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Arturo Toscanini


por Juan José Castro

 

Conocí el año pasado, en Nueva York, a Arturo Toscanini. Tuve el privilegio de oír más de 40 conciertos dirigidos por él, durante el ciclo que la admirable orquesta filarmónica de esa gran ciudad desarrolla anualmente en el “Carnegie Hall”.

En uno de los primeros conciertos, Toscanini dirigió la 4’ sinfonía de Brahms. Fue para mí un deslumbramiento. Creí entonces que nadie, ni el mismo Toscanini, podría impresionarme nuevamente en forma parecida. Los conciertos se sucedieron; en varias semanas se cumplió un nutrido ciclo beethoveniano que incluía las nueve sinfonías, numerosas oberturas, la “Missa Solemnis”, conciertos, etc., cuyas ejecuciones renovaban de continuo el asombro y la admiración que provoca este hombre prodigioso. Cuando, hacia el final de la temporada, le oí la obertura de “Los Maestros Cantores”, comprendí por qué se le llama “el mago”.

No hay artista, ya sea ejecutante de instrumento, cantante, director de orquesta, que alcance realizaciones comparables a las que puede ofrecer Arturo Toscanini.

Quizá fuera oportuno recordar que la labor de intérprete de un artista tiene fases muy distintas, según se trate de un director de orquesta o de un ejecutante-virtuoso de cualquier instrumento.

El virtuoso, ante la obra que se propone interpretar, debe evocar, a través de dicha obra, el ambiente propicio en que ella pudo nacer, creando en sí mismo el estado de ánimo del compositor en el momento de esa concepción, lo que, en cierto modo, es como sustituirse a él. Es ésta una labor de identificación bien difícil, siendo necesario para afrontarla con éxito poseer una cultura musical extensa, tener una sensibilidad artística muy varia, y hasta requiere, en algunos casos, que el intérprete tenga ciertas dotes de creador, transformando, momentáneamente, su papel en el de colaborador del autor interpretado. Todo esto, como se comprenderá fácilmente, no siempre podrá ser reemplazado por la intuición o el agudo instinto musical de que están dotados algunos ejecutantes. De ahí que se encuentren tantos virtuosos de excepción, cuyo dominio del instrumento es sorprendente, que ofrecen excelentes versiones de tal o cual autor, cayendo en la extravagancia al interpretar a otros.

Esta labor interpretativa, común al artista ejecutante y al director de orquesta, tiene en cuanto a su realización un proceso muy distinto. El virtuoso cuya recreación de la obra está ya fijada en su imaginación, al darle vida en el instrumento adaptará sus medios técnicos a aquella imagen, encuadrando su ejecución en el estilo y en la expresión requeridos. Claro está que su versión será el fiel reflejo de su pensamiento. Bien distinto es el caso del director de orquesta.

En sus subordinados deberá crear ese estilo; es a ellos a quienes ha de transmitir esa nueva creación, haciendo que la interpretación por él concebida sea fielmente vertida por el complejo instrumento que él utiliza: la orquesta. Hay aquí, como se ve, un doble riesgo, pues la más afortunada concepción del director estará expuesta a ser desvirtuada en cuanto no logre transmitirla e imponerla en sus más mínimos detalles a la legión de colaboradores que su tarea le exige. O, dicho de otro modo, es necesario que el director de orquesta posea además de las indispensables condiciones de intérprete, otras muy especiales —el conocimiento de las diversas técnicas de los instrumentos no es la menor— y el dominio suficiente para imponer a la orquesta su concepción personal de la obra. A todo ello agréguese un poder de transmisión por el gesto y los ademanes, que hará, en el momento mismo de la ejecución, que toda la labor llevada a cabo durante los ensayos no sea traicionada.

Cuando se oye por primera vez una ejecución dirigida por Toscanini se advierte hasta qué punto todo ese proceso se ha cumplido, y con cuánta perfección.

Desde el primer violín solista hasta el bombo —y no hay en estos extremos cuestión de jerarquía— han sufrido la avasalladora influencia de ese hombre. Pasando del conjunto de los arcos a tal o cual solista, dejando los instrumentos de madera para ir hasta los cobres o a los de batería, todo, absolutamente todo, está sometido a su voluntad omnímoda.

