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Filosofía
 

Juan Andrés Cardozo
         Filósofo

Pensar y la investigación científica
Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

 

 

 

El pensar desde la filosofía “juega” con el habla para sembrar en la inteligencia un fecundo paisaje del saber. Y para transponer los límites de la ciencia.

El analfabetismo posuniversitario es sorprendente. Proviene del agraviante problema de la lectoescritura de los egresados. Pero también de la débil preparación hermenéutica. De la misma manera es precaria la capacidad de escribir, en las ciencias aplicadas y en las ciencias humanas, principalmente en las de origen positivista. Y no por una cuestión metodológica y escasa preparación estética, sino porque no se ha aprendido a pensar. A meditar luminosamente.

Escribir o hablar solo con el vuelo del vocabulario específico y técnico tiene la dificultad de elevarse a una dimensión más completa en el universo del lenguaje. Y también empobrece el saber al no sumergirse en las profundidades de la reflexión. La simple descripción no caracteriza a los grandes científicos. Tampoco el arte de una prosa poética es exclusivo frescor de la filosofía francesa. La racionalidad conceptual alemana no renuncia al metalenguaje en que las metáforas resplandecen las ideas más abstractas.

Al insistir sobre la necesidad de la investigación en nuestras universidades, es obvio que nos referimos a la importancia de producir conocimientos científicos y técnicos. No chapucear en los ya largamente adquiridos. Pero estos conocimientos jamás pueden eludir la instancia superior de la teoría, en que se fundamentan sus leyes, sus verdades y proposiciones.

Gevork Kotiantz


Es entonces cuando intervienen las palabras: sonidos, imágenes, símbolos, representaciones y una eufonía que embriaga de belleza los significados y las referencias de la razón humana. La originalidad de nuestra especie, la única en que acontece el pensar, consiste en la explicación lógica de las cosas.

Poder y verdad

En las eras cosmogónicas y teológicas las creencias oscurecían el pensar. O impedían que los trabajosos pasos de la razón desmixtificasen las mentes. El problema no era solo el temor a la verdad. Era el irrefrenable deseo del poder.

En el lenguaje se disputan el poder y la verdad. Con el tiempo, esta deviene en poder. Y en total rebeldía. Pero al transformar el orden establecido, la verdad se vuelve contra sí misma. No para flagelarse sino para desprenderse de las sombras que todavía envuelven la lucidez de su mirada. Y de nuevo su propia negación la llevará a dudar de sus afirmaciones, para destruir el poder fragmentario que había instituido.

He aquí la causa por la que la tecnociencia desconfía del pensar. Y aún cuando la epistemología le ha demostrado a la ciencia la provisionalidad de su conocimiento, el carácter unívoco de su sistema lo trampea para caer en lo doctrinario. La multidisciplinariedad y la transdisciplinariedad le pasan la mano para superar la “objetividad”, cuando no la autocrítica y la persistencia en la investigación.

Saber pensar

El pensar desde la filosofía “juega” con el habla para sembrar en la inteligencia un fecundo paisaje del saber. Y para transponer los límites de la ciencia, para alzarla en sus alas de libertad a observar la desventurada complejidad de la vida humana.

Se trata de emancipar a la ciencia de la cosificación utilitaria a la que le somete la sociedad mercantilista. Pues al pensar, el científico o el investigador se preguntarán ¿para qué me dedico al conocimiento? El filósofo sabe que es para caminar por la ruta más densa a fin de develar la oculta verdad. No la suya, sino de la razón universal. ¿Para qué? Para que el logos (la razón) tenga un telos (una finalidad): liberar al mundo de las falsas conciencias.

Pero el teatro de la humanidad no solo debe presentar la tragedia del mundo: la injusticia. También para oír las palabras iracundamente provocadoras por su inconmensurable conjura y verdad. Siendo así, el pensar enseña que el destino del ser humano no debe sujetarse a una sola ancla ni su vida a una sola esperanza (Epicteto).

Mas la alternativa debe ser producto de su tenaz inteligencia. ¿De su sagacidad o de su saber? La primera procede de la intuición, mientras que la segunda emerge de una honda confrontación racional. Y en la que convergen la agudeza del entendimiento y la irrebasabilidad del pensamiento lógico.

Por eso, nuestras universidades necesitan las encumbradas metas de la investigación; pero si no enseñan a aprender a pensar, no formarán seres humanos erguidos, libres y solidarios.

 

Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay) http://www.ultimahora.com/ el 4 de setiembre de 2010

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

 

 

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