Nietzsche despojado

Ensayo de Patricio Canto

Foto de Nietzsche de Gustav Adolf Schultze, 1882.

La característica de la educación por Nietzsche es la experiencia de que en lo "lo positivo" nos hundimos y en "lo negativo” nos elevamos.

                                                                             Karl Jaspers

Ningún filósofo se presta mejor que Nietzrche a ser comentado por un hombre cualquiera, y muchos aprovechamos esta circunstancia. Nietzsche se ocupó del hombre y su destino; de algún modo, todos tenemos una idea sobre ese problema, o una actitud que entraña una idea. Es difícil leer a Kant o a Fichte cuando no se siente una atracción específica por la filosofía, pero Nietzsche está al alcance de los diletantes: su estilo literario sigue siendo admirable en las traducciones y sus referencias a problemas morales o estéticos permiten que ningún profano se maree en el aire puro de sus abstracciones. Un escritor tan poco especulativo como André Gide, que confiesa su incapacidad de seguir el pensamiento lineal pero impetuoso de Bergson, cree reconocer sus propias intuiciones en el fulgor instantáneo de un aforismo de Nietzsche.

Los literatos hedonistas y no los catedráticos se anexaron al escritor que filosofaba sobre Carmen de Bizet y oponía Tucídides el aristócrata a Sócrates el razonador. En el siglo de la reducción analítica, de la razón y la democracia, aparece un librepensador que habla de valores vitales, de actitudes humanas y momentos históricos que son superiores... porque sí, y que rechazan el análisis. ¿Qué era este escándalo? ¿Una invocación a un orden jerárquico perdido, a esos despotismos seductores con que soñarían más tarde los empleados de correo antisemitas? Nietzsche termina por ser un enigma, señala Jaspers[1] pero también empieza por serlo. Obsérvese el hecho incalculable: el comentario que publica un joven helenista sobre la concepción wagneriana de las artes inicia la trayectoria espiritual que terminaría por hacer saltar las tablas de la ley moral vigente. ¿Qué puede acercarnos a Nietzsche? Tal vez estos primeros pasos, aparentemente casuales... Pero el hecho de que la biografía de Federico Nietzsche sea inseparable de su filosofía no quiere decir solamente que su temperamento sea más ardiente que el de Hegel, o que podamos tener familiaridades con él: quiere decir que él ha transformado a la filosofía en otra cosa, con su vida y su pasión. } Por otra parte, pese a su fácil lectura, el sentido final de Nietzsche no puede precisarse: su mensaje admite una interpretación infinita. Esta dificultad surge cuando consideramos la obra en su totalidad.

Nietzsche pensó muchas veces en el futuro inmediato y sus profecías nos incluyen plenamente; por eso es lícito repensarlo e interrogarlo desde cualquier condición humana, la de ser sudamericano y vivir en una de las treguas del siglo XX, por ejemplo. Nada más común e inaccesible que su esencia, común por constituir un acontecimiento espiritual que tiene sentido para cada hombre, inaccesible porque su esencia j es voluntariamente contradictoria. Por esto el libro de Karl Jaspers (hay una reciente traducción francesa de Gallimard) es una guía valiosa, al enseñamos con cautela extremada la manera de conservar a Nietzsche vivo y actuante en nuestros espíritus. Nietzsche no tiene un contenido inequívoco de pensamientos, un sistema que podamos aprender: quien percibe su estilo ardiente, flexible e insinuante está más cerca de su esencia que quien procura introducir sistema en su filosofía y situar la obra en relación con la de otros pensadores. Al iniciar su estudio, Jaspers hace una primera pregunta a la fisonomía de Nietzsche, a su cuerpo, pero llega a la conclusión de que las fotografías que nos quedan, la del joven militar grueso, con rasgos eslavos, o la del enfermo mental de los últimos años, no permiten percibir su carácter, algo que exprese lo que de él sabemos. En cambio, el análisis grafológico de Klages hace sentir la presencia de su ser. En su letra ve Klages algo extrañamente luminoso, claro... dentro de una falta profunda de calor... algo transparente, inmaterial, cristalino; el reflejo extremo de algo nebuloso, vaporoso, ondulante... algo extraordinariamente duro, acusado, tajante como el vidrio”. Klages discierne en esta letra una sensibilidad sublime, pero también un elemento inquietante, despojado de horizonte, imprevisible y fulminante. “Una espiritualidad extrema y un don de la forma difícilmente concebible”.