Pero, se pregunta uno, ¿qué papel juega en este sometimiento colectivo el carácter terrible, la irascibilidad de este artista, tan mentados a través de su larga carrera? Aun a riesgo de destruir una leyenda, hay que decir que no es a ello que responde la ciega obediencia que presta esa orquesta a su jefe. No es el temor lo que determina esa indestructible unidad de voluntades; y si temor hay, es algo parecido al temor de Dios, pues esos hombres que se despojan de su personalidad para expresar tan bellamente lo que él quiere, y como él lo quiere, parece que estuviesen allí congregados para cumplir un rito sagrado en el que han de poner su más profunda fe. Juraría que si se interrogase a cualquiera de sus músicos sobre la cosa más seria que ha hecho en su vida, en la respuesta encontraríamos el nombre del Maestro.

En las incomparables interpretaciones de Toscanini hay una soberana belleza tan cercana de la perfección que ante ella todas las voluntades quedan doblegadas para plegarse a la única que, en definitiva, debe imperar.

Es indudable que puede mucho más en el ánimo de sus músicos el gesto sereno y majestuoso, lleno de simplicidad, o la profunda mirada con que pide a un solista que le ayude a expresar todo su pensamiento, que los gritos destemplados que profiere en los ensayos ante la más mínima falla, y, si al esbozarse un pasaje tierno se dibuja en su cara aureolada por las canas, esa sonrisa inolvidable que hace toda bondad la dura e imperiosa mirada de un momento antes, la orquesta, a la par de él, se transfigura.

De inmediato llama la atención en sus interpretaciones el perfecto equilibrio que guardan todas las partes de la composición, y sobre todo la fundamental preocupación por el “Tempo”, por la exacta verdad del movimiento que rige cada fragmento. Es que Toscanini es un clásico. Dominan en él la pureza de las líneas, el equilibrio sonoro y arquitectónico —aquí la colaboración con el autor, de que hablábamos— la claridad en la expresión, la idea del lógico desarrollo. Una profunda compenetración de cada página que aborda[1] y una intuición maravillosa se alían para descubrir el movimiento en que ha de reposar todo un tiempo de sinfonía, toda una obertura. Es indudable que el proceso ha sido doloroso, pues el fruto es muy bello. Pero una vez logrado, uno comprende que ya no lo quiera abandonar. Se tiene la impresión de que es imposible abandonarlo. ¡Cuántas veces hemos sentido, en el primer Allegro de la Heroica, vacilar el movimiento con la llegada del segundo tema en las maderas, animarse tan luego, jadear en el “fortíssimo”, henchirse de vida en seguida para estallar en la “reexposición"*, languidecer nuevamente, sufrir aún mil enfermizas alteraciones, que deforman y alargan —alargan, sí, a pesar de tanta pretendida variación— este formidable poema beethoveniano!

Los dos acordes iniciales, que tanto tardó en hallar el sordo heroico, han hecho sufrir también a este otro héroe que todo lo oye. La batuta como una espada, apuntando al suelo, algo hacia atrás, de pronto hiende los aires, rápidamente, retomando su primera posición. Esto dos veces, y el “tiempo" de la Heroica ha quedado fijado por dos acordes formidables, como dos hachazos. El tiempo justo, el tiempo único. A partir de ahí todo se encauzará en ese ritmo que es como una revelación. El hecho maravilloso reside en que no es demasiado vivo para tal motivo esencialmente melódico, ni demasiado lento para tal otro de índole rítmica, y que bastará el distinto carácter que imprimirá a cada cual, o la distinta fisonomía que alternativamente tomará un mismo tema, para alcanzar el máximo de expresión. Pero el “tempo”,— ¡ese “tempo” inolvidable de Toscanini!—no cambiará, no podrá ya cambiar.

Otra característica de sus interpretaciones es la preeminencia que concede a la línea melódica y la manera de dibujar su curva. No me refiero a frases o temas aislados, sino a la totalidad de la obra. Toscanini extrae de cada pasaje el sentido melódico creando con ello una línea ininterrumpida —como un horizonte— y el oyente, a pesar de la forma impecable en que surgen mil detalles de ejecución y de la transparencia que esa orquesta adquiere en cada plano, se siente guiado por aquella línea que ha de conducirle a través de toda la trama sinfónica por el sendero más seguro. Estamos ante un hermoso paisaje bellamente iluminado. Todo es claridad, colores, perfumes. Pero un resplandor, allá en el fondo, domina y atrae con fuerza invencible nuestra mirada.

