La reflexión filosófica desde una perspectiva ambiental

Autor: Dr. Ariel Enrique Cetina Bertruy

La reflexión filosófica desde la perspectiva ambiental implica la apertura hacia el mundo de la vida cotidiana y su renuncia a toda metafísica.

No es posible afrontar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las bases filosóficas de la cultura. Es una tarea difícil pero no inalcanzable. El ser humano se ha visto sometido muchas veces a la exigencia de cambios culturales, que involucran no solamente la plataforma tecnológica o la formación social, sino igualmente ese extraño tejido simbólico que permite la reproducción de su cultura. El mundo simbólico es quizás nuestra principal herencia cultural.

 En la actualidad se siente cada vez con mayor exigencia la necesidad de legislaciones más radicales, para controlar el deterioro del medio ambiente tanto ecosistémico como cultural. Por lo general los cambios en las normas jurídicas son precursores de nuevas prescripciones éticas y de intensas renovaciones filosóficas. Igualmente las transformaciones en las visiones del mundo y de la cultura, propuestas por los saberes tecnológicos, científicos, políticos y sociales, han conducido a la construcción de una forma de pensar diferente.

¿Cuáles son los límites de la acción humana, vistos ya no solamente desde el punto de vista de la organización social, sino desde su relación con las leyes que rigen la naturaleza? Y si existen esos límites, ¿significa ello que el hombre tiene normas externas a su propia organización social? ¿Hasta qué punto una respuesta positiva puede remover los cimientos de la filosofía occidental anclada en la dicotomía entre hombre y naturaleza?

Construir un pensamiento ambiental complejo que asuma, ponga en diálogo y relacione las especificidades de las diferentes disciplinas desde un campo común de estudio: los paradigmas contemporáneos que están transformando en la actualidad, las bases de la cultura occidental. 

Necesitamos recuperar para el análisis filosófico el inmenso aporte de la ecología, que ha intentado plasmar una visión unitaria de la realidad. Si algo caracteriza la ciencia en los últimos decenios es su capacidad para restablecer una cierta unidad en los elementos dispersos de la ciencia anterior.

Este proceso complejo y maravilloso de energía y materia ha recibido desde los años treinta el nombre de ecosistema. Es el sistema de la casa y no solamente el sistema vivo. Ello significa que materia, energía y vida están estrechamente ligadas. La ecología nos ha ido acostumbrando a considerar la vida como una manifestación de la materia-energía

La consecuencia inmediata que se deduce del análisis de estos procesos es que la vida es un sistema en el que todas las partes están inter-relacionadas. La materia participa de la vida y la vida se organiza a partir de la materia y de la energía. Ni los organismos ni las especies se pueden considerar como entidades independientes del sistema. Cada una de las especies ocupa un espacio funcional dentro del sistema.

 El concepto de nicho es fundamental en una orientación ambiental de la ecología. Igualmente es fundamental para la reflexión filosófica, aunque desafortunadamente la filosofía no ha incursionado todavía suficientemente en su estudio.  Nicho significa que el sistema es una articulación de funciones y que el sistema global solamente se puede entender en el estudio de dichas funciones. Las especies no recorren a su arbitrio el escenario, sino que cumplen una función en él. Son personajes del drama. Sin embargo no necesitan disfrazarse, porque no se trata de representar la vida sino de construirla. La función que ejercen se identifica con la propia naturaleza, o sea con la constitución orgánica de cada especie. Ello significa que para cada especie "ser", significa vivir en función de algo. Su única existencia es su función. Tal vez estas consideraciones de la ciencia pueden inducir a nuevas maneras de comprender el ser.

La filosofía tiene que plantearse algunas interrogantes que le llegan desde el campo de la cultura. Tiene que repensar ante todo la situación misma del hombre en el conjunto de la naturaleza.

¿Qué significa el paso evolutivo hacia la construcción de la cultura? ¿Hasta qué punto la historia del hombre es una "continuación de la historia natural", como la denominaba Marx? El estudio del medio ambiente no abarca solamente el análisis de los sistemas vivos, tal como lo proporciona la ecología. Es necesario entender al hombre y sus relaciones con el resto del sistema natural.

No es, sin embargo, una tarea fácil. El análisis del hombre ha sido deformado por la tradición filosófica y ha sido difícil someterlo a los parámetros del análisis científico. Si el esfuerzo por desacralizar la naturaleza y reducirla a sus dimensiones naturales ha sido un esfuerzo complejo y peligroso, mucho más lo es el intento de la filosofía y de la ciencia por comprender al hombre como parte del sistema natural. Puede decirse que aún no se ha logrado satisfactoriamente este objetivo. Pero entonces, ¿cuál es la tarea de un nuevo pensamiento filosófico?

