Entre los ángeles y el fuego

por Eduardo CARROLL

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

HE llegado a Parque del Plata. De noche y con lluvia. Con un bolso de viaje, varios libros (por supuesto uno de Colette y un diccionario de bolsillo). Una amiga me espera con la chimenea encendida que ilumina mejor que las estratégicas luces de los MARCHANDS, las pinturas y los poemas que llenan las paredes blancas de la casa.

Aquí todavía vuelan los ángeles

El diccionario los define: "criaturas puramente espirituales. Personas muy dulces”. Tener entre las manos un diccionario es, año 1973, tener una dificultad ilustrada, una muy tierna edad o ¿por qué no? la paz relecta de los coros. Pero en esta, casa de Parque de¡ Plata mi diccionario se vuelve pinares, elevación de dolores, poesía del mar: amasijo del arte y los Ángeles me vuelan. Manifiestan su voluntad, estremecen, y caprichosos al fin, pueden tornar una promesa el furor del horizonte. Extraño oficio el de los ángeles colocados en sus asientos semicirculares de nubes siempre cerca del último conjunto. Como Colette miro la estufa, siento el crujir de las piñas y las maderas y los invoco en este rincón bendito del Uruguay donde ellos me dictan una manera de hablar.

El ángel de la paz

En la pared descubro una reproducción de Herrera.

Los que lo conocieron, los que lo vieron, o los que simplemente vemos de cuando en cuando algunos de sus cuadros, sabemos que Carlos María de Herrera fue una de las pasiones que volaron entre loa espacios comprendidos entre el blanco que se abre y el oscuro que se opaca. Si describo esta noche su joven dolor prometido es porque todavía en mi corazón circula el experimento de las “amargas victoria»”. De una manera angelical llamaba con su pincel al toque de oraciones, usando casi siempre a su propia esposa como modelo. Visitado por el ángel casi disimulaba el arte con el amor. Siempre tendrá el Río de la Plata una deuda con él. Y nosotros también: una deuda de colores.

El ángel de las aguas

Tal vez no contengan agua. O sí. El agua suficiente para ver.

“Una estrella es una cruz cuando más se mira a través de una lágrima’’. Vuelvo a mirar la estufa, los leños están más encendidos, casi parece que le prestaran su ley viva a las opalinas antiguas. Sé que cerca de mí pasan los buques, loa transatlánticos dirigidos y turistas. Pero siento que los ángeles de la paz están conmigo mientras reclaman su turno los ángeles de los marea. Tal vez como dijo Dora Isella sea porque “sólo sé que los barcos como yo, son nada más que luces en camino”. El mar está demasiado cerca; tengo sobre las piernas el viejo diccionario. Ya la palabra cultura (palabra muy querida) me suena a cántaro de dos asas. Permítamelo el lector, pero lo lleno con e! vino de la felicidad y me lo bebo todo por las cosas delicadas y “accesorias”.

Rebeldes los ángeles

Los de Presno, los de Zorrilla, los de Vernnazza, los de Rodrigues Monegal, Clara Silva, Rodrigues Pintos, los de Benedetti. Estremecedores, invencibles en aguas que navegaron, los que perdieron en el mar de la poesía sus banderas radiantes, y los que quemaron sus destinos para naufragar en el arte y para nacer a la gloria.

Los ángeles de la oración

Juana.

Oración. Están por terminar»« loa leños, y por supuesto las opalinas palidecen de una luz prestada. La oración serian los ángeles jugando con las tulipas del final de la noche, como ahora: "estrellas, espuma, nieve y elegía.. ” “Cuídame que me lleve Dora Isella, una lámpara, ésta... ”, “Porque hasta el mar ya sabe que soy mansa”.

Quisiera creer que la misma divinidad que respondió a los paganos, que anunció a los profetas, fuera la que me decidiera en esta noche uruguaya a convocar a los ángeles de la libertad. Y tal vez entonces ya casi a oscuras, frente a la estufa de brasas mortecinas me animaría a consultar antes del sueño a lo que más se le parece: el ángel de la muerte. Y entonces Tabaré y Quiroga me rondarían la noche que Alfonsina dio en llamar: “Y pagana de un siglo empobrecido, no dejaré caer todos los velos..."

Se muere lenta la estufa. Sólo desciende sobre mí el cotidiano sueño que obedece al cansancio de los que en otros siglos fuimos ocio. Ahora nos gobiernan las dificultades opacas, los desórdenes del temor y las bibliotecas cada vez más reducidas de ejemplares valiosos vendidos para edificar el hambre diario. Pero como el "gentilhombre que servía en casa de los reyes’’ trato de entrar en la casa de la poesía. Yo pertenezco al sistema de mi génesis admirada. Y concurren a mi angelería casi todos los recuerdos de mis amigos escritores argentino«; los que hicieron de mis noches de Buenos Aires una fiesta, un carácter o un mandamiento. De todas formas el Ángel de la Paz, el de las olas, el de la plegaria, el de la muerte o el de la libertad, todavía me acompañan, me rebelan y me recompensan.

 

Eduardo CARROLL (Especial para EL DIA, otoño de 1973
Suplemento Dominical "El Día" s/f

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

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