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¿Por qué La Habana no está en la esquina de mi casa?

Cartas de Juana de Ibarbourou a Mariblanca Sabas Alomá
por Zaida Capote Cruz

 
 

Es apenas conocida la relación de Juana de Ibarbourou, una de las más notables poetisas hispanoamericanas del siglo XX, con los intelectuales cubanos de su tiempo.

En la cronología que aparece en la edición conmemorativa de su obra por el centenario de su natalicio, apenas se consigna el otorgamiento, en 1951, de la Orden Carlos Manuel de Céspedes, y en el más reciente libro dedicado a su vida, la biografía novelada Al encuentro de las Tres Marías, el periodista Diego Fisher, luego de una investigación bastante exhaustiva en varias bibliotecas del mundo, e incluso una pesquisa notarial acerca de los convenios de donación de sus derechos de autor y la gestión de su obra, otorgados, respectivamente, al Estado Uruguayo en 1945, y a Dora Isella Russell en 1951, no menciona siquiera su amistad con alguno de los autores cubanos con los que la poetisa mantuvo, a lo largo de su vida, una cercanía estrechísima. Tampoco lo hace María Gravina en su prólogo a una selección de poemas de Juana de Ibarbourou publicada en Cuba. El desconocimiento de la relación de Juana de Ibarbourou con Cuba, trasciende también en algún trabajo que, refiriéndose a ésta, ofrece datos ambiguos, como la afirmación de que recibió en Cuba la mencionada Orden,  cuando en verdad le fue impuesta a Juana por Mariblanca Sabas Alomá en la Embajada de Cuba en Uruguay. En un artículo de Dora Isella

Russell presentando a Mariblanca a los lectores uruguayos, aludía a esa amistad inmarcesible diciendo: “nadie que haya estado cerca de Juana ha podido ignorar quién era Mariblanca”, y parece ser cierto, pues una amistad tan duradera y tan constante en su comunicación no podía pasar inadvertida a terceros.

Aunque salió del Uruguay apenas un par de veces en toda su vida —ninguna de ellas a Cuba, a pesar de sus ansias por conocer la patria de algunos de sus más grandes amigos—, Juana de Ibarbourou mantuvo una amplia red de relaciones con intelectuales hispanoamericanos de gran valía y diversidad. Conoció a Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Dulce María Loynaz, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Juan Marinello, Alfonsina Storni y Pedro Henríquez Ureña, entre otros, y recibió a muchos en su casa de Montevideo o compartió con ellos actos públicos, algo mucho menos frecuente, pues trataba de evitar a toda costa exponerse demasiado. Pero su casa llegó a ser, como ella misma comentara alguna vez, una suerte de ministerio cultural paralelo a las instituciones estatales uruguayas. Allí recibió a gente venida de todas las esquinas del mundo, y a quienes nunca llegaron hasta el sur los encontró Juana por vía epistolar: fue una ferviente corresponsal y escribía permanentemente, a conocidos y desconocidos. Su envío a Miguel de Unamuno de una carta presentándole su primer libro, Azor, y exigiéndole casi una opinión sobre él, da fe de esa osadía suya, en su primera juventud, para apelar por vía postal a todo el que se le antojara. No paraba mientes en presentarse y solicitar juicios, y aunque esta era práctica muy habitual en una época en que el correo satisfacía la mayoría de los contactos personales, la amplia herencia epistolar de Juana de Ibarbourou, dispersa en bibliotecas y archivos privados, da fe de la permanencia de un hábito arraigadísimo en ella: el de mantener largos y amorosos intercambios con sus amigos lejanos por esa vía.

Entre los cubanos con los que tuvo una estrecha relación podrían mencionarse Mariano Brull, quien fuera embajador en Uruguay hasta el golpe de estado de Batista, quien lo dejó cesante, luego de lo cual el poeta regresó a Cuba, enfermo, casi para morir; Juan Marinello, simbólicamente llamado Juan de América, como ella misma había sido nombrada alguna vez y para siempre; Dulce María Loynaz, quien la visitara en su casa de Montevideo, como dejara brevemente reseñado en sus memorias Fe de vida; Conrado W. Massaguer, a quien le dedicara La rosa de los vientos “desde el umbral de la primavera de Montevideo, cordialmente”, y Regino Boti, cuya correspondencia con Juana aparecerá pronto en libro. Las cartas a Boti están fechadas entre 1928 y 1929 y comienzan, al parecer, con un entusiasta acuse de recibo, por Juana, del poemario Kodak-Ensueño y del ensayo La nueva poesía en Cuba, que le enviara el autor guantanamero.

Otra autora oriental, la por entonces jovencísima feminista Mariblanca Sabas Alomá, utilizó también con mucha frecuencia la vía epistolar para establecer vínculos con aquellos que admiraba. Se conserva, por ejemplo, una carta suya a Miguel de Unamuno, fechada el 3 de septiembre de 1922, cuando su autora tenía apenas 21 años. La precocidad intelectual de Mariblanca, sin embargo, era ya notoria: solía publicar poesía en periódicos y revistas, había dado a las prensas su opúsculo La rémora, y sería la más joven delegada al primer Congreso Nacional de Mujeres, celebrado en La Habana en 1923.

