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La Huasca

Manuel J. Calle
De "Leyendas Históricas de América"

 

El joven Huayna Cápac está contento.

Vese brillar la alegría en sus pequeños ojos negros y vivos; sonríe su boca y, de tiempo en tiempo, se colorea el cobre de sus mejillas y tiembla el sagrado llanto sobre su ancha frente pensadora.

Inmóvil en su alto asiento, cubierto de riquísima tela de pelo de llama, rodeado de los Incas, sus parientes y de los oficiales de la casa imperial, dirige la radiante mirada desde el andén donde está colocado a la espaciosa plaza de Haucaypata (estamos en la gran ciudad del Cuzco y en el segundo año del reinado de aquel poderoso príncipe), que es un hervidero de gente.

Igualmente satisfechos se hallan los grandes señores y cortesanos que le acompañan, sentado cada cual según el orden de su nacimiento, sus méritos y el cargo que desempeña.

De tiempo en tiempo unas venerables yanaconas traen grandes tinajas de oro y de plata, con arte repujadas, llenas hasta el borde del rubio licor de los indios, el que calienta la sangre y hace latir apresurados los corazones, que escancian en grandes vasos de metales asimismo preciosos, que el Inca apenas prueba y que los palaciegos -más o menos hijos del Sol— apuran con delicia ,.

Continúa afluyendo la concurrencia a la plaza. Un torrente de indios desciende del vecino cerro de Sacsahuamán, y los barrios de la ciudad vomitan oleadas humanas, y todas esas gentes van colocándose con orden, bajo la vara de los soldados, a lo largo de los palacios reales, para dejar libre el dilatado cuadrilátero.

¿Qué sucede para semejante alegría?

Una cosa muy importante. Al Emperador le ha nacido un hijo... Sí; su buena hermana y esposa, la Coya Rava Oello le ha dado un precioso infante y se celebran las fiestas de su nacimiento, conforme al uso y costumbre de sus mayores. Aquel es el vigésimo día de la celebración, y es tanto el gozo del rey y del pueblo, que no sienten cansancio...

¡Cómo ha de ser! A, las nuevas de su dicha, el Inca vino desde muy lejos; él se encontraba allá, en el fondo del Imperio, visitando los pueblos, estudiando sus necesidades y preparándose a la soñada conquista de las tierras del Norte, aquellos reinos semibárbaros o del todo bárbaros de los Cañaris, los Purrupeas, los Quitus, los Cayambis y de las otras naciones que no había alcanzado a sujetar al blando y civilizador yugo el glorioso Túpac Yupanqui, su amado padre ...

¡No había de venir!... Y he ahí que hace ya veinte días que él y su buen pueblo festejan con bailes, paseos, comilonas y ríos de embriagadora chicha, el advenimiento del pequeño innominado...

La plaza, en sus cuatro lados, está llena de una apretada multitud: los hombres, en cuclillas, con las manos indolentemente cruzadas sobre las piernas, ríen y bromean entre sí; sentadas a plomo las mujeres, con las mechas de los cabellos sobre la frente y los ojos muy abiertos, hilan y sueñan. Es la gente del pueblo que alborota y bebe; en tribunas especiales asisten a la fiesta las damas principales y las vírgenes del sol, las esposas y queridas del príncipe con sus ojos relumbrantes que la pintura ha agrandado, sus rojas mejillas y sus grandes y negras cabelleras...

¿Veis? Son ciento, doscientos, trescientos hombres que se adelantan al centro de la plaza, vestidos de colores, con vistosos tocados de plumajes y cubiertos de pesados adornos de oro; son todos ellos nobles, señores de la Corte y oficiales del ejército, curacas o individuos de la casa imperial. Se colocan juntos unos y otros en larga hilera, y dense las manos: el primero da la mano al tercero, el segundo al cuarto, el cuarto al sexto, el sexto al octavo, y así sucesivamente, hasta formar una inmensa cadena, Al frente se ponen los músicos tañedores de chirimías, bocinas, quipas y atambores que llenan el espacio con las desapacibles notas de su sinfonía, y el baile comienza...