Desde luego, es en la forma clásica donde encuentra el material más propicio a su genio interpretativo. Bach y todos los antiguos, Haydn, Mozart, Beethoven, el ya gran clásico Brahms: he ahí algunos nombres que irán siempre unidos al del Maestro. Y Wagner, cuya frase de “la melodía infinita” podría ser, en cierto sentido, el lema del gran italiano.

Quizá parezca ridícula esta afirmación: “Toscanini no tiene ademanes de director”. Pero es exacta. En efecto, ese largo repertorio de ademanes de que se provee todo director que se respeta, y que en muchos casos (v. g. Stokowsky) consiste en una serie de actitudes de una terrible teatralidad, es totalmente desconocido por este director. Apenas dos o tres ademanes característicos, y con ello y un simple marcar el compás le he oído todo Beethoven, mucho Brahms y mucho Wagner como no volveré a oírlo en mi vida.

Vuelvo a repetir, que, aparte de todo lo realmente inherente a la interpretación, hay en sus medios para obtenerla, en la “mise en ceuvre” algo poco menos que imposible de analizar.

Porque siendo sus exigencias tan extremadas, y tropezando con mil dificultades para expresar verbalmente todo su pensamiento, el asombro se apodera del espectador de sus ensayos al advertir que, como por obra de encantamiento, en pocos minutos todo se ha logrado. Hay allí un secreto: lo que pide, la técnica que exige se emplee en cada caso, su manera de equilibrar los planos sonoros, la organización dinámica, la calidad sonora de los diversos instrumentos, todas sus indicaciones, en fin, son de una precisión tan asombrosa, son tan exactamente lo necesario para solucionar el problema que se presenta, que hay que convenir en que además del profundo conocimiento de los misterios de la orquesta, este hombre prodigioso está dotado de una especie de sentido de adivinación. Allí no hay pruebas ni experiencias inútiles. Simultáneamente, casi con la dificultad que surge de la obra aparece en sus labios la palabra mágica que ha de conjurarla.

A veces, muy pocas veces, se produce el drama. La orquesta no le entiende, o no puede satisfacerlo. Drama interior del artista cuya quimera se estrella ante las limitaciones humanas. Los músicos asisten entonces a un doloroso espectáculo. Toscanini enmudece; su faz se transmuta. Abandona la varita que lo puede todo —casi todo— se sienta en el escalón del estrado, y, su blanca cabeza entre las manos, desesperado, permanece largos minutos en silencio.

El Maestro confiesa: hay pasajes cuya realización completa, la que vibra en su interior, no ha logrado nunca. No puede, quizá, lograrse... Pero como verdadero artista que es no abandona su sueño. Y espera, a los 70 años, poseer algún día todo el secreto...

Nota:

[1] Antes de dirigir una obra, así sea la que mejor conoce, se sumerge en el estudio más escrupuloso de ella, diciendo: “Siempre descubro algo nuevo entre estas notas”.

Ver, además: Novedades o altas de Letras Uruguay 14º aniversario 23/5/2017
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/novedadesaltas_de_letras_mayo2017.htm

 

Juan José Castro (compositor, pianista, violinista y director de orquesta argentino

Fecha de nacimiento: 7 de marzo de 1895, Avellaneda, Argentina - Fallecimiento: 3 de septiembre de 1968, Buenos Aires, Argentina)
Revista "Sur" nº 11

Buenos Aires, Argentina Agosto de 1935

 

Digitalizado como texto word, y procesado como htm, por el editor de Letras Uruguay (se agregaron videos y foto) Inédito en la web mundial al día de hoy: 25 de mayo de 2017

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Personajes de la historia global: Arturo Toscanini/ Global

Arturo Toscanini fue el director de orquesta más famoso del siglo XX y durante cuarenta años de su vida, una leyenda viviente.

La forza del Destino - Overture - Toscanini 1944

 

L. v. Beethoven - Symphony No. 3 'Eroica' (A. Toscanini) [1949]

 

TOSCANINI GUGLIELMO TELL (OVERTURE) VIDEO

Subido el 18 ago. 2010

Rossini - Guglielmo Tell, diretto da Arturo Toscanini il 15 Marzo 1952, al Carnegie Hall di New York City.
Versione estrapolata dal DVD Arturo Toscanini, NBC Symphony Orchestra / The Television Concerts 1954-52 (Volume Five) TESTAMENT.
Dal momento che non sono esperto di computer, ringrazio manu86sun, per aver di fatto caricato il video;

 

 

 

 

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