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Canje
del libro “Final de Sinfonía”
por Jerónimo Castillo
jeronimocastillo@yahoo.com.ar

 
 

Ramón era de pocas palabras. Nadie como él conocía mejor los pasos cordilleranos que desde su juventud, en que viajó de Chile para afianzase en Mendoza, había recorrido.

No eran precisamente los que conocía el turismo entre nuestro país y el vecino Chile.

Tampoco sus idas y venidas tenían una misión diplomática, ya que su oficio era el de arriero, teniéndose presente que por los primeros decenios del siglo anterior, el ganado se llevaba “en pie” al otro lado de la cordillera.

A veces era un conchabo en el que tropeaba. Otras oficiaba de baqueano, pero la mayoría había sido con hacienda propia, o mejor dicho apropiada en un abigeo conocido normalmente como “cuatrereada”.

Sus pasadas no tenían registros en ninguna de las dos aduanas, por razones fáciles de comprender, ya que explicar la procedencia del arreo o de los elementos que transportaba, hubiera resultado dificultoso.

Tenía una pierna tiesa a causa de que el tiro de un carabinero lo alcanzó en la rodilla, aunque logró escapar tirándose ladera abajo en una carpa engrasada, que hacía las veces de trineo sobre la nieve.

Si el vino le sacaba las palabras, solía decirle a los parroquianos que pronto partiría a hacer una diligencia en su tierra natal.

 - Me voy con la Carmen (su mujer), cargo medio fardo de pasto en la espalda pa´ la bestia (su mula), y en la arpillera pongo charqui suficiente y parto -

Cuando permanecía en Mendoza, más precisamente en Tunuyán, camino al Manzano Histórico, tenía por costumbre criar perros galgos, los que hacía correr los domingos contra perros de otros criadores para tratar de ganar unos pesos, o cazar liebres en los potreros de alfalfa, muchas veces para poder alimentarlos.

En ocasiones llegaba a comprar en el corralón municipal algún equino decomisado de la vía pública y no reclamado por su dueño, que procedía a carnear para que los perros tuvieran comida.

La carne de caballo los ponía en forma, especialmente a los cachorros, pero adquirían un olor insoportable.

Así transcurrían los días de este personaje chileno en el sur mendocino.

De vez en cuando “se arrancaba”, según sus dichos, y arreaba a Chile, volviéndose con elementos que habían omitido el pago del arancel, lo que el código aduanero tipificaba como contrabando.

Sería a mediados de setiembre de ese año 1938, cuando la nieve y el viento blanco no ponen tan peligrosa la travesía, que Ramón inició el cruce con los pocos elementos que acostumbraba llevar.

Hacía ya tiempo que carabineros y gendarmes le tenían echado el ojo, y lo que más los inquietaba, tanto a los guardias chilenos como a los argentinos, era el hecho de no saber por dónde pasaba el contrabandista.

En 1919 el aviador tucumano Benjamín Matienzo, con su avión Nieuport de 165 HP, el 20 de junio, se había aventurado a realizar el primer cruce de la Cordillera de los Andes en avión, lo que terminó intentándolo solo por cuanto el frente de tormenta desanimó a los otros dos aviadores que en sus aviones lo acompañaban: Pedro Zanini y Antonio Parodi, quienes viraron hacia Los Tamarindos (hoy El Plumerillo).

Matienzo pensó que cruzaba, pero nunca llegó a Chile.

Habían pasado 19 años y los restos del avión siniestrado no habían sido encontrados.

Ramón volvía de Chile con su habitual carga “no declarada”, y fue interceptado en territorio argentino, no ya por los gendarmes, sino por una patrulla de Alta Montaña de la Agrupación N° 8 del Ejército Argentino, con asiento en Uspallata.

Con sus antecedentes tenía asegurada una buena cantidad de años en los penales mendocinos.

Había terminado la vida de contrabandista del chileno Ramón, pero...

- ¿Ustedes quieren saber dónde están los restos del avión que andan buscando? -

Al día siguiente los titulares de los diarios mendocinos rezaban: “PATRULLA DEL EJERCITO ARGENTINO ENCONTRÓ LOS RESTOS DEL AVIÓN DE BENJAMÍN MATIENZO”.

 

Jerónimo Castillo
jeronimocastillo@yahoo.com.ar

San Luis - Argentina
Del libro “Final de Sinfonía”

 

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