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La ética en el ejercicio de la Gestión Pública

Autor: Dr. Ariel Enrique Cetina Bertruy

Es importante contextualizar que a partir de los años 80 del Siglo XX comenzaron a utilizarse los términos de ética de la gestión pública, ética de los controles públicos, ética y responsabilidad pública, ética pública, ética de las virtudes públicas, ética de la administración, etc. Estas denominaciones responden a la necesidad de elaborar y aterrizar la ética en el ejercicio de los funcionarios públicos, la responsabilidad y los deberes profesionales y morales que se derivan del difícil arte de la gestión de gobernar. Si es que esta quiere hacerse con la imprescindible transparencia que reclaman los tiempos contemporáneos.

 

Sin embargo, la preocupación por estos asuntos es tan antigua como el hombre mismo. Los primeros en aproximarse al estudio de estos tópicos fueron entre otros pensadores griegos Sócrates, Platón y Aristóteles.

 

Con independencia de los dos primeros pensadores, fue Aristóteles el que con mayor grado de argumentación aportó elementos fundamentales e indispensables para comprender el saber ético, de un modo sistemático. Es posible que este pensador sea el de mayor grado de importancia con Platón, en toda la historia de la filosofía. 

 

La filosofía práctica que cultiva Aristóteles, se compone de libros que tratan de ética y política: Ética a Nicómaco (la más importante, dedicada a su hijo Nicómaco), Ética mayor, o conocida también como Gran Ética, (breve y quizá reiterativa) y la Ética a Eudemo (platónica y posiblemente espuria, para algunos historiadores de la filosofía). 

 

Las diez partes de la Ética nicomaquea remiten a la política, obra en que, desde una perspectiva más empírica que ideal, Aristóteles estudia el régimen político, o el gobierno de la ciudad, ámbito donde se desarrolla la ética.

Por esta razón estos trabajos contienen ideas referidas al arte de gobernar y es por esta cuestión que se le considera de obligada referencia para el estudio del tema que nos ocupa.

 

En opinión de Aristóteles, el hombre es el único ser del universo que desarrolla de un modo racional la expresión del orden, o desarrollo de todas las capacidades que le brinda su esencia: mediante el conocimiento, en el terreno de la racionalidad teórica, captando de forma abstracta y conceptual la verdadera naturaleza de las cosas, y mediante la conducta moral, en el terreno de la racionalidad práctica, con el desarrollo de todas las potencialidades del alma con las que desea el bien.

 

La vida propiamente humana es la vida ética y ésta consiste en el cultivo de las virtudes éticas y las dianoéticas; en la actividad (praxis) conforme a la virtud más excelente y según lo mejor que hay en el hombre; y también en ello consiste la felicidad y, por esto, la ética y la política son la realización del fin (telos) de la naturaleza humana”. [1]

 

Los historiadores de la filosofía consideran que su obra posee suficiente unidad y homogeneidad como  hablar de un sistema y una filosofía aristotélicos.

Por supuesto que existen reflexiones posteriores a este pensador que merecen la pena de ser estudiadas y que poseen valor para descubrir en ellas, al menos, elementos vinculados con el obrar de un buen gobernante.  No obstante las más importantes  pertenecen a  los finales  del siglo XX y a principios del XXI.

 

En una pregunta realizada por Juan Arias a Fernando Savater en su importante libro El arte de vivir, el autor le pregunta: ¿puede existir una ética del poder público debido a que hoy en el mundo se afrontan todo un conjunto de problemas en cuanto a la gestión de gobierno, que van desde una alta, media y baja corrupción?

 

Al respecto Fernando Savater reflexiona: Creo que el poder llega tan lejos como la falta de controles le permite. No hace falta que sea por maldad.  Es decir, en el poder hay una tendencia a lo expeditivo.  Por lo pronto, todas las personas que mandan, incluso por pereza, por ganas de acabar cuanto antes, tienden a ser expeditivas. Y por otra parte, tienden también a considerar el poder como algo patrimonial, como algo que se les debe, que ya es suyo para siempre, que si les quitan el poder, le hacen un daño.

 

Esa tendencia no se controla con predicaciones, ni con sermones, ni con oficios de buena voluntad.

 

Sí, hay personas con cierta ética, hay funcionarios con una mentalidad ontológica muy correcta y otros que no tanto.  Pero lo importante es establecer los controles públicos, una ética para el difícil arte de gobernar. 

Ya hace muchos años Baruch Espinosa, en su tratado político, había establecido que el pensar que un Estado puede funcionar sólo por la buena voluntad de sus funcionarios, que los funcionarios puedan ser tan buenos que hagan sólo lo que deben hacer, es una utopía.