Quién sabe si fue Boti el que animara a Mariblanca a escribirle a Juana de Ibarbourou, o viceversa, lo cierto es que aquél admiraba la apasionada fuerza de los argumentos de la poetisa santiaguera y su juvenil arrojo. En nota introductoria al breve volumen, consignaría la confluencia entre el anticlericalismo y el feminismo y su entusiasmo por la obra propagandística de Sabas Alomá:

Porque detiene, porque paraliza, porque estanca, porque obscurece, porque deforma, porque mixtifica, para la Srta. Sabas Alomá el clero católico es la rémora. Y después de anotar en estas páginas los medios de que se vale la iglesia en su labor catequista, la estudia con respecto a la ciencia, la mujer y la virtud; la sigue en su rastro por la Historia; analiza cuán desastroso es el confesionario para la paz del hogar, y principalmente para la familia cubana; pone de relieve el acristianismo del clero; y termina examinando su situación personal frente a una cuestión religiosa.

La rémora es una tromba, una diatriba en ocho capítulos. A grandes males grandes remedios. No podría curarse un cáncer con agua de Colonia. La prosa de la Srta. Sabas Alomá es contundente, roja, turbulenta, desordenada; corta y rectifica; deprime y alza; ensombrece e ilumina. […] Es prosa de libelo, que grita y enardece, que abofetea y alerta, que purifica y planta.
[…]

No con la conquista del voto y de los cargos públicos es con lo que la mujer cubana se va a regenerar ni a influir en los destinos de la patria; sino haciéndose el alma de acuerdo con la sana razón, apartándose del fanatismo religioso e inculcando en sus hijos, hermanos y esposos, claras ideas sobre el cumplimiento del deber en todo su cíclico aspecto.


He citado ampliamente la presentación, por Boti, del verbo apasionado y combativo de Mariblanca para pergeñar, aunque sea ligeramente, el perfil de esa joven cubana ansiosa de participación ciudadana efectiva, quien no sólo dedicaba sus horas a escribir versos, sino también a la acción política y a la atención a problemas sociales de actualidad, que luego comentaría con febril entusiasmo y una repercusión popular increíble en las páginas de la revista Carteles a fines de la década del 20, y cuya amistad con Juana de Ibarbourou sobreviviría varias décadas, a pesar de las diferencias evidentes entre ambas.

Mariblanca fue siempre una mujer pública, periodista, feminista activa, y ocupó cargos políticos importantes en el Partido Revolucionario (Auténtico), en cuyos actos públicos participó como oradora en varias ciudades cubanas y a cuya campaña política prestó su imagen, que llegó a ilustrar cajas de fósforos en tiempos de campaña. Su compromiso con el partido y con su líder, Carlos Prío Socarrás, la llevó al nombramiento al cargo de “Ministra sin Cartera” durante el gobierno de éste. Ostentando ese cargo, fue nombrada Embajadora Extraordinaria del gobierno cubano en las ceremonias de la transmisión del mando presidencial que tendrían lugar en Montevideo, ocasión en que —como ya mencioné— impuso la Orden al mérito Carlos Manuel de Céspedes a Juana de Ibarbourou, en una ceremonia efectuada en la Embajada Cubana en Uruguay, el 21 de diciembre de 1951.

Por otra parte, la autora de La rémora no pareciera ser el mejor interlocutor para quien firmaría luego Loores de Nuestra Señora o Estampas de la Biblia.

Centrémonos ahora en el comienzo de esa amistad epistolar que pudo completarse en los breves y escasos encuentros que tuvieron esas dos notables mujeres. La fiel amistad que las uniera encontró fecundo campo de expresión en la correspondencia mantenida entre ambas a lo largo de varias décadas. A ese intercambio epístolar pertenecen las cuarenta y dos cartas conservadas en los fondos del archivo literario de la Biblioteca “Fernando Ortiz” del Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor”, más otras muchas, dispersas en fondos de otras bibliotecas en el resto del mundo.

Las cartas, todas manuscritas, fueron enviadas por Juana de Ibarbourou a Mariblanca Sabas Alomá entre 1924 y 1967. Aunque esas son las fechas de los documentos conservados, puede que existan en algún reservorio documental misivas anteriores o posteriores, pues en la primera, Juana llama ya a Mariblanca “Querida Marita”, lo cual supone la existencia de una relación previa entre ellas. Juana había comenzado a publicar ya en revistas cubanas, hay colaboraciones suyas en El Fígaro en fecha tan temprana como 1922. Al presentar su primera colaboración en  Social —un texto sobre el novelista uruguayo Vicente A. Salaverry [sic]—, el director literario de la publicación, Emilio Roig de Leuchsenring da cuenta de la vía por la que recibió la colaboración de Ibarbourou:


Por conducto de nuestra estimada colaboradora y amiga, la brillante poetisa Mariblanca Sabas Alomá, hemos recibido de Juana de Ibarbourou, la ilustre escritora uruguaya, el presente artículo, escrito expresamente para Social […] Otros originales nos promete también la insigne escritora, cuyo nombre es hoy tan conocido y admirado en Cuba.


Dos páginas más adelante aparece un poema de Mariblanca, “Año Nuevo”, dedicado “A Juana de Ibarbourou”, y en el número siguiente uno de Juana, “Tierra árida”, con una dedicatoria que reza: “Para Mariblanca Sabas Alomá, mi amiga”. Mariblanca daría luego como fecha de inicio de la correspondencia entre ambas el año 1921.

