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Filosofía
 
Homenaje al historiador Eric Hobsbawm
 

La actualización de la inteligencia
Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 
 

Las posiciones conservadoras se aferran al pasado. Y eso que el presente no es siempre lo actual. En materia del conocimiento, las verdades cambian. Y también sobreviven. Las teorías y los hechos modifican incesantemente la realidad. Pero permanecen aquellos enunciados verdaderos a los cuales la razón todavía hoy puede apelar. La cuestión pasa por distinguir lo que aún tiene validez, y por no repetir lo superado. Es decir, por no estancarse allí en posición dogmática, al igual que la fe empeñada a seguir una relevación improbable.

Sobre el pavimento del pasa­do caminamos. El tiempo ido es para nosotros, en lo personal y como sociedad, el so­porte de nuestra perspectiva. Im­porta la historia porque los seres humanos tenemos un futuro que construir. La vida misma es un despliegue del ser, un continuo movimiento que deja detrás de sí una ruta y tiene por delante una ta­rea de empalme y dirección. Mas ésta –la dirección-- ya se encuentra prefigurada en el ayer. Por eso el pasado cuenta y su conocimiento es esencial. Sin historia nada sabemos de nosotros mismos y, por lo tanto, el horizon­te que nos aguarda está cubierto de espesa niebla. Se nos oscurece el camino.

Hegel --antes que KarI Jaspers-- ha dicho que la historia clarea el horizonte de la humanidad. La existencia habita en la memoria porque su condición es un saber qué hacer con su futu­ro. Navegamos hacia el mañana, nos advierte Eric Hobsbawm –quien acaba de fallecer-- provistos y cargados de todas las herramientas para conquistar el denso tiempo que el presente va abriendo. O después de haber cerrado el movimiento de la libertad a un mundo que necesariamente cambiará, “porque la humanidad no puede vivir oprimida en un sistema de alienación” (Cómo cambiar el mundo, 2011).

La actualidad del saber que cambia

Para semejante tarea, la de abrir en el presente la senda del porve­nir, la historia realmente puede ser­virnos siempre y cuando haya ve­nido haciendo lo necesario para posicionarnos en la avenida de la actualidad. Para ser actuales. En el saber de la ciencia que no es prisionera de ningún método, y de una filosofía que se niega a ser instrumento de una ideología conservadora. Más aún si viene arropada de un cientificismo decadente.

Esto ocurre con la vida, la cultu­ra y el mundo del conocimiento. Una existencia hundida en el atra­so es producto de un pasado que no ha podido empalmar con el presen­te. El pasado se ha convertido en forma de vida. En su cárcel. La aís­la del movimiento de la historia, que se traslada de época en época al impulso de la diferencia que crea la energía de su pasado/pre­sente. El ayer es válido porque ha sido capaz de empujarme y darme la posibilidad de subirme a este presente. A este presente de la vida actual, de la cultura moderna y de la ciencia o de la fi­losofía contemporáneas.

Lo actual es de esta manera una especial forma de insertarse en la compleja mutación del tiempo. Es la forma de su historicidad, en la que acontecen el ser, el saber y la técnica. En efecto, la existencia moderna tiene una específica for­ma de mostrarse: libre, dotada de derechos que le garantizan el autó­nomo desenvolvimiento de su per­sonalidad. El ser es en tanto sujeto emancipado. Y acontece autorrealizándose en su libertad. La moder­nidad del saber experimenta ese mismo condicionamiento de la li­bertad, pues su conocimiento y afán de conocer hoy no tienen lími­te en el sentido de una sujeción a teorías o doctrinas preestablecidas. Éstas son, por el contrario, las ba­ses que desfasan al saber, a la inves­tigación, a la búsqueda de nuevas verdades y originales paradigmas.

La técnica, en particular, no des­cansa en su proceso de renovación y cambio. De ahí que no es casual su cada vez mayor imbricación con la ciencia. De la mano de ella se adelanta a instalarse en la pos­modernidad con las tecnologías que han dado un salto histórico ha­cia la cibernética.

El condicionamiento de lo actual

Dos consecuencias se derivan de este proceso de emancipación de la vida moderna. Se repliegan y desacralizan los megarrelatos, nos dice Jean Francois Lyotard, y se performatizan las actividades huma­nas. Por la primera, la vida actual, individual y social, ya no ciñe su conducta estrictamente a los dicta­dos de una ideología o de una reli­gión. Tiende a ser más reflexiva y autosuficiente. Y, por la segunda, no bastan el credencialismo y el origen de una legitimidad, ya que los conocimientos y las técnicas se renuevan sin cesar. Entonces, cada día urge actualizarse, capacitarse, pues lo que se exige es la eficien­cia en una sociedad donde la lógica de la investigación inaugura nuevos ethos –culturas-- al resistirse a un modelo de dominación.

Es este desplazamiento de la historicidad moderna hacia un episteme –teoría-- que privilegia el conocimien­to, el que identifica lo actual y con­diciona el ser actual. El presente, lo contemporáneo, emerge de una historia, de un pasado, en el que la ciencia y la investigación científica fueron adquiriendo centralidad y protagonismo. Y son ellas, inte­gradas en un saber tecnocientífico,  junto con un pensar posmetafísico —que analiza lo real demos­trable—, los factores que abren el camino del futuro.

Ésa es la diferencia con lo no ac­tual, con el pasado-pasado, con la forma desfasada de la historia, de la a-historia. En el contexto de lo ahistórico sólo excepcionalmente se puede ser actual, saltando sobre las limitaciones del medio social. Es la reflexión que nos suscita Hobsbawm, el más científico de los historiadores de todos los tiempos, al afirmar que “la posibilidad de una desintegración, incluso de un desmoronamiento, del sistema existente, ya no se puede descartar”.

 

Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay) http://www.ultimahora.com/

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

 

 

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