La lectura del libro de Jaspers puede dejar un poco confundido. De un libro de crítica se suele esperar una ampliación o simplificación de puntos de vista no bastante claros en el original. No aquí. Este libro tiene un movimiento circular de ahondamiento en un solo punto: es un trabajo solitario de penetración en la vida y el pensamiento de un hombre, sin establecer relaciones con otros pensamientos u otros hombres, limitándose a comprender un acontecimiento único, la existencia y la obra de Federico Nietzsche, sin situar al filósofo en la historia y prescindiendo de toda idea de progreso, o regresión, o serie: Nietzsche es tratado aquí como la excepción absoluta, que ningún predecesor, ninguna enfermedad, ningún momento histórico explican; tratamiento admirable, que da un poco de vértigo. Pues Jaspers nunca sobresale de la sombra lanzada por el contorno de Nietzsche: extraña forma de crítica, de una hondura y humildad extremadas, que se sumerge en su tema y consulta a Nietzsche como si Nietzsche fuera el mundo, no una parte de él. ¡Qué lejos estamos ya del espíritu con que Ortega dictaminaba, con pompa y circunstancia: “Los egipcios creían que el valle del Nilo era todo el mundo. Semejante afirmación de la circunstancia es monstruosa, y, contra lo que pudiera parecer, depaupera su sentido. Ciertas almas manifiestan su debilidad radical cuando no logran interesarse por una cosa, si no se hacen la ilusión de que es ella todo o es lo mejor del mundo” (Meditaciones del Quijote'). El valle del Nilo es todo el mundo, y la entrega total al fenómeno Nietzsche le permite a Jaspers no dejarse influir o avasallar por él, pues se lo siente siempre como la excepción. Nietzsche es para Jaspers una esencia irreductible a la cual sólo puede contemplar, absteniéndose de juzgarla. Esta ignorancia venerable, que Jaspers logra presentar como un puro fondo blanco detrás de cada una de sus aseveraciones, recuerda al lector que Nietzsche no es una cantidad apropiable con la cual podamos contar de una vez por todas, que Nietzsche es un enigma renovado incesantemente, al cual podemos interrogar siempre de nuevo para obtener respuestas rigurosamente ambiguas. Y esto no es beatería ante el gran hombre: cualquier hombre merece, en último análisis, el mismo tratamiento. La crítica como una suprema forma del respeto...

Aunque Jaspers trata de ser invisible, su libro produce una doble impresión. Además de ser una exposición sistemática de los temas fundamentales de Nietzsche (el hombre, la verdad, la historia, la interpretación del mundo) este libro trasmite implícitamente la filosofía de Jaspers, una sobria luminosidad, un tono noble y ligero, un modo de ausentarse por amor a su objeto, manera del espíritu de Jaspers que sentimos tan presente como los mismos contenidos del pensamiento de Nietzsche. Hay, pues, dos notas fundamentales: la exposición del pensamiento de Nietzsche y la filosofía de Jaspers in actu. ¡Qué defraudado quedaría el lector posesivo, aguijoneado por la gula intelectual, que buscara en este libro la apropiación de un Nietzsche puesto al día! Ningún plato más insípido para quien busque “cultura” en sus lecturas filosóficas, es decir: conocimiento de la formación espiritual de un pensador, datos sobre sus lecturas, sus influencias, sus correspondencias, y su posición filosófica, clara y definitiva, dentro de un cuadro general de la filosofía. No recuerdo citas de otros escritores en el libro, ni siquiera de los padres espirituales de Nietzsche: Schopenhauer y Heráclito de Éfeso. Ante esta gravedad, esta concentración, la crítica habitual resulta tibia, algo así como la "débil amistad” frente a la monótona insistencia del amor.

La noble reticencia de esta crítica incita al pensamiento, pues el escritor supone un lector activo, un lector que debe llenar esos vacíos que Jaspers presenta frente a él, que debe gastar su sustancia en encontrar esos contenidos que sólo existen cuando se los crea, y que son la verdad de un hombre en un momento dado. Así, un hombre no es juzgado en relación al pensamiento de otro (a veces la crítica no es más que eso) sino en relación al centro de su pensamiento, a ese sentido de la vida que él tiene, y que sólo el amor intelectual puede vislumbrar, no formular. Jaspers prescinde del contenido material del pensamiento de Nietzsche, y retiene el sentido existencial de su filosofar, viendo en Nietzsche un fuego que a sí mismo se consume, el ejemplo grandioso de una vida sacrificada al conocimiento, una repetición del gesto de Empédocles y del seráfico Hólderlin: Empédocles se quema porque es curioso como un griego, alegremente; Hólderlin es fulminado porque no era un hombre, sino algo más, demasiado luminoso para ser cristiano, demasiado frágil para ser helénico: como su patria, era ese “demasiado”[2] que el mundo no quiere aceptar... Pero Nietzsche era un pobre profesor que padecía las miserias de la carne enferma en las pensiones suizas e italianas. Su enfermedad no era el morbus sacer de Dostoievski, ese prestigioso temblor de los videntes; era la calamitosa infección luética (probablemente heredada), que hacía estragos en aquella época.