Baile grave, reposado, serio, en el que sólo los varones toman parte: un paso adelante y dos atrás, tendiendo a formar círculo alrededor del trono del Inca .. Y en tanto que se mueve y cambia la cadena en las escasas mudanzas del baile, como los anillos de una serpiente enorme que se desarrollasen y contrajesen, los danzantes entonan un cántico que un conocido haravec de la corte ha compuesto en loor del recién nacido y de su famoso padre. Las estrofas hiperbólicas se cantan en coros, repitiendo la suya, a su vez, cada fracción de la humana cadena. Tocan los alambores, chillan las chirimías, lanza al aire su melancólico sonido la bocina formada de una larga caña hueca, y la multitud grita como elogio y voz de adoración: «¡Huayna Cápac! ¡Huayna Cápacl» El Inca sonríe con amabilidad, baja del trono; y seguido de los suyos, se precipita en la alegría común, y toma su puesto en la ondulante cadena que se mueve a la cadencia de los himnos cantados en su loor y en el de su hijo, todavía innominado...

Las fiestas terminaron; pero el Inca no andaba contento, Alguna idea de las suyas andaba taladrándole el cerebro, y él no había de parar hasta verla cumplida y realizada.

En efecto: no le parecía propio de la majestad real ni de un señor de tantas campanillas como el hijo de su padre, que los bailes en honor de su casa y de sus dioses se verificasen así, tan a la pata llana.., Si eso era una huasca (soga, cordón, cadena, etc.) ¿por qué, en vez de darse las manos los hombres no habían de tener una verdadera en que apoyarlas con mayor dignidad? La cosa demandaba tiempo y paciencia, sin duda alguna; pero puesto ya en el empeño,.. Y para la próxima ceremonia de destetar, poner un nombre y cortar el primer cabello al chiquitín, bien podía ser...; sí, podía ser, y sería. ¡Para eso él era reyl

Y  dadas las órdenes a oficiales y artistas se puso a esperar con pachorra, esa pachorra tesonera, invencible, inalterable, que constituía gran parte de la fuerza de los dueños del célebre imperio, y con la cual habían de someter a tantas naciones de la América meridional.

Y  vino por sus días contados la fecha en que debía verificarse aquella especie de bautismo y circuncisión.

«Los Incas usaron hacer gran fiesta al destetar de los hijos primogénitos y no a las hijas ni a los varones segundos y tercero —dice el buen Garcilaso de la Vega, quien, como de la familia, debía estar al tanto de aquella ceremonia—. Destetábanlos de dos años arriba y les trasquilaban el primer cabello con que habían nacido, que hasta entonces no tocaban en él, y les ponían el nombre propio que habían de tener, para lo cual se juntaba toda la parentela y elegían uno de ellos para padrino del niño, el cual daba la primera tijeretada al ahijado. Las tijeras eran cuchillos de pedernal, porque los indios no alcanzaron la invención de las tijeras. En pos del padrino iba cada uno por su grado de edad o dignidad a dar su tijeretada al destetado; y habiéndole trasquilado le ponían el nombre y le presentaban las dádivas que llevaban: unos ropas de vestir, otros ganado, otros armas de diversas maneras, otros le daban vasija de oro o de plata para beber, y estos habían de ser de la estirpe real, que la gente común no los podía tener sino por privilegio.

«Acabado el ofrecer venía la solemnidad del beber, que sin él no había fiesta buena. Cantaban y bailaban hasta la noche; y este regocijo duraba dos, tres o cuatro días, o más, como era la parentela del niño, y casi lo mismo se hacía cuando destetaban y trasquilaban al príncipe heredero, sino que era con solemnidad real, y el padrino el sumo sacerdote del Sol. Acudían personalmente o por sus embajadores los curacas de todo el reino: hacíase una fiesta que por lo menos duraba más de veinte días; hacíanles grandes presentes de oro y plata y piedras preciosas y de todo lo mejor que había en sus provincias.»

