Canta Orfeo
Gustavo Caso Rosendi

La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías :

horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,

el pelo sin brillo - el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.

Terror también de que no fueras el mismo - el que permanecía en mi memoria -

y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.

Hace tanto que nadie venía por aquí,

tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,

que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,

cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.

Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,

y caminé por el sombrío corredor

otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho

y un carbón encendido en medio de las piernas.

Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,

los árboles junto a los cuales caminábamos,

aquella habitación llena de espejos

donde flotábamos como dos ahogados.

Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,

tu pensamiento se espantó como un caballo,

y vi que tratabas de desprenderte de mí,

de librarte de la trampa de la materia mortal.

“No te vayas - supliqué - no me dejes aquí,

déjame ver de nuevo las nubes y el sol,

suéltame por el mundo como una potranca tracia.”

Pero tú ya corrías hacia la salida,

y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,

cómo cantabas en la ribera del río infernal

nuestra vieja canción : “Lo lejano, sólo lo más lejano perdura.”

 

Horacio Castillo, “Dice Eurídice”

La ansiedad comenzaba a oler, y la voluntad que no muere,

a medida que escarbaba buscando tu sombra. Tu sombra

de cabellera negra como ala de cuervo.

Mi conciencia sabía de la podredumbre que embarga los ojos

de los vivos ante los muertos - pero tu piel permanecía en mi memoria -.

Allí dentro, despojada de coqueterías, estabas esperándome.

Hace tanto que nadie venía por mi corazón,

tanto que nadie me acariciaba el alma como a un perro,

que cuando escuché tu quietud comencé a cantar tu nombre.

Cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando

el barro que éramos.

Después tus huesos se hicieron sentir en mis mejillas

y mientras caminábamos, percibí que sin tus pasos  

yo era un niño andando a tientas por la noche, 
mi corazón cesaba de latir y se apoderaba de mis miembros 
una rigidez marmórea.
. Mientras caminábamos,

imaginaba tus brazos estrechándome bajo aquel árbol

donde las frutas maduran por el sol. Y aquel zaguán

donde nos mordíamos como una perdición.

Hasta que de pronto tú dudaste de mí,  

un tropel inaplacable creyó que en tu mano

no crecería la carne que había en mi mano.

No fue mi pensamiento, Eurídice, el que se espantó

como un caballo. Es la muerte la que se desboca ante la vida.

“No te quedes aquí - rogué - no dejes que me vaya,

déjame ver de nuevo tu esternón de angustia, tu mirada rancia,

tu pelo sin viento”.

Pero ya corrías de nuevo hacia el abismo, mientras mi corazón 
otra vez se llenaba con la turbulencia de una inundación..
 

Y sentí la necesidad de cantar, pero callé.

Mi oído en el barro escuchó atentamente tu suspiro.

De "lo más lejano"
el origen

Gustavo Caso Rosendi

Ir a índice de América

Ir a índice de Caso Rosendi, Gustavo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio