Tres veces Revueltas por Adolfo Castañón
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I. Piedad y tragedia Hay pocos escritores mexicanos que me entusiasman realmente. Uno de ellos es José Revueltas, vino sobrenatural en odre épico. Revueltas es ante todo un escritor, un hombre visceralmente comprometido con la palabra. Difícil pero magnético, labrado, fulgurante, con una dicción dura y un fraseo áspero, que lo hacen difícilmente traducible a otros idiomas, intermitente pero sembrado de innumerables momentos de asombroso poder y belleza, de descripciones visionarias en que el paisaje y la gente mexicana se dicen con intensidad incendiaria y esperanzadora, con pétreo resplandor definitivo. Sabe transformar los hechos sencillos y en apariencia insignificantes en parábolas terribles y magníficas. Sus hombres antagonistas —agonistas más que protagonistas, para insistir en la referencia unamunesca sugerida por Octavio Paz en su ensayo sobre este autor— están solos, pero viven y actúan rodeados de un conjunto de fuerzas sobrenaturales que los agitan tan casualmente como el viento a la hojarasca. No siempre son títeres. Seres de carne y hueso, se desplazan con indudable esfuerzo por un mundo espeso y enemigo y hasta con cierta torpeza, que se diría deliberada por el autor a fin de resaltar los rasgos de una acción que se da como diluida en el lenguaje líquido de los sueños. Esta pedagogía insólita de las pasiones, llamada a prepararnos para quién sabe qué impasibilidad, ha sido sabiamente concebida para exasperar y manipular insondables abismos, entrañas ciegas. Ella hace digerir ese duro alimento, el dolor. En la balanza —prosa peristáltica— de Revueltas se contrapesan, sin lograr nunca un equilibrio perdurable, el realismo y la parábola, el agua de la descripción y el vino de la profecía, la piedad y el humor negro. Todo ello lo hace un novelista explosivo, grave, apropiado para reflejar la crudeza mexicana, no siempre inmune al sentimentalismo. Poca falta le hace echar mano de los recursos propios de la literatura fantástica; ve con demasiada claridad las sombras que proyectan los seres humanos al desplazarse por el mundo. Lo cotidiano, bajo su máscara convencional, participa de la tragedia pues el camino hacia la realidad parece ser único y sube o desciende a los infiernos. La exploración de las fuerzas que mueven o paralizan al hombre hace de Revueltas un escritor original, es decir, un contemporáneo de la Antigüedad consciente de que la tierra padece todavía bajo el rigor de la Vieja Ley. Es y no es un escritor moderno. Ignora la ambigüedad, la ironía y el escepticismo y, no obstante, está desnudo. En lo más profundo de sí mismo se ha verificado una educación: el arduo aprendizaje de la duda. De ahí que su relación con el mundo y consigo mismo sea polémica. La adhesión total de la mente y del corazón a una idea debe desencadenar sin duda los más crueles combates. Escritor no del todo secular, novelista comprometido con la añeja religión del hombre, sólo puede observar la soledad como una devoción pues ella es el campo de esos combates, el lugar objeto de la guerra o de la pregunta: ¿el hombre está en el mundo, es del mundo? La pregunta, la duda que hace al perfecto nihilista no es muy distinta de la que se plantea el cristiano, como sugiere Paul Evdokimov. Cabe recordar que, según la etimología propuesta por Pierre Boutang, nihilista proviene de ne-hilum, el que rompe el pezón o pecíolo, ese rabillo que liga el grano a la vaina, el fruto a la planta. La soledad de este novelista mexicano reside en que entre sus personajes y la tierra que los rodea se tienden cordones umbilicales continuamente amenazados y en que constantemente son puestas en peligro las raíces aéreas que los ligan al mundo visible, pero sobre todo al invisible que los envuelve. Por esta razón a muchos de sus enunciados descriptivos los consagra una punzante clarividencia poética. Explorador de la vida visceral mexicana, hombre subterráneo, autor desgarrado entre el cosmos y el caos. La firme arquitectura teológica de sus construcciones contrasta con el talante irracional, desordenado, de una argumentación narrativa que no puede ser lineal a pesar de que el personaje sea de una pieza. Hijas de una gestión intuitiva, inconsciente, sus frases se atropellan, zigzaguean, reprimen y se desbordan para prestarle su tiempo narrativo, su nocturno espesor, su compacta solidez fatal. Por estas y otras razones se comprende que su relación con el dolor sea abierta, honesta. Para Revueltas, el sufrimiento jamás es trivial, supone una medicina trascendente. El bienestar, la salud —esas redes con que los inquisidores de nuestras ateocracias pescan a sus multitudes— persiguen el olvido, producen signos de ignorancia y, literariamente, carecen de interés. En cambio, el sufrimiento pide cuentas, exige relaciones, preguntas, solicita una narración. “A través del sufrimiento adquirimos el derecho a juzgar”, dice un personaje de Dostoievski en El adolescente. Gracias a ese derecho, el escritor nos hace ver cómo se da el dolor. Revueltas paga el precio de su lucidez con su palabra. Por eso revuelve a su lector la manera en que a veces termina