 

Lo importante es que los Estados funcionen bien, sea por una motivación elevadamente ética de sus funcionarios o por miedo a que les pongan en la calle, o les metan en la cárcel.  Lo importante es crear controles. En España, por ejemplo, lo que ha habido es un gran descontrol que ha permitido unos abusos tremendos, y esto puede también generalizarse a otras sociedades de nuestra región geográfica. [2]

 

Por este motivo los códigos deontológicos que hoy se promueven en el mundo, llaman a combinar en su articulado normas morales y jurídicas para su más efectiva realización. Ya que no basta solo con  códigos morales. Por eso existen diferencias entre la deontología inicial  propuesta por J. Bentham (1748-1832) y la que hoy se está poniendo en práctica en la deontología y ética política contemporánea, desarrollada por R. Rorty (1931) y por J. Rawls, (1921) y otros autores contemporáneos.

 

Son algunos los intentos de elaborar una ética de la gestión pública, así autores como Victoria Camps abogan por la elaboración de una ética pública, consciente de su contexto histórico y geográfico;, una ética carente de los tonos patéticos del negativismo moral, impuesta  de que sin virtudes públicas, la democracia es una ficción, un asunto abandonado a unos políticos profesionales que, entre otras aspiraciones sin duda más dignas, se mueven por la inesquivable pulsión de perpetuarse en el poder. No en vano, esta imprescindible autora afirma que el deber se expresa más allá del poder.  [3]

 

Uno de los antivalores que más ofende a las personas en el mundo de hoy, es quizás, el trato burocrático que toma por tonto a los ciudadanos, cuestión que demuestra que la desatención debía ser un elemento invalidante para el ejercicio de los cargos públicos en toda sociedad.

 

Otro, no menos importante, son las relaciones formales propias de muchos funcionarios y empleados que suelen afectar el buen funcionamiento de la administración pública en distintas sociedades y ámbitos de la vida social.

Reflexionar sobre las cuestiones antes aludidas que vienen expresándose como problemas sociales desde tiempos pretéritos, constituye el objeto de nuestra disertación.

 

A partir de estas premisas, se emprende la presente investigación, que cuenta con el siguiente diseño:

 

La importancia de abordar este tema de saberes y conocimientos prácticos es para iluminar los diversos quehaceres en la vida personal y profesional de los servidores públicos.; de contribuir en el esclarecimiento de los términos teóricos y prácticos de la ética de la gestión pública.

 

Es de vital la importancia revisar los principios, cualidades, virtudes ciudadanas, y la transparencia en la esfera de la administración pública contemporánea. Además, enfatizar cómo se expresan estos resortes morales. 

Para adentrarse a este aspecto del conocimiento es necesario presentar los siguientes cuestionamientos: ¿Qué contribuciones teóricas puede realizar una ética de la gestión pública, al desarrollo social y educativo el país? ¿Cuáles serían los aspectos teóricos y prácticos que aporraría la ética para reorientar el ejercicio de la conducta del servidor público? ¿Bajo qué principios y valores se debe formar las generaciones de hoy y del mañana?

 

Mediante la exploración de información e indagación científica se necesita esclarecer los problemas que se han abordado tangencialmente en la ética de la gestión, en los roles públicos, en ocasiones, en la administración pública.  Esta rama del saber ético, a veces se presenta como ética profesional, en otras como ética aplicada, y, en ocasiones, como un tipo de ética deontológica.  

 

Para avanzar y replantear las actividades de la vida profesional del servidor publico es conveniente flexionar sobre la pertinencia científica y docente de una ética de la gestión pública; analizar los aportes que diversos autores que han aportado sobre este tema; esclarecer por qué la transparencia se convierte hoy en una de las categorías centrales de esta disciplina ética, de gran contenido sociológico y político; indagar sobre los valores, virtudes y cualidades negativas que hoy se expresan en el ámbito de la administración pública, particularmente del funcionario público  y quien constituye uno de los sujetos fundamentales sobre el cual se construye este saber. 

 

Creo conveniente, al tratar estos aspecto éticos de la administración publica, sistematizar el debate teórico que se ha producido alrededor de lo que puede ser denominada una ética de la gestión pública, o de los roles públicos, que aparece denominada con otras acepciones, aunque lo que se pretende destacar en su contenido es esencialmente idéntico, o sinónimo; fundamentar por qué la transparencia constituye un rasgo y a su vez una categoría esencial de esta rama del saber ético; caracterizar dilemas y conflictos que se presentan en la ética de la administración pública, y precisar el vínculo, las diferencias entre lo público y lo privado en la ética de la administración pública, reflexionar sobre la ética individual, la responsabilidad moral  de los funcionarios públicos,  y la eticidad de su conducta.


Notas:

[1] Aristóteles, (384/383- 322 a.C.)  En: Diccionario de Filosofía. Soporte digital, Editorial Herder, Barcelona, pp.1, 4, 6. Material  fotocopiado.  Facultad de Filosofía, La Habana, 2005, p. 8.

[2] Véase el interesante libro de Juan Arias: Fernando Savater: El arte de vivir, Editorial Planeta, Barcelona, España, 1996, p. 174.

[3] Victoria Camps. Virtudes Públicas. Editorial Espasa Calpe. Madrid, España,  1990, pp. 197, 204.

Ariel Enrique Cetina Bertruy

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