Una de las tareas de una nueva filosofía consiste, pues, en recuperar la autonomía del saber. Ese ha sido uno de los propósitos que se ha impuesto el pensamiento moderno, pero ha sido hasta el momento un esfuerzo relativamente frustrado. El pensamiento occidental ha estado demasiado inmerso en la mitología platónica y ello le ha dificultado encontrar el camino de su autonomía y cuando lo ha encontrado ha sido como reacción y no como construcción positiva. Las ciencias han alcanzado una visión relativamente unificada de la naturaleza y del hombre, pero muchas de sus conclusiones no han logrado extenderse al campo de la opinión pública. Desde ese rincón lacerado se confabulan las guerras y germina la mayor parte de las enfermedades culturales de nuestro tiempo.

La filosofía tiene, por tanto, una tarea prioritaria: Ayudar a construir un escenario cultural en donde sea posible la tolerancia y el diálogo de saberes. Una vez superados los dogmas platónicos que habían invadido el terreno filosófico, es lícito sentarse a la mesa redonda para construir un escenario común de reflexión y de convivencia. Para ello debemos afianzar todavía el convencimiento de que ese escenario es nuestro y solamente nuestro y que sólo lo podemos construir en el diálogo.

Una tarea urgente de la filosofía consiste, por tanto, en disponer el terreno ideológico para el ejercicio de una verdadera convivencia humana. La convivencia no significa conformidad, pero supone que la verdad es algo que construimos en el diálogo. La convivencia es diálogo y compromiso, no uniformidad. Hipótesis y no dogmas. Para ello es necesario aceptar que la contradicción domina también el mundo social. El mundo es contradictorio desde el átomo hasta el hombre, pero ello no significa que tengamos que huir de esta hermosa tierra contradictoria.

Pero no basta con que la filosofía enfrente el problema de la convivencia humana. Hoy en día es necesario afrontar igualmente la consolidación de una nueva convivencia con la naturaleza. Este problema no puede considerarse como periférico en el análisis filosófico. Lo verdaderamente importante pasa a ser la relación del hombre con el medio natural. Tanto el origen del hombre como su destino empiezan a depender del lugar ocupado en el proceso evolutivo y de la manera como el hombre ejerza sus responsabilidades con el resto de los seres vivos. Ahora bien, ambos problemas están unidos en una extraña vinculación. La manera como el hombre organice sus relaciones sociales tendrá que ver con la manera como desarrolle su relación con la naturaleza. La esclavitud del ser humano significa el sometimiento de la naturaleza. El hombre solamente puede actuar al interior de la cultura y en una cultura construida para la guerra, la víctima final será la naturaleza y por supuesto el hombre y las mujeres.

Las responsabilidades ambientales de la especie humana sólo pueden comprenderse si se acepta que ella es parte de la evolución, pero igualmente que la evolución ha cambiado de signo. El ser humano es una peligrosa maravilla evolutiva que tiene en sus manos en este momento el destino de la naturaleza. Sin embargo, en la mayor parte de las corrientes contemporáneas se impuso el reduccionismo como método de análisis. Para despejar el camino de los fantasmas míticos y metafísicos, la ciencia ha insistido en que los sistemas complejos como la vida no pueden entenderse simplemente por sus componentes.

Las construcciones que el ser humano ha hecho a lo largo de su historia, son expresiones de su naturaleza creadora y transformadora; estas construcciones van desde las ideas, los sistemas de pensamiento, las éticas, las expresiones estético – artísticas, las ciencias y las técnicas, hasta las ciudades y toda la plataforma tecnológica e instrumental. Dentro del pensamiento ambiental que hemos desarrollado, llamamos cultura a todas las creaciones humanas.

Dentro de ella la construcción de un pensamiento ambiental amerita una buena dosis de filosofía, y además necesita mirar cómo se han transformado conceptos como hábitat, ciudad, urbano, saneamiento, contaminación, población, producción, consumo, deshechos, basura, reciclaje, ruralidad, energía, vida urbana y vida agraria, dignidad y responsabilidad.

 La manera como la ecología define el sistema vivo trae consecuencias filosóficas y éticas, que no han sido atendidas todavía por la academia. El hombre es responsable del sistema vivo, porque está inscrito en su interior, pero también, porque es capaz de manejarlo con los sutiles instrumentos que le proporciona la ciencia y la tecnología.