explicitando sus mensajes o asignando una moraleja ideológica a sus historias. Pero esa voluntad de humillar la fe ante las convicciones, de poner los actos literarios al servicio de una causa contingente, si bien debilita las obras en sí mismas, afirma la leyenda del escritor: que es y debe ser, después de todo, la primera creación de sí mismo. Si Revueltas es uno de los más altos testigos mexicanos de su siglo, lo es en parte porque sus obras irradian la alegría desinteresada de esa creación y en parte también porque es uno de los escasos hombres de nuestra literatura que no han vacilado en mantener intacta la delicadeza del alma. Material de los sueños de José Revueltas prolonga una tendencia que, aunque en otro sentido, era ya visible en sus obras anteriores: la religiosa. No la novela religiosa como exposición o labor apologética y de convencimiento, ni como retrato de un itinerario que se cumple cuando es alcanzada la fuente de toda luz y de toda certeza. Material de los sueños es religiosa porque en ella los agonistas encarnan una argumentación que resulta legible a la luz de ciertos textos bíblicos (el ejemplo más evidente es el cuento “La sinfonía pastoral”) y el narrador hurga en las circunstancias que lo rodean para conocer las amenazas que contiene su propio pasado. No hay en Material de los sueños fabulación o ficción en un sentido ordinario sino —cosa frecuente en Revueltas— exposición, en los dos sentidos. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un hombre llegue a pensar que los inocentes reclaman castigo? De este orden parecen ser las preguntas a las que responden los textos de Material de los sueños. Ya no hay aquí el retrato, la descripción encarnizada de lo monstruoso, de lo deforme o aberrante. José Revueltas va más allá y conjuga el verbo introspección religiosa en todas las personas posibles. El mundo novelístico de Revueltas no ha cambiado, pues es más un mundo cíclico que un mundo susceptible de una progresión quizá postiza. Los personajes acogen tal debate porque se encuentran en situaciones extremas, donde no es posible decir nada a propósito del mundo y donde sólo la visión y la digresión pueden ser capaces de proveer una certeza: ¿cuál es la descripción, cuál la digresión y cuál la palabra visionaria en los relatos de Revueltas? Quizá resulte en exceso problemático precisarlo porque Revueltas no siempre utiliza los argumentos qua argumentos: operan también como modos tangenciales de la descripción. -II- A la mitad del capítulo II de El luto humano, de Cecilia, la madre que acaba de perder a su hija, dice el narrador: “Aprovechando la oscuridad, a tientas, palpó el rostro de su hija: muerte cálida la suya, como en san Anastasio: —Entra, muerte, en mí y abrásame en tu tremendo fuego, que si a otros como al infierno, a mí como al cielo ha de purificarme. Entra, muerte, caliente en mí—, pues las mejillas eran más vivas con fuego en la piel. Algún pensamiento final habría quedado tras la frente, sin salir, escondido dentro del mármol de lumbre”[1]. El narrador, ¿Revueltas?, desliza la asombrosa cita como si nada, como si fuese natural que su personaje —o incluso él mismo— acudiese con esa familiaridad a las palabras de san Anastasio, uno de los mártires de la Iglesia católica. En sus palabras se opera visiblemente ese proceso de transubstanciación sistemática que cumple el cristianismo y que será una de las operaciones imaginarias y críticas, en consecuencia poéticas, desplegadas a lo largo de su obra por ese admirable y grave escritor llamado José Revueltas, capaz de escribir que “Algún pensamiento final habrá quedado tras la frente, sin salir, escondido dentro del mármol de la lumbre”. Esa operación de transvaloración lleva a Revueltas a una exploración audaz y feroz: la de contrastar el mundo, la historia contra la muerte, es decir, con y contra el fuego de la palabra. Oficio de contrastador, de arquitecto que construye con cantidades imposibles que hará de Revueltas uno de los narradores más audaces e inspirados, con la más poderosa raíz no sólo del México contemporáneo, sino de la literatura hispánica de su momento. La cita de san Anastasio es también reveladora del suelo y subsuelo religioso, cristiano y cristero, en que se da la novela y en que se desarrolla la novela de Revueltas. |
-III- El luto humano (1943), la primera novela de José Revueltas, se escribe en un lenguaje en apariencia sencillo, directo, natural, impersonal. La sostiene un aliento épico; la impregnan alusiones bíblicas, y entreteje ecos y resabios religiosos, acaso engañosamente religiosos, la narración se desarrolla en un espacio intemporal y donde lo ilimitado se diría que estalla y hace implosión hacia adentro de los personajes y aun de la voz narrativa misma. El lenguaje de Revueltas, se ha dicho muchas veces y cada vez con un sentido distinto, es de profética índole: está regido por el imán de la transfiguración y de un presente que es capaz de traducir la condición a la par milagrosa y agobiante de cada presencia: los ojos son piedras; los seres humanos no están hechos de carne y de sangre sino de liturgia, el río es un lagarto de inconcebibles dimensiones; la iglesia no es