Al primogénito de Huayna Cápac le pusieron los nombres de Inti Cusi Hualpa, es decir, Hualpa sol de alegría, que, como ustedes ven, no deja de ser un bonito nombre que ya lo quisieran para sí, exceptuando el Hualpa, por supuesto, nuestras paisanitas cuyas cursis mamás les pusieron de Zoila Rosa Blanca, o Zoila Aurora... Piñango, con el objeto picarísimo de que la primera sílaba del primer nombre suene como la primera persona de indicativo del verbo ser; para que luego resulten combinaciones donosísimas como la de aquella señora que cuentan se llamaba Zoiía Rosa Ponte de Barriga... ¡Y arre!

Y comenzaron las fiestas del destete y trasquilamiento del pequeño Hualpa.

Se cuchicheaba acerca de algo insólito, prodigioso, que iba a exhibirse en el primer baile. Unos se negaban absolutamente a creerlo —tan disparatada les parecía la cosa—; otros se encogían de hombros con desdén, signo inequívoco de complaciente burla; pero no faltaban quienes asegurasen «haberlo visto con sus ojos y tocado con sus manos.»

La plaza está llena: el gran galpón es una masa abigarrada de mujeres; en el andén está el trono; y en la mitad del vasto cuadrilátero esperan los nobles la señal de comenzar la danza...

Ábrese entonces la puerta de uno de los palacios reales, sale por ella una gran muchedumbre que conduce con gran trabajo y sudando un objeto de imponderable peso y enorme magnitud. Son cientos de indios que cargan una cadena; cadena de oro fino -huasca inverosímil y de prodigiosa riqueza, que mide nada menos que setecientos pies de largo. Relumbran al sol sus grandes anillos, grueso cada uno como la muñeca de un hombre fornido y gordo. Era el ensueño último del Inca realizado con bárbara grandeza...

Extienden la cadenita aquella a lo largo y a lo ancho de la plaza, y los bailadores orejones no se traban ya de las manos, sino que se asen de ella para sus cadenciosas mudanzas...

Suenan los pífanos y chirimías, mugen las quipas, asorda el tambor; el canto de gracia comienza con los primeros compases del baile, y la admirada, entusiasta multitud grita: *¡Huasca! ¡Huasca! ¡Huasca! El Inca sonríe, y se digna bajar a la plaza para tomar en sus sagradas manos un eslabón de la cadena, a la cual estaban unidos doscientos bailarines, soportando con peso su fatiga ...

Inti Cusi Hualpa -sol de alegría— cambió de nombre desde aquel memorable acontecimiento.

«Huasca», dijeron sus súbditos, y como no podían nombrarle con tan bajo significado de soga o maroma, añadieron una r final y así salió Huáscar, el triste primogénito del Conquistador de Quito, muerto por orden del exterminador de su familia, el sanguinario Atahualpa, a quien llaman Atabaliva los primitivos historiadores de la Conquista.

¿Qué fue de la cadena? Oculta por los indios a la codicia de los españoles, los siglos y el misterio han caído sobre ella.

Hay quienes aseguran que la arrojaron en una laguna profunda, y que de padres a hijos se conservó el secreto del nombre de aquella laguna para sacar ia joya en día más propicio. ¿Qué laguna? ¿Colta? ¿San Pablo? ¿Yahuarcocha? ¿Quillucisa? ¿Buza? ¡Quién va a saberlo!

Durante la colonia se la buscó ardientemente, lo mismo que al famoso tesoro de Rumiñahui, escapado también a toda laya de inquisiciones.

Pero si no habéis perdido las esperanzas, fantásticos lectores, podéis sondear las lagunas en cuanto fue la extensión de la incaica monarquía, que bien compensados estarían vuestros afanes con una leontinita de más de doscientas varas de largo y de legítimo oro de veinte quilates, gruesa como el puño de un hombre fornido y musculoso.

 

Manuel J. Calle

Leyendas Históricas de América

Editorial América - Madrid España

 

Editado por el editor de Letras Uruguay, se agrega imagen.

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