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Odilia
de
“El otoño de una mariposa”
Cuentos

Madalina Cobián
madalinacobian2008@yahoo.com 

Corrían los primeros años de la década de los cincuentas. El mercado musical y cinematográfico de América Latina estaba impregnado de producción mejicana. Era la era dorada del cine mejicano. Por doquier se escuchaban rancheras y las voces de Jorge Negrete y Pedro Infante, y de la gran pantalla no salía el rostro de María Félix, mientras que por su parte, haciendo honor a su belleza, Agustín Lara aparecía cantándole a su María Bonita. La prensa no dejaba de comentar sobre los amores pasados de esta con Lara y de los en esos momentos presentes con Jorge Negrete.

-“Acuérdate de Acapulco, María Bonita, María Bonita, María del alma.”

María había creado un patrón de belleza y conducta en la mujer joven de esa época. Su figura alta, bien torneada, coronada con aquella abundante y negra cabellera que servía de marco a aquel rostro bello y atrayente que encerraba un enigmático gesto de misterio que a veces parecía de satisfacción por sentirse deseada y otras de desprecio. No importaba lo que quisiera decir. Lo importante fue que logró imponer su rostro como el patrón de la belleza femenina mejicana en el mundo en esa época. 


-“Que un viejo amor, ni se olvida ni se deja”.

Todas las mujeres latino americanas querían ser como ella, caminar como ella, vestir como ella, amar como ella y hasta morir como ella.

A esta influencia no escapó Odilia, joven de dieciséis años, recién llegada del campo con su madre. Su madre había alquilado un cuarto en una casa de huéspedes en un barrio humilde donde recibía la visita discreta de un caballero aristocrático que se había convertido en su sostén económico y que le permitía a Odilia disfrutar de los beneficios de un pequeño radiecito donde escuchar la música mejicana de moda y asistir los lunes a la tanda femenina que sólo costaba diez centavos por pasarse en ella películas de segunda mano y por ser películas mejicanas preferidas por las mujeres para suspirar con Arturo de Córdova, y otros galanes de la pantalla o sufrir y ser amada con María Félix. Ella no podía aspirar a asistir a los estrenos los domingos por costar estos veinticinco centavos. Además no podía disfrutar las películas americanas rotuladas pues ella escasamente sabía firmar su nombre, y a duras penas podía entender las habladas en español, por su rudimentario dominio de su propia lengua.

Odilia era alta y elegante, con una figura que no tenía que envidiarle nada al de la mencionada artista. Su cara era preciosa y su cabellera muy abundante, la cual solía peinar en imitación a la estrella. Sus aspiraciones, que eran muy cortas, se limitaban a encontrar un buen hombre que la hiciera su esposa y la sacara de la miseria, pero secretamente anhelaba que si ese hombre fuera como algún charro mejicano, sería mucho mejor. Es decir, sus ojos seguían prendidos en la gran pantalla de un filme mejicano. 

En la misma casa de huéspedes también vivía un talentoso fotógrafo que había convertido su habitación en un estudio en el que procesaba fotografías con maestría tal que parecían fotos tomadas en la playa de Acapulco. El fotógrafo quedó impresionado con la belleza de Odilia y le propuso posar para él para un concurso de fotografías. Odilia aceptó. El resultado de las fotos que le tomó fue espléndido. Su imagen resplandecía tanto como la de María Félix y pronto con la ayuda del fotógrafo y las técnicas de maquillaje por él empleadas, su rostro y su figura fueron evolucionando hacia la de una mujer moderna dotada de la belleza y la frescura de una niña de dieciséis años. Por supuesto, esa imagen se mantenía mientras ella no abriera la boca, pues si articulaba una palabra, se deshacía y Odilia volvía a mostrarse tal cual era: una campesina vulgar con un amplio dominio del coqueteo. 