Situados hoy en día ante el tentador y peligroso reto de la tecnología genética, no tenemos más alternativa que afrontarlo, no como un destino trágico, sino como un futuro exultante. Está en nuestras manos el modificarla. La única norma ética que debería regir esta aventura es el reconocimiento de los límites de la ciencia y la tecnología. La vida se ha construido pacientemente a lo largo de millones de años en un complejo tejido de coincidencias y de incertidumbres. Cualquier error introducido por la tecnociencia, puede ser fatal.

Mientras no se logre restablecer la comunicación entre los hombres, no hay camino posible para llegar a la naturaleza. En vano hablamos del medio ambiente en una sociedad establecida sobre la desigualdad o construida para el odio, la intolerancia y la guerra.

 Ahora bien, restablecer los caminos de la comunicación humana supone superar el camino de la desigualdad. El profundo abismo que se abre cada vez más entre las sociedades opulentas y el hambre de los países pobres, no es el resultado del destino, sino la consecuencia de las leyes económicas. Esta es, sin duda, la lucha más larga y difícil, tal como lo plantea el Informe de Naciones Unidas, “Nuestro Futuro Común”.

Por ello es necesario pensar de nuevo la sociedad y con ella, la ética y el comportamiento económico y político. La sociedad se estructura gracias a que su práctica fundacional consiste en la forma como ella se relaciona con su medio ambiente; sin embargo, este capítulo ha sido negado por los estudios sociales realizados en la modernidad. La sociedad se rige por unos valores universales, incambiables, heredados e impuestos por la tradición. Solo recientemente se ha mirado el tema de la ética desde una perspectiva contextual y singular. Es a través de esa enmarañada red de valores expresados en relaciones económicas, sociales, políticas y simbólicas, como la especie humana en su diversidad cultural se enfrenta a sus ecosistemas y a sus entornos eco culturales, para transformarlos de acuerdo a sus necesidades adaptativas.

La dimensión del valor, de la ética, del deber, del derecho, de la libertad y de la legislación, debe ambientalizarse en nuestra contemporaneidad que es diferente para cada cultura, pero que tienen rasgos comunes, como son vivir en la misma casa: Oikós significa casa. Sin embargo esta relación ha sido paradójica en la modernidad industrial capitalista. En ella, es imposible una paridad y menos aún, una relación sistémica integrada entre derechos ecológicos y económicos. Las bases del capitalismo no tienen como punto de partida el cuidado de los patrimonios ecosistémicos y culturales, sino la explotación sin límites de los «recursos» naturales y humanos, con el fin de producir capital, que debe, por supuesto, auto reproducirse.

Temas como desarrollo, desarrollo sostenible, sostenibilidad, sostenibilidad ambiental y conflictos ambientales, hacen parte de la agenda de reflexión, pues sus concepciones actuales obedecen más a un capitalismo refinado, sutil y denso, al cual obviamente le interesa el cuidado de sus recursos, y menos a una visión ambiental producto de una transformación radical de las estructuras profundas de la cultura.

La construcción de un Pensamiento Ambiental supone el necesario detenimiento en las reflexiones actuales, para trabajar en torno a una ambientalización y a su vez aportar a dicho pensamiento ambiental los aportes que esta teoría ofrece y que permiten un cambio de un paradigma social racionalista, a un paradigma social ambiental.

Una ambientalización de las formas de conocimiento que van referidas a lo bello y a lo creativo, a lo sensible y a lo emocional, amplían las visiones tradicionales sobre la estética, aportando elementos muy novedosos en las prácticas pedagógicas; a su vez, la reflexión surgida del seno de las prácticas pedagógicas y educativas, permiten ampliar un pensamiento ambiental en educación. Una incitación para pensar la universidad y la escuela en general, desde la dimensión ambiental, pero también un impulso para actuar.

El paradigma de la complejidad, enunciado por Edgar Morin, se abre como un horizonte a partir del cual y hacia el cual es importante enfocar un pensamiento ambiental que no se convierta en una camisa de fuerza del conocimiento contemporáneo. Al contrario, el pensamiento ambiental debe autoorganizarse y autoproducirse, de tal forma que nunca sea el mismo; los procesos de pensar el ambiente, se transforman continuamente. El pensamiento ambiental se apoya en la particularidad, en la diferencia, en la alteridad y en la biodiversidad. Valores como el de la vida, el respeto, la solidaridad, la responsabilidad, la justicia o la igualdad, son universales, aparecen nuevos actores y escenarios que el pensamiento ambiental debe integrar, reflexionar, comprender e interpretar. Esa es su tarea.

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Ariel Enrique Cetina Bertruy

 

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