En cuanto a la duración posterior del intercambio epistolar, puede asegurarse que pervivió, casi hasta la muerte de Juana en 1979, con idéntica apasionada cercanía. Se conserva en el fondo un ejemplar de Perdida al que se alude en las cartas, dedicado por Juana: “Aquí está, Mariblanca querida, el corazón ya tan melancólico de tu Juana que te adora. Montevideo, 1951. Y en ti, Mary, a nuestras hermanas Angelita, Magüi y Ursulita.” También una carta de Mariblanca a Juana, de 1970, en que la urge a venir a festejar en Cuba el éxito esperado para la zafra de los Diez Millones, cuya culminación victoriosa se esperaba celebrar el 26 de julio de 1971 en la Plaza de la Revolución. Una notación marginal en esta única página inicial de la carta que he podido ver, ruega perentoria: “Ven”. Ese ruego, esa súplica cuyo laconismo convierte en orden, sería un leitmotiv en la correspondencia entre ambas mujeres. Es permanente en las epístolas muchas veces dolorosas, confesionales casi, que Juana dirige a Mariblanca a lo largo de todo ese tiempo. Y lo mismo la urgencia entrañable por la presencia de la otra, el atropello visible en márgenes copados de anotaciones, postscripti, postdatas, incluso sobrescritas encima del texto principal de la carta, por lo cual desentrañar el sentido del texto es labor ardua, aunque muy gratificante. Conmueve asistir al diálogo (imaginado todavía, porque sólo hemos podido escuchar una de las voces participantes en él) entre dos mujeres que estuvieron en el centro de su época: una como renovadora de la expresión femenina por su contribución poética inicial; la otra por su militancia en la defensa de los derechos de las mujeres y por su compromiso político. Conmueve, decía, porque estas cartas trascienden una profunda necesidad de afecto y comprensión, una sed de amor fraternal y tal urgencia por conseguir ayuda a sus males (morales, físicos o económicos) que son un testimonio inigualable de la sensibilidad de la poetisa uruguaya y una declaración de primera mano de cómo fue su vida, no obstante evitara constantemente ser demasiado explícita respecto de su situación. Pero su desesperanzada realidad asomaba continuamente en los pliegos desiguales de sus cartas, en la urgencia evidente de sus numerosos pedidos de ayuda y en ese agradecimiento emocionado tanto a las gestiones de Mariblanca por contribuir a paliar su situación económica, como a sus palabras de consuelo, bálsamo eficaz para los dolores íntimos.

Mariblanca viajaría en dos ocasiones a Montevideo a encontrarse con Juana. Esta haría planes —siempre frustrados fatalmente por las adversidades más inesperadas— para venir a Cuba. Sus promesas, proyectos y relaciones con otros cubanos que pasaron por Montevideo, hacen de estas cartas un manojo de sinceras declaraciones de amor o de aversión (las menos) y un contundente testimonio de cuán ligada a Cuba terminó por sentirse esta mujer, que llegó a preguntarse dolorida, “¿Por qué La Habana no está en la esquina de mi casa?” y cuyo lazo con la isla provenía, sobre todo, de la honda amistad que la uniera a Mariblanca, tan sinceramente, durante tantos años.

Juana de Ibarbourou ha acompañado a varias generaciones de cubanos, no sólo desde la publicación de aquellos poemas suyos en El Fígaro, Carteles, Bohemia o en Romances, ya a mediados de los 70, donde aparecieran en la sección “Poetisas de América”, a cargo precisamente de Mariblanca, varios poemas suyos escoltados por las opiniones de Alfonso Reyes, Gabriela Mistral y Dora Isella Russell, e ilustrados con la foto tan célebre de Juana, mirando ensimismada a lo lejos, y el precioso retrato de Buscazzo, pórtico de La rosa de los vientos. También en la sección “Biografía de escritoras americanas”, Julieta Carrera había hecho un recorrido por toda su obra publicada hasta entonces, con valoraciones muy certeras, en la revista Selecta. Y de seguro en una pesquisa más amplia pudieran hallarse colaboraciones suyas en muchas otras publicaciones periódicas cubanas. “La higuera” estuvo en los libros de lectura de 5º grado de la escuela primaria durante muchos años, si no está aún, y Había una vez…, recopilación de lecturas infantiles realizada por Herminio Almendros que, junto con La Edad de Oro, de José Martí, ha gozado de una enorme difusión entre los pequeños lectores cubanos, incluye fragmentos de sus Canciones de Natacha, escritas para la hijita de Pedro Henríquez Ureña, publicadas por primera vez en Cuba en 1924, en la revista Social. Esa misma revista había dado cuenta de la aparición de “Raíz salvaje” con una nota firmada por Mariblanca en la sección “Los libros nuevos”. Sin embargo, sorprende la ausencia de la poetisa uruguaya del catálogo de la colección Literatura Latinoamericana de la Casa de las Américas, que desde su fundación ha editado los clásicos de la literatura de la región, aunque Mario Benedetti la incluyó, claro está, en la selección Poesía de amor hispanoamericana, que ha tenido ya varias ediciones y acompañado a varias generaciones de lectores en Cuba.            

Pero entremos en materia. La colección de cartas manuscritas dirigidas a Mariblanca Sabas Alomá por Juana de Ibarbourou, atesorada en los fondos del Instituto de Literatura y Lingüística se inicia, cronológicamente, con una recomendación brevísima de Tacuarí. Sólo le dice: “Te recomiendo mucho, para que escribas y hagas escribir sobre él, este libro de un gran amigo y coterráneo. Pronto te envío carta larga. // Interesa por “Tacuarí” a críticos de tu país”, y al margen, en un adelanto de lo que sería habitual en sus cartas: “Te pido esto porque el libro es buenísimo y hay que difundirlo”. Escribir en los márgenes, sobrescribir incluso, es práctica frecuente en la correspondencia de la poetisa uruguaya: su avidez de comunicación y de cariño, de la protección que significaba para ella confiarse en Mariblanca, se muestra en la gran profusión de notas, anotaciones marginales y postdatas.

