Agualava, de Patricia Díaz Bialet - Prólogo por Leopoldo Castilla

 

 

 

Agualava, sea bienvenida por lo que trae de pasión poética, de albur creativo, de entrega desmedida.

Seis capítulos hacen de ventanas para asomarse y ver este desbordado poemario. En el primero, En órbita de fuego, los poemas al fragor de los amantes poseen el ritmo del arrojo, de una bella insolencia. En ellos el deseo crea otra biología reencarnada.

El venablo que dispara el poema a veces multiplica sus blancos como en el final de La inmersión nos refleja tal cual somos: “...yo me acerco a mi acuática mochila para olerte / como se huelen los búfalos antes de aparearse / como se huelen las camisas aún tibias de los muertos / como se huele el siempre fresco cadáver de la infancia.”

Poesía firme y jugada. En otros poemas los versos poseen del sexo la misma, tensa, demorada velocidad y, como él, actúan expulsando imágenes, relumbrones.

No soy mujer de estar entre las ollas, el segundo capítulo, le sirve a Patricia Díaz Bialet para disponer y armar, soberbia, el cuadro de su tiranía gozosa. En ella hasta la soledad está enceguecida: “Me defino culebra atrapada en su propia histeria”, afirma, en uno de los trabajos de este caudaloso diario del deseo. Un itinerario que, como en el sexo, prima sobre la reflexión el haz de reflejos del lenguaje. La  hondura oculta por su propia radiación. Como en un caleidoscopio.

Ya en La trama esa afirmación de jubiloso poderío libra una batalla de tono y fuerza con una epifanía verduga. Y se ajusticia, malherida, en su reino: ese campo hechizado de metáforas, donde Patricia propaga su veneno más fuerte revitalizando la lírica argentina actual.

En la espesa calma que rodea, cuarto capítulo de este libro, es el azogue de la poesía anterior. Lo que esplendía se torna ahora carnadura oscura. Detiene el vértigo celebratorio y se repliega a una desolación dura, ensimismada. Acusada y testigo simultánea, Díaz Bialet resuelve el veredicto con la eficacia de su riesgo poético.

Con Ella bien de pueblo, un extenso retrato desencadenado, y los trabajos de distinta factura de La caja se cierra esta Agualava y su delta vertiginoso, emocionado, que ahora celebramos.

 

Leopoldo Castilla

 

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