Opinan poetas brasileños

Las discusiones infaltabes

Claudio Willer (1940)

 

HAROLDO de Campos y yo pertenecíamos a tribus literarias diferentes. Surgí, literariamente, protestando contra la poesía concreta. Pero no soy maniqueísta, y esa divergencia no impidió que nuestras relaciones fueran cordiales, y que elogiase su libro Galaxias en cierto artículo aparecido inmediatamente después de la publicación del libro, así como habría elogiado en los medios su Signantia: quasi Coelum si hubiera tenido la ocasión. Como programador cultural, invité a Haroldo varias veces para participar de conferencias y debates, y él nunca evitó comparecer, a no ser después que su salud se agravó a causa de la diabetes en los últimos años. Esta disposición a participar, a hacerse presente, era por cierto una de sus cualidades, asociada a un entusiasmo que le confería carisma. Todo lo que dice hoy la gente que le fue próxima, sobre su erudición y su pasión por la literatura, es cierto. En mi opinión, y desde el punto de vista estrictamente literario, queda de su obra aquello que divergió del Concretismo más estricto, a ejemplo de los dos libros que cité. En cuanto a sus traducciones, trabajos como el Maiakovski, hecho por él junto a su hermano Augusto y a Boris Schnaiderman, representan un marco divisor en la historia de la traducción en Brasil. Como historiador de la cultura, su defensa del barroco brasileño también es una contribución sustantiva. Como ensayista, obras como las consagradas al ideograma continuarán siendo referencia y material de consulta. Y por cierto, discusiones no faltarán en materia de evaluación de Haroldo de Campos.

 

Entre lo erudito y la realización

Mario Chamie (1933)

 

SI NOS fuera permitido establecer un paralelo entre la historia política brasileña de la segunda mitad del siglo XX y nuestra historia literaria, entenderíamos que el papel desempeñado por la dictadura militar (1964-1979) frente a la libertad democrática del pensamiento corresponde al papel que tuvo el Concretismo frente a la imaginación creativa de nuestros poetas. La dictadura militar transformó la idea de proyecto y sistema en un proceso de control y represión implacables. El Concretismo estableció, a partir de su "Plan Piloto" (1956) una ortodoxia estética feroz, fundada en el terror sistémico de sus fórmulas rígidas e irreversibles. El poeta que no se sometiera, en nombre de su creatividad individual, al control previo de esas fórmulas era descalificado en su valor y puesto al margen de la corriente dominante. Haroldo de Campos fue el principal teórico y vehemente defensor de ese reduccionismo mecanicista y empobrecedor. Son conocidas sus tesis de que, en el poema, era preciso "controlar minuciosamente el campo de posibilidades abierto al lector" y de que "el contenido de un poema es su estructura" ya que el "cuerpo irreversible" del poema obedece a su "matemática de la composición". Afortunadamente esas posiciones cerradas se vieron desestabilizadas por el surgimiento de la Poesía Praxis (propuesta por Mário Chamie desde 1962, N. del T.), que instauró un horizonte plural para nuevas alternativas creativas en la literatura brasileña. El impacto de esa desestabilización se reflejó en la poesía concreta como un todo y, en especial, en la obra del propio Haroldo de Campos. A la luz de ese impacto, es fácil verificar que esa obra, después de los años '60, pasó a intentar conciliar la rigidez teórica del pasado con la flexibilidad poética del presente. El resultado fue que tanto su poesía como su ensayística, bajo el

manto de un eruditismo ostensible, quedaron a medio camino de una realización de relieve y significado mayores.

 

Investigar el lenguaje

Paulo Ferraz (1974)

 

EN 1995, EN un banco de la Facultad de Derecho, de la que era egresado, Haroldo me habló largamente sobre su tiempo de estudiante y sobre las opciones que podía tener un joven poeta de entonces: por un lado, decía, el conservadurismo de la Generación del 45, y por otro, un mundo nuevo, a ser construido y que venía siendo intuido por pintores y arquitectos jóvenes. Beneficiada económicamente por la segunda Guerra Mundial, decía, la cultura brasileña tenía condiciones para figurar en la vanguardia de un tiempo nuevo. El constructivismo era una utopía del desarrollo, de la transformación de la sensibilidad y de la racionalización funcional de los instrumentos estéticos. Fue por esa vía que aquellos jóvenes poetas cortaron el cordón umbilical con la poesía nacional de entonces y fundaron, en 1952, la revista Noigandres, de poetas rigurosos y críticos, que en 1956 resultaría en la Poesía Concreta, el más polémico (y dogmático) movimiento poético que tuvimos desde el Modernismo (no digo el mejor), responsable por buena parte de las discusiones literarias desde entonces. Y por más que lo que estaba en juego fuera la racionalización de la Forma, en detrimento de la subjetividad, resulta innegable que Haroldo se diferencia de Augusto de Campos y de Décio Pignatari, aun en la etapa más ortodoxa del movimiento. Efectivamente, Haroldo mantuvo siempre un tono elevado y una busca de absoluto que reencontramos en su incursión por el Barroco, por Dante, Goethe, la Biblia, por la poesía oriental y por Hornero.

 

Ambigüedades de una herencia

Rodrigo Petronio (1975)

 

EL LEGADO de Haroldo de Campos es ambiguo: condensa en sí algunos de los grandes equívocos de parte del arte del siglo XX sin eclipsar sin embargo algunas de sus virtudes personales, incontestables. Propulsora de una poética de vanguardia basada en un cuestionamiento radical del "soporte" y de fuerte inspiración tecnológica, su obra, en principio, paga el alto precio ideológico y estético de haber contundido arte y cultura, haciendo del primero un instrumento propagador de mensajes comprometidos con los medios de comunicación de masas. Y aunque el Concretismo haya contestado siempre el arte panfletario, planteando, en su lugar, un abordaje más estructural de la inserción política del poeta en la sociedad, es innegable que terminó sometiendo buena parte de su concepción formal a algunos preceptos ideológicos, lo que generó un impasse empobrecedor. Como dirían los Cínicos, el ojo humano exige más que lo que puede ofrecer cualquier ideología. Por otro lado, es cierto que la obra del poeta no se agota en ese ideario inaugural. De hecho, viene desde experiencias de fuerte marca concretista, pasa por la influencia de! neobarroco y desagua en su último trabajo, un largo poema en terza rima. Pero todo su recurrido resulta protagonizado, en teoría y práctica, por una visión del lenguaje bastante cuestionable, que se basa en polaridades inocuas y destituidas de sustento empírico bajo la perspectiva de una filosofía de la Forma: significante y significado, forma y contenido. Estratégicamente el foco se sitúa en los primeros conceptos, que se vuelven así el centro crítico y creativo de su actividad intelectual. Esta reducción, apoyada en una ideología de la excepción, cuya marca es una visión "etapista", evolucionista y autocentrada de la historia y del arte, claramente recogida en Hegel, produce una actitud mecánica frente al fenómeno estético y una estructura simplificada de la noción de Paideia, descrita por Nietzsche.

Agréguese a esto el hecho de sugerir una idea artificial de progreso, asociada a una desconstrucción de la Literatura, en un país como el Brasil, institucionalmente devastado e intelectualmente vergonzoso, y tendremos un retrato poco alentador de la acción del poeta entre nosotros. Aun así, al lado de estas actividades. Haroldo de Campos desempeñó aquella que, en mi opinión, es la que nos dio sus mejores frutos: la de traductor.

El País Cultural Nº 730
31 octubre de 2003

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