Hay varias cartas sin fecha, entre las cuales una nos parece de singular interés por la confesión de un amor secreto. Quizás, tomando en cuenta las referencias a un pañuelo que la cubana le había enviado como regalo, podría datarse en 1937, pues Juana alude ya a la enfermedad de su esposo y al desastre económico de su casa. Allí le confiesa a su amiga lejana, medio en clave, la existencia de un amor irrealizado:

Mariblanca Sabas Alomá

Luego, estas cosas dolorosas de mi casa (la gran enfermedad de él) apagaron el resplandor. Y lo mío, lo único mío, fue haciéndose más sombrío, pero no menos dichoso. Él ya exigía todo y yo no podía arrojar mi casa, mi casa en desastre económico, por la ventana, para ser feliz, cerrando los ojos a todo.
Tú quieres saber cómo se llamaba: Carlos. No hay hora del día que no rece este nombre, Marita, con desesperación, con remordimiento; qué sé yo, ya, confiarme.

Otra de las cartas sin fecha, seguramente de 1952, poco después de la estancia de Mariblanca en Uruguay, revela dos de las constantes de ese diálogo. Pasa de la añoranza por la amiga ausente a tratar con ella temas del mundo literario, en un tono cordial, completamente confiado:

¿Qué haces, Mary muy querida? ¿Cómo se te porta el fauno? Aquí, la casa parece saqueada. Le falta luz y aire. Le falta tu presencia, Mary, que es luz y aire para mí. Me había hecho el propósito de ir a Cuba en abril o mayo. Esto me consolaba y me ayudó, en las primeras horas, a ser fuerte. Ahora se nos levanta una muralla que me deja desolada. Parece que de la Embajada –y por boca de la futura Embajadora- ha salido una noticia pavorosa, que ya está festejando con la risa de los chistes sabrosos, medio Montevideo. Laura Cortina fue avisada por Rosa Conde de que diez mujeres “importantes” del Uruguay serían invitadas oficialmente por el Gobierno de Cuba para su cincuentenario -¡Vieras la lista!

Juana misma había sido invitada por Dulce María Loynaz —por entonces presidenta de la Academia de Letras—, para hablar sobre Martí en enero de 1953 y, una vez frustrada esa posibilidad, se abre la de viajar más adelante. A propósito de esa invitación, es posible que Dulce María le ofreciera a Juana su hospitalidad y esta, sintiéndose más cómoda con Mariblanca, la rechazara amablemente. Quizás se refieran a la autora de Jardín estas duras palabras, aunque el encontronazo quedó, al parecer, feliz, o al menos educadamente resuelto:

Esa señora me escribió una carta muy dura, resentida, agresiva y altanera. El que no aceptase su egregia hospitalidad le cayó como un rayo erizado de clavos. Le contesté pacientemente, serena, muy digna, desde luego, y me volvió a escribir completamente amansada. Aquí se comenta en forma aguda el desplante comunista de Gabriela. Para mí es cosa nueva. No sabía que nadaba en esas aguas. Pero dicen que también en otras… Y en otras… Ya que hace política, ¿cuál es su verdad?

Su obsesión por Cuba asoma una y otra vez, fervientemente, en cada una de las cartas: «¡Como pensar en mi Cuba! Agradécele por mí a los que han tenido esa idea, y dales cualquier pretexto presentable. ¡Qué puedo hacer yo en ningún lado del mundo, ahora!» dice en la carta que hemos fechado en 1937, antes aludida. Y en una misiva de 1939 expresa: «Cómo me gustaría ir a Cuba, estar en tu casa, vivir unos días a tu lado. Pero aún no es posible, Negra. Tengo deudas sagradas a que hacer frente, antes que este tardío sueño de enfrentarme con el esplendor de la vida» y más adelante, en esa misma carta: «ya ves, Mary, qué poderosamente rica soy con el fiel cariño de todos ustedes. Cuba me tira como si fuera cubana neta en exilio. Ha de llegar un día… Yo ya sé que el tiempo tiene alas (Pongamos también que tiene infalibles motores). Iré”»

Unos años más tarde, en 1953, al referirse a la segunda invitación de Dulce María: «Me había hecho el propósito de ir a Cuba en abril o mayo. Esto me consolaba y me ayudó, en las primeras horas, a ser fuerte». En otra de ese mismo año, añade: «Yo iré a Cuba, Mary. Tal vez este año. Lo sueño. Iré con el favor de Dios». Tales planes para reunirse con sus «cubanos del alma» reaparecen constantemente en la correspondencia. Claro, a veces se queja del medio intelectual montevideano y pregunta ansiosa por su espacio añorado, «¿En Cuba son así los escritores? ¿Es la misma miserable ´condición humana´ del libro de Malraux?». Podemos imaginar qué contestaría a esto Mariblanca. Su amor por Cuba es infinito, y pasa, claro, por el entrañable afecto que le profesa a su amiga del alma: «Dame enseguida noticias tuyas, Mary. Y de Cuba. De Cuba que es mía también porque es tuya». Esa intensidad se percibe en cada una de las cartas de Juana de Ibarbourou, en cada declaración de fe, en cada proyecto siempre postergado:

Mary mía; Mary del aire de mi casa; Mary de todos los rincones de mi casa; Mary de nuestra sangre; Mary del sueño en paz de mi madre… Mary, iré a Cuba (este es mi consuelo de tu ausencia y la extensión del continente). Pero no en las fiestas de abril, Mary. Sería un terrorífico tira y afloja con todas las gentes que quieren ir prendidas de mi vestido. Iré calladamente después, a estar con mi familia, a conocer Cubita bella, a estrecharle emocionada las nobles manos del Presidente, a darle de rodillas, en su santuario, las gracias a la Virgen de la Caridad, madre de milagros).