una construcción sino un hecho de la comunidad. El luto humano: esa expresión alude a la voz evangélica de que los muertos entie-rren a los muertos: el duelo se concibe en el horizonte de José Revueltas como un oficio donde los muertos de mañana han de enterrar a los muertos de hoy. Entre las paredes de la formidable construcción narrativa que evoca una desolada basílica vacía a medio construir o medio destruida por la guerra, brillan los detalles desgarradores: las delicadas medias de popotillo rosa de una niña muerta, las caras casi sin ojos, los tonos de las voces suplicantes. En esa materia áspera se presiente ya la sustancia de la escritura de Juan Rulfo o de Rescoldo de Antonio Estrada, ambos escritores marcados por las huellas de la guerra cristera. No es que la escritura narrativa de Revueltas eche mano de la imaginería religiosa: todo flota y está como suspendido en el espacio electrizado y candente de esa rescritura intensiva de lo religioso y de lo trágico que, desde la perspectiva de Revueltas, parece bañar así a los hombres como a la naturaleza, al tiempo y al espacio. La desnudez, el despojamiento, el desprendimiento se acompasan en la visión de José Revueltas con una sensibilidad a flor de piel. El luto humano, novela monstruosa y del misterio tremendo, es también una escritura profana y humana, demasiado humana que ronda con sus episodios las páginas de la sorda guerra cristera en México que durante mucho tiempo y durante la época misma de su escritura y de su publicación fue sinónimo de lo indecible por la historia oficial, impregnada de triunfalismo y narcisismo justiciero. El luto humano novela un descenso al cráter todavía calcinante del volcán de las revoluciones o de la violencia en México. Alienta en sus páginas una piedad arcaica que campea por el implacable y ardiente yermo mexicano sacudido por las oleadas violentas, desde los tiempos olvidados de las guerras contra los indios del norte de México, contra los yaquis y los apaches, los pames y los diversos grupos nómadas que acompañan como una sombra trágica el avance del progreso armado en México. ¿Juan Rulfo leyó El luto humano? ¿Cómo leer a Revueltas sin Rescoldo y La sed junto al río de Antonio Estrada? ¿O a Rulfo sin Revueltas? |
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Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas recorren el espacio de la cultura mexicana del siglo XX como cifras y referencias ineludibles dentro de cierto calendario institucional y parecen ineludibles en la medida en que ayudan a situar y valorar ese mismo espacio. Espacio político y literario. Las fibras entretejidas en escritura viva, vivida, sufrida, reconocida, estudiada y vueltas historia hacen de su tríada un emblema complejo, un talismán de la época que sería necesario reducir a alguna geometría para poder trasladarlo, comunicarlo. Convergen, coinciden y contrastan en la experiencia y la búsqueda de entendimiento de la historia y de su sentido. Concretamente: la idea de Revolución en el mundo y en México, la distancia y cercanía con el poder —no sólo el político sino el poder derivado del cine y de la prensa, mundos los tres de los cuales forman parte, la resistencia, el sacrificio, la búsqueda de sentido a la comunidad nacional... Desde esos ángulos, no es un hecho fortuito que hayan compartido el aire de la época y la sal de la sociedad en que se formaron, que se hayan encontrado y que hayan sido no sólo conocidos sino amigos, es decir, que se hayan reconocido entre sí como figuras significativas de sus respectivos itinerarios individuales, que, en el balance de sus experiencias y creaciones, las figuras de cada uno de ellos hayan sido referentes decisivos de su pensamiento y acción. Desde luego, sus biografías son distintas, pero cada uno inventa y edifica un espacio ético, filosófico y estético, acuña actitudes, construye y practica una idea de ciudad... La impronta obsesiva de la Revolución —la soviética, la mexicana, la mundial, la idea misma de Revolución—, la idea recurrente como un calendario que se repite del significado de sus hombres y protagonistas —Lenin, Stalin, Madero, Flores Magón, Zapata— puede funcionar como una lámpara para guiarnos en el laberinto y definir mejor su lugar en la historia. Por ejemplo, hágase, de un lado, el ejercicio de contrastar la imagen e historia de Emiliano Zapata en cada uno de ellos y del otro, hágase el examen de sus respectivas visiones de Lenin, Stalin, para no hablar de figuras más cercanas y resbaladizas como pueden ser las de Fidel Castro o Mao Tse-Tung. Nota: [1] José Revueltas, El luto humano, Era, México, 1980, p. 34. El texto I recoge páginas publicadas en Arbitrario de literatura mexicana. Paseos I, primera edición, Editorial Vuelta, México, 1991; segunda edición, Lectorum, México, 2002. Los textos II y III son inéditos. |
por Adolfo Castañón
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México Agosto de 1962
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/76e1baba-ed22-4810-af89-b8a3bab77cfb/tres-veces-revueltas
Ver, además:
José Revueltas en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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