan la parte femenina de la divinidad y, por lo tanto, su inclinación al mal, es acertado a su vez decir que en el comentario cabalístico a las Lamentaciones, estos roles parecen invertirse.

“Somos huérfanos de Padre y de Madre”, exclaman desde el inicio de las Lamentaciones del Zohar los habitantes de la ciudad destruida. Nunca antes, en la literatura rabínica clásica, Israel había sido presentada como huérfana de su Dios (Mopsik, 100). Víctima o merecedora de Su castigo y afligida por el oscurecimiento de Su presencia, sí, pero de ningún modo falta de Yahveh. Y es que en la descripción zohárica de las Lamentaciones, no es sólo la madre quien llora afligida la desaparición de sus hijos y su Esposo, sino el mismo Dios quien llora Su propia ausencia, que se duele amargamente de Su propio destierro. De manera paralela a la relación madre-hijo que se juega a lo largo del texto, hay otra relación, igualmente fuerte, que no sólo no puede desligarse de la primera sino que es, en buena medida, la clave misma de la perturbación: el Esposo, esto es, la parte masculina de Dios, ha ocultado su rostro a su compañera celeste, abandonándola y, con ello, ha venido a turbar e interrumpir el vínculo marital. Por ello, en medio de la tristeza, las lágrimas por el hijo y por el amante se confunden; es Raquel, la Madre, pero también Raquel, la esposa, quien se lamenta por los ausentes, llora por los hijos, pero sabe bien que si han sido destruidos es porque su Esposo los ha abandonado: es a Él a quien corresponde volver los ojos hacia quienes “sus ojos se van en agua”.

Esposo mío, Esposo mío, ¿hacia dónde te has vuelto? A esta hora busco tus ojos o miro por todas partes y tú no estás. ¿Dónde te encontraré? [...] me presento ante ti, ¡pero tú me has olvidado! ¿No te acuerdas de los días de nuestro amor cuando yo me tendía sobre tu pecho, que quedaba marcada por tus formas y tú marcado por las mías, como un sello que deja su impronta al incrustarse en un contrato de matrimonio? Así, yo dejaba mi forma en ti a fin de que fuera tu delicia mientras que estaba en medio de mis potencias [angélicas].

Ella estalla en sollozos y se pone a gritar: ¡Esposo mío, Esposo mío, luz de mis ojos —heme aquí que me apago!) [ ... ] ¡O me has arojado de tu memoria! (Zohar, Lam. 77)

Altar, mi altar, después de que tú me has colmado de cadáveres de mis hijos, de fieles santos que han dado su alma y su cuerpo por ti, tú te has escondido. ¿Dónde te encontraré? ¿Dónde está el fuego que ardía sobre ti? Ella prorrumpe en sollozos y grita, llorando con voz afligida. (Zohar, Lam. 75)

Hasta ahora, es el abandono de la dignidad y su obstinada sordera al lamento terrenal lo que parece ocupar la mayor parte de las Lamentaciones del    como si el desconsuelo y la tristeza humanas le fueran ajenas y no fuera Él quien, en su ausentarse del mundo, cargara, en buena medida, con la responsabilidad de su ruina. Pero es aquí, justamente, donde el misticismo del 20har toca las fibras más sensibles de la piedad de Dios: las lágrimas de Raquel se convierten aquí en el lugar mismo de lo epifánico; sólo a través de ellas ,Yahveh, Dios de los Ejércitos, logra obtener una visión de Su propia bondad y misericordia. En medio de la catástrofe parece descubrirse ante él, repentinamente, el velo de su ira y, como en “el más delicado y evanescente de los momentos”, Dios adquiere conciencia del sufrimiento humano. La epifanía como revelación es en este texto el momento de reconciliación entre diversos niveles de conciencia divina: corporal, espiritual, poética, donde Yahveh, en medio de su ira, logra salir —vía las lágrimas— de su estado de inconciencia sensible frente al sufrimiento de su pueblo para devolverle la harmonía. Las lágrimas de Raquel despiertan en Yahveh, en el Esposo ausente, el recuerdo de su cuerpo, de su amistad y compañía, pero también le devuelven, en un momento de “iluminación” fugaz, la visión desoladora de sus muertos.

