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Filosofía
 

El ser humano y el tiempo
Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 
 

Pensar en el tiempo significa un meditar sobre nuestra vida. En lo que es y sus posibilidades. Ahora, la sociología del tiempo (Norbert Elias) reflexiona sobre el hecho concreto de que vivimos en una sociedad fraccionada por las horas de la ocupación y del espacio distractivo de los residuos momentos que tenemos para nosotros. Pero a diferencia de otras épocas, solo podemos ser de este tiempo, o nada.

Sin embargo, ¿ser de este tiempo no es una proposición meramente temporal, de circunstancia? ¿Acaso lo fundamental no es Ser, sin ningún otro presupuesto? Más aún, lo de este tiempo, ¿no es una referencia pasajera, una simple enfatización de la actualidad inexorablemente efímera?

Un planteamiento semejante exigiría una definición del “ser”. Y entonces estaríamos ante una problemática de la metafísica, un camino poblado de filosofías pero de oscura e inapreciable salida. Heidegger, para escapar de la tradición, ha procurado identificar el ser con  un “ser-ahí”,  el existenciario “ser-en-el-mundo”.

Lo humano es el Ser

Nosotros nos limitamos a hablar del ser humano, y a referirnos del mundano existente con el empleo de la palabra “ser”. Pero con eso no salvamos la complejidad del concepto, no tanto por la dificultad que entraña la dilucidación del enunciado “ser”, sino por la difícil aprehensión de lo que es el ser humano, por la propia problematicidad de lo humano mismo.

No obstante, una profusa reflexión filosófica y ética ha venido insistiendo, en particular tras la emergencia del consumismo y de la cultura de la satisfacción, acerca de la prioridad del “ser” sobre el “tener”. Ser alguien, individuo, persona, persona humana, sujeto moral o subjetividad ejemplar, fueron los acentos demarcatorios que desde el neokantismo y neohegelianismo, pasando por Scheler, Mounier y Eric Fromm y llegando a nuestros días con Habermas, Lipovetsky y Finkielkraut, han intentado localizar la referencialidad del ser en el hombre. Hombre como concepción universal de humanidad, no de hominidad (el humanes), que remite a la especie.

Así ser uno, unidad indivisible, corresponde al “individuo”. Ser “persona”, a la identidad que logra distinguir su presencia en el teatro y en el drama del mundo. Ser “persona humana”, al existente que concede precedencia al valor de lo humanos en su conducta y concepción de la vida. Y ser “sujeto”, al individuo cuya libertad le es intransferible porque su autonomía es la condición para reconciliarse con su subjetividad: el poder ser uno mismo lo que es.

Pero nadie “es” fuera del espacio y tiempo. El ser aparece en un lugar, reside forzosamente en una comunidad, en una sociedad histórica. Y por lo mismo vive en el tiempo, que es mutable, duración existencialmente limitada y siempre en movimiento. El ser del hombre, como conciencia y ente que se hace ver en el mundo, es temporal. No es una entelequia o un puro espíritu abstraído de la realidad, de la historia, en cuanto registro y acumulación de experiencias y saberes.

Ser y Tener

Tampoco se llega al ser sin el tener. Esa trampa ideológica que consiste en la afirmación de que el tener no importa. Lo determinante es el “Ser” se ha dicho, repetidamente. Empero solo se acontece existiendo, teniendo vida. Eso no es todo. Apenas es la posibilidad de ser, individual y social. A lo posible hay que añadir las exigencias de la sociedad. La de hoy. No la de ayer.

Esas exigencias terminan imponiendo, objetivamente, el cimiento   del tener. Por ejemplo, una personalidad es solo cuando que se ha ganado el respeto, la admiración, la “visibilidad”.  Es decir, una subjetividad que se respeta. Logra esa calificación mediante el esfuerzo de acumular, en calidad de tener, un talento que se manifiesta en obras, que se materializa  en una imaginación creadora que porta ideas y construcciones capaces de superar sus fronteras y de subsistir más allá de su tiempo.

A partir de ese tener, su nombre Es. Deviene en una identidad singular, no la que deja de adquirir significación alguna para la sociedad y la historia.

Pensar en el ser como cualidad independiente del tiempo es escindir al ser humano de su condición de historicidad, de su propia mundanidad acortada y aconteciendo en un tiempo y lugar.

El ser por lo tanto supone el tiempo. Integra la actualidad en la especificación de su identidad. En la lógica de Bertrand Russell se puede hablar de un “ser modal” porque se infiere que cada época impregna su sello particular en el modo de ser e interpretar el mundo. Cada quien se incorpora al itinerario de la historia de su tiempo, y quien puede protagoniza el rumbo de los acontecimientos en el despliegue del presente.

El pensamiento que pretende codificar los atributos del ser, o encasillar los valores de la persona en determinadas categorías intemporales, como Kant, niega en última instancia la real autonomía humana y su capacidad de gestarse en la historia. Única forma de residir en el mundo (Sartre) .Por eso es insuficiente una filosofía centrada en definir el ser sencillamente. El ser sin más o como “cosa en sí”, es una imagen no encarnada del hombre, y su entorno.

El verdadero ser se hace. Se hace, trabajosamente, en una situación a otra. Y se hace con el Tener: inteligencia, vida decorosa, responsabilidad y libertad. Pero nadie es libre sin disponer de las condiciones de elegir y de actuar, con autonomía, en cada momento y en todo lugar.

 

Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay) http://www.ultimahora.com/

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

 

 

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