Jaspers piensa que puede verse a Nietzsche: a) desde el punto de vista fisiológico y psicológico, como el enfermo que fue, y por la influencia profunda de la enfermedad sobre esta obra, toda ella bajo el signo descendente de la crisis o el signo ascendente de la convalecencia; b) como un caso conmovedor de la soledad de un hombre de genio y la realización de un destino, intuidos estéticamente; c) a través de un símbolo religioso sugestivo, como el de Judas; d) como un filósofo que expone una doctrina coherente y orgánica, introduciendo un sistema en los aforismos de Nietzsche, forzando las inducciones y apropiándose del contenido positivo de su pensamiento. Ninguna de estas actitudes es suficiente. Es menester utilizarlas a todas y renunciar a cualquier punto de vista definitivo que cada una de ellas autorizara.

Si se toman al pie de la letra los aforismos de Nietzsche, el malentendido se vuelve inevitable. Este escritor eligió el malentendido. A él sólo le interesa la palabra veraz que cada alma debe pronunciar ante su mensaje, y que aún no existe. Nietzsche quiere inspirar el acto inigualable que será nuestra respuesta honrada a su pensamiento, para afirmarlo o rechazarlo. La destrucción de todas las formas existentes (morales, ideológicas, religiones, finalismos de toda clase) servirá para alcanzar la última verdad de cada lector.

Los literatos son muy susceptibles a un peligro específico: la interpretación estética o emotiva de Nietzsche. Por su parte, él ejerce la fascinación de su ardor, su pureza, su justicia exacerbada. Por la nuestra, puede haber la complacencia morosa del hero-worship; en la admiración estética de un carácter hay una retirada deleitosa, una distancia que buscamos para sentarnos a admirar y a elaborar nuestro espasmo generoso. Sin duda, cuando admiramos emitimos buen olor y la embriaguez que crea el propio perfume tiene una rara calidad: la voluptuosidad de un orgullo refinado y la buena conciencia van de la mano. Pero Nietzsche (“tengo mi genio en las aletas de la nariz’) husmea aquí a Narciso y nos exige la seriedad ardua de un pensamiento que se elija a sí mismo como voluntad de entendimiento del mundo real, y pide la propia actividad del lector desde el plano elevado en que él se sitúa. Quiere el diálogo.   

Jaspers no se encara con las flagrantes contradicciones de Nietzsche, con sus errores de hecho, que otros han señalado ya. De nada vale preguntarse cuál es la validez real de la idea del superhombre, de la voluntad de poder o del eterno retorno. Científicamente, no son estas ideas más sólidas que el dogma de la Inmaculada Concepción o la Resurrección de la Carne, y es absurdo pensar que Nietzsche no lo sabía. Pero, ¿qué significaban estas imágenes en relación con las aspiraciones más elevadas de Nietzsche? Descontar la infaltable parte de error que hay en una concepción históricamente limitada y percibir su sentido formativo: ésa es la enseñanza de Jaspers. Nietzsche exaltó desmesuradamente los valores biológicos, con términos tomados de los positivistas, los wagnerianos y los escritores psicológicos de su época (la palabra “decadencia", que emplea profusamente, fué tomada de Paul Bourget). Esto no importa: Nietzsche es un acontecimiento en la vida de todo hombre consciente. Los medios que usó para expresar sus visiones y enseñanzas pueden ser deficientes por culpa de su época o de sus limitaciones personales, pero lo esencial no es la exactitud material de los contenidos de su pensamiento (en verdad, Jaspers parece creer que este contenido suele ser erróneo) sino la dirección y el sentido interior: el movimiento de ascensión de su filosofía y la voluntad inquebrantable de veracidad.

