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Justicia
Lilia Cisneros Luján

lcisnerosescritora@gmail.com

 

 

Desde la definición sencilla de Ulpiano[1] la igualdad proporcional de Aristóteles; la armonía básica para la organización ideal de Platón, pasando por los derechos naturales de Tomás de Aquino o la equidad como sustento de la igualdad en la libertad de Jhon Rawls, la justicia es algo inherente al ser humano, independientemente que la entienda, la conozca, la intuya o la practique.

Muchas de la religiones a lo largo de la historia, consideran a la justicia como uno de los valores que Dios otorgó a su criatura concebida a su imagen y semejanza y, con las variables culturales, parece ser definida a partir del consenso de los individuos en cualquier grupo social acerca de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo que no lo es; de ahí que sea virtuoso que los grupos actúen acorde a dicha idea, que se codifica –como costumbres o disposiciones escritas- para definir a quien pertenece un bien, cuales son las conductas no aceptables para el grupo y en todo caso como castigar a quien infringe la norma.

La justicia pues es un valor, que permite mantener la armonía entre los diversos grupos sociales y en la medida de las necesidades surgidas de la explosión demográfica y la complejidad de la organización social, hoy se le clasifica de distributiva, conmutativa y hasta “cotidiana” aunque siempre con la idea de una sociedad relativamente igualitaria sobre todo en términos económicos. El sentido de rectitud para acatar los derechos del otro de Hans Kelsen y la sentencia de San Agustín cuando pregunta: “¿Qué son los reinos sin justicia, sino vastos latrocinios?”, puede explicar las demandas reiteradas de grupos que han visto vulnerado este valor en términos democráticos, de tolerancia, de ausencia de libertad o paz, lo cual ocurre cuando ciertos sectores del conglomerado social recurren a la fuerza y la amenaza para obtener o mantener ciertos privilegios.

Cuando el instinto natural de “vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo que le corresponde” es sustituido por “el que no tranza no avanza”, “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón” … todos estamos abonando a la cancelación de la ciudad platónica ideal y el anhelo socrático de que los gobernantes se trasformen en filósofos y sabios. ¿Con cuanto contribuimos a la injusticia cuando en vez de obrar positivamente nos concretamos a la destrucción –verbal o actuante- del otro? ¿Aporta a una sociedad de mayorías felices el propiciar la creciente realidad de economías informales -incluidas las organizaciones delictivas de toda índole- que enriquecen a unos cuantos inspectores de vialidad, policías de alto y bajo rango y sus funcionarios cómplices en diversas instancias burocráticas? ¿Reparten justamente sus pingües ganancias los líderes de ambulantes, de pepenadores, de cámaras de industria o comerciales? ¿Cuál ha sido la contribución a la sociedad de: los maestros, campesinos, trabajadores de todo un arco iris de disidencias? ¿Podríamos premiar como los más justos a los funcionarios de educación, de agricultura,  y del trabajo? ¿Dónde quedan los valores de los “hacedores de discurso” incapaces de sobreponerse a la cobardía que les impide ser honestos con el orador que les paga?

Cuando los trucos de magia se imponen a la aplicación de la ley, para sancionar se ocupan dragones perversos y destructores y los derechos solo se otorgan al que llora o al que aprieta, la justicia desaparece. Confieso que aun no acabo de entender lo de la justicia cotidiana, porque aprendí que ésta debería estar vigente siempre y para todos. No se si lo que está en la base sea esa clasificación que la iglesia católica histórica hizo de los pecados mortales y veniales, pero me parece que si la mayoría no puede acceder a una resolución judicial –igual si está recluido en cárcel preventiva, que si a su gestión se le da un acuerdo  elusivo de machote[2] o si de plano la autoridad responsable de lo contencioso afecta al ciudadano dictando en contra del simple sentido común para evitar afectar al gobernador o la autoridad de la cual depende- que le de certeza en cuanto a sus derechos fundamentales, estamos ante un panorama donde la justicia aun existiendo está aprisionada en la torre de algún castillo.

El libro mencionado por nuestro primer mandatario como uno de sus favoritos, relata en el antiguo testamento el alegato de dos mujeres que se atribuían la maternidad de un bebé. Ambas tenían argumentos convincentes, ambas parecían amar al niño, decidir a quien se lo daba seguramente fue difícil para un soberano que accedió al poder justo en su adolescencia; al final cuando sentenció que le daría la mitad a cada una de las demandantes, el niño terminó en los brazos de la que se opuso a tal sentencia con lo cual demostró ser la auténtica madre. Este Salomón trascendió a la historia como alguien con sabiduría y, quizá lo más sabio de su actuar fue rodearse de consejeros con experiencia y por supuesto sabiduría. Con todo respeto, considero y así lo expreso, la Justicia debe ser cotidiana y aplicarse por igual para castigar al funcionario corrupto, que al criminal dispuesto a repartir parte de sus bienes entre los desempleados. Independientemente que algún proceso por su propia naturaleza lleve más tiempo para el desahogo de las acciones encaminadas a la justicia, la prontitud y eficacia debe ser similar, para atender el reporte de fuga de agua, desmanes en el manejo de la basura, que indagar acerca del robo –con o sin violencia- del auto, la casa habitación o la oficina. No hay justicia cuando la atención de las demandas –desde una solicitud de audiencia, hasta una petición de acción- se convierte en simulación.

Notas:

[1] Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi; «La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho».

[2] Aclare su demanda, nos parece que no esta acreditada la personalidad, túrnese a juzgados de  Veracruz o Sonora cuando el tema es en el DF, porque tienen saturación de litigios etc.

Lilia Cisneros Luján

lcisnerosescritora@gmail.com

2 de mayo de 2016

 

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