Su amor por Cuba transita los largos años de cuyo transcurso da fe esta correspondencia, y permanece invariable hasta luego del triunfo de la Revolución. En carta de 1960, confiesa: «Tú sabes como quiero a Cuba. Tú me enseñaste a sentirme cubana. Noche a noche rezo por la felicidad de esa patria, como sigo rezando por la salud de Fidel». El destino de Cuba la desvelaba permanentemente, justo antes del fragmento citado anteriormente, declaraba la incertidumbre de la hora y sus aprensiones:

Cuando Fidel pasó por Montevideo —una locura nacional— me hice llevar al aeropuerto, ya muy enferma. Ese poema que te adjunto, es la emoción de ese día inolvidable. Julito (tu Quique, Mary) se quería ir a Buenos Aires tras él. Es tal su magnetismo, su fuerza de caudillo, su atracción milagrosa, que enloqueció a todo el mundo. Ah, que no vaya a traer a América el comunismo soviético. No sé qué piensas al respecto, pero yo tiemblo pensando por mi parte, que eso pudiera suceder y que Fidel, el héroe por excelencia, el jefe que ha de quedar en nuestra historia rodeado de la adoración colectiva, pudiera errar, pudiera equivocarse o mancharse.

Y concluye, esperanzada, pidiendo noticias frescas y veraces a su hermana del alma:

Dime cosas verdaderas de Cuba y de Fidel. Las cosas se saben a medias o mal. Estoy orgullosa (y agradecida) de la conducta de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores hacia Cuba, en la reunión de Cancilleres de Costa Rica. He visto que ahí ocupa esa cartera, brillantemente, Raúl Roa. Martí proteja a esos muchachos.

He ido repasando la pervivencia de su amor por Cuba, la inquietud por los sucesos políticos de cada momento, expresa también en sus comentarios al que llama «el loco suicidio de Chibás» o en las recomendaciones a Mariblanca para solicitar respaldo al gobierno de Fulgencio Batista, en 1952, quien le causara buena impresión en una visita que hizo a su casa de Montevideo a fines de los años cuarenta. Al parecer, ignoraba Juana la carta que Mariblanca había dirigido en octubre de 1934 a Batista en la cual lo trataba como su adversario y que decía así:

Adversarios somos usted y yo desde que usted, dándole la espalda a la revolución del pueblo de Cuba, escuchó el canto de las sirenas y puso las fuerzas de que disponía al servicio de la Embajada yanqui y del Gobierno de la reacción, ese que tantas veces lo injurió, lo amenazó, lo calumnió y lo combatió sin piedad y sin escrúpulos.
[…]
Nosotros tenemos la obligación de salvar a Cuba del caos y de la anarquía, tenemos la obligación de evitar nuevos derramamientos de sangre. Por encima de todos los agravios, por encima de todas las ambiciones personales, por encima de nuestro amor propio y de nuestro particular interés, está el pueblo de Cuba, está la historia.

 

En 1956 le llegaría a Mariblanca la jubilación forzosa y el mandato de que no podría desempeñar cargo público alguno. Ya en 1952, luego de un suceso desgraciado con los hermanos de Mariblanca, Juana la consolaba con ingenuidad: “es casi seguro que el Presidente Batista no está enterado”. Por esas mismas fechas, sueña Juana con ver a Mariblanca de embajadora en Montevideo. Y luego, dándose cuenta de que su ignorancia de la situación política de Cuba podría herir a su amiga, retrocede:

Anoche, pensando en tu llegada, me decía a mí misma que el destino no quiso que te viese en el esplendor de tu rango de Embajadora, tan digna, tan nuestra como entonces, pero solo con el esplendor civil de tu presencia e íntimos valores. ¡Todo sea por Dios! ¡Ah, si el General Batista te mandara aquí de Embajadora! No podrías aceptarlo. Tú eres su amiga y la política no es un juego personal, sino nacional y universal. Hay que servir a la patria, y

 son sus gentes más valiosas las que tienen que hacerlo, sin que eso sea claudicar. Tú sabes, Mary, que por tradición familiar yo pertenezco al partido blanco y soy católica, apostólica y romana. El reverso absoluto del batllismo. Sin embargo, en las últimas elecciones voté con el batllismo, porque creía al pobre Mayo, el único hombre, de los candidatos en lucha, capaz de salvar al país en estos momentos cruciales. Yo sé que eres como hermana con el Dr. Prío, y cuánto él merece la lealtad de sus amigos. Pero aquí servirías a Cuba –tu Cubita bella, la de Martí, la de tus héroes-. Un sueño, el que pudieras venir de Embajadora. Pero a veces los sueños alcanzan las altas y poderosas voluntades. Perdóname si estoy equivocada. Jamás desearé sino lo que sea, para ti, digno y bueno.

Su relación con la política cubana, siempre de la mano de Mariblanca, era más bien superficial, como puede verse. De hecho, en ocasiones confunde lealtades o siente que debe retractarse, por desconocimiento y para no herir a su querida amiga, como en esta misiva de diciembre de 1934, en que se aventuraba a hacer un diagnóstico de la situación cubana y luego justificaba su exceso de entusiasmo:

Cuba tiene el mismo destino trágico de las mujeres hermosas y de las herederas millonarias. Debajo de todo el drama terrible y multiplicado que están Vds. viviendo, solapada y codiciosa, está, como en el Chaco, la garra yanki. ¿No lo creen así, Vds.? Esa política norteamericana, esa degeneración de la Doctrina Monroe (América para los Norte-Americanos), esas garras de tigre de la Enmienda Platt!
¡Oh, Marita, tu Juana politiqueando! Pero no, es sólo que me duele lo que le pasa a ese país tan querido para mí por ser el tuyo, por ser también el de un grupo de amigos que admiro y quiero.