“Yo no soy un hombre: soy dinamita”. La intensa negatividad de Nietzsche, su vehemencia, sus análisis psicológicos, su estilo brillante, lo sitúan fuera de la gran corriente de la filosofía sistemática. Es la excepción absoluta, que con nada ni nadie se vincula. Su negación rotunda y total no deja nada en pie: la rara calidad espiritual de Nietzsche hace que aceptemos sus denuncias, sus iras, aun cuando está derribando lo que amamos: sentimos que sus golpes ennoblecen de algún modo el material que maltratan, al lanzar sobre él una luz incandescente y aclarar todos los rincones oscuros. Así, nos fuerza a aceptar en toda conciencia la posición que es la nuestra. Si somos cristianos, la crítica demoledora que hace del cristianismo servirá para afinar la calidad de nuestro cristianismo, volviéndonos conscientes de culpas< ignoradas, de contradicciones tal vez insalvables con las cuales habremos de vivir. Comunistas, meditaremos sus incómodas observaciones y habremos de estar atentos a las mil formas en que el resentimiento personal puede manifestarse en un ideal social. Se ha dicho que Nietzsche fué el primer psicoanalista, y a ello habría que agregar que su análisis es más variado que el de Freud, y que Nietzsche tiende a considerarnos responsables de nuestras elecciones inconscientes: el sujeto irresponsable del psicoanálisis, el tierno organismo infantil que repite necesariamente el inmemorial proceso de Edipo, se convierte en ese ser único y fatal que eligió odiar a su padre, en un determinado momento, por una causa real o imaginaria. A la mecanización impersonal de la ciencia psicológica se opone la intolerable responsabilidad que atribuye quien nos ve como caso único y nos condena... Pero ¿cuál de esas dos actitudes entraña más amor? Y ¿qué puede enseñarnos el que no nos ama? Por eso es Nietzsche el más grande de los maestros de moral: en su saña apasionada se encierra la afirmación ilimitada del prójimo, de esa persona única que uno es para sí mismo, y su dureza proviene de que respeta demasiado a los hombres para apiadarse de ellos. Como fondo último de su ferocidad está la esperanza no dicha, apenas insinuada, de que sus golpes nos librarán de todo lo que en nosotros no es claro, duro, auténtico, y que si no hay nada de esto, sus enseñanzas contribuirán a nuestra perdición, pues él sabía que sus doctrinas podían ser venenosas (y, en efecto, lo fueron). El no formula la palabra de salvación que cada uno ha de crear en su propio fondo: él sólo podía invitarnos a encontrarla.

“Toda filosofía debería alcanzar lo que yo pido: concentrar un hombre; actualmente, ninguna es capaz de hacerlo’ (10,297). Lo esencial es pensar y actuar desde el propio fondo. El no nos indica ninguna verdad que aclare nuestra vida, sino que nos hostiga y despoja para que en la propia existencia encontremos la respuesta que ha de darse, no huyendo de la vida para estudiarla en la soledad, sino descubriéndonos en el tumulto que es siempre, más o menos, la vida de un hombre. Entender a Nietzsche equivale a producirse a sí mismo. Por esto Nietzsche, el enfermo delirante que representa en su propio cuerpo el remate y la catástrofe de una época, es también comienzo y aurora. El descubre que la función primordial del espíritu es la comprensión que crea. Y no le interesa el espíritu sino el hombre que lo encarna. Sólo la transformación de nuestra propia esencia nos permite comprender a Nietzsche; sólo en la medida en que nos transformemos comprenderemos su mensaje. Tal vez fuera imprudente el tratar de reflexionar sobre la cercanía de la religión: el que comprende a Nietzsche y es educado por él adopta una actitud religiosa ante la vida; una nueva gravedad, un nuevo ardor se infunde en su pensamiento. Pero esta actitud está vaciada de contenidos religiosos concretos, y una honradez vigilante ha de impedir que nos internemos por el camino tentador del misticismo.

La última revelación sobre nuestro tiempo, la palabra que resumió el siglo en que vivimos y que explica nuestras guerras, nuestras políticas, nuestra miseria final, es dura de sobrellevar: “Nada es verdad: todo está permitido". Dios ha muerto de muerte natural. Esta es la desolada situación que debemos asumir honradamente, es decir, sin tratar de creer en las falaces evidencias de la ciencia positiva, que empiezan por postular la inexistencia de Dios, y que nos dan una seguridad complaciente. Debemos dar un paso hacia adelante y hacernos responsables de su muerte: debemos matar a Dios.

Nietzsche nos deja vacíos y calcinados, sin nada entre las manos. Pero no deprimidos. La alegría más intensa, la conciencia más alta de la fuerza la descubre el ser en el derroche de sí mismo, en el incendio de todas sus posesiones, sin precaver ni reservar, entregándose plenamente a ese ardiente proceso, dejándose devorar por el fuego y recobrando el rostro que es nuestro cuando hemos consumido toda nuestra fuerza, y quedamos vacíos y despojados. En este proceso de propia ruina, de agotamiento desenfrenado, el hombre se descubre como ese mismo movimiento que lo devora. Nada queda, pero esa ruina, esa destrucción hacia la que vamos, exalta y proclama el sentido de la vida como un don en que no hay reservas, en que todo se quema luminosamente.