La foto fue premiada y por supuesto Odilia fue remunerada con cierto dinero que le sirvió para comprarse un par de zapatos y un vestido nuevo, después de darle algo a su mamá. Tan pronto se vio vestida elegantemente, pareció sentirse como María Bonita, María del Alma, y decidió salir a una fiesta acompañada de una amiga. La gestión fue producente. Esa noche conoció a Pepín, un muchacho rico del pueblo, de familia aristocrática que quedó perdidamente enamorado de ella. Pepín era el hijo menor de cuatro hermanos que poseían la fealdad que caracterizaba a la familia: una inmensa nariz en el centro de un rostro desprovisto de belleza alguna. Sus dos hermanas mayores se habían quedado solteronas por este motivo y el varón mayor, después de un breve matrimonio con una bella artista, fue abandonado por esta dejándole una hija por la cual tampoco esta sintió afecto debido a ser el vivo retrato de la herencia familiar. 

Pepín le llevaba a Odilia algunos años, pero eso no era inconveniente. Lo único que parecía importarle aunque lo disimulaba muy bien, era su fealdad, pero ella evitaba hablar de eso, pues se estaba jugando el ticket para salir de la miseria, sin embargo se sentía molesta por esta. No obstante durante sus noches, en silencio, continuaba soñando despierta con su ideal mejicano de las películas de rancheros. Sus ojos permanecían prendidos de la gran pantalla en un filme mejicano.

Pronto se anunció el noviazgo y se corrieron las amonestaciones, a pesar del desacuerdo de la familia de Pepín que argumentaba que era un matrimonio por interés de parte de ella. La noticia corrió como la pólvora. El comentario era:

-¿No vas a la boda?

-¿De quien?

-De Odilia. La que se casa por dinero.

La boda se celebró y la pareja vivió aparentemente feliz durante algún tiempo. Tuvieron un niño. Pepincito. Fotocopia de su familia paterna. Odilia vivía como una reina, estrenando los vestidos y peinados que se exhibían en las películas a cuyos estrenos asistía ahora, aunque no entendiera lo que allí se hablara, con todos sus caprichos satisfechos por Pepín que se conformaba con exhibir la belleza de su mujer mientras esta se mantenía enajenada soñando, buscando su charro mejicano en cada uno de los “flirts” que solía tener. Sus ojos permanecían prendidos de la gran pantalla en un filme mejicano 

A finales de la década la situación social cambió en nuestro país y las familias pudientes se vieron obligadas a abandonar la tierra, rumbo a los países del Norte. Algunos tuvieron la suerte de viajar directamente hacia ese destino, pero a Odilia y a su familia les tocó hacer escala y estancia en Méjico.

-“Por unos ojazos negros………No te olvides vida mía de lo que te estoy cantando”, 

Odilia se sintió realizada al conocer Méjico, disfrutar su vida nocturna, como en las películas y pronto enfrentó a su esposo, a su hijo y a su madre cuando decidió quedarse a vivir allí con el hombre que había soñado toda su vida. Había encontrado el amor ideal, el mejicano buen mozo que hasta tocaba la guitarra en un “mariachi”, que le daba la serenata por las noches, el que la hacía sentir viva, estrella, el que la hacía sentirse amada como María Félix.

“ … porque te sientes idolatrada”.

Su familia aceptó su decisión y partió hacia el norte llevando su hijo consigo.

Durante unos cortos años Odilia vivió su quimera amorosa con su charro, que la hizo vivir su sueño de María Félix, pero como las películas a veces tienen finales opcionales que no siempre se parecen a la felicidad soñada, sino a una realidad inesperada, el romance terminó, y Odilia se dirigió entonces al hogar en norte donde residiera Pepín en compañía de su hijo y su madre, los cuales al verla, la recibieron amorosamente, sin reparar en la cicatriz de su mejilla, el roto tabique de su nariz, la escasez de su pelo y la falta de dientes de su boca que habían hecho borrar la sonrisa de su rostro para siempre. Y por primera vez sus ojos parecieron haberse desprendido de la gran pantalla en un filme mejicano.

-“Acuérdate de Acapulco, María Bonita, María Bonita, María del Alma.”

Madalina Cobián Madalina Cobián
madalinacobian2008@yahoo.com 

http://www.enelatardecerdetuvida.blogspot.com/

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