Quién sabe si no sería precisamente Mariblanca Sabas Alomá, siempre activa en política, quien despertara la sensibilidad de Juana por este tipo de conflictos, pero lo que sí podría asegurarse a partir de la propia declaración de la poetisa uruguaya es que su interés por  el destino de Cuba proviene de la cercanía de tantos amigos cubanos, y en ese conjunto Mariblanca ocupaba, quién puede dudarlo luego de la lectura de estas cartas, un lugar primado.

No puede olvidarse tampoco el nombramiento de Juana, unos años después, como Delegado Cultural Interamericano de Cuba en el Uruguay ,título rimbombante concebido por Mariblanca para conseguirle un estipendio de 200 dólares mensuales y aliviarle sus perpetuos apuros económicos; un nombramiento sujeto a los avatares de la política nacional, siempre en peligro de ser suspendido por un cambio de gobierno. Al parecer, fue una gestión bastante difícil y Juana, que había estado percibiendo el salario correspondiente desde agosto de 1951 (y sospechaba que Mariblanca estaba extrayéndolo de sus propios ahorros), se muestra apenadísima en octubre del mismo año. Conmueve, todavía hoy, leer estas palabras:

Mary querida: no te comprometas por mí. Yo veo que es cosa muy difícil, casi imposible (no lo percibí al pedírtelo, tan alejada siempre de leyes, política y poderes) pero me está pesando terriblemente sobre todos mis sentimientos hacia ti y los más elementales, y los más sutiles, de la delicadeza. Tú y el Presidente están luchando y exponiéndose tal vez por un imposible. Recuerdo el cuento famoso de Madame de Beaumont “La Bella y la fiera” (¿Lo conoces?) (Una de las princesas le pidió al padre, que se iba de viaje, que le trajese una rosa. Lo hizo creyendo atenuar, así, la avaricia de las hermanas mayores que le encargaban joyas, pieles, encajes. Y en el desarrollo del bello cuento resultó la más exigente la humilde que pidió lo menos costoso y difícil: una rosa. Por ello sufrió mucho.) Algo distinto, esto; pero te doy mi palabra de honor que tuve la inconciencia de que le pedía a Cuba apenas una simple rosa ¿Qué torre, qué cosa de solución dificilísima ha sido en cambio?
Mary querida: deja esto, te lo pido con toda mi alma. Yo comprendo. Y agradezco y me golpeo el pecho, conciente recién de la enormidad.

 La brevedad del tiempo que percibió el salario como embajadora cultural de Cuba y la inseguridad inicial del otorgamiento han contribuido. seguramente, a que sea éste uno de los episodios menos conocidos de la vida de Juana de Ibarbourou. Como decíamos, su relación con Cuba es un territorio apenas explorado, y los documentos donde podrían encontrarse las pistas para definir más claramente la profundidad y alcance de esos lazos, permanecen olvidados y casi vírgenes en archivos de Cuba, Uruguay y Estados Unidos, entre otros países.

La correspondencia con Mariblanca, si bien incompleta y discontinua, es un manantial de información interesantísima para el estudio de esas relaciones; pero no solamente hablan sus cartas del costado cubano de su vida y sus afectos. Hay también información numerosa y sincera acerca del mundo cultural uruguayo del momento, de los inconvenientes de su salud (el insomnio, la recurrencia al Amystal, una droga con que solía aliviar su crónico insomnio), de los problemas matrimoniales de su hijo Julio César y hasta revelaciones íntimas. Todo esto contribuye a dibujar un paisaje apenas conocido, apenas intuido desde hoy, cuando comienzan a salir a la luz los terribles momentos pasados por Juana en la intimidad de la casa familiar. La adicción de su hijo al juego, los amores prohibidos, la dependencia de los medicamentos, son temas que han ido emergiendo en los últimos años; sin embargo, en estas cartas se haya una suerte de declaración, aunque bastante críptica, de una situación anómala, insoportable, que nadie podría sospechar en una revisión somera de la cronología de su vida. En efecto, 1953 aparece señalado como el año en que fuera proclamada Mujer de las Américas 1953 por la Unión de Mujeres Americanas, de Nueva York, recibiera la Orden de Eloy Alfaro, de Ecuador, y se publican por vez primera, en Losada, Azor, y por la Editorial Aguilar, la primera edición de  sus Obras completas, a cargo de Dora Isella Russell. Para quien revise la cronología preparada por Arbeleche para la edición en cinco volúmenes de las Obras publicadas con motivo del centenario de Juana, éste es uno de los mejores años de su vida; sin embargo, frente a las cartas se tiene la certeza de que la gloria pública no garantiza la felicidad íntima. La uruguaya se siente hermanada con Mariblanca no precisamente en el amor a la poesía, en la amistad, sino en el sufrimiento, y explica así la intolerable falta de noticias de su amiga querida:

Mary querida: creo que te pasa como a mí. Tú no puedes escribirme, porque no te sientes feliz, y, sabiendo que estoy en una ergástula, padeciendo Dios sabe cuánto, no quieres darme un dolor más, que siendo tuyo jamás sería superficial. Mi gallarda: yo estoy en la misma posición espiritual. ¿Contarte luchas, penas, derrotas? Deja que vuelva el sol y ya los comentaremos como anécdotas pasadas. Porque todo pasará, Mary, en esta rotación vertiginosa de las horas. Hoy nos toca lo sombrío. Confiemos en que la misericordia de Dios nos acorte la condena… puesto que somos condenadas de buena conducta.