Y acaso sea éste el mensaje más hondo de ese “poeta nervioso, de sangre eslava”, como lo llama Paul Valéry. El hombre no ha nacido para atesorar bienes de este mundo o prepararse recompensas en el otro, el hombre ha nacido para ser un don y quemarse en la exageración de la dádiva, la dádiva catastrófica, la que ninguna moral ha osado pedirnos hasta ahora (salvo el Sermón de la Montaña, esa prédica escandalosa y sin consecuencias apreciables). Y Nietzsche describe con lirismo esplendoroso, sinuoso, su moral incendiaria, insistiendo en el lado voluptuoso y estético de esta pasión de generosidad. Pues sólo las virtudes que se practican con deleite son nuestras virtudes. Debemos elegir las virtudes que tienen una pasión detrás, y olvidamos del resto, aunque nos expongamos —y expongamos a nuestros semejantes— a graves peligros. Peligros que no existían para Federico Nietzsche. El cínico que decía "nada es verdad: todo está permitido’' dedicó su vida a la busca de la verdad. El enemigo de la piedad murió, como el Dios de su Zaratustra, “de su piedad por el hombre”. El defensor de la lujuria renacentista, el negador de Parsifal, era virgen. El Anticristo no se atrevía a ofender los sentimientos de la señora que quería saber un día “si el Sr. Nietzsche había ido ya a misa”, y contestaba: “Hoy, no”. El enemigo del sentimentalismo tenía las lágrimas fáciles. 

¿Por qué estas oposiciones? Porque la vida es contradicción. Sólo los hipócritas o los tontos pueden tener la conciencia tranquila. Para encontrar ese equilibrio único que es el suyo en un momento dado, el hombre tiene que moverse y perder el equilibrio: no hay sillas desde las cuales podamos juzgar al baile; es decir, las hay para quienes no aman la realidad y pueden pagárselas. Hay que reconocerse precario, incierto, inseguro y activo: hombre. El destruye nuestras complacencias, nuestras cautelas, y al dejarle obrar en nuestras almas reconocemos que cada mañana nos presenta un mundo nuevo, un mundo que hemos de encarar con las propias fuerzas, sin ampararnos en principios que faciliten la tarea, con nuevas respuestas a situaciones inéditas. El nos deja solos, con la palabra más aterradora, en un mundo en que “Dios ha muerto” y “nada es verdad”, pero íntimamente exaltados de ser testigos y destinatarios de su encendida veracidad. ¿Qué panacea más fecunda que este absoluto respeto por el hombre?

Notas:

[1] Karl Jaspers: Nietzsche (Einführung in Das Verstadnis Seines Philosophierens)

[2] El genio profético de Nietzsche es tan sorprendente como su genio literario. Entre sus profecías, cito las que más pueden impresionamos:

Alemania: "Los alemanes no tienen ningún futuro”. (8,192). ‘‘Son de anteayer y de pasado mañana. No tienen hoy”. (7,204) “Los alemanes queremos sacar de nosotros algo que los otros no quieren todavía. Queremos algo más”. (15,221).

Inglaterra: “Nadie cree ya que Inglaterra sea lo bastante fuerte para continuar desempeñando, ni siquiera durante cincuenta años más, su antiguo papel. Hoy en día es menester empezar por ser soldado para no perder crédito como comerciante" (13,338).

Estados Unidos: (conviene recordar que Nietzsche escribía esto hace más de sesenta años). “Los rmericanos han sido usados demasiado pronto. Tal vez en forma aparente [constituirán] una futura potencia mundial” (13,338). “Necesitamos (los alemanes) marchar junto con Rusia, hombro a hombro. No hay porvenir americano” (13,353).

Rusia: “Signo del siglo venidero, la entrada de los rusos a la civilización. Un destino grandioso”. (11,375) “Rusia habrá de ser la dueña de Europa y de Asia. Habrá de colonizar y de conquistar la China y la India. Europa será Grecia bajo el dominio de Roma” (13,359). “Es una posibilidad de largo alcance. Rusia, como la Iglesia, tiene la ventaja “de poder esperar” (13,361).

[Las citas de Nietzsche están traducidas de la edición Kroner. La primera cifra indica el tomo; la segunda, la página.]

Ensayo de Patricio Canto

 

Publicado, originalmente, en: Revista "Sur" Nº 206 Diciembre 1951 Buenos Aires, República Argentina

Gentileza de Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Buenos Aires, República Argentina

Link del texto: https://catalogo.bn.gov.ar/exlibris1/apache_media/T8JGIANH5JAIL8YR79163J98MLJXKM.pdf

 

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