Diálogo con Jorge Edwards |
Un novelista pecador y maldito |
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El escritor chileno Jorge Edwards habla en esta conversación de su última novela, El inútil de la familia (Alfaguara), basada en la vida de su tío, Joaquín Edwards Bello, un personaje colorido y excéntrico. La "escandalosa" vocación literaria de este hombre de destino trágico lo llevó a cometer algunas indiscreciones en sus relatos. Ese hecho le valió la marginación de la sociedad tradicional a la que pertenecía y cuyos secretos se atrevía a revelar.
Jorge Edwards le ha devuelto el cuerpo a un fantasma. Claro que se trata de un cuerpo reconstituido, hecho de fragmentos unidos según las arbitrariedades de la memoria y las necesidades de la ficción, pero cuerpo al fin, el de Joaquín Edwards Bello, que respira, goza y sufre hasta la tragedia a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de la novela El inútil de la familia, que el autor de Persona non grata acaba de publicar con el sello de la editorial Alfaguara.
¿Qué crimen, qué pecado, en el Chile de los primeros años del siglo XX, podía transformar a un miembro de una de las familias más influyentes del país, bisnieto de Andrés Bello ("el bisabuelo de piedra", como dice Edwards que le decía Joaquín, por su condición de prócer de las letras chilenas cuya imagen reproducen bustos y estatuas en toda Santiago) en un maldito, un marginal o, ya en el colmo del desprecio, un inútil? |
"Su primera novela fue, precisamente, El inútil -dice Edwards-.
La publicó en 1910, cuando tenía 23 años. Su padre había muerto hacía algún tiempo, y se armó en Santiago un escándalo social de tal magnitud que Joaquín tuvo que irse de Chile, porque en esa novela se declaraba socialista, y supongo que eso era muy escandaloso en 1910, sobre todo en alguien que venía del ambiente de Joaquín, de esa burguesía muy poderosa, muy arrogante. Por si fuera poco, en seguida se declaraba ateo, comecuras (el tema de los curas está muy presente en el libro). Pero creo que hay otra cosa, una historia de amor más que insinuada, bastante escabrosa para la época, que, además, fue un escándalo, porque la gente de entonces identificó a los personajes reales detrás de los de la ficción. Yo no puedo asegurar nada, pero las claves están dadas en mi
novela."
En la otra cara de aquel espejo doble se refleja la figura del marqués de Cuevas, pero mucho antes de que se convirtiera en un excéntrico personaje de los salones europeos, cuando sólo era Jorge Cuevas Bartholin, Cuevitas, el hijo de una familia venida a menos en ese Chile del que soñaba con escapar y donde estableció una entrañable amistad con Edwards Bello.
"A diferencia de Joaquín, Cuevas es el gran triunfador de esta historia -reflexiona Edwards-. Tenía un sentido de la ubicación social impresionante y, a menudo, al comparar las historias de ambos, Joaquín decía que en lugar de haber leído tanto, más le habría valido aprender a comportarse en los ambientes mundanos, a conversar con las señoras. La rama de Joaquín es una de las ramas más pobres de la familia Edwards y es a la que yo pertenezco. El abuelo de Joaquín (mi bisabuelo) y su padre también se llamaban Joaquín, así que la nuestra es la rama de los Joaquines; la otra rama es la de los Agustines. Fíjese qué curioso: mi bisabuelo Joaquín fue un muy buen ingeniero de puertos. Su padre lo mandó a estudiar a Boston, fue uno de los primeros en ir a estudiar a ese tipo de instituciones. En cambio, su hermano Agustín, el que hizo la gran fortuna, no estudió nada, se dedicó a hacer negocios desde chiquitito, y descubrió que, en vez de ser minero, había que venderles cosas a los mineros. Así que el tipo comenzó a los doce años y creo que a los quince ya era rico, mientras mi antepasado estudiaba como un tonto. Supongo que esa noción que tenía el tío Joaquín (y que está mencionada en el libro) acerca de que hubiera sido mejor no haber estudiado tanto, tal vez le pudo venir de la experiencia
familiar." |
Hay, en El inútil de la familia, una tesis implícita pero claramente planteada: la creación literaria es una anormalidad, un cuerpo extraño en el seno de una familia y de una sociedad bien constituidas, que debe ser expulsado para preservar la salud del grupo. Ceder a la satisfacción de una vocación literaria se paga, en consecuencia, con el aislamiento y la marginación.
"Es muy importante ver esa relación entre literatura y anormalidad -reconoce Edwards-,
más aún, entre literatura y enfermedad. Los libros eran cosas que estaban en las casas pero que hacían otros; tenían que ser sólo una diversión. Por eso, creo que Joaquín fue un personaje trágico; para él descubrir la literatura significó apartarse, dejar de ser una personalidad de la vida
chilena." |
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Por Verónica Chiaravalli
De la Redacción de LA NACION
LA NACION (Bs. As. - Argentina)
Suplemento Cultura Domingo 7 de noviembre de 2004
Editado por el editor de Letras Uruguay
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