La cercanía de estas dos mujeres, cada una popularísima en su ámbito, propició el encuentro de dos países que ya habían mantenido vínculos en el pasado —imposible eludir aquí la mención al consulado uruguayo que ostentara Martí en sus días neoyorkinos— pero, en el plano personal, donde no suelen penetrar las indagaciones políticas o literarias, también Mariblanca constituyó un sostén para Juana en medio de las tempestades por las que debía atravesar silenciosamente, casi en secreto. Luego de la segunda visita de Mariblanca a Uruguay, el encuentro se hace cada vez más necesario, cada vez más perentorios los pedidos de Juana, quien añora permanentemente la presencia, el consuelo de su hermana cubana, su refugio, su defensa ante la vida. No en balde la llama, en casi todas sus cartas, «Mi Gallarda”» como si de Mariblanca dependiera su bienestar, su sobrevivencia. La relación entre ellas asume, por momentos, el tono de un flirt —como solía decirse entonces— gustoso: Juana no sólo masculiniza un poco a Mariblanca llamándola así, sino que la piropea, por ejemplo, comparándola con figuras masculinas: «Estás muy bien, Embajadora […]. Más parecida que nunca al David de Miguel Ángel». Y su relación por momentos toma tintes levemente carnales: «Te beso las manos dedo a dedo”» Mariblanca, en cada carta, le hace llegar aliento, le da las fuerzas de que carece para enfrentar la vida dolorosa de su casa. En sus visitas, se encarga incluso de resolver contratiempos familiares, de sanar heridas: «Mary: Julito está más cariñoso conmigo. Obra tuya. Hoy se ha venido con una bandeja de pechuga de pavo y jamón dulce. Dulces cosas para mi corazón». Luego de la visita de 1951, en que Mariblanca le impuso la Orden Carlos Manuel de Céspedes, Juana escribe febrilmente, la sigue con cables y avisos, fotografías: a Río primero, a Lima después, y, finalmente, no pudiendo soportar por más tiempo la desazón de la falta de comunicación con su amiga, recurre a algunos fieles suyos para conseguir restablecerla:

Mary, acabo de pasarte un cable. Estoy intranquilísima sin noticias. Llegaron a La Habana el jueves de madrugada y hoy es Domingo al mediodía y nada sé de Vds. Me he levantado estos días, pero hoy ya no he podido hacerlo, sin fuerzas. Mary, mi hermana: ¿qué pasa? Gente amiga (Pancho Nicola Reyes y Carlos Mir) buscan en Cuba una buena radio de aficionados para que yo pueda hablarte. Me desespera, Mary. Si no contestas mi cable me dirigiré a Secretaría de la Presidencia por noticias tuyas. Parece mentira lo que depende de ti mi fortaleza. Hoy no valgo dos céntimos.

Otro tema sobre el que las cartas de Juana ofrecen información de interés, aunque no alcanzamos totalmente a establecer su relevancia por nuestro desconocimiento del contexto, es el referido al mundo cultural uruguayo. Opina sobre sus contemporáneas a raíz de la programada excursión a Cuba de un grupo representativo de escritoras uruguayas para los festejos de 1953; da cuenta de algunos malentendidos y conflictos de la Asociación Uruguaya de Escritores, como el controvertido asunto de las elecciones por la presidencia de la Asociación, en julio de 1951, que cito in extenso:

Aquí no hay novedades. Mañana estamos de elecciones para la nueva Directiva de la Asociación Uruguaya de Escritores y me voy definitivamente de la Presidencia, pues se ha trabajado mucho y bien, pero Paulina Medeiros (¿la recuerdas, muy fea, con el alma tan fea como la cara?) se ha cortado con lista propia, una semana antes de concluir el período legal, acusando estrepitosamente a la actual Directiva, que estaba estructurando el plan de una editorial, de hacerlo para su propio servicio. Como consiguieron un libro mío, con el Gobierno (el Ministro de Instrucción Blanco Acevedo) para editarlo y con su venta fundamentar, cimentar los fondos para el futuro y no se llamó a la Asamblea, ella, que es muy populachera, de cafés de barrios bajos, ha soliviantado a todos esos seudo escritores que sueñan con publicar libros y no tienen cómo. Piensa que mis libros no me pertenecen ya, que no saco nada para mí y que accedí a esa gestión para ayudarlos en la difícil empresa de conseguir los primeros fondos. Como acepté la Presidencia a condición de no concurrir  nunca a sesiones (consta en acta que di el nombre como punto de unión entre los escritores dispersos y peleados) ella en realidad no se ha vuelto contra mí directamente, sino en contra de la Directiva. Quería que encabezase las dos listas, pero yo elegí la de mis compañeros fieles y respetuosos de dos años. Está furiosa la fea mujer, y ha armado un escándalo enorme. Te mandaré nuestro boletín y el repartido que lanzó ella. Todo esto entristece, porque evidencia el mal barro de que está hecho el hombre. Ambiciones, envidias, luchas pequeñas y mezquinas. Nada bueno se puede construir así. Me da mucha pena estos trece compañeros, todos gentes de bien y de talento, que se tienen que enfrentar con una insultadora sin medida, pues como nada tiene ya que perder, ha adoptado una actitud descarada, plena de acusaciones falsas, que ha creado en la mesa de socios y en el pueblo un verdadero confucionismo [sic]. Mary: qué terrible es la ambición sin freno, el afán de publicidad a toda costa, el querer ser el personaje del momento, aunque después se derrumbe ella misma! Pero mientras tanto incomoda, “detiene una labor en marcha”, ofende.

Este episodio provocó aquella desesperanzada pregunta acerca del mundo literario cubano y, evidentemente, le hizo mucho daño a Juana. Aunque, como ella misma aclaraba,  no participaba en reuniones o asambleas, se estaba poniendo en entredicho la ejecutoria de aquellos con los cuales se sentía comprometida y, como de paso, se dudaba también de su propia honradez.

