Eurídice responde
poema de Gustavo Caso Rosendi

Los muertos no suspiramos, querido Orfeo,

sólo malolemos cierto tiempo, hasta que los gusanos

y las ratas  nos devoran el último resto de deseo.

Es cuando comenzamos a desentendernos de los vivos.

Pero no he podido olvidar aún

y sólo soy una preocupación entre mi ramillete

de huesos, apenas separados por el movimiento

de la tierra y por la lluvia que a veces se escurre

para traerme noticias de allá arriba.

Cuando escarbaste este lugar,

sentí la misma vergüenza que cuando me besaste

por primera vez. El mismo amor resplandecía

entre tu carne y mi pudrición. Habías volcado agua

en la sequedad del cántaro, como si cultivaras una rosa

que no estaba cortada. Y lo marchito esparcía su olor

como quien echa una última mirada en el paisaje.

Recuerdo también, que rebalsaste ese jarrón

y el agua evocó aquel río donde nadaba

plena de frescura antes de nuestra cita.

Debo decirte que tus caricias me hicieron soñar.

Que a pesar de la tierra que alguien me echó encima,

luego de tu partida comencé a tener náuseas,

a vomitar pequeñas sombras, ternuras que jamás había tejido :

lombrices trenzándose en las agujas de mis costillas más bajas.

No sé qué ha pasado conmigo. Siento que he perdido algo más que a ti.

Pero es que no he podido olvidar, y los que están aquí

comienzan a mirarme como a una sortija de carrusel.

Ya no puedo más, pero tú no calles. Canta Orfeo,

canta hasta que las Ménades vengan a despedazarte,

hasta que no sientas nuestro amor, hasta que el viento

reemplace tu semblante. No calles.

Canta Orfeo, canta.

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