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Filosofía
 

Juan Andrés Cardozo
         Filósofo

Los intelectuales y la política
Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

 

 

 

¿Para qué se necesita a los intelectuales? Su alejamiento precautela contra el malestar de sus críticas. Y, en lo más importante, evita que sus ideas contaminen las expectativas de los ciudadanos.

En una coyuntura en la que el pensamiento no puede estar ausente en la configuración de un modelo de país, ¿se necesita la participación de los intelectuales en la política? Al parecer, y tal como se observa en el actual proceso, esa participación no se estima necesaria. No lo demuestra solo la opacidad del discurso político. Lo testimonia, sobre todo, la prescindencia del interés sobre el modelo. ¿Es la omnipotencia de la continuidad, en las derechas y en las izquierdas?   

 

La mirada sobre el porvenir no sufre la niebla de la incertidumbre. El sentido de que el camino por el  que venimos debe seguir sin inflexión es sólido y dominante. En la partición de la política y en la unidad de los poderes fáctico-económicos. No hay preocupación por la democracia, si ya las actuales libertades sirven. Tampoco por mejorar la calidad de la política, puesto que bastan las garantías autoconsagradas para asegurar, en nombre de la pluralidad, las múltiples ambiciones de los cargos públicos. Y acaso preocupa menos lo social, no por la certeza de su mayor atomización sino porque la desigualdad es la más sólida muralla para mantener las arcaicas estructuras.

 

Anónimo. Pintura del Bando de la rue Laffitte de 1880.

El intelectual

 

En estas condiciones, ¿para qué se necesitan a los intelectuales? Su alejamiento precautela contra el malestar de sus críticas. Y, en lo más importante, evita que sus ideas contaminen las expectativas de los ciudadanos.  

 

Pero, por otra parte, qué pasa con los intelectuales. Dónde están. Qué papeles desempeñan. En nuestra historia, pocas veces intervinieron. Fueron convocados cuando se debían formular los idearios, las declaraciones de principios de los partidos políticos. La fama, de uno o de dos, ayudó para el acceso al poder, pero tan pronto como se pudo se desasieron de ellos (A.J. Peralta, J.N.González). Los cuestionadores, uno vino de afuera (Barrett), dos o tres, condenados al exilio (O.Creydt, J. Stefanich), al igual que los escritores “realistas” (Roa Bastos, G.Casaccia) y los políticos contrarios al régimen.  

 

A raíz de una cultura más historicista, cronicista, del relato y de la opinión, escasamente surgieron los intelectuales. Y hasta hoy, casi hay un páramo de inteligencias que piensan, hacen reflexionar e influyen sobre la sociedad. La nuestra es refractaria –como prácticamente en toda Latinoamérica—a los intelectuales. En particular, contra aquellos que han sido y son capaces de formular y difundir proyectos de sociedad distintos a la establecida.   

 

El intelectual es una categoría re-significada en el siglo XX. Más que un ideólogo, reúne en sí las cualidades dialécticas de la contra-dicción, de la antítesis y de la síntesis. Con una conciencia de la realidad, en tanto conocimiento objetivo –no reflejo ni de mera representación—de su mundo, es aquel que llega a la autoconciencia para producir la aprehensión conceptual y lógica de lo social y, al mismo tiempo, formular el modelo –teórico y práctico—de superación del sistema pre-existente y hegemónico.

 

Frente al ideólogo, el intelectual es trascendental o metodológicamente crítico. Sabe que la “ciencia de las ideas” (la ideología) es una ilusión, pues la interacción entre las ideas y la realidad necesariamente debe ser crítica. La crítica supone la confrontación teórica de la realidad, siempre en movimiento; lo que no quiere decir cambio o transformación estructural. La sociedad posmoderna no ha superado la desigualdad social de la modernidad, más bien la ha profundizado.

 

Las funciones del intelectual

 

Pero en el siglo anterior y en lo que va del presente,  los intelectuales asumen, por lo general, tres roles políticos y ante la política. El de “interpretar” el mundo, su mundo, haciendo una lectura racional de su realidad contradictoria. Contradictoria respecto a la verdad, la justicia y los principios de libertad e igualdad.   

 

El segundo, es el del intelectual comprometido. Su deber-ser lo compromete no solo a “interpretar” sino a “transformar” su mundo, el mundo. Al pensar en su realidad, la “identidad” de una totalidad social: el país, el Estado, la nación, la república, no puede ignorar que en su interior existe una asimetría estructural que sumerge a la mayoría social en la dependencia y en la pobreza. Por tanto, la autonomía universal, la emancipación de los oprimidos, debe transformar esa estructura injusta, degradante de la dignidad humana.   

 

Y la tercera función es la del intelectual orgánico, militante. Aquí la palabra intelectual y la de militante tienen sus acepciones diferenciales. La de intelectual, conforme a las premisas precedentes, obliga a la identificación con las clases sociales menesterosas y autogestoras de su liberación, puesto que ya incluye también a la “media” a causa de su precarización en la “sociedad líquida” y de flexibilización.   

 

La función del intelectual militante difiere en lo político de cualquier partido. Los partidos del orden establecido no requieren de intelectuales. Solo necesitan de profesionales (abogados, generalmente). Y los intelectuales solo pueden actuar en los partidos progresistas, en los órganos políticos de transformación.

 

La exclusión de hoy

 

Pero la exclusión de los intelectuales en los partidos progresistas suele ser por omisión, mediocratización o inconsecuencia. Por omisión, porque caen en la inercia de confundir programa de gobierno o agenda pública con modelo o proyecto de sociedad. Por influjo de la mediocridad, cuando sus “líderes” no quieren ser opacados y tienen un complejo de inferioridad. Y por inconsecuencia, al no querer autorreferenciarse como partidos revolucionarios o fuerzas políticas de transformación estructural. Incluso, como alternativas sociales e históricas en calidad de una democracia participativa, con centralidad en la inclusión y en la justicia social.  

 

Entonces, se autorrepresentan como pragmáticos y electoralistas.  

 

No obstante, tampoco se puede ignorar la autonegación de los intelectuales. Ello, al refugiarse en la cátedra, las academias o en las letras. Inducidos por las indiferencias políticas y estatales, se sumergen en la “insignificancia”. O buscan la notoriedad tratando de visivilizar o comercializar un ego sin consecuencias sociales y un pensamiento que prepara el presente para modificar el futuro.    

 

Así, la política y los “intelectuales” contribuyen a la reproducción de una semi-república petrificada en el tiempo.

 

Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay) http://www.ultimahora.com/ el 9 de febrero de 2013

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

 

 

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