La siesta
Jerónimo Castillo

Avanza por entre el monte
el bochorno de la tarde
y la chicharra le canta
con translúcido ropaje.

Pasó de largo la siesta
donde lograron juntarse
travesuras de los niños
en ausencia de sus padres.

Junto al aljibe las huellas
descalzas dan el detalle
de las veces que buscaron
beber frescura y mojarse.

La honda colgada al cuello
que hace temblar los cristales
y escapó de la requisa,
no le ha de faltar a nadie.

Aunque el rezongo materno
marcó espacios especiales
donde descansar la siesta,
siempre fue lindo asolearse.

La caza de lagartijas
muy cerca de los tunales,
con la iguana corredora
fueron de esta fiesta parte.

Estos niños que repiten
las mismas barbaridades
con que nosotros hicimos
más llevadera la tarde,

encuentran en la aventura
gnomos, duendes y otros grandes
habitantes de la siesta
que la memoria me trae.

Por eso recuerdo ahora
raspones que aún me arden,
las picaduras de abejas
cuando bajaba panales,

torceduras, moretones, 
ampollas, hilos de sangre,
de escapadas sin permiso
o en ausencia de mis padres.

Jerónimo Castillo
De “Vecindad cerril” 
Capítulo de la tierra

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