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Sacrificios
Lilia Cisneros Luján

 

Desde siempre los grupos humanos han tenido la idea de convertir en sagrado cosas, animales e incluso personas, mediante ciertas acciones consideradas también sagradas. Divinizar la guerra, sacrificando a los vencidos en altares –desangrando, sacando el corazón etc.- ha sido una forma de consagrar[1]facere sacrum- mi victoria, mi fuerza, mi identidad con dios, no importa que este sea uno más en el concierto de divinidades o que se trate del único que debe ser supremo sobre los otros.

Como el sacrificio siempre implica la pérdida de algo –por entrega voluntaria, a cambio de un perdón o un favor, para aceptación del grupo etc.- se ha utilizado este vocablo como algo sinónimo a mortificación, expiación, sufrimiento, renuncia en favor supuestamente de un bien mayor, como sería el caso de unos padres que no gastan en fiestas ni en paseos, para darle educación a sus hijos.

Esta última acepción que en esencia supone el gran esfuerzo de alguien para ayudar a otro o alcanzar ciertas metas parece sufrir una distorsión mayor, cuando el dios del presente parece ser el dinero, la acumulación de bienes materiales y el poder que se ha dado a quienes gozan de tales posesiones. ¿Se justifica la desaparición de selvas, diversidad biológica y equilibrio climático, solo para producir bienes efímeros? ¿Es válido argumentar que esto es un sacrificio necesario para aumentar la producción ganadera, minera o agropecuaria?

Así como un familiar pone en riesgo su propia vida si deja de comer y dormir en aras de velar pasivamente a un pariente enfermo, decisiones como la de gobernantes que apuestan al desarrollismo optando por el fracking, en vez del estímulo y modernización de prácticas productivas de pueblos que han logrado mantener una relación sana con su entorno también producen tragedias como el hecho de haberse extinguido en 60 años el 52% de los vertebrados[2] en el planeta. Por supuesto que los optimistas o los interesados en los beneficios mercantiles que la naturaleza ofrece, gastan en difundir –ellos le llaman inversión- que 9% de las especies en extinción funcional están en fase de recuperación; pero el hecho dramático de la desaparición definitiva de aves, anfibios e incluso vertebrados tan conocidos como el burro o el caballo, no justifican el supuesto sacrificio ecológico para la edificación de viviendas y desarrollo de áreas cultivables con productos transgénicos[3] que aumentan por miles de millones de pesos las ganancias de empresas como MONSANTO o BAYER, y todas la comercializadoras de productos –Kellosgs, Nestlé- que utilizan estos en la elaboración de alimentos o medicamentos.

Muchos individuos han decidido sacrificar su finanzas familiares, para adquirir productos “orgánicos” otros más producen en macetas o una sección de su patios sus propias legumbres y hortalizas; pero revertir la muerte inminente del planeta y la propia raza humana supone algo más que esfuerzos aislados, cumbres de altos mandatarios y discursos emocionantes.

La extinción casi siempre es en cadena, quizá nos importa un bledo que las ranas sean solo una figura simpática de cuentos de hadas con brujas malignas despechadas contra ciertos príncipes; tal vez creamos que la desaparición de los ajolotes en Xochimilco carece de importancia para el equilibrio del clima en la ciudad de México y quizá juzguemos de exageradas las decisiones punitivas de ciertos funcionarios atrevidos en contra de quienes provocan incendios o vierten químicos a los afluentes hídricos; aunque el hecho peor es que somos como una manada de hámster corriendo directo al suicidio.

Escuché a alguien eufórico defender a una empresa televisiva por la difusión que hace de lo que ocurre en nuestros océanos y simplemente me pregunto ¿Haría lo mismo si no estuviera detrás el patrocinio de una empresa de seguros? ¿Cuánto hay que pagarle para que difunda los resultados de investigaciones científicas como las de la doctora Yolanda Cristina Massieu
[4], Rosa Elvia Barajas, Michelle Chauvet, Yolanda Castañeda y otras tantos mexicanos y extranjeros que con los pelos de la burra en la mano nos ofrecen el resultado de sus diagnósticos agregando por cierto, medidas para solucionar y detener los efectos de lo que nuestra estupidez está haciendo? ¿De verdad amamos a nuestros hijos y nietos? ¿Que hacemos en favor de su futuro y vida plena? ¿Alguna vez llamamos su atención acerca de estos temas y los invitamos a ellos a también ser parte del cambio?

Se afirma que el promedio de vida de las especies es de 10 millones de años, el ser humano –sobre todo el identificado como occidental y amarrado a su versión confundida de lo divino- distorsionó el encargo que como administrador le concedió el creador del universo. Al comportarse como rey autoritario, irracional y abusador ha depredado su entorno en mucho menos tiempo que el establecido naturalmente, con todo ello aun estamos en tiempo de dar una vuelta y recuperar algo de lo que hemos sacrificado en aras del dios capitalista: el dinero. No se trata de volver a los tiempos de trueque y el cacao como símbolo de valor de cambio; pero seguramente habrá una alternativa menos devastadora que la que hemos estado practicando los últimos siglos. Sacrificar un poco nuestra comodidad capitalista, no implica muerte, y si generalizamos esta práctica quizá logremos darle un lapso vital más amplio a las especies, incluida la humana.

Notas:

[1] Los adjetivos latinos sacer, sacra, sacrum, son de origen latino y sin que haya certeza sobre la identidad de raíces entre sacer y sanctus, parecen haber salido del verbo sancire = consagrar, sancionar, hacer inviolable o ser invulnerables.

[2] Se considera extinción terminal cuando llega al 70% de la especie.

[3] La contaminación genética, a la par de la geográfica y la demográfica, son variables que se han salido de control y nos están matando.

[4] Mexicana dos veces premio, becaria del Biotechnology and Development Monitor de la Universidad de Amsterdam en los Países Bajos.

 

Lilia Cisneros Luján

lcisnerosescritora@gmail.com

26 de septiembre 2016

 

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