En un pasaje del texto, Raquel pide ayuda desesperada a los Patriarcas; les solicita que intercedan a favor de sus hijos y de todo su pueblo. Abraham y Moisés se presentan ante Yahveh para clamar por misericordia: “Bien amados de mi alma, qué hacen ustedes aquí, qué hacen mis amigos en Mi casa?”, pregunta Dios. Abraham se levanta primero y le responde: “Tú sabes que yo he carinado ante ti por el camino de la verdad, diez veces me has puesto a prueba y todas las veces salí victorioso. Mis hijos, ¿dónde están? No escucho más el sonido de sus palabras en el país donde tú me habías prometido que vivirían.” A lo que Yahveh responde:

Oh, Abraham, mi bien amado de mi alma, ellos han quitado el trono santo de su techo, han borrado de su silla la santa alianza que te había dado, y se han puesto a servir a ídolos. Por esa razón desaté la cólera contra ellos, pero gracias a ti tuve paciencia largo tiempo y ellos no se arrepintieron ante Mí. (70)

La historia se repite con la intervención de Moisés, y será sólo el llanto de Raquel el que sacará de su obstinación y su letargo al Dios inmisericorde. Sólo Raquel permenece en ese lugar, junto a Abraham y a Moisés, llorando de melancolía. “El Santo, bendito sea, le dice: Raquel, ¿por qué lloras? Ella le dice frente a él: ¡No debería entonces llorar! Mis hijos, ¿dónde están? ¿En qué han pecado contra ti?” A pesar de todo lo que Dios le responde, ella no acepta consuelo, hasta que finalmente Dios le dice “Así habló Yahveh: Impídele a tu voz llorar y a tus ojos derramar lágrimas...Como tú lo haces Raquel, así lo hace la Shejinah en lo alto”. (70) Este momento en que Yahveh responde al llanto podría entenderse casi como un desdoblamiento de su propia personalidad, momento epifánico en que Dios toma conciencia de su profunda bondad, y mirándose de otra manera, ejerce la justicia. “La epifanía es una revelación que proviene de una impresión intensa y sorpresiva experimentada por un poeta, un lector o un personaje literario. Quien la experimenta ve modificada su personalidad porque a través de esa vivencia aprehende nuevos e intrincados secretos, aspectos y matices de la realidad, los cuales hacen posible una reflexión más profunda acerca de la existencia.” (Beristáin, Diccionario de Retórica y Poética, 190) Ciertamente, se trata en este caso de una definición desde el punto de vista retórico, pero no habría que olvidar que si bien nos encontramos frente a un texto clásico del misticismo medieval, la revelación divina germina en las lágrimas de Raquel, en esa especie, decíamos al principio, de oración poética, en cuya “musicalidad doliente” se expresa la auténtica esperanza mesiánica o redentora. Sólo frente a esta plegaria hecha de llanto y sollozos, Dios como el artífice y creador del mundo responde con su propio llanto, ^msformándose:

[Cuando Dios escucha el llanto de Raquel, desciende para buscar a la Reina de su Alma, que ahora se encuentra exiliada y en fuga. Su Santuario ha sido destruido. Entonces] “Él se pone a gritar, dando grito sobre grito, como un alarido de gallo que grita por su hembra. [...] Dirige un grito y un gemido hacia la montaña adonde ha huído la Reina y clama con un alarido desconsolado: “¿Cómo es que se encuentra abandonada?” (Lam. Biblia) ¿Cómo la amada de mi alma, cómo mi paloma, mi perfecta, cómo mi única que se aislaba conmigo en la intimidad [...] ¿Dónde te fuiste mi hermana, mi hija, mi madre? ¿En qué dirección te llevaron tus pasos? (Zohar; Lam. 64)

En su Introducción a esta edición, Mopsik sostiene que el Zohar sobre las Lamentaciones es sin duda, de todos los volúmenes del Zohar, el que da más a pensar porque es el que explica menos, porque es el que dice más. Quizás, justamente porque es el que da más a pensar, ha sido descuidado por la investigación moderna y contemporánea en el terreno de los estudios judaicos. ¿Quizás es demasiado corto, demasiado simple, demasiado transparente, demasiado humano? (Mopsik, 9) Será quizás, podemos pensar después de leerlo, que la causa de este descuido radica en que se trata de un texto donde la violencia divina no emerge de su faceta femenina, sino justamente del ejercicio y poder de Yahveh Sebaot, Dios de los Ejércitos, es decir, de su lado masculino? ¿No será acaso que en este libro, clave de todo el corpus zohárico, la Madre se revela como la auténtica fuente de piedad y misericordia? ¿No será el libro de la Lamentaciones en su conjunto una profunda revelación epifánica que trastoca, desde la mística, el orden jerárquico de las pasiones divinas? Las lágrimas de Raquel, ¿no invierten la axiología tradicional de la cábala donde la misericordia surge siempre del lado masculino? ¿no son en efecto las lágrimas la experiencia legítima de la mayor de las bondades?

Bibliografía

Beristáin, Helena, Diccionario de Retórica y Poética, México, Porrúa, 1985.

Biblia de Jerusalén, Desc1ée de Brouwer, 1915.

Le Zohar: Lamentations, traducción, anotación e introducción de Charles Mopsik, Lagrasse, Verdier, 2000

 

ensayo de Esther Cohen

Seminario de Poética, IlFL, UNAM

 

Publicado, originalmente, en: Acta Poética Vol. 21, Núm. 1-2 (2000)

Acta Poética es una publicación semestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, a través del

Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas

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