El malón
Jerónimo Castillo

Primero fue un alarido
que preludió embravecido
guturales estribillos
como silentes colmillos
hiriéndole al sol la faz.

Luego las crenchas flotando,
cogotes de indios sudando,
mugre hedionda que cabalga
sobre una miseria galga
de gritos sólo locuaz.

Centauros multiplicados
por infinitos costados
preñan de sombras los cerros,
mientras enredos de perros
se asustan ante el fragor.

Está la legión pampeana
formada en ala mediana
de indisciplinada forma,
dispuesta a cumplir la norma
de matar cual su valor.

Quema el frío filo agudo
del tacuaraje puntudo
que blande el salvaje fiero,
cuando se apresta el acero
a doblegar al infiel.

Kepis, boinas desteñidas,
fajas al cuerpo ceñidas,
pana, correaje lustrado,
cuanto gringaje ha quedado
forma ruedo en el cuartel.

Remolinean los fletes
azuzados por jinetes
que horrorizan con su aspecto,
mientras el ansiado efecto
lo consiguen al entrar.

Angustia, gritos, espanto,
fuego, destrucción y llanto,
todo el aire conmovido
por ese loco estallido
imposible de enfrentar.

Lanzas, flechas, fogonazos,
enhiestos y rudos brazos
se cruzan en torbellino
y se vive el desatino
de un instinto criminal.

Cada círculo de fuego
vomita coraje ciego
en ambos bandos rivales,
aunque por mal de sus males
pierde sitio el natural.

Poco a poco en dura lucha
con sangre y audacia mucha,
cede terreno la indiada
a la población armada
celosa de su bastión.

El hereje griterío
menguando va, y el gentío
crece en ardor y coraje,
y es notorio al paisanaje
el triunfo de su pendón.

Baja el sol, ya no calienta
ni la turba está contenta
sintiéndose desplazada,
cuando ordena retirada
el caciquejo Manuel.

Queda el polvo levantado
del malón que ya ha pasado
en olímpico desorden,
llega el recuento a la orden
por ver el destrozo aquel.

La tierra en silencio acalla
de tan horrenda batalla
el angustiado clamor,
y contempla el desconsuelo
del que lucha por el suelo
que constituye su amor.

Jerónimo Castillo
De “Vecindad cerril” 
Capítulo de la tierra

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