En la cronología antes aludida advertimos aun otra carencia: en 1958 no se consigna el acto de proclamación del Comité Nacional Pro-Candidatura de Juana de Ibarbourou al Premio Nobel de Literatura 1959, debidamente documentado en el Fondo Mariblanca Sabas Alomá, pues Juana tuvo la ocurrencia de escribirle a ésta —desde su retiro en Fraile Muerto— al dorso del plegable emitido para la ocasión. El acto, celebrado en el Estudio Auditorio del S.O.D.R.E., el viernes 12 de diciembre de 1958, a las 18:45 horas, contó con las intervenciones de Laura Cortinas, presidenta del Comité Nacional Pro Candidatura de Juana de Ibarbourou al Premio Nobel de Literatura 1959; el profesor José Pereira Rodríguez, en nombre de la Academia Nacional de Letras; el profesor Alberto Rusconi por el Instituto de Estudios Superiores y Héctor Silva Uranga, en nombre de la Asociación Uruguaya de Escritores. La clausura estuvo a cargo del Ministro de Instrucción Pública y Previsión Social, profesor Clemente Ruggia, como representante del Consejo Nacional de Gobierno. Se interpretaron canciones con textos de Juana, quien dedica el plegable a Mariblanca: “Recuerdo de inmenso cariño para mi Gallarda. Su Juana”. La carta escrita al dorso, sin embargo, no da muchos detalles del acto, sino que se centra en la situación de Cuba y explica la estancia de Juana en Fraile Muerto a donde ha ido a recuperar su siempre en riesgo “salud de papier-maché”. Son escasas, de todos modos, las alusiones al mundo literario uruguayo, pero quién sabe si un lector más avezado, mejor conocedor del contexto, pueda conseguir datos de interés en la madeja de las cartas enviadas por Juana a Mariblanca.

En la decisiva visita de Mariblanca a Montevideo, en 1951, Juana de Ibarbourou la presentó del siguiente modo a la radioaudiencia uruguaya:

Hace treinta años, cuando empezó a ser mi amiga -¡oh, fiel Mari!- hacía versos como yo y periodismo como tantos.  Por su talento, por su valentía democrática, por su ágil inteligencia política y social, siempre al servicio de ideales definidamente limpios y superiores, fue ganando peldaños en esa inconmensurable Escala de Jacob, que es el éxito.
Unos nos quedamos en el verso, otros en el periodismo, y ella, con la hermosa cabeza erguida por sobre el grupo de sus amigos juveniles, ha llegado a esta plenitud victoriosa, que no la envanece ni desfigura, sino que la hace cada día más afinada, más humana, más Mariblanca.
Ha venido al Uruguay con su máxima condecoración cubana del prócer Carlos Manuel de Céspedes, con su investidura diplomática, con su prestigio de Ministro. Eso, para el mundo oficial. Pero lo íntimo suyo, lo permanente, soy y serán sus amigos y poetas. Antes de tomar el avión ya me escribía: “¡Juana, tu tierra!... ¡Juana, ver a Sabat Ercasty, a Silva Valdés, a Emilio Oribe, y a Alfredo Mario Ferreiro, y a Dora Isella Russell, y a Gastón Figueira!... Y ver a Laura Arce y a todos los uruguayos que yo quiero desde hace siglos, porque los quiero con la tierra cubana de que estoy hecha, y esa tierra los quiere a ustedes aún desde antes de José Martí, tal vez porque muchas palmeras de las costas de mi patria se enfloraron con polen de alguna, o quizá de una sola, de tu país, que nos trajo el viento del Atlántico hace un puñado de centenares de años!... Y así se hizo este milagro de nuestro cariño para ustedes. Está en nuestra sangre querer a tus paisanos, Juana, y yo estoy cumpliendo así un imperativo de toda Cuba!...”

Habría que agradecer a Juana esa cita pública de una carta privada, pues nos da el tono, el entusiasta cariño de Mariblanca por amigos comunes y compañeros de oficio. No cabe duda de que estas cartas incitan nuestra curiosidad y contribuyen a delinear no sólo la amistad entrañable y cercanísima que unió en vida a estas dos mujeres de Cuba y Uruguay, sino a perfilar el paisaje cultural, político, emocional y cotidiano de la época en la historia de nuestros países.

Las cartas de Juana a Mariblanca ofrecen un amplio espacio de indagación y algunas posibilidades de resolver interrogantes acerca de la vida de Juana, pero también de establecer datos ausentes en los más documentados acercamientos a su biografía y a su obra. Queda aún mucho trabajo por hacer, muchas preguntas que responder, pero hemos avanzado un tramo del camino en el conocimiento de estas dos mujeres, de este par de sombras ilustres de nuestras respectivas tradiciones, desnudas aquí, tantos años después, frente a nosotros, en sus sinceridades u ocultamientos, en sus anhelos y necesidades. Se impone realizar una edición de la correspondencia cruzada entre ambas e, idealmente, de todas las cartas dirigidas a Cuba por Juana de Ibarbourou, de cuya sinceridad al declararse “cubana neta en el exilio” nadie podría dudar luego de leer esta correspondencia.

Zaida Capote Cruz


Publicado, originalmente, en la web de Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu

 

Links: http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=17375&idseccion=32  - La Habana, 01 de octubre de 2011

 

http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=13477&idseccion=25 - La Habana, 18 de octubre de 2011

 

http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=13477&idseccion=25 - La Habana, 18 de octubre de 2011

 

http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=13682&idseccion=25 - La Habana, 10 de noviembre de 2011

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 13 de agosto de 2014


Autorizado  por la autora, a la cual